La televisión y los personajes de algunas de nuestras novelas favoritas nos hablan del «sueño americano» y a nosotros nos han hecho creer que también es posible un «sueño español»; nos dijeron que el esfuerzo, la educación, el sacrificio de nuestras familias, nos serviría para ascender en la escala social, para mejorar, como si cada uno de nosotros llevásemos dentro al hijo de un emigrante que estudia en Harvard y termina en la Casa Blanca. Pero en España, esto, no es posible.
Un informe de los sociólogos Ildefonso Marqués y Manuel Herrera, publicado por el CIS, demuestra que el ascenso social está paralizado en España desde el final de la dictadura franquista. Aquí, el que nace niño de papá muere niño de papá y padre de niño de papá, y el que nace hijo de trabajador muere hijo de trabajador –si acaso se le permite subir un escaloncito más– y padre de hijo de trabajador hipotecado. Sin duda, la implantación de un sistema educativo que produce masivamente analfabetos tiene mucho que ver con este asunto, por lo que las clases altas –que burlan las estupideces de la LOGSE en centros educativos de elite– han podido delimitar con absoluta precisión su espacio social, sus urbanizaciones, los puestos reservados para sus cachorros, sin temor a que cohortes bien educadas de las clases inferiores pusiesen en peligro su «modus vivendi». El que el hijo de un portero de Madrid ocupe, casi milagrosamente, un puesto directivo en alguna gran empresa, es la excepción que confirma la regla.
El sistema social español es impermeable también porque la mentalidad del empresariado –la mentalidad de cualquier «jefecillo», no sólo empresarios– está más influida por modelos asiáticos que por el americano o el alemán, o no hablemos por esos modelos de civilización superior que son los países nórdicos. Aquí, los salarios altos o los incentivos al trabajo bien hecho y a la implicación del trabajador en el proyecto de la empresa, no están bien vistos; antes al contrario, se apuesta por la política del látigo, por los salarios «mileuristas», por la eterna condición de becario o precario, por las jornadas interminables, por despedir a las mujeres cuando se quedan embarazadas o cuando tienen que amamantar a sus hijos. Aquí, el lema en materia de personal es el de «esto es lo que hay y si no, a la puta calle», y ya les digo que la practican tanto los devotos empresarios votantes del PP como los progresistas concejales del PSOE. No es una cuestión de ideologías, que no existen ya: es una cuestión de carácter. Y el carácter español ha avanzado muy poco desde los tiempos de Romanones y desde aquellos señoritos del «comed República».
Desde esta concepción de las relaciones laborales –acrecentada por la reforma de ZP– es imposible abrir brechas en los espacios acotados por las clases altas. Dan igual, así, el esfuerzo, la capacidad de sacrificio o lo qué sea, y alguien, con un brillante expediente universitario, puede acabar condenado a malvivir toda su vida, devorados sus impulsos juveniles y las esperanzas de su familia por la cruda realidad de este claustrofóbico país de bufones.
¿Sueño español? No existe. Es una falacia. Los que somos padres, si de verdad somos responsables y queremos a nuestros hijos, deberíamos esforzarnos para formarlos en idiomas y tecnologías, para que en cuanto tengan la oportunidad huyan de aquí. Huir es el único sueño para los españoles del siglo XXI que no se resignen a confiar su vida al milagro de la lotería o del cupón, que son el verdadero paradigma del sueño patrio. Pobre país.
(Publicado en IDEAL el 26 de agosto de 2010)
1 comentario:
Un poco relacionando este artículo y el de la Esteban, te diré que al trabajador después de ver a la susodicha en la cima, se le van las ganas de seguir trabajando.
Pero este país es así, la gente preparada suele carecer de oportunidades.
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