Ayer, El País traía un magnífico artículo de André Glucksmann, un filósofo francés que me gusta mucho. De todo, lo más destacable me pareció este párrafo, al que me tiré dándole vueltas toda la tarde entre otras mil ocupaciones y preocupaciones:
«La tolerancia laica, gloriosa invención de Europa, permite la vida en común en la diversidad de deseos y colores. Si otros países prefieren la restricción y la uniformidad, peor para ellos, pero no deben ser nuestra inspiración.
Una excepción planetaria: en el viejo continente, todas las religiones son minoritarias en la práctica, y van a seguir siéndolo. Juan Pablo II observó, lúcido y desolado, que "los europeos viven como si Dios no existiera". Su sucesor lo confirma y culpa al "relativismo" que domina la ciudad y el campo. Aunque se la considera una nueva barbarie, la tolerancia impera. Acepta todas las religiones e "irreligiones", sin dar preferencia a ninguna. Aunque desagrade a los defensores de una fe pura y dura, los europeos, en una inmensa mayoría, repudian la guerra de religiones y los proselitismos agresivos.»
Que las sociedades se organicen como si Dios no es la lacra o la maldición que aventura El Vaticano: es una conquista histórica, irrenunciable, de esas que hay que defender con uñas y dientes. Las democracias contemporáneas se han construido independizando, con mucho trabajo, la política y la sociedad de la religión, y partiendo del hecho de que los principios y los dogmas religiosos no pueden servir para organizar la convivencia de personas de muchas ideas y creencias o de ninguna. La pluralidad consustancial a la democracia implica una negación del dogma y de la fe religiosos como instrumento de organización social y por eso, a un parlamento a la hora de votar una ley le interesa bien poco si Dios existe o si es una invención del ser humano, y es bueno que sea así, es bueno que no haya verdades absolutas y que todo sean verdades relativas que pueden discutirse y cambiarse. El gran mérito de Europa, y lo que ha permitido que nuestras sociedades sean más tolerantes, es precisamente el haber expulsado a Dios del debate político, de la constituciones y de las relaciones sociales. Para que la libertad y la tolerancia religiosas puedan ser posibles, Dios debe ser un asunto del corazón de cada hombre, porque cuando un dios, cualquier dios, se sitúa en el corazón de la sociedad y saltan por los aires la libertad y la tolerancia religiosas, todos los otros derechos fundamentales deben poner sus barbas en remojo.
La gran amenaza que implica el Islam es, precisamente, que se resiste a encerrar a Alá en las mezquitas o en las tradiciones revestidas de folklore, que se resiste a derribar los templos que ocultan el ágora y que siguen pensando que lo que Alá dice sirve para organizar el Estado, la sociedad y la vida comunitaria. (También hay sectores católicos que piensan así y que postulan sus principios religiosos como modelos para organizar al conjunto de la sociedad, comparta o no esas ideas.) No es posible creer en la democracia y defender nuestra verdad particular como única e indiscutible, porque no puede haber libertad y convivencia pacífica sino se sospecha que los demás pueden tener razón o incluso que puede que Dios no exista y que puede ser mejor un mundo sin dioses. En gran medida, la historia de la democracia es la historia de una tensión entre la libertad individual y la religión, y por eso, cuando Dios desborda los cálidos límites del corazón humano y se lanza sobre urnas, parlamentos o escuelas, urnas, parlamentos y escuelas acaban convertidos en una farsa, y la vivificadora experiencia religiosa de cada uno se transforma en una forma de radical opresión.
Son buenos artículos como éste de Glucksmann, que nos alertan que no hay religiones buenas o malas para la democracia, porque la democracia no entiende de religiones. Y porque con este tipo de artículos entendemos, ahora que la amenazan por todos sus costados, que para defender nuestras libertades de los monstruos que las acechan, nada mejor que mantener viva la razón y sus razones.
2 comentarios:
No sé si sigue siendo así, pero en el aeropuerto de Trípoli había un enorme panel verde que decía: "Coran is law of society".
Europa es la avanzadilla de la construcción del EStado moderno, emancipado de la tutela religiosa y confesional. Eso no es relativismo, sino, como bien dices, una conquista histórica. Cuando la conferencia de obispos hablan de persecución de la Iglesia y de los cristianos a causa de algunas tímidas iniciativas de laicidad en los espacios públicos, están confundiendo el cristianismo con restos confesionales del pasado. El cristianismo nació como religión "laica", es decir, destinada a vivir fuera del "Templo". Haría falta que los cristianos viviéramos mezclados en lo público con más naturalidad. Eso comporta, por cierto, la aceptación sin resquemores de la construcción de nuevas mezquitas. Las mezquitas no son embajadas del extranjero, son espacios religiosos privados tan españoles como la catedral de la Almudena.
Al fin y al cabo, el cristianismo es una construcción intelectual de San Pablo, un hombre de formación griega, que tiene que vérselas intelectualmente para hacerles comprender a los griegos los misterios de Cristo. Esa tensión intelectual ha estado siempre presente en el cristianismo y pese a ciertos capítulos tenebrosos de su historia, acaba convirtiéndolo en una especie de religión civil. Hoy, el cristianismo no es una amenaza para la democracia, porque sus postulados han tenido que amoldarse a la realidad ética e intelectual del mundo liberal, lo que no quiere decir que no haya pulsiones eclesiales, tanto católicas como protestantes, que no resulten realmente peligrosas para el pluralismo político y el espíritu democrático. En cualquier caso, es el contacto con Grecia lo que "rescata" al cristianismo y le hace superar su condición de monoteísmo oriental, tan rígidos, tan excluyentes, tan incompatibles con la libertad.
Este es un tema apasionante, sobre todo el de los retos que el Islam le plantea a nuestros sistemas políticos. Pluralismos religioso, por supuesto, pero sin olvidar que la democracia es más importante que cualquier Dios y nuestras constituciones son antes que los libros sagrados.
Un saludo.
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