La protección de los que no pueden valerse por sí mismos es una conquista histórica irrenunciable. La compasión por los niños o por los ancianos, supone un salto cualitativo en la historia de la humanidad e implica una «mejora moral» de lo humano: frente a las sociedades que se deshacían de los que eran inútiles socialmente, porque su cuidado mermaba las posibilidades de supervivencia del colectivo, ahora entendemos que somos mejores y más decentes si hacemos un esfuerzo especial para garantizar que disfruten de un plus de protección quienes más a la intemperie están. Los servicios públicos de geriatría o de pediatría son, desde esta concepción política de la compasión, servicios prioritarios: una sociedad es buena desde el punto de vista moral si cuida de sus ancianos y protege a sus niños, cuando no los deja en manos de personas insensibles e incapaces de garantizar esa protección.
Pero están los que consideran una carga insostenible la protección pública de los indefensos. Sabemos el desprecio de la derecha conservadora por todo aquello que suene a provisión pública de bienestar, que es compasión para con el que sufre. Pero más que con las voraces políticas de la derecha, lo público se resiente, no lo duden, cuando se pone en manos de incompetentes que con su gestión empujan a los ciudadanos hacia posiciones de desprecio hacia lo que es de todos. Algo de eso está pasando con el Servicio de Pediatría del Centro de Salud “Virgen del Gavellar” de Úbeda. No crean que el problema son los profesionales médicos que atienden a los niños ubetenses. No es eso: los pediatras y el personal de “Niño Sano” son, por lo general, extraordinarios. El problema es el aparato político que gestiona el centro. Cuando la incompetencia y la ineptitud se instalan en el corazón de los servicios públicos, cuando mandan los inútiles, es imposible contener la oleada de indignación ciudadana y nos empujan a pensar que tal vez lleven razón los que piden la privatización de lo público, los que postulan un «sálvese quién pueda» traducido en que cada uno se contrate su seguro médico.
El pasado lunes era difícil mantener las convicciones cívicas en el Centro de Salud ubetense. Pacientes, médicos y administrativos se vieron atrapados en la madeja de torpezas que se forma cuando toma decisiones un director nombrado por la Consejería de Salud no en función de su capacidad sino de su lealtad con unas siglas. ¿Cómo medir el daño que causa en la sanidad pública esta incompetencia enquistada en los puestos directivos? Por lo general, la organización del Servicio de Pediatría de Úbeda es nefasta y para empeorar la situación se rumorea que a partir de ahora sólo quedarán cuatro pediatras, que tocarán a más de 1.500 niños cada uno. Y seguirá sin cubrirse algo tan realmente necesario como un pediatra en el servicio de Urgencias: según parece, el sábado por la tarde había más de veinte niños esperando en Urgencias pero no había pediatra para atenderlos. Ya les digo que el lunes se tambaleaban las convicciones de muchos padres: dos pediatras tuvieron que hacerse cargo de «sus» niños y de todos aquellos a los que inexplicablemente se les había dado cita para unos pediatras que no pasaban consulta. Caos agravado por la incomprensible decisión de que esa misma mañana (no por la tarde, no un sábado, no un domingo) se cambiaran los ordenadores y por el hecho de que unas obras que, sensatamente, tendrían que hacerse cuando no se pasa consulta se estaban realizando con el centro colapsado durante varias horas por el caos informático. Hasta sentarse en los bancos de la zona de Pediatría era difícil porque los bancos estaban comidos por el polvo de la obra. Indignado, con Manuel enfermo, pensaba que la revolución que tenemos que acometer es la de poner lo público en manos de quienes tienen dos dedos de frente.
(IDEAL, 20 de enero de 2011)
2 comentarios:
Poner lo publico en manos de quienes tengan dos dedos de frente... Eso es un autopía, Manolo. Siempre hay gente dispuesta a cobrase unos servicios prestados y alguien dispuesto a pagarlos.
En Andalucía, el cáncer del enchufismo político está tan extendido que resulta imposible erradicar el mal.
Pese a todas las evidencias, me resisto a pensar que no podemos aspirar a construir un país definitivamente moderno, europeo, que se parezca más a Alemania u Holanda que a la Italia de Berlusconni. Aunque nos parezca mentira o el pesimismo nos impida verlo, si nos ponemos la mano en el corazón tenemos que reconocer que desde la Transición hasta aquí hemos avanzado mucho. Aquella primera Transición trasladó el poder político desde el Movimiento hasta los partidos; es necesario una segunda Transición que traspase el poder político desde los partidos hasta los ciudadanos. Este es el primer paso para que todos nos comprometamos con el avance civil, cívico, democrático de nuestro país y para que en los puestos de responsabilidad pública estén los mejores y no los estómagos agradecidos.
Me resisto a pensar que un país así no es posible para nuestros hijos.
Un saludo.
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