Es conocido el discurso, por repetido: en Úbeda nunca pasa nada; en Úbeda todo el mudo se queja en los bares y luego nada. Nota distintiva de Úbeda: la queja sin traducción práctica. Úbeda se queja de la mala suerte que “ha tenido” con los políticos desde hace muchos años, pero no pone remedios, como no puso remedios para el destrozo que durante casi treinta años y a la vista de todos se cometió en Santa María; Úbeda mira con envidia a las ciudades y pueblos de los alrededores que defienden lo suyo —Linares, Baeza—, pero lo hace desde cierta atalaya fatalista que la mantiene con la lengua inútilmente activa y permanentemente cruzada de brazos. Otra nota distintiva de Úbeda: el conformismo, el “somos así” que todo lo justifica y que todo lo soporta. ¿Será la ausencia de sociedad civil la tercera nota que distingue a Úbeda?
Ciertamente, un mirada panorámica sobre el espectro asociativo de la ciudad podría indicar todo lo contrario y certificar la existencia de un tejido civil vívido y potente: son muchas y muy consolidadas las organizaciones de todo tipo que hay en Úbeda, desde asociaciones de vecinos hasta clubes deportivos pasando por el potentísimo núcleo asociativo compuesto por las cofradías y demás organizaciones de carácter religioso católico. Ese conjunto de asociaciones y organizaciones ¿no es síntoma de una sociedad civil ubetense musculosa y potente? A bote pronto se podría responder que sí. Y sin embargo... y sin embargo es imposible quitarse de encima la molesta sensación de que ese tejido cívico es algo reseco y acartonado muy distinto de la sociedad civil real, vivificadora, democrática. La duda es razonable: ¿cómo, si hay tantos indicios de la existencia de una sociedad civil potente en Úbeda, cómo es entonces que en Úbeda nunca pasa nada y que la sociedad se encuentra inerme frente a las tropelías del poder?
Habermas ha sido uno de los grandes teóricos y valedores del concepto de sociedad civil. Para él, la sociedad civil está formada por las asociaciones e instituciones que definen el marco de los derechos individuales y los defienden activamente, poniendo límites al poder; pero la sociedad civil también estaría definida por la propuesta activa de nuevos valores que acrecientan el patrimonio moral de la democracia, por nuevas demandas sociales y por la vigilancia que se ejerce sobre el poder para que este respeta y cumpla lo ya conquistado. La sociedad civil, así, tiene dos componentes fundamentales: la visión crítica de la realidad y el compromiso activo con la transformación y mejora de la misma. No basta, por lo tanto, con la existencia de un conglomerado más o menos amplio de asociaciones, organizaciones y entidades variopintas para presuponer la existencia de la sociedad civil: es necesario que ese conglomerado esté revestido con las togas cívicas de la crítica y del compromiso. Sólo hay sociedad civil, pues, donde hay activismo cívico y compromiso social y democrático.
La “sociedad civil ubetense” es una sociedad civil de barra de bar: o sea, que no es sociedad civil. Es otra cosa. ¿Qué cosa? Difícil ponerle nombre. Realmente no tiene nombre, porque no es más que una agregación heterogénea de intereses inconexos, contrapuestos y, en demasiadas ocasiones, puestos al servicio de los intereses del poder político. Porque esa es otra de las impresiones que se obtienen al pensar detenidamente en el tejido asociativo de Úbeda: la defensa de los intereses que le son propios a cada colectivo, sólo se ejerce con la mirada puesta en quién gobierna el Ayuntamiento, de tal modo que la defensa será activa cuando gobiernen los contrarios a cuyos intereses se sirven y desaparecerá del panorama cuando quien gobierne sea “uno de los nuestros”, por más que éste vulnere lo anteriormente conseguido. La conexión personal entre los puestos de responsabilidad de según que asociaciones y según qué partidos es tan amplia y tan evidente que explica esa sujeción de la supuesta sociedad civil a los intereses partidistas. Ciertamente es legítimo que una persona milite en un partido y a la par en una asociación de vecinos, un club de atletismo o una cofradía. Lo que ya resulta de dudosa legitimidad es que por un lado el colectivo —sea del tipo que sea— permita la compatibilidad entre los puestos de responsabilidad de la asociación y los puestos de responsabilidad política en función del partido político de que se trate, porque eso supone una perversión de la norma que la asociación dicta para personas de ideas muy plurales; y por el otro, que se utilice el puesto que se ocupa en la asociación para, con la complacencia de la mayoría, servir de correa de transmisión de los intereses partidistas.
Esta mezcolanza de intereses y este sometimiento, tácito o expreso, a los dictados e intereses del poder, es lo que impide que cuajen en el tejido asociativo de Úbeda la conciencia crítica y el compromiso cívico, que conllevan la denuncia frente al poder y la defensa de los intereses de la ciudadanía independientemente de cuál sea la distribución de asientos en el Salón de Plenos del Ayuntamiento. Evidentemente no siempre ha sido así: en los últimos años de la dictadura y durante la primera década de andadura democrática, es posible rastrear en la ciudad ejemplos admirables de compromiso y activismo cívico. