Predicar y sembrar odios se está convirtiendo en una práctica habitual: lo hacen políticos de todos los colores y periodistas de todos los medios, obispos católicos y pastores protestantes. Se lanzan soflamas contra el que no es como nosotros y piensa, ama, reza o habla diferente. La soberbia, la arrogancia, el convencimiento de que sólo nuestras verdades y nuestras opciones son buenas y por eso pueden ser impuestas a los demás –al fin y al cabo se las impondríamos por su propio bien–, atraviesan todos los debates de las sociedades occidentales. Cuando los dirigentes del PSOE dicen que sería un drama para Castilla-La Mancha que el Partido Popular ganase allí las elecciones autonómicas, lo que manifiestan es ese desprecio ya no sólo por el adversario, sino por la propia opinión de miles y miles de ciudadanos. Vivimos lanceados por el arrebato casi místico de los nuevos iluminados.
El atentado contra los demócratas en Arizona el pasado fin de semana, ejemplifica hasta donde conducen esas diatribas del odio, esa negación del adversario. Ahora, los republicanos se aprestan a salvar la responsabilidad de Sarah Palin en la matanza: alegan que el criminal era un loco, pero obvian que el arsenal del que se nutrieron sus fobias se construía en cada mitin, en cada folleto, en cada soflama del Tea Party. Desde que Obama ganó las elecciones en noviembre de 2008 los más radicales de entre los radicales, no han cejado en su empeño de acusarlo de todos los males, distribuyendo de paso las correspondientes dosis de veneno contra emigrantes, homosexuales, negros, musulmanes, pobres, parados, defensores del aborto o de la eutanasia, de la legalización de las drogas, demócratas... El mensaje –repetido una y otra vez y no sólo en Estados Unidos– de que todos esos colectivos encarnan una forma precisa del mal, transforma a quienes lo asumen: ¿cómo pensar que un homosexual es alguien intrínsecamente malvado y no actuar contra él o contra quienes defienden sus derechos? Entre el discurso de Palin y los halcones y el dedo del pistolero, hay una distancia muy pequeña, una raya casi imperceptible que en cualquier momento se puede atravesar: las palabras no resuenan en el vacío, las palabras tienen consecuencias, multiplican sus efectos en devastadores planes de exterminio. Es imposible recordar ninguna matanza de las muchas que han asolado a la humanidad, que no haya estado precedida por un sermón del odio. En julio de 1209, cuando los cruzados sedientos de sangre le preguntan al abad de Citeaux, cómo debían actuar con respecto a los habitantes asediados de Béziers, reducto de los albigenses, el clérigo les espeta un terrible «¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!». Más de treinta mil personas –niños incluidos– pagaron con su sangre el odio al hereje, al heterodoxo, al diferente. Y sin embargo, es a los herejes, a los heterodoxos, a los diferentes de todos los tiempos a los que debemos la libertad de que gozamos.
Sobran odios, pero también sobra palabrería y echamos en falta los silencios necesarios para que las cosas maduren con sobriedad y lentitud. Sobran diferencias y faltan puntos de encuentro, tan necesarios para que las democracias sobrevivan. Ahora que los muertos de Arizona ponen de manifiesto los riesgos que conllevan ciertas actitudes, ahora que esas víctimas nos enseñan que no hay palabras inocentes ni actitudes neutras, deberíamos exigirnos ese ejercicio de responsabilidad colectiva, es esfuerzo por comprender a los otros, por respetar activamente sus razones y sus derechos y defenderlos frente a las amenazas. Y deberíamos exigir también que los políticos se piensen lo que van a decir y las consecuencias de sus palabras, porque no pueden luego escamotear su responsabilidad: la cosecha de sangre del odio recae sobre el que lo sembró y lo abonó y lo regó con sus palabras.
(IDEAL, 13 de enero de 2011)
3 comentarios:
Es contradictorio que un tío que modera comentarios defienda ese tipo de cosas. Y otra vez hay erratas.
"Echamos en falta los silencios para que las cosas maduren con sobriedad y lentitud". Y para buscar puntos de encuentro. O -es lo mismo- puntos de debate verdadero. Muy buen artículo. Y muy oportuno, ahora que tantos están tan interesados (para ganar votos o para incrementar audiencia o para vender periódicos) en agudizar la infantiloide dinámica de nosotros contra ellos.
" hay demasiados profetas, profesionales de la libertad, qué hacen del aire bandera,pretexto inuti para respirar.
Qué NO, qué no, que el pensamiento no puede tomar asiento, que el pensamiento es estar siempre de paso, de paso, de paso..." AUTE.
Por mucho que ahora se apresuren los republicanos, todos sabemos que, "el loco"que disparo, no fué otra cosa, que su propia LOCURA.
OBAMA,UN HOMBRE DE COLOR, POR PRIMERA VEZ EN LA CASA BLANCA,CON LO QUE ESO SIGNIFICA PARA LA SOCIEDAD AMERICANA.UN HOMBRE CON CARISMA,COMPROMETIDO.UN HOMBRE CON VALENTIA SUFICIENTE PARA LLEVAR A CABO TRANSFORMACIONES TAN NOBLES COMO LA REFORMA SANITARIA, ETC, ETC..,ELEGIDO DEMOCRATICAMENTE, PERO POR QUE NO LO DEJAN GOBERNAR??
QUE TEMEN LOS REPUBLICAMOS!! SUS ÚNICA ARMA ES EL JUEGO SUCIO.
Manuel, todos no siembran odios ,no lo hacen todos, ni todos los politicos ni todos los periodistas, (si, todos los Obispos)...,entre unos y otros hay matices muy importantes.
Para los Republicanos,solo cuentan sus propios intereses.
Para los Demócratas,poner en marcha proyectos que beneficien a la sociedad en general.
Es una cuestión de matiz.
QUE YA HEMOS VISTO TODOS MUCHAS PELICULAS!!!!!
Un saludo Manuel.Me ha gustado esta entrada.OK.
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