En el caso Marta del Castillo chocan inevitablemente nuestros sentimientos y algunos de nuestros ideales cívicos. El juicio de los criminales y de sus cómplices, que saben el lugar en el que hicieron desaparecer el cuerpo pero guardan silencio, acrecentando el sufrimiento, el dolor y la humillación de los padres y la familia de Marta, es una prueba de fuego para la justicia y llena de interrogantes nuestra conciencia civil. ¿Es lícito moralmente que los criminales y sus cómplices, todos los que saben qué pasó y callan, puedan salir de la cárcel dentro de unos años –tres, seis, diez, quince, no más de veinte años– y seguir viviendo tranquilamente mientras los padres de Marta y sus hermanos y sus amigos nunca sabrán que pasó realmente ni dónde está ni podrán acudir a rezarle o dejarle flores ni podrán superar el duelo por la muerte? ¿Hay justicia cuando la moral se separa de la ley? ¿Hay justicia cuando el dolor de las víctimas no se repara, y cuando ni siquiera frente a ese sufrimiento mantenido en el tiempo de forma gratuita por los criminales, declina el triste artículo constitucional que convierte a las penas de los criminales en actos de reinserción y no en elementos de satisfacción de los derechos violados de las víctimas? ¿No es una burla ética juzgar a los asesinos de Marta del Castillo antes de que confiesen toda la verdad para que los familiares de la asesinada puedan reconstruir su vida? ¿Es lícita moralmente una ley que permite a los criminales reconstruir su vida tras “pagar” su pena y que, sin embargo, hace imposible el cumplimiento de ese derecho para las víctimas? ¿Se puede ser honesto, humanamente honesto, si no se apoya cuando menos para casos tan crueles como éste la cadena perpetua o al menos una pena de prisión tan larga como el silencio de los que violaron y asesinaron y cargaron el cuerpo y lo hicieron desaparecer y limpiaron la sangre?
Es cierto que no caben excepciones en la ley, pero no menos cierto es que una ley que no legisle excepciones es una ley que peca de injusta. Eso está ocurriendo estos días, en los que el testimonio de los padres de Marta nos llega al fondo y nos araña la conciencia, a no ser que la tengamos dormida o insensibilizada, perdida entre convicciones que nos atrapan y que ni siquiera son capaces de estremecerse con el dolor de los que sufren infinitamente. No encuentro respuestas, o tal vez sólo encuentro una respuesta: no es justo que la pena impuesta a cualquiera de los condenados por este crimen comience a descontar sus días mientras no les sea devuelto a sus padres el cuerpo sin vida de Marta. Y si las leyes y las constituciones se apartan de la justicia, de la decencia y de la compasión, será tarea cívica y democrática cambiar las leyes y las constituciones y ajustarlas a los ideales de justicia, decencia y compasión. Lo contrario es hilvanar algo parecido a una tiranía, que para serlo no necesita de policías que torturan o leyes que acaban con derechos, sino nada más que complicidad con los criminales.
1 comentario:
Yo hace ya unos años que dejé de confiar en la justicia española...
Blasru.
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