Me parece que esta fotografía resume a la humanidad entera. El amor y el deseo de conseguir lo mejor para sus hijos, que los lleva a montarse en una barca precaria y a merced del océano, prefiriendo la posibilidad de la muerte en el mar a la certeza de una vida deshecha entre hambres y humillaciones. La ternura de acoger al hijo entre los brazos, con los ojos todavía llenos de lágrimas pensando que han llegado a alguna especie de paraíso donde sus hijos no serán despreciados por el color de la piel, donde podrán estudiar y poder vivir con dignidad. El gesto del bebé bebiendo leche del biberón, con el ansia del que está lleno de vida, con esa capacidad de los niños recién nacidos para reconvertir el mundo en un lugar en el que todavía es posible la esperanza, en un espacio en el que hay que sobreponerse a tantas derrotas, con su risa y sus ojos embargados de luz. Todo parece hermoso en esta fotografía, y sin embargo esconde un pasado oscuro: el íntimo drama personal de los que tienen que huir de sus países, el sufrimiento acumulado en estas dos personas desesperadas (el padre desesperado de mañanas, el hijo desesperado de hambre) y condenadas. El determinismo social, el enclaustramiento histórico que los sentencia a padecer los desvaríos políticos y económicos de un mundo enfermo de egoísmo, el frío cálculo económico que los reduce a meros números, a estadísticas sin alma que hablan del hambre o del desarraigo, del miedo y la violación de sus derechos como si detrás de las cifras no hubiese un niño que tiene sed de leche y de futuro.
Es hermoso el gesto de ternura de la fotografía, el acto de valentía del padre: ¿quién de nosotros no sería capaz de buscar lo mejor para sus hijos, al precio que fuese? Es hermoso el deseo que transmite de un mundo en el que los niños no tengan que irse del sol que los vió nacer para ser felices. Pero espanta comprobar todo el horror que tras ella se esconde. El horror y la ternura: ojalá hubiésemos apostado por la segunda.
3 comentarios:
Tu lo has dicho, se ha funsionado el horror y la ternura.
No se si habrá mayor horror que no poder atender a tus hijos en sus necesidades básicas.
Y esa ternura, unida a la impotencia, a la injusticia social, es lo mas inhumano que se puede sentir.
A veces no se entiende por qué no revientan las cosas, y se queda todo en un conformismo y en una absoluta calma.
Quienes se juegan la vida en el mar, para alcanzar las costas españolas, dejando atrás familia y raíces, no vienen aquí "por deporte".
Reconozco que cada vez me resultan más insoportables las fotografías en las que aparecen niños sufriendo. Desde que soy padre, soy absolutamente incapaz de no ponerme en el lugar de esos padres o de no imaginar en esos niños a mi hijo. Me parece terriblemente injusto el dolor de los niños, cada vez, y es sin duda el gran interrogante que, sin respuesta, sigue planeando sobre la relación entre Dios y el mundo.
Saludos.
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