Con muy pocas personas tengo la deuda moral, sentimental, literaria, patriótica y personal que tengo con Antonio Machado. Reconozco que con Antonio Machado me ciega la pasión y el respeto, la reverencia y la admiración, porque gracias a él aprendí a amar la poesía y porque gracias a él sigo teniendo una idea de España en la que creer. Le debo mucho a Antonio Machado, mucho. Por eso hoy es inevitable que me acuerde de él, con una emoción íntima, con ese sentimiento de que hoy muchos españoles tenemos algo importante que celebrar: hace setenta y cinco años moría, perseguido por los ejércitos fascistas, fuera de España, rodeado de la multitud hambrienta y desesperada con la que había cruzado los Pirineos, hace setenta y cinco años moría en un pueblecito de pescadores franceses el más grande poeta en español de todos los tiempos y uno de los más altos y dignos ejemplos de compromiso con nuestro país. El ejemplo y la voz de Antonio Machado fueron tan inmensos que ni siquiera la dictadura que lo había arrojado al exilio y que lo condenó a morir y a ser enterrado fuera de la tierra española que tanto amó, que ni siquiera esa dictadura pudo desterrarlo de sus libros de literatura y de sus bachilleratos y sus escuelas: pudo pasar de puntillas por la figura de Antonio Machado, que tan incómoda le era, pero tuvo que pasar por ella, porque era demasiado grande como para que un puñado de tierra francesa la tapase para siempre.
Pero hoy no se trata de ajustar cuentas con los verdugos de Antonio Machado. Hoy no se trata de lamentarse de que alguien como él (y en él concurren los dramas personales de miles y miles de españoles que tuvieron que morir fuera de nuestro país, al que habían defendido defendiendo la República) no descanse abrazado por la tierra de Soria. Hoy se trata tan sólo de dejar aquí constancia de una emoción personal, de algo pequeño y maravilloso que siento desde hace unos días al pensar en este día, mientras saboreo despaciosamente tantos y tantos versos maravillosos de Antonio Machado.
Dijo otro español grande, Manuel Tuñón de Lara:
"El 22, cara al Mediterráneo, casi desnudo como los hijos de la mar, en el pueblecito francés de Colliure, moría don Antonio Machado. Don Antonio el Bueno, que había atravesado la frontera participando en el éxodo de su pueblo, del que jamás se separó. Al día siguiente, unos oficiales de un escuadrón de caballería del ejército republicano, internados en el castillo de los Templarios, llevaron a hombros su ataúd, envuelto en la bandera tricolor del pueblo de España. Hoy, Colliure es un lugar de peregrinación de todos los españoles de buena voluntad. Entonces, el drama colectivo lo anegaba todo."
Tengo pendiente ese viaje a Colliure, para dejar margaritas rojas, amarillas y moradas en la tumba de don Antonio Machado y para decirle gracias, por tanto, simplemente gracias por habernos dejado su palabra y por haber soñado un nuevo renacer de España.
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