viernes, 11 de marzo de 2011

CRÍMENES CONTRA NIÑOS





¿Pueden prescribir los crímenes cometidos contra los niños? ¿Pueden ser tratados como unos criminales cualquiera quienes atacan, quienes violentan la dignidad de los niños? Una cosa es un violador y otra distinta el que viola a un niño; una cosa es un asesino y otra quien asesina a un niño; no es lo mismo un maltratador que quien maltrata o tortura a un niño; el que secuestra a un niño no es un secuestrador más. La niñez marca una línea divisoria: quien la atraviesa se adentra en un espacio diferente, el espacio de lo que es fundamental sin aditamentos ni accesorios ni discursos que lo justifiquen, el territorio de lo valioso por sí mismo. La infancia conforma un espacio ético cualificado y superior, dentro de cuyo recinto se cobija lo único que realmente no puede someterse a intereses ni cálculos. Quien toca a los niños se mancha sin posibilidad de remisión ni perdón: quien daña a los niños practica una forma superior del mal que debe ser considerada desde otros parámetros. Porque la protección de los niños marca el límite de todos los derechos; ¿dónde acaba un derecho?: allí donde comienzan la dignidad, la vida, la integridad de un niño.

Los niños son lo único realmente sagrado que existe. Su sonrisa, su mirada, su sueño, justifican todas las esperanzas del mundo. Por eso, sus lágrimas, sus quejidos, sus agonías, escapan a cualquier justificación y quienes los provocan no pueden apelar ni a la compasión ni a la comprensión. Siempre es gratuito el daño que se le causa a un niño. Siempre es evitable. Nada hay tan repugnante como la mirada de quienes ofendieron a los niños, y ante ella sólo cabe un estremecimiento: ¿cómo se pudo ser tan frío y tan cruel ante esa indefensión ilimitada que se manifiesta en un niño que sufre? Dañar a un niño es causar un mal en estado puro, es alumbrar una tiniebla impenetrable.

Salen a la luz los casos de cientos de niños que fueron robados a sus madres nada más nacer para ser entregados a otras familias. Médicos, enfermeras, curas, monjas, asistentes sociales... todos conformaron una trama criminal dedicada al secuestro y venta de niños. La fiscalía –como siempre tan proclive a ponerse del lado de la justicia y del sufrimiento: qué ejemplo– se resiste a investigar estos masivos atentados contra la infancia. Si la justicia es siempre demasiado lenta, cuando se trata de restaurar los derechos de los niños, cuando se trata de castigar a quienes se ensañaron con su inocencia y su desprotección, la lentitud se convierte en complicidad. Este tema debería ser una emergencia judicial nacional: pero se da largas, porque al fin y al cabo ese dolor no importa: ¿es la toga una coraza?

Se habla de posible prescripción de los casos más antiguos. Y se nos muestra a algunos de los responsables de esta atrocidad como para movernos a la piedad: médicos o monjas cargados de años y sin atisbo de arrepentimiento; pero ¿de verdad es posible aquí el arrepentimiento? En este crimen no pueden caber ni la prescripción ni la conmiseración: los crímenes cometidos contra los niños se perpetúan en el tiempo y persiguen a quienes los cometen hasta el borde mismo de la tumba. Quien comete un crimen contra un niño es un criminal mientras vive, más allá de lo que digan las leyes y los códigos. En estos casos sólo caben el juicio y la cárcel: hay demasiadas vidas tronchadas. Demasiado sufrimiento y demasiadas mentiras. Demasiados niños que crecieron sin sus padres. Demasiado dinero que circuló por entre las cunas de las maternidades, pasando de familias bien a cuentas eclesiásticas o médicas por encima de la desesperación de las madres a las que les robaron los hijos. Demasiado vacío como para rellenarlo con componendas jurídicas que se olvidan de la justicia, de esa justicia que cuando se trata de los niños sólo puede basarse en lo más hondo de la conciencia humana.

(IDEAL, 10 de marzo de 2011)

3 comentarios:

Pablo dijo...

El crimen no se cometió contra los niños, sino contra sus padres. Fueron privados de sus hijos mientras estos no fueron privados de padres.

Miguel Pasquau dijo...

Interesantísimo artículo. Tiene mucha fuerza lo que escribes, Manolo. La protección total de la infancia como espacio "cualificado y superior, dentro de cuyo recinto se cobija lo único que realmente no puede someterse a intereses ni cálculos" es brillante. Me parece interesante la idea de imprescriptiblidad de estos delitos. Salvando siempre la última posibilidad de perdón, porque si una sola persona humana (arrepentida) no puede jamás ser perdonado, toda la especie humana pierde su dignidad. Pero este es otro tema...

Manuel Madrid Delgado dijo...

Pablo, el crimen también se cometió contra los niños: les privaron de su identidad y por cálculos o intereses espúreos les dieron una identidad que no era la suya. Tuvieron padres, es cierto, pero no menos cierto es que fueron privados de SUS padres, de los de verdad. Robar bebés es, esencialmente, un crimen contra los niños.

Miguel, el perdón, para ser realmente moral, también tiene que tener límites. ¿Eran perdonables los criminales nazis por muy arrepentidos que pudieran estar?: creo que no, porque su crimen fue de dimensiones morales incalculables.
Cuando el mal se comete de manera completamente gratuita, como ocurre siempre que se comete contra los niños, el perdón debe ceder ante la idea de justicia, ante la necesidad humanísima de reparación de las víctimas. ¿Hasta qué punto no perpetuamos la ofensa contra el niño si perdonamos a su criminal?
Saludos.