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lunes, 14 de octubre de 2013

GRACIAS





Hay algo positivo en el hecho de la muerte: nos ayuda a situar las cosas en el lugar que realmente tienen que ocupar (lo importante en las estanterías que siempre están a mano, lo accesorio en los cajones que cada día se abren menos) y nos ayuda a conocer a las personas. Puede resultar una paradoja, pero la muerte nos hace mejores en la medida en que nos ayuda a valorar más y de manera más exacta todo aquello que tenemos y que nos rodea.

La madrugada del pasado 21 de septiembre moría mi padre, tras dieciocho meses luchando contra un cáncer de colon. Su enfermedad me ha hecho valorar más aún esa cosa maravillosa que es la sanidad pública (¡cuánto tenemos que agradecerle al trabajo de profesionales como la oncóloga que ha tratado a mi padre durante todo este tiempo, Irene Mercedes González Cebrián!!!) y me impide comprender la crueldad inhumana de los políticos que ahora quieren que los enfermos oncológicos paguen las medicinas de su quimioterapia. Su enfermedad me ha enseñado la fragilidad de lo que tenemos, lo quebradizo de nuestra felicidad y la necesidad de sostenerla cada día apartando aquello que la daña. Pero yo hoy aquí no quiero reflexionar ni sobre la enfermedad ni sobre la muerte de mi padre, porque la herida aún duele mucho.

El único sentido de esta entrada es dar las gracias. Dar las gracias a todos los profesionales de la sanidad pública que durante estos meses han estado cuidando a mi padre, regalándonos un puñado de días a su lado y evitándole sufrimientos y dolores. Dar las gracias a todos los que estuvieron a su lado, demostrándole lo que lo querían, durante sus últimos días, cuando ya estaba ingresado en el hospital. Dar las gracias a todos los amigos que estuvieron a nuestro lado el sábado en que teníamos que enterrarlo y que nos regalaron su cariño y su apoyo en esos momentos tan difíciles: gracias a los que estuvieron en el tanatorio y en San Isidoro y en el cementerio; gracias a los que vinieron desde muy lejos y a los que mandaron mensajes desde La Coruña, Alicante, Granada, Portugal, Togo, Madrid, Sevilla... (a todos estos amigos que llamaron o que mandaron mensajes, muchas gracias y muchas disculpas, por no haber podido responderles y agradecérselo uno a uno; pero... ¡es que fuisteis tantos y todos tan queridos!); gracias a los que estuvieron con nosotros el día del funeral... Gracias, sobre todo, a todos los que de corazón y sin compromisos, con sinceridad (la muerte enseña también a distinguir la sinceridad en los ojos de los que se acercan a abrazarte) y con amistad, habéis hecho vuestra nuestra tristeza y este dolor que provocan los huecos vacíos. Gracias, porque cuando la pena ronda y ataca consuela saberse querido y acompañado aunque tanto amor no pueda nada contra la muerte.

miércoles, 11 de julio de 2012

COMO UN JUEZ DE TOLEDO





Poco antes de participar en la procesión del Corpus Christi con el recogimiento y devoción que la ocasión requiere, la Cospedal había demostrado su valentía y arrojo político despidiendo a las enfermeras que atendían la unidad de Oncología Pediátrica de un hospital de Toledo. Entre las enfermeras que se fueron al paro estaba una amiga.

Ahora, esa amiga ha encontrado trabajo. Ha sido una cuestión de suerte: en su camino, y en el camino de miles de enfermos, se ha cruzado uno de esos escasos jueces que todavía deben creer en la justicia. Después de que el esbirro político que ostenta la gerencia del Hospital Virgen de la Salud de Toledo decidiera cerrar varias plantas del mismo, con el consiguiente recorte en personal, los pacientes se hacinaban en los pasillos en una situación inhumana y vergonzosa. Hasta que un familiar se fue al juzgado a poner una denuncia contra lo que allí estaba pasando: desesperado, se agarró a la última esperanza, a la de que los jueces tienen que restablecer la justicia y la dignidad que los políticos se han empeñado en vulnerar. Tuvo suerte: su denuncia fue a parar a la mesa de un juez decente y con alto sentido de su función moral que ordenó la inmediata apertura de la cuarta planta del Hospital para atender a los enfermos dignamente, conforme mandan las normas españolas. Esto hizo que el gerente tuviera que proceder con urgencia a la contratación de, entre otro personal, doce enfermeras entre las que estaba mi amiga.

Es importante que mi amiga tenga un contrato para tres meses. Pero más importante me parece constatar que hay jueces como ese juez de Toledo. Porque estoy convencido de que los únicos que pueden poner freno a las tropelías de los políticos son los jueces. En un país normalizado, la fiscalía perseguiría a los políticos del recorte, pero aquí la fiscalía está al servicio de esos políticos. Por eso nuestra única esperanza es que se cruce en nuestro camino un juez que crea, de verdad, en la Justicia.

Recuerdo que en la asignatura de Filosofía del Derecho se hablaba de los altísimos valores que deben inspirar las normas legales para que estas sean legítimas. Cuando esos valores están siendo violados, los jueces, en uso de su conciencia y atendiendo a su compromiso con los valores que dicen defender, tienen que rebelarse, como hicieron en su día algunos jueces italianos que lograron rescatar momentáneamente la democracia italiana de la absoluta desvergüenza y del descrédito total. Los jueces no pueden asistir impasibles y como si no fuese con ellos a la arbitrariedad y a la consolidación de las injusticias que convierten en papel mojado la mayor parte del articulado de la Constitución de 1978 y allí donde es evidente que se están atacando los derechos de los ciudadanos (ataques a los funcionarios, reforma laboral, disminución de becas, precarización de la sanidad pública, devaluación acelerada de la escuela pública) los jueces deben dictar órdenes perentorias que restablezcan la decencia democrática. Si para ello tienen que hacer ingeniería jurídica, su obligación es hacerla. Como ha hecho el juez de Toledo. Porque permanecer agazapados detrás de las togas, en este momento crítico de España, viendo como se despoja a los ciudadanos de los derechos amparados por los altos valores de la Constitución de 1978 y como se nos arroja al pozo de la desesperación y de la ira, los convierte en cómplices. Son urgentes muchas rebeliones en España: pero la rebelión imprescindible es la de los jueces.

miércoles, 20 de junio de 2012

DES-ALMADOS






Una amiga enfermera trabajaba en el servicio de Oncología Pediátrica de un hospital de Toledo, un lugar en el que a diario tenía que enfrentarse con esa cosa terrible que es un niño enfermo de cáncer. Pero los recortes de el gobierno de María Dolores de Cospedal no entienden ni del sufrimiento de los niños, ni de su vida ni, mucho menos, de la angustia de sus padres. Y la han despedido. A ellas y a otras muchas compañeras jóvenes que ejercían su duro trabajo con la dignidad y la entrega de los que no buscan el dinero sino hacer el bien, y por eso no se meten a políticos. Las han despedido sin más, sin importarles cómo queda la atención en un lugar tan sensible: a los padres, lógicamente indignados y hartos, se les ha respondido, sin más y con absoluta tranquilidad, que ya se atenderá a sus hijos.

