Lo más fácil es que la suerte no haya depositado en nuestras carteras ni el triste consuelo de una pedrea, y tal vez el 25 por la mañana tengamos algo de resaca y un poco de dolor de tripa, por eso de los excesos. Y bien podemos afirmar que entre tanta luz, tanto adorno, tanto refinamiento y tanta urgencia adornada de composturas y compromisos, hemos olvidado en algún rincón donde no alumbran las ilusiones de la infancia el sentido íntimo, profundo, de la Navidad, ese significado moral que es un llamamiento a todos nosotros, sean cuales fueran nuestras ideas, nuestras creencias.
Venga, dejemos que los pastorcillos del Belén continúen guardando sus ovejas a la luz vacilante de una bombillita roja, mientras el río de papel de plata reluce todavía debajo del puente de corcho. Vale, metamos en el horno el último de los suculentos manjares de la cena de Nochebuena y dejemos convenientemente encargadas en la frutería las uvas de la Nochevieja. Y si podemos firmar ya la carta de los Reyes Magos y echarla al buzón junto con la de nuestros hijos, pues mejor que mejor. Y después de todo esto, y como a estas alturas de diciembre ya no cabe asombrarse por la iluminación navideña que este año han sufragado las esmirriadas arcas de nuestros ayuntamientos, porque la encendieron allá por San Andrés, hace casi un mes, sentémonos un momento a reflexionar. Con la mesa limpia de facturas y de recibos y de décimos no premiados, con el teléfono apagado, en la mágica penumbra de la tarde mientras la lluvia golpea con un soniquete antiguo e incansable los cristales, dejando que alguna música quebradiza –el «Concierto para Oboe» de Benedetto Marcello, por ejemplo– nos acaricie el alma, nos rice un recuerdo en el fondo de la memoria, nos rescate de la vorágine de imposturas en que hemos convertido la Navidad, así, desnudados de todo lo que nos impide adentrarnos por los caminos interiores de lo que somos, deberíamos salir a la búsqueda del sentido de la Navidad. Porque Navidad sí, hasta la saciedad, desde hace casi dos meses. Navidad, pero... ¿para qué?
La fingidas vacas gordas de la burbuja inmobiliaria y financiera nos hicieron creernos más ricos, más guapos, y nos adobaron cientos de cosas y obligaciones perfectamente superfluas. Ahora, al estamparnos contra el muro durísimo de la realidad, tenemos que repensar cómo vivimos, cómo nos relacionamos los unos con los otros, qué compramos. Y también qué necesitamos. La crisis, que está destrozando las ilusiones y las esperanzas de miles y miles de familias, ofrece sin embargo una oportunidad para construir un mundo más humano. Ciertamente tendría que ser un mundo hecho a imagen del silencio, la sencillez y la austeridad, como proponía Goethe. Pero sería un mundo más íntimo, en el que fuese más fácil ser personas porque la personalidad no tendría tantos aderezos ni tantas y tan innecesarias colgaduras. El cansancio social, vital, que se detecta en nuestro mundo es un cansancio por hartazgo, un cansancio de excesos, un agobio de los laberintos en los que nos han perdido, en los que nos hemos perdido. Estamos cansados de no sabernos reconocer. Y la Navidad, otra vez, un año más, nos ofrece la oportunidad de conocernos. Y de apostar por otra manera de hacer el mundo que tenemos que entregarle en herencia a nuestros hijos.
Navidad. «¿Y si ser buenos fuese mejor?», se preguntaba, en vísperas de la Nochebuena, Juan Pasquau, que pensaba que gracias al milagro de estos días todo tiene todavía remedio. Navidad, sí. ¿Para qué? Para eso precisamente: para que sepamos que tiene sentido ser buenos y querer cambiar el mundo a imagen y semejanza de una tarde sin ruidos ni postizos, poderosa en su recogimiento íntimo, en su desbordado amor a lo más luminoso de la vida, de la pura vida que se resiste a morir ahogada por la riada de la codicia y la mentira.
(IDEAL, 23 de diciembre de 2010)
1 comentario:
BRAVO! BRAVO POR TI! POR LO BIEN QUE LO CUENTAS Y POR LO BIEN QUE SE ENTIENDE....,NECESITAMOS MENSAJES NUEVO, DESDE LO PROFUNDO, PARA DESENGAÑAR A AQUELLOS QUE SIGUEN CON DESSEPERACIÓN, PENSANDO, QUE SE PUEDE VOLVER RECUPERAR EL RITMO FRENETTICO Y COMPETITIVO QUE NO LLEVA A NINGUNA PARTE.
FELIZ NAVIDAD!
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