Basta con rastrear los foros de Internet o las cartas al Director de los periódicos para percatarse de que un profundo pesimismo se está instalando en el meollo de la sociedad española. Estas expresiones subjetivas del agotamiento moral de un país desorientado, se expresan objetivamente en las encuestas que se van publicando: la mayoría de los trabajadores no piensa secundar la huelga general; un altísimo porcentaje no piensa ir a votar en las próximas elecciones; los líderes de los dos grandes partidos carecen de todo crédito y de toda credibilidad y su gestión genera nada más que desconfianza; una aplastante mayoría de ciudadanos piensa que la situación económica y política es mala o muy mala... Lo peor no es que en el momento actual sea este el ánimo generalizado en España: creo que lo peor es que en los próximos meses crecerá la sensación de frustración. Y crecerá, porque mientras nuestros socios europeos comienzan a salir de la crisis –al menos eso dicen los datos de Suecia o de Alemania– y comienzan a generar empleo, la panorámica española no tiene visos de cambiar y hay nulas esperanzas de que se genere empleo en bastantes años.
Parece que nuestro país debería ir acostumbrándose a convivir con una altísima tasa de paro y con una sustancial rebaja de su nivel de vida. Durante años, empujados por la irresponsabilidad económica de los gobiernos de Aznar y de Zapatero, hemos vivido muy por encima no ya de nuestras posibilidades sino de nuestra propia realidad. Pero esto no ha sido asumido todavía por los españoles, y será difícil que lo asuman, porque el drama del paro impide cualquier visión razonada de la situación: es difícil exigirle a alguien que teorice sobre la realidad de su país cuando necesita con urgencia dinero para comprar ropa o leche para sus hijos. Lo previsible es que se instale entre nosotros la sensación de que los gobiernos son incapaces de solucionar nuestros problemas mientras que otros países caminarán ya por la senda del crecimiento y, lo que es fundamental, de la creación de empleo. Y esa comparación con el exterior no generará un impulso regeneracionista sino que acrecentará la impresión de que somos un país fracasado, haciendo que afloren tensiones sociales.
Por desgracia la «reconversión» del país no es tarea que competa sólo a la casta política, profundamente incapaz, por otra parte. Toda la sociedad española debería –deberíamos– ser conscientes de la necesidad de repensar el conjunto del país: nuestra dinámica social, nuestra estructura económica, nuestro sistema educativo, nuestra articulación política. Porque no se trata sólo de ajustarnos a la realidad de lo que somos y de lo que tenemos, sino de encajarnos definitiva y satisfactoriamente en el conjunto de la sociedad europea, conforme a sus parámetros de producción, de trabajo y de bienestar. En un año, y según los datos del Foro Económico Mundial, España ha bajado en el ranking de productividad del puesto 33 al 42; nos superan, por supuesto, los países más avanzados –Suiza, Suecia, Francia, Estados Unidos...–, pero también otros como Puerto Rico, Polonia o Chipre. Por otra parte, se anuncian drásticos recortes en la inversión en ciencia y tecnología, y el sistema educativo español sigue estando a la cola en cuanto a la calidad de formación de los alumnos se refiere: pero los políticos son incapaces de ponerse de acuerdo siquiera en un tema tan esencial para nuestro futuro y el de nuestros hijos como éste. Los datos objetivos –tan contumazmente opuestos a la propaganda oficial– no invitan al optimismo, porque demuestran que nos alejamos de esos parámetros de funcionamiento europeo basados en la optimización de la tecnología y la investigación, en la primacía de la investigación y la educación y en la apuesta por la productividad. Todo ello sigue siendo mirado con recelo, cuando no con abierta hostilidad, entre los españoles. Ante esta situación cabe preguntarse si estamos preparados para ese reto ineludible de la reconversión. No, sinceramente no. Carecemos para ello de la formación, de la generosidad, del espíritu colectivo y de la visión de futuro necesarias.
Por desgracia, no nos condenan los políticos incapaces ni los sindicatos subvencionados ni los empresarios carroñeros: nos condenamos nosotros mismos con esta autosatisfacción por el «España es diferente» que nos aboca al círculo vicioso de la frustración, el empobrecimiento y la rabia social. Somos un país frustrado, pero vamos camino de convertirnos en una sociedad imposible.
(Publicado en IDEAL el 23 de septiembre de 2010)
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