A la mujer de un compañero de trabajo, hace unos días le notificaron que se va reducir brutalmente la subvención que la Junta de Andalucía da para mantener las casas de acogida de Mensajeros de la Paz. En ellas viven decenas de niños y niñas víctimas de malos tratos, de abusos sexuales, hijos de familias desestructuradas o tan agobiadas por el paro y la pobreza que no pueden criarlos y los entregan para que, al menos, tengan cada día un plato de comida caliente. El recorte de la subvención que recibe Mensajeros de la Paz supone despidos del personal que atiende las casas, rebaja salarial para los que queden y, sobre todo, el desamparo de muchos niños, que les serán entregados a los que los violaban o los golpeaban o los torturaban.

Es necesario contar estas cosas. Porque el recorte de los derechos y del bienestar no es algo que suceda en abstracto: es algo que tiene nombre y apellidos, es algo que le sucede a las personas, es algo que tiene cara. En demasiadas ocasiones, cara de niño.

Es necesario contar estas cosas para no ser cómplice y también para que algunos abran los ojos de una vez. El recorte de la sanidad y la educación y de los servicios sociales y de la cultura, el aumento del desamparo y del sufrimiento de los más desvalidos, es algo que hacen los políticos de todos los pelajes y de todos los colores. Lo hace la católica Cospedal de la peineta y la comunión en la fiesta mayor del Corpus, porque para ella y sus soldados del recorte el Evangelio es sólo una coartada para su postureo ideológico y su lucimiento social. Y lo hacen también los progresistas de la Junta de Andalucía que levantan el puño y cantan “La Internacional”, porque para ellos lo de “los pobres del mundo” no significa nada y porque han hecho de su supuesto “izquierdismo” un modo de vida, un parapeto para no soltar nunca ni la poltrona ni el coche oficial. Hoy, con absoluto descaro, uno puede llamarse “cristiano” o “socialdemócrata” o “comunista” sin que ello tenga traducción práctica en su acción política: se puede ser todo eso, que en realidad ya no significa nada ni implica nada, mientras se firman las leyes que aumentan el dolor y el sufrimiento de los niños.

Es necesario contar estas cosas para reafirmar la profunda verdad de las palabras de José Chamizo: estamos hartos de los políticos, de todos ellos, sin excepción.

Es necesario contar estas cosas para que entendamos que si hasta hace poco en España se podía ser político siendo un perfecto ignorante o una completa acémila, para serlo ahora hay que carecer de alma y de sentimientos. Están demostrándonos que sólo se puede ser político siendo un des-almado.

martes, 1 de mayo de 2012

VIENE LA VIRGEN





PRIMAVERA. Por lo que respecta a sus “tradiciones”, Úbeda puede copiar a marchas forzadas muchas cosas que vienen de fuera y que salen, relucientes y lustrosas, por televisión. Pero ni Úbeda ni ningún otro pueblo pueden importar esos matices de la tradición que no dependen de los hombres sino que vienen impuestos por los ritmos de la naturaleza, y que tanto sirven para adornar las tradiciones y celebraciones primaverales de la Baja Andalucía. Por eso, salvo que la luna de Nisán reluzca bien adentrado abril, la Semana Santa de Úbeda difícilmente puede oler a azahar. Por eso, los vencejos, obedientes a su reloj biológico, es extraño que sobrevuelen el cielo del Viernes Santo ubetense. La primavera, en Úbeda, no madruga ni tiene prisas: necesita que abril la ronde, que la sorprenda con sus fríos de última hora, necesita que la riegue con sus aguaceros alegres, para poder despertar. Y por eso, la primavera, que puede despistarse mandando algún pregón adelantado en la tarde del Domingo de Ramos, sólo se instala entre nosotros cuando viene la Virgen de Guadalupe.

Viene la Virgen. Medió ya abril y se encara, irremediablemente, hacia la plenitud azul de mayo. Y de pronto, los capullos del azahar han comenzado a eclosionar en los naranjos y cualquier mañana nos hemos encontrado con que ya estaban aquí los vencejos, tejiendo las mañanas azules con la alegría de sus chillidos. Las flores y los vencejos, el sol y las tardes dulces: todo en la naturaleza se ha dispuesto, como cada año, para recibir a la Virgen de Guadalupe.

COSAS PEQUEÑAS. La romería de Úbeda no es para aparecer en las guías de viaje ni para acumular títulos de interés turístico concedidos por las administraciones, lo que está bien, porque la salva de la banalización en que van cayendo las procesiones de Semana Santa, convertidas en producto turístico. En la romería de Úbeda no hay acontecimientos espectaculares que atraigan la atención de turistas aburridos y poco respetuosos, en la romería de Úbeda no se congregan caballistas en número incontable ni hay multitudes ni cofradías filiales que recorran caminos largos con bueyes y carretas y tamboriles. En la romería de Úbeda no hay arenales ni pinares ni ríos y sólo con un poco de suerte, y si fue generoso el invierno, el arroyo del Gavellar puede arrastrar un caudal mínimo y cristalino. La romería de la Virgen de Guadalupe, por suerte, no está hecha ni pensada para las masas estandarizadas porque se ha ido haciendo a lo largo de muchos años con gestos y grupos muy pequeños, con horas hondísimas de significados.

Basta enumerar la suma de actos de la romería de Úbeda para descubrir su vocación de intimidad, su contención espiritual. No, que no piense nadie en ir a la romería a penar ni sufrir, porque en la romería de Úbeda no se sufre ni se pena. No, ni siquiera cuando hay que madrugar porque a las tres de la mañana se ha quedado con los amigos en “Los Buñoleros”, donde Pepe va poniendo despaciosamente los cafés y los coñac y los anises: no se pena con ese madrugón. Y no se pena cuando se comienza a andar hacia Santa Eulalia ni cuando se para uno delante del cementerio y recorre la carne un escalofrío hecho de muchos siglos cuando se reza pensando en los que ya se fueron a un Gavellar de la eternidad, ni cuando comienza a bajarse la cuesta, todavía en lo profundo de la noche, y el viento de los trigales hace presentir la cercanía del Santuario: no, no se pena con esa caminata hecha con amigos, que ya forma parte de nuestras vivencias mejores. Y, por supuesto, no se pena cuando se llega al Santuario y se entra a ver a la Virgen, en la soledad fría de la pequeña iglesia, ni cuando Cristóbal, sin que haya amanecido aún, termina las migas que ha preparado y que se riegan con vino y con cerveza y con risas y chistes; ni se pena cuando se escala la cuesta agreste con la Virgen en los hombros. No, no es la de Úbeda una romería hecha para penar, sino para encadenar en el fondo del corazón oraciones sin palabras, plegarias mudas, amistades, risas, abrazos: la de Úbeda es una romería para vivirla con las personas que se quieren —tu mujer, tu hijo, tus amigos—, en grupos pequeños y bien avenidos, paseando por la aldea de Santa Eulalia, bebiéndote aquí una cerveza y allí un porrón de vino mientras haces cola, cuchara en mano, para probar las “gachasmigas” de Pepe Robles procurando que no se te adelante los de “la arpillera”, paseando otra vez, yendo a la ermita a ver a la Virgen y a responder las preguntas inusitadas que Manuel hará, seguro, cuando la vea tan pequeña.

No hay nada en la romería de Úbeda que te deslumbre. No llegas a ella y dices “¡pedazo romería!”. No, a la romería de Úbeda llegas y un año te atrapa un poquito, al siguiente algo más y cuando llevas tres ya la sientes como algo tuyo, íntimo, personal, irrenunciable.

RECIBIR A LA VIRGEN. La romería ubetense es una romería “rara”. Y de eso, da buena cuenta el recibimiento que se le hace a la Patrona cuando entra en Úbeda. Llega la Virgen al atardecer, después de parar en las puertas del cementerio. Esperan a la Virgen miles de ubetenses, siempre en el mismo lugar, ese en el que antaño estuvo la ermita de la Vera Cruz y luego el Molino de Lázaro y que hoy es una avenida más de la ciudad, fea y anodina, en la que hasta los árboles han sido talados. En otros lugares, recibir a la patrona puede traducirse en un desbordamiento popular: en Úbeda no. En Úbeda, después de los cohetes y del himno de España y de algunos vivas, un ubetense —este año, el elegido es nuestro amigo Alfonso Donoso— se sube a un pequeño estrado y en nombre de todo su pueblo recibe a la Virgen de Guadalupe. Donde otros ponen una efusión, donde otros derrochan una ilusión muchas veces impostada y artificiosa, Úbeda pone un discurso: la jarana artificiosa ha sido sustituida aquí por la reflexión serena, por unas palabras que siendo las de uno de nosotros son las de todos, también de los que ya no están, también de los que un día estarán sustituyéndonos en el Molino de Lázaro cuando llegue la Virgen. Úbeda, en esto, también es distinta, diferente: hay pocos momentos del año en que se muestre con tanta claridad como en la llegada y la despedida de la Virgen de Guadalupe, el carácter sobrio, contenido, reflexivo, de una ciudad tan poco dada a desbordamientos que cuando se desborda resulta ficticia.

Cuando llegue la Virgen a Úbeda y las palabras del hijo que la recibe suenen en el fondo de nuestros corazones —hilando emociones, despertando recuerdos, desperezando esperanzas— el viejo bronce de la voz de nuestros antepasados volverá a sonar límpido, argentino, transparente. Convocándonos a todos en la tradición pura y sin aderezos, en la costumbre que nos envuelve y nos arrulla. Para ser romeros en Úbeda no se necesita más.

(UBEDA IDE@L, Núm. 6, mayo de 2012)

miércoles, 25 de abril de 2012

DOCE AÑOS Y UN DÍA






Puede sonar a condena: doce años y un día. Pero tal y como andan las cosas, tener un trabajo en el que además se tienen derechos (todavía) y en el que se cobra a final de mes, no puede ser una condena sino una especie de bendición.

Doce años y un día es exactamente el tiempo que hace entre a formar parte de la plantilla del Ayuntamiento, como funcionario interino, de lo que sigo. Hace 4.383 días yo comenzaba a trabajar cargado de ilusiones y también de ideas y proyectos, que se han ido desvaneciendo como los azucarillos en el café amargo de las corporaciones. Tanto tiempo después, lo único que me queda es el sentido del deber para con los ciudadanos ubetenses, que es lo que me obliga a cumplir con mi obligación. Es fácil desencantarse en una administración así: por lo mismo, tan bien es fácil sentirse derrotado, íntimamente derrotado.

En este tiempo, día tras día, he aprendido que hay lugares en los que no se recompensa la iniciativa o el esfuerzo y mucho menos el trabajo medianamente bien hecho. Como el incentivo es nulo, también he aprendido la lección de que lo importante no es dar más de lo que se pide sino dar lo que se pide, guardando fuerzas y esfuerzos para otros ámbitos de la vida. Y sin embargo, no puedo dejar de envidiar a esos amigos que viven su trabajo con verdadera vocación, con pasión, que se sienten correspondidos y que por eso dan el ciento y el uno: doce años y un día después de aquel 24 de abril de 2000, tengo la desolada certeza de que a mí me habría gustado trabajar así, con esa entrega y con esa generosidad. Toparse con un muro cada vez que se intenta esto, al final quita las ganas y el ánimo y uno se conforma con lo que hay y con lo que se le pide y por lo que se le paga, aún al precio de sentir profundamente desaprovechadas sus aptitudes y sus capacidades.

Doce años y un día después mi trabajo no me ha servido para cobrar mucho más que entonces (a fecha de hoy, con un hijo, cobro menos cien euros netos más que hace doce años), ni para pasar a la historia de la humanidad como un brillante gestor cultural. Pero si no me ha dado satisfacciones profesionales por ese lado, que es el que no depende estrictamente de mí, sí me ha dado mi trabajo otras satisfacciones personales y también profesionales. Las personales las tengo claras: en estos doce años he hecho amigos grandes en el Ayuntamiento, y puedo contar a muchas personas que han trabajado y trabajan conmigo o en otros departamentos municipales, y a las que quiero profundamente. En lo profesional también tengo claras las satisfacciones.

Mi trabajo, a diferencia del de otros compañeros funcionarios, permite algunas satisfacciones personales: no es lo mismo trabajar permanentemente detrás de un montón de papelotes que salir a la calle para llevar la música y la celebración. Y por eso, uno siente que está haciendo algo importante para sus ciudadanos cuando en la tarde del 28 de septiembre se encienden las luces del Ferial y la gente tiene un espacio en el que puede olvidarse de las penas del día a día, uno siente que está haciendo algo importante para sus ciudadanos cuando los ve disfrazados por cientos en la cabalgata de Carnaval, uno siente que está haciendo algo importante por sus ciudadanos cuando en el teatro la gente se ríe o se emociona con lo que pasa sobre las tablas, uno siente que está haciendo algo importante por sus ciudadanos cuando en alguna plazoleta se monta una barra de chapa en la que tomarse unas cervezas con los amigos. Pero sobre todo, uno siente que su trabajo es importante y hace felices a muchas personas cuando contempla las caras de los niños al paso de los Gigantes y los Cabezudos y, sobre todo, durante la Cabalgata de Reyes Magos. Esos dos días, el 28 de septiembre y el 5 de enero de cada año, cuando el trabajo parece que va a romper los diques de la paciencia y la resistencia personal y cuando todo parece conjugarse para que las cosas no salgan bien, cuando las cabalgatas echan a andar con su pregón de felicidad destinado a los niños, esos dos días, tengo la certeza de que estos doce años y este día no han sido en vano y de que gracias a mi trabajo muchos niños han sido felices. Trabajar con esa certeza también me ha ayudado en estos doce años y este día a soportar las miserias, las trampas, las zancadillas de la administración y a tener la conciencia clara del deber.

martes, 20 de marzo de 2012

LA PURA VIDA





Hay «artistas» que irrumpen en la historia y ciegan —como la explosión de una estrella— a quienes contemplan sus obras. Suelen, estos artistas, ser considerados «genios», «hombres únicos» y en ellos, los palmeros del mundo del arte cifran el nacimiento o el fin de las eras artísticas. Pero estos artistas, que crean como en estado de arrebato epiléptico —febriles, convulsos, inagotables— pueden agotar: su «genialidad» es tan intensa que provoca cansancio en los ojos, el fulgor y el brillo de su obra es de tal calibre que no puede ocultar la tramoya que se esconde debajo de la obra, e incluso declara, impúdica, cuán desnuda quedaría la misma si se la privase de la prolija literatura que la rodea. Este arte —siempre bajo los focos y los flashes— está bien para los mercados y los marchantes. Pero, ¿qué provecho saca el espíritu de él?

Por suerte para el arte y por suerte para el espíritu están también los artistas que crean como quien anda un camino pedregoso, como en una búsqueda o como en una travesía siempre amenazada de naufragio, que crean buscando la fragilidad que alienta dentro y a la que hay que dar forma fuera. Pienso en Velázquez. Pienso en Vermeer. Pienso en Edwar Hopper. Pienso en Antonio López. Pienso en todos esos artistas que crean desde la paciencia y la rectificación, pienso en la laboriosa pintura que se demora durante años en la distancia que separa el pincel y el lienzo, suspendida en la duda de los artistas que no quieren venderse ni traicionarse. Pienso en la pintura que hace de la austeridad y la contención una marca, un estilo. Una proclama. Un manifiesto. Pienso, por supuesto, en Antonio Espadas.

La pintura de Antonio Espadas no es una pintura que deslumbre: los óleos o las acuarelas de Espadas no ciegan. Pero sus cuadros obligan a mirar: como no ciegan, no hay que cerrar o entornar los ojos; como no deslumbran, los ojos se mantienen siempre abiertos delante de ellos, expectantes, saboreando cada trazo, adentrándose en ese espacio eternizado por la mezcla del lienzo o el papel y el óleo o la acuarela, cada vez más apresados y cómodos en la celda de la belleza que Espadas ha elevado. «¿Qué pinta Antonio Espadas?», parecen preguntarse nuestros ojos mientras recorren sus cuadros. Pero... ¿Antonio Espadas pinta? Uno contempla sus acuarelas y sabe que sí, que pinta con absoluto magisterio, con esa pincelada airosa y grácil capaz de apresar la belleza del instante, el silencio del campo o de los rincones más recoletos de Úbeda, la íntima densidad de lo realmente hermoso, su eternidad determinante. Hay una acuarela del Arroyo de Santa María que no es en realidad una pintura, sino un tratado sobre el otoño o el mes de noviembre, lo mismo que hay una acuarela sobre la Plaza de San Pedro —con esa extraña elegancia francesa del palacio de los Orozco— que no es el retrato acuoso de un lugar sino un manifiesto de la primavera o una cantata sobre abril. Pero... ¿y en los óleos?, ¿qué pinta Antonio Espadas en sus óleos?

Ah, en los óleos Antonio Espadas no es un pintor, sino una especie de amante voraz que araña con la espátula la superficie virginal del lienzo para que de su fondo silente vayan surgiendo las formas, la geometría de las calles y las torres, el desordenado velamen de los árboles, de los olivos, la incisiva insinuación de la luz, el vaho de los colores. Es como si todo estuviese dentro de la tela y el pintor tuviera sólo que ir buscándolo, escarbando entre la trama de los hilos invisibles. Ese arte despacioso, laborioso, ese arte como descubrimiento y como oración, es un arte que abre una puerta y nos invita a entrar por ella. Los cuadros de Antonio Espadas tienen fondo y exudan abandono. Son cuadros que sugieren y susurran una soledad: las plazas están vacías y votivas, los olivares permanentemente silenciados; nunca hay personas que trasieguen por el cuadro, sólo las piedras y los guijarros, la hiedra y los árboles verdecidos, sólo el cielo ora gris y lluvioso ora jubiloso y azul, como de Domingo de Ramos...

¿Qué pinta Antonio Espadas? Antonio Espadas pinta lo que sólo los artistas verdaderos pueden pintar. El vacío. La soledad. El silencio. El susurro. La emoción. La luz. La plenitud. La desnudez de lo dolorosamente humano. La pura vida.

(ESPADAS SALIDO. EL ÓLEO Y LA ACUARELA EN MIS PAISAJES. Sala de Exposiciones “Pintor Elbo” del Hospital de Santiago. Del 15 de marzo al 8 de abril de 2012)

domingo, 25 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD






Al leer anoche, antes de la cena de Nochebuena, a Antonio Muñoz Molina y su reflexión sobre la música de Bach, supe que no tenía manera mejor de felicitar la Navidad a todos los amigos, y a quienes no lo son también, que pasan por este Camino. Así que esa música que suena a felicidad, a volteo arrebatado de alegrías que acuden en tropel a los arrabales del corazón, a campanas luminosas en la mañana azul del día de la Navidad, es lo único que se me ha ocurrido para deciros a todos FELIZ NAVIDAD.

viernes, 2 de diciembre de 2011

COLAS





El centro de Madrid tiene ese encanto supremo de los lugares que son propicios para vivir una temporada, con esa sensación de abandono, libertad y despreocupación que todos necesitamos de cuando en cuando. Pasea uno por la Gran Vía, la Plaza de Callao o el Paseo del Prado y cuando toma el tren en Atocha tiene la sensación de que ha formado hogar en medio de la masa, apretada, que pasea y compra y sonríe o que arrastra sus tristezas por debajo de los escaparates y de la iluminación navideña que derrochan luz como si la crisis no fuera con ellos. El pasado fin de semana estuvimos en Madrid con unos amigos, y como siempre, ha revivido en mi interior esa sensación de que una parte de mis habitaciones íntimas está pintada y amueblada con elementos de este “rompeolas de todas las Españas”. Y sin embargo, lo que más me llamó la atención no fueron las luces de la Navidad o la profesionalidad de los camareros de los bares de Madrid o... No, nada de esos elementos que le hacen a uno sentirse cómodo en medio del ambiente despiadado de Madrid: lo que me llamó poderosamente la atención fueron las colas gigantescas, monumentales, que había formadas delante de cada administración, de cada quiosco, de cada puesto de lotería.

Al volver en el tren, el domingo ya de anochecida, pensaba que España no es más que una inmensa, una larguísima cola de personas pacientes y resignadas, que han renunciado a su condición de ciudadanos, porque saben que la única esperanza que nos queda es la que nos brinda el décimo verde de la lotería de Navidad o el boleto de la primitiva o del euromillón. Es tal la sensación de fracaso que la lotería se ha convertido en una válvula de escape, en la única posibilidad de huída, y no sólo metafóricamente: mi sueño, para el 22 de diciembre, es poder marcharme al extranjero con un décimo premiado con “el gordo” y nacionalizarme noruego o suizo, y buscarme la vida allí, donde todavía hay certezas y seguridades y decencia cívica y política, y pagar allí mis impuestos, para que Manuel pueda tener un futuro mejor que el de camarero que le ofrece este país. Cada día que pasa me resulta más difícil sentirme ciudadano de un país fracasado que la única oportunidad que le brinda a sus súbditos —a esa condición hemos quedado relegados— es la de la cantinela de los Niños de San Ildefonso y el runrún de los bombos cargados de bolas que sólo el azar puede hacer que se crucen con nuestro destino, iluminándolo con la sonrisa fugaz del cava descorchado.

Imposible saber qué contiene el saco personal de cada uno de esos compatriotas que aguardaban su turno en las colas de la lotería, imposible saber qué desean cuando piden el número tal o la terminación cual, imposible saber si los veinte euros que cuesta el boleto son una parte mínima del dinero de que disponen o han sido juntados con muchas privaciones, poniendo en esos cinco números toda la posibilidad de felicidad y redención y de salvación de su casa y de sus hijos. Las colas devoraban las losas de la Calle del Carmen y de la Puerta del Sol con esa lentitud de lo fatal, con la sensación de agobio terminal acrecentada por el sol que iluminaba el frío de Madrid, las colas que avanzaban lentamente, como adormiladas, como escapadas de un cuadro de Gutiérrez Solana o de una página de Valle Inclán o de diálogo de Fernando Arrabal, majestuosas en su testimonio de derrota colectiva. La luz crepuscular que ascendía por la Gran Vía, desde la Plaza de España, o por la Calle Mayor, desde la Plaza de Oriente, dibujada sobre el suelo de Callo o de Sol las sombras de esos cientos de españoles. Sombras de una ilusión colectiva que ha terminado en pesadilla y que sólo la lotería —ya sólo la efímera suerte de la lotería— puede trastocar en mueca sonriente. Qué burla todo.

(IDEAL, 1 de diciembre de 2011)

martes, 4 de octubre de 2011

Personajillas de Feria. LAS SERRANAS





Hubo un momento en que un grupo de amigas —constituidas en comando del facebok autodenominado “Las Serranas”, ellas sabrán porqué— decidieron que la liberación de la mujer pasa porque un día a la semana sus maridos se queden al cuidado de las criaturas, bañándolos, dándoles de cenar y durmiéndolos, mientras ellas se junta en un bar para echarse unas cañas, criticar y cosas así. Y ahora que llega la Feria pues han decidido juntarse todas y darse un rule por el Ferial en plan marchoso y demás. La experiencia les ha resultado completamente novedosa en esos aspectos que hasta ahora venían haciendo “sus santos” y que son las de hacer cola para sacar los tickets en las casetas, hacer cola para que te den la cerveza en la barra y luego no parar de levantarte para ir cogiendo los platos de la comida. Pese a eso, “Las Serranas” no se han amedrentado y se han hecho dueñas de la caseta, consiguiendo que todo el mundo las mirase cuando muertas de risa gritaban “ay, ay, ay, que me orino”, luego se han hecho dueñas del puesto de los chatos de vinos, más tarde se han apropiado de la Caseta Municipal y han bailado allí como posesas para pasmo de los viejos que por allí pasodobleaban, acto seguido se han marchado a la Caseta de La Sentencia para abastecerse de mojitos y luego han instalado sus reales en la Caseta de la Buena Muerte, donde han vuelto a dar una lección de bailes extraños. Sin miedo a la grasa, porque una noche es una noche, se han comido la hamburguesa más grande del mitrinidad, compitiendo con un grupo de jóvenes de esos que tienen el pecho como una tableta de chocolate: “¡qué diferencia con nuestros maridos!, ¡si esto nos hubiese pillado con quince o veinte años menos!”, dicen a voces, tan recatadas, mientras los miran embelesadas y piensan agotadas en el cuestarrón que les queda para llegar a Úbeda y la bendita hora que decidieron ponerse estos taconazos para lucir palmito treintañero por el Ferial...

(IDEAL, 3 de octubre de 2011)

jueves, 19 de mayo de 2011

22 M: QUIMIOTERAPIA ELECTORAL


 


Esta entrada no es más que el desarrollo de una magnífica idea que en su momento me comentó un amigo, que entiende que el voto más justo (como pago a tanta desvergüenza) y necesario (para poder pensar en la regeneración democrática) es el voto nulo. Es un tipo inteligente que ha construido un paralelismo entre el tratamiento de quimioterapia contra el cáncer y el cáncer que para la democracia supone la actual casta política, y el tratamiento que merece. Intento explicarme.

La abstención no es un tratamiento útil contra el cáncer de la casta política: el que no vota puede o estar cabreado o estar en la comunión de su sobrino o dorando la bartola en la playa. ¿Cómo diferenciar entre el ciudadano que no vota porque está "indignado" y el que no vota porque está durmiendo, también físicamente? De todas las formas de protesta cívica, a mí la abstención me parece la menos productiva y la más injusta, pues olvida el sacrificio de nuestros abuelos para que pudiéramos votar.

El voto blanco tampoco es un voto que luche contra el cáncer de la casta política. Los votos blancos, al computar como votos útiles, se convierten en votos que facilitan las cosas de los partidos grandes, pues dificultan a los pequeños el obtener representación.

Luego la única manera de votar dejando un mensaje y de que de ese mensaje no sea aprovechedo por ningún político es el voto nulo. El voto nulo sería la quimioterapia aplicada al cáncer político que padece la democracia española.

Mi amigo me explica el funcionamiento de la quimioterapia. Me pide que me imagine a las células cancerígenas como células golosas a las que le gusta mucho el dulce: la solución para acabar con ellas, pues, es darle dulces envenenados. Ese dulce, ese caramelo envenenado, sería la píldora química. Esta píldora con veneno tendría una cantidad adicional de azúcar, de tal modo que las células cancerígenas, tremendamente voraces, las devorarían más rápido que las células sanas; y así, aunque todas las células del cuerpo enferman, las que más y antes lo hacen son las tocadas por el cáncer, que acaban muriendo, mientras que las otras acaban recuperando el vigor y la fuerza.

Los políticos serían como esas células cancerígenas: solo les importa el voto, quieren el voto por encima de todo, aunque para conseguirlo tengan que dejar maltrecha la democracia. ¿Quieren votos? Pues lo que necesitan son votos envenenados. Votos nulos, votos que sirven sólo para dejar constancia de la rabia, del cansancio, del hartazgo. Mi amigo me decía que el voto perfecto para la quimioterapia electoral es el voto a un partido en el que aparecen tachados todos los nombres de esa lista que no nos gustan. Ese mensaje es seguro que llega a las sedes de los partidos, la misma noche del recuento.

A mí se me ocurren otras muchas formas de voto nulo que demuestran el cansancio ciudadano y que sirven para pedir listas abiertas y cosas similares, tan detestadas por los políticos: elaborar nuestra propia lista con los políticos locales que querríamos que fuesen en ella; meter en el sobre una papeleta de cada partido dejando sin tachar sólo los nombres de las personas que nos gustan; meter un listado con los precios del pan, la luz, el agua o la zona azul, para que se enteren de lo que cuesta la vida cotidiana; meter en el sobre uno de los magníficos chistes que Forges está dedicando a la campaña electoral, o una de las demoledoras viñetas de El Roto, la fotocopia de la portada del libro Stephane Hessel o, si cabe, el pañal de nuestros hijos...

Voto quimioterapéutico: voto con mensaje. Indignación con sentido.

martes, 3 de mayo de 2011

ROMERÍA





Cada año que pasa, esa cita que supone la romería de la Virgen de Guadalupe me llena más. Más como persona, más como amigo de mis amigos. Todo, incluso en este año en que el abandono de los caminos y las lluvias lo pintaban todo negro para subir a la Virgen desde el santuario hasta Santa Eulalia, todo, digo, confluye para hacer de esa madrugada, de esa mañana, algo casi mágico. Despertarse mientras suenan los cohetes. Caminar de noche, en medio de la niebla, por entre los olivos que huelen a humedad. Llegar antes de que amanezca y saber que Cristóbal y su mujer ya tienen listas las migas y la cerveza fría y las ascuas para la panceta y el chorizo, que chorrean su grasa crujiente sobre el pan, y desayunar entre risas y bromas. Continuar, luego, el camino, por el barro, en un campo lleno de flores y descubrir un amanecer bellísimo: la niebla sobre el hoyo del Gavellar, como en nubes de algodón que caminan sobre los olivos y los trigales verdes, desperezando las lomas en esa hora en que la luz es todavía incierta, como si no se atreviera a alumbrar definitivamente el mundo y sus miserias pero sí quisiera delimitar la forma de tanta cosa hermosa como existe. Esperar luego a la Virgen a la orilla del camino, la emoción de la primera vez que un año más la vemos, iniciar el camino de regreso, cuesta arriba, con todos los recuerdos acuestas, con la melancolía de no sabemos qué memorias desmayadas llenando nuestra cabeza e incluso la punta de nuestros ojos, sabiendo que somos solo parte de una cadena que desde hace muchos siglos ha llenado esta mañana de romería de emociones parecidas a las nuestras, tal vez con el deseo de que nuestros hijos hereden de nosotros esta humilde pasión, esta sencilla manera de sentirnos ubetenses. Y así, hasta Santa Eulalia, donde ya sin impedimentos se repite el ritual de cada año, la cerveza reconfortante tras la caminata en la caseta de la Oración del Huerto, y luego la caseta de Los Costaleros, punto obligado ya para nuestra particular romería: los porrones de vino, los ochíos con habas, las gachasmigas de Pepe Robles... Que este año, el primer día de romería, hayan estado allí nuestros hijos, y que Marién y María del Mar y María Luisa llegaran a tiempo de las gachasmigas, lo ha cambiado todo un poco, pero también lo ha hecho mejor, más enriquecedor, porque estoy convencido de que a todos nosotros nos gusta compartir esto que tanto queremos ya con quienes más queremos.

Unos años más amigos, otros, por distintas circunstancias felices, algunos que faltan. En el fondo todo siempre igual, incluso el concejal que se nos engancha (?) y que nunca paga nada aunque bebe cada vez que pedimos nosotros. Todo igual.

Estoy convencido (lo pensaba el lunes, cuando ya estábamos sólo las parejas, en un día fantástico, inolvidable de romería, con las locas de nuestras mujeres corriendo detrás de Javier Arenas para echarse unas fotos que no sé yo dónde van a colgar, antes de emprender el regreso a Úbeda trayendo al a Virgen de Guadalupe) de que días como estos sirven realmente para hacernos más amigos. Cada uno, en el camino y en la risa, con sus pensamientos, con sus recuerdos, pero todos unidos en este sentimiento de querernos y tener cosas que nos unen.

La romería. Nosotros. Un grupo que va creciendo cada año: los de “siempre” (¡cinco años ya!): Alfonso, Pepe Rus, “el Parri”, Pepe Navarrete, Paco, Juan, Jero, Mari Carmen, Cristóbal, Jose, “el Lalos”, Juan Antonio...; los que acrecientan el grupo y van convirtiéndose en habituales en la cita de las migas y de los porrones y de la risa: Tomás, Luis Carlos, Pedro Ángel, Rojas, Luis María, Quique, Pepi...; la romera chiquitilla que ya suma dos años: Rocío; las que llegan a la hora cómoda cargadas de chiquillos: María Luisa, María del Mar, Marién; los chiquillos: Manuel, Carmen, María del Mar, María... Cuántos sumados ya a la cadena tan larga de las romerías de la Virgen de Guadalupe.

He tardado en escribir esto (a veces es difícil ordenar las vivencias y las emociones) y al final he descubierto que sólo quería decir una cosa: otro años más, a todos, gracias.

sábado, 16 de abril de 2011

SÁBADO DE RAMOS





A veces, la vida es una suma de tópicos. Supongo que un día como éste, Sábado de Ramos, no deja de ser un día hecho sobre tópicos. Pero yo no lo puedo remediar: me gusta el Sábado de Ramos, me gusta el olor de este día, la luz que parece recién estrenada, me gusta contemplar como llegan los primeros vencejos y como florecen los naranjos, como las calles bullen de vida. Hoy, además, ha sido bastante especial: todos los amigos juntos, con nuestros hijos, en el sol de la tarde, hablando de las cosas que nos gusten mientras bebíamos cerveza. La dicha absoluta debe ser algo muy parecido a lo que hoy hemos vivido.

A mí, aunque sea tópico, el Sábado de Ramos me hace feliz, me devuelve al niño que quiero conservar en mi interior, me levanta el ánimo. Creo que este día siempre me hace querer ser mejor. Y perdonadme, al menos por hoy, el recurso al tópico.

jueves, 24 de marzo de 2011

PERDÓN


De pronto se descubre el poder que un invento como un blog tiene para causar daño en las personas: tal vez sería bueno contar hasta diez antes de escribir algo. De pronto se descubre de que manera puede causar daño un anónimo que, amparado en la cobardía, mantiene la ficción de ser otro contra el que cargan algunos comentarios: la cobardía sólo genera cobardía y expande el mal: lección aprendida. De pronto me encuentro con que (aparte de borrar unos cuantos comentarios y una entrada) no sé qué hacer ni qué decir en este blog ante la lección de alguien de quien tendré que cambiar mi opinión.

He recibido este comentario:

«Hace un montón de tiempo , como consecuencia de una búsqueda de un hjo mio,no sé qué de unas fotos que queria comprobar si estaban o no en la red, me avisó de un comentario tuyo en el que relatabas un desencuentro conmigo. Para mí fué doloroso y me pareció,en su momento, hasta cobarde; pero más dolían los comentarios, mentiría si negara que los sobreentendidos, los neologismos que me dedicaron en un alarde de ingenio no me hicieron cambiar mi percepción del pueblo al que siempre me refiero como la tierra que elegí para que fuera la mia: aquí he criado a mis hijos y sería ingrato no amarla, aquí tengo mis amigos, por escasos doblemente queridos.
Yo tambien he preguntado por el autor del blog -que sigo porque me interesa, ciertamente- y tengo mis opiniones, que no escribo tras anonimos. Pero hoy quisiera preguntar por qué detrás del fantasma que de mi evocais -ya sé que es de Cernuda, soy un pedante- no hay nadie que se haya preocupado de comprobar la realidad de mi persona. Es abrumador leer opiniones que lógicamente no suscribo sobre mí, de gente con la que no me he tomado un café en mi vida.
No, jamás he escrito en tu blog , espero seguir leyendo tus opiniones como todas las otras que encuentro, desearía no tener que volver a verme caricaturizado por otros anonimos, algunos usando comentarios que delatan proximidad y que sean acogidospor tí.
Ocioso decir que no me reconozco en ese ampuloso y despreciable personaje que retratais algunos. Por lo que a tí respecta hoy he querido,dolido, contactar contigo para tomar un café y hacer lo que probablemente debiera haber hecho hace tiempo, hablar, conocernos y en su caso perdonarnos. Espero que muevas ficha y entretanto creo debieras evitar que un blog como el tuyo fuera pasto de anónimos que te insulten o lo hagan con otros.
Saludos Miguel Cidraque»
Quien es capaz de esto no puede ser cómo yo pensaba que era. Ni siquiera sé si es suficiente con, públicamente, pedirle disculpas, y me gustaría que toda esta entrada se la tomase cómo eso: como una pública disculpa, como una petición de perdón. Quisiera que ahora mismo, la tierra nos tragase a mí y a este blog. La ficha está movida, hasta donde, en un blog, puede moverse. Pero me temo que no es suficiente.

domingo, 6 de marzo de 2011

EL PREGÓN DE SEBA «EL DE SEUR»





Seba «el de Seur» (esta persona que aparece en la foto robada del blog del Cuarteto Primero) pertenece a ese grupo de sanos amantes del carnaval que viven estos días de fiesta con la sola y sana intención de divertirse. Gracias a gente como Seba o Copi o Juanito Barranco o a grupos como el que forman mi mujer y sus amigas, uno, que es muy muy muy poco amante del carnaval, se amiga en parte con esa fiesta y entiende una parte del mucho e ingrato trabajo que estos días acarrean tiene sentido.

Seba «el de Seur» ha sido este año el encargado de pregonar el Carnaval de Úbeda. Sin grandes pretensiones líricas, el pregón de Seba, el jueves pasado, fue claro como el agua y por ello necesario. No sé si pretendía ser lo que finalmente fue: una reivindicación de los carnavaleros de a pie, de calle, de la gente que se divierte sin pensar en concursos, sin pretender que el Ayuntamiento les organice un concurso y un carnaval a su medida que les permita ganar en Úbeda (por supuesto si no ganan se enfadan y se enfadan mucho más si ganan los de fuera, esos que ellos dicen que quieren que vengan para «engrandecer el carnaval ubetense») y pasearse por muchos pueblos más haciendo caja. Seba pertenece a un grupo de carnavaleros que en carnaval no hace cuentas ni cálculos, y estuvo bien que defendiera a esos peones del disfraz, tan distintos en sus intereses y su diversión de “la flor y nata” de los carnavaleros, de los carnavaleros de primera división. Carnavaleros de pata negra (paladines y defensores a ultranza del carnaval que no dudan en juzgar y condenar el trabajo del ayuntamiento en esta materia siempre que no complazca sus intereses) que, curiosamente, son los mismos que se han negado a darle ningún apoyo a Seba para su pregón.

Después de tantos años soportando comentarios contra el trabajo que hacemos en el Ayuntamiento por parte de muchos de los grupos (no todos son así, es cierto: los hay sensatos, razonables y que saben concursar y divertirse y que no buscan ganar dinero en todos los concursos que se organizan en 300 kilómetros a la redonda, y pienso ahora, por ejemplo, en la comparsa femenina de Elena Gámez o en la chirigota de Poveda), reconozco que el pregón de Seba me ha arreglado con el carnaval de Úbeda, al menos con ese carnaval humilde, generoso, que no busca bullas, que respeta a los demás, que es poco relamido, ese carnaval en el que yo reconozco a mi mujer y a su grupo de carnaval y que Seba ha representado a la perfección.

Pues eso Seba: que enhorabuena y gracias, muchas gracias de un acérrimo no carnavalero. Y yo te digo enhorabuena y gracias de corazón, no como muchos grupistas que te lo habrán dicho mientras pensaban que ojalá te descuernes por haberles cantado las cuarenta.

viernes, 18 de febrero de 2011

CONTAR LA MUERTE





Para los niños la muerte es, simplemente, una ausencia: alguien que estaba desde siempre, deja de estar un día y ellos preguntan por esa persona como se pregunta por el osito de peluche que se ha perdido, con la certeza de que tarde o temprano los dos —el osito y la persona— volverán a ocupar el lugar que les corresponde, en el que siempre han estado y que nunca deberían abandonar, al menos sin dejar dicho dónde van a estar. La muerte deja un hueco que los niños se habían acostumbrado a ver lleno de presencia, un hueco del que emanaban gestos, una voz, caricias, un caramelo escondido en un bolsillo y entregado como un tesoro de incalculable valor, un consejo, una onza de chocolate envuelta en papel de plata. Pero los niños, claro, no saben qué es la muerte aunque la muerte ensaya en la inocencia de los niños su terrible poder para borrar seguridades: ante los ojos de los niños lo que estaba pleno aparece vacío, simplemente, inopinadamente, sin que aquella persona querida que llenaba el rincón de referencia se haya cambiado a otro sillón, se haya mudado de cama o haya emigrado del comedor a la cocina. Ha dejado de estar, sin más, sin dar cuentas ni decir «adiós» o «ahora vuelvo» y deja sin estrenar una pamela nueva.

«¿Dónde está güelita Queta?» fue la pregunta que debieron hacerle a Nahir Gutiérrez los dos hijos que tiene publicados cuando dejaron de ver a su bisabuela, que vivió 105 años y que «era dura como el caramelo volcado en el mármol, pero tenía su misma condición dulce y encantadora». Las preguntas de los niños tienen una terquedad como de ciudad sitiada que resiste a abrir sus puertas al invasor: si «güelita Queta» no viene a ver a sus bisnietos y el cielo está demasiado lejos y nadie sabe cuál es su estrella, si su banco del parque también la echa de menos y su cómoda sigue escondiendo bombones y pañuelos bordados, si es imposible buscar un restaurante para comer sin averiguar si tiene escaleras que «güelita Queta» no puede subir o bajar, si nadie va de viaje sin traerle un regalo, pero sobre todo, si «güelita» inventó los caramelos y cantaba nanas en el balcón de la cuna y limpiaba las suelas de los zapatos y... entonces, si todo eso, «güelita» debe estar en algún sitio, porque alguien tan importante no puede perderse sin más, como si fuera una bocanada de humo. La lógica de los niños es implacable: quien ya no está es que está en otro lugar, porque nadie puede estar en ningún sitio. Para los niños la vida es mudanza, no desaparición. Luego «güelita Queta» debe haberse mudado a una claridad, debe haberse quedado un fogonazo de la vida de quienes la quisieron: en el chocolate de la cena y en las notas del cole, premiadas como siempre han tenido premio las notas cuando se le enseñan a los abuelos; o en los regalos de la Navidad o en la fiesta del colegio... o más adentro y más arraigada aún, «güelita» está en cada palabra que habla de ella.

Contarle la muerte, explicarle la ausencia definitiva a los niños, es el reto que Nahir Gutiérrez asume en un libro breve, de pocas y hermosísimas palabras, en el que Álex Omist ha puesto las ilustraciones, parcas, sobrias, reducidas a dos o tres colores pero tan intensas como las frases de Nahir. Este libro titulado ¿Dónde está güelita Queta? ha sido galardonado con el XXX Premio Destino Infantil Apel·les Mestres, el más prestigioso dentro del ámbito de los álbumes ilustrados. Pero, ¿realmente es un libro para niños o sólo para niños? Cuando llegó a mis manos lo miré con esa complacencia o tedio con que los mayores miramos los libros para niños. Pero tuve que levantarme y cerrar la puerta del despacho para leerlo: porque me había llenado de recuerdos y me había emocionado. También los adultos seguimos necesitando que alguien como Nahir nos explique la muerte y llene nuestras ausencias.

(IDEAL, 17 de febrero de 2011)

sábado, 22 de enero de 2011

PERDONAD LA TIMIDEZ

Estas cosas me dan un poco de vergüenza, así que no os lo voy a contar yo, os dejo que sea mi amigo Eugenio Santa Bárbara el que os lo cuente. Para enteraros de lo que quiero y no quiero contaros, pinchad aquí. Y en cualquier caso, perdonad la timidez: aunque no os lo creáis, tengo las mejillas coloradas mientras escribo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

PORQUE ES NOCHEBUENA





Porque que hoy muchos sentimos que se empina dentro de nosotros el niño que fuimos, para asomarse a los ojos y ver el mundo recién limpio. Porque está la mañana fría y luminosa, tan bella. Porque las calles bullen en una felicidad de reencuentros, de amigos, de familiares que vuelven. Porque hay que recontar a los que se van marchando sin haber apagado la luz y porque hay que acomodar a los que van llegando para continuar la cadena de la vida. Porque es fácil sentir una melancolía en la conviven los viejos pastorcillos del belén con el serrín y con el musgo. Porque las casas huelen a hogar y uno sabe que siempre hay un lugar al que volver. Porque una mano, esta mañana, habrá quitado el papel de seda que envolvía las panderetas y las zambombas. Porque tal vez hemos tenido que llamar a un amigo al que se le han muerto los hijos y el nieto. Porque nuestros hijos miran lo que sucede a su alrededor con esa misma mirada atónita y sorprendida que nosotros debimos tener hace demasiados años. Porque todavía es posible recuperar esa mirada, porque todavía podemos pensar que esta alegría que nos ha sorprendido al levantarnos no es una anécdota sino una invitación, un camino recién asfaltado por el que podemos andar sin temor a perdernos. Porque habrá quienes se emocionen al cantar los peces en el río. Porque en días como éste uno descubre que hay mucha gente a la que quiere y mucha gente que lo quiere. Porque hoy nadie debería estar solo y a nadie se le debería robar una sonrisa. Porque hoy también están permitidas algunas lágrimas, si son de contento o de nostalgia. Porque hoy es Nochuebuena y el mundo quiere iluminar de otro modo... FELIZ NAVIDAD.

martes, 14 de diciembre de 2010

LA ESTRELLA





Oyendo esta tarde a Enrique Morente –su voz ronca, profunda como el agua en Granada, su voz de una luminosa oscuridad parece creada para tardes como ésta, tristes, de finales de otoño, epílogo perfecto de días de niebla y humedad– me he topado, de golpe, con esta canción de «La Estrella». La escuche por primera vez en el Alexis Viernes de Santa Fe, un precioso sitio perdido entre los chopos de la Vega, con Antonio Espejo y hace tanto tiempo de eso que había olvidado la canción. Al oírla ahora me he emocionado como aquella primera vez, y he recordado que fue una de las canciones que más me gustaban de Morente, tan limpia, con esa voz tan brillante y poderosa que parece una campana que se estrena la mañana de un domingo de verano, recién salida de la fundición y todavía caliente el bronce.

Tal vez descubrimos que nos estamos haciendo mayores cuando las personas que nos marcaron en la adolescencia y la juventud se van muriendo, y de ellas nos queda ya sólo lo que fueron y lo que nosotros fuimos y somos gracias a ellas, por nuestra ligazón con ellas. Cada uno de nosotros pasamos y al final dejamos un recuerdo, pero si los artistas como Morente son precisamente inmortales es porque su muerte no cierra ninguna puerta, porque la puerta se queda entornada: uno siempre puede acudir a la obra del artista para descubrir que pese a que se muere la carne y se apaga la voz, la obra sigue viva y puede sorprendernos, reanimarnos, otoñarnos el corazón con esta nostalgia de lo que huye, que somos nosotros mismos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

GIN TONIC CON MUCHO HIELO





Me he enterado de la muerte de Enrique Morente, más o menos a las seis de la tarde, mientras intentaba convencer a Manuel de que su madre no puede estar todo el día con él y de que tenía que beberse el batido para merendar, antes de irnos a darnos un paseo. Y me he dado cuenta de cómo en el transcurso de muy pocos años nos cambia la vida, de cómo el tiempo nos modifica y nos modela y nos amolda. Hace doce o trece años, un día como hoy y a esa hora, yo habría estado en la cafetería de Trabajo Social, en Granada, haciendo maula y tomando café con Julián o María Campos o María Pascual, con Enrique, con Antonio Espejo, o buscando algún libro en la Urbano o apurando las últimas clases del trimestre antes de las vacaciones de Navidad, y cuando hubiese llegado al piso, después de cenar con Luis y con Andrés y huyendo de «Médico de familia» o cosas así, me habría ido a mi cuarto a leer un rato y a escuchar música. Por esas fechas, a Luis y a Andrés Fuentes y a mí nos gustaba mucho oír un disco que se había comprado Andrés, o que le habían regalado, y que buenamente nos repartíamos entre todos para poder disfrutarlo: aquel disco era «Omega», una joya en la que Enrique Morente, en compañía de Lagartija Nick, versionaba a Lorca o a Leonard Cohen en un puñado de canciones inolvidables donde el flamenco se universalizaba un poco más con los versos de dos de los más grandes poetas del siglo.

Uno acaba volviendo siempre a los recuerdos con los que se construyó un nido y un hogar para el corazón. La muerte de Morente me ha devuelto mis años de estudiante en Granada, el recuerdo de ese tiempo y de esa ciudad inolvidables. Y ahora, no sé por qué punzada de la nostalgia, he pensado que si estuviésemos en Granada, esta noche Andrés, Luis y yo tal vez nos habríamos ido a echarnos unas Carlsberg en la Taberna Alemana de la Calle Elvira, ese tugurio bohemio y oscuro donde era posible soñar con ser escritor o corresponsal de guerra o embajador en un hermoso e invernal país del norte de Europa, mientras sonaba rock inglés en los altavoces y la grasa de las salchichas y las hamburguesas chisporroteaba en la planca sucia. Y luego, a lo mejor nos habría apetecido un gin-tonic, con mucho hielo y mucha lima, en el Eshavira. Allí, algunas noches, vimos a Enrique Morente charlando en la barra con sus amigos mientras se tomaba un whisky, como si él no fuese el genio que cantaba en ese disco que nos gustaba tanto y que hace demasiado tiempo que yo no escucho.

sábado, 4 de diciembre de 2010

UN PAÍS SIN CONSECUENCIAS




España es el país donde no hay consecuencias, donde los actos suceden y se suceden en una especie de limbo. El hecho de que uno de nuestros jóvenes estudie y se sacrificio para formarse más y mejor no tiene como consecuencia necesaria que encuentre un trabajo digno y bien remunerado, y lo más fácil es que en su condición de becario acabe poniendo cafés al hijo tonto de cualquier jefecillo. Un grupo de trabajadores privilegiados abandonan sin más sus puestos de trabajo y sumen al país en el caos absoluto y el ridículo internacional, y en el fondo saben que ese gesto no tendrá consecuencias, pese a las palabras grandilocuentes del Gobierno: creer en este gobierno de bobos e incapaces es un acto de fe similar al de aceptar el dogma de la Trinidad. Los controladores aéreos juegan con ventaja y lo saben; hoy mismo ya han visto como la propia oposición, en su condición de carroñera mayor del reino, intenta sacar tajada del drama de miles de ciudadanos y se enfrenta al Gobierno incluso cuando milagrosamente parece hacer algo bien, mientras esa mitad de cuarto de líder que tiene el PP aparece en un vídeo diciendo las bobadas baboseadas que lo caracterizan. Pero aquí no pasa nada, nunca hay consecuencias. Los mismos políticos lo saben y lo comprueban, elección tras elección, cuando nuestros votos los vuelven a aupar a las prebendas y los privilegios pese a su más que contrastada inutilidad, incapacidad e inmoralidad. De todos.

Y sin embargo ha pasado que Juan Hurtado se ha quedado tirado en el aeropuerto de Bogotá, por ejemplo. O que Rocío, Luis, Juanpe y Cristóbal no han podido viajar a Budapest, como tenían previsto. O más grave, infinitamente más grave, ha pasado que anoche había en un aeropuerto canario una niña de cuatro meses con un tumor de estómago que tal vez no podría ser desplazada a la Península para que la operasen.

Ha pasado eso. Y si España fuese un país con consecuencias los controladores que abandonaron sus puestos de trabajo o los que no se incorporaron cuando debían o los que incorporados a las torres de control se negaban a trabajar y desobedecían a los militares de los que ya dependían jerárquicamente, deberían ser despedidos y deberían costear, con su patrimonio, los daños ocasionados. Y si España fuese un país con consecuencias los cabecillas sindicales del paro brutal de ayer deberían se acusados de todos los delitos que sus espaldas pudieran soportar, y encarcelados. Y si España fuese un país con consecuencias… Pero, ¿para qué seguir soñando que pertenecemos al mundo civilizado? ¿No es mejor despertar de una vez y asumir que somos la España grotesca que Valle retrató en Luces de Bohemia?