España es el país donde no hay consecuencias, donde los actos suceden y se suceden en una especie de limbo. El hecho de que uno de nuestros jóvenes estudie y se sacrificio para formarse más y mejor no tiene como consecuencia necesaria que encuentre un trabajo digno y bien remunerado, y lo más fácil es que en su condición de becario acabe poniendo cafés al hijo tonto de cualquier jefecillo. Un grupo de trabajadores privilegiados abandonan sin más sus puestos de trabajo y sumen al país en el caos absoluto y el ridículo internacional, y en el fondo saben que ese gesto no tendrá consecuencias, pese a las palabras grandilocuentes del Gobierno: creer en este gobierno de bobos e incapaces es un acto de fe similar al de aceptar el dogma de la Trinidad. Los controladores aéreos juegan con ventaja y lo saben; hoy mismo ya han visto como la propia oposición, en su condición de carroñera mayor del reino, intenta sacar tajada del drama de miles de ciudadanos y se enfrenta al Gobierno incluso cuando milagrosamente parece hacer algo bien, mientras esa mitad de cuarto de líder que tiene el PP aparece en un vídeo diciendo las bobadas baboseadas que lo caracterizan. Pero aquí no pasa nada, nunca hay consecuencias. Los mismos políticos lo saben y lo comprueban, elección tras elección, cuando nuestros votos los vuelven a aupar a las prebendas y los privilegios pese a su más que contrastada inutilidad, incapacidad e inmoralidad. De todos.
Y sin embargo ha pasado que Juan Hurtado se ha quedado tirado en el aeropuerto de Bogotá, por ejemplo. O que Rocío, Luis, Juanpe y Cristóbal no han podido viajar a Budapest, como tenían previsto. O más grave, infinitamente más grave, ha pasado que anoche había en un aeropuerto canario una niña de cuatro meses con un tumor de estómago que tal vez no podría ser desplazada a la Península para que la operasen.
Ha pasado eso. Y si España fuese un país con consecuencias los controladores que abandonaron sus puestos de trabajo o los que no se incorporaron cuando debían o los que incorporados a las torres de control se negaban a trabajar y desobedecían a los militares de los que ya dependían jerárquicamente, deberían ser despedidos y deberían costear, con su patrimonio, los daños ocasionados. Y si España fuese un país con consecuencias los cabecillas sindicales del paro brutal de ayer deberían se acusados de todos los delitos que sus espaldas pudieran soportar, y encarcelados. Y si España fuese un país con consecuencias… Pero, ¿para qué seguir soñando que pertenecemos al mundo civilizado? ¿No es mejor despertar de una vez y asumir que somos la España grotesca que Valle retrató en Luces de Bohemia?
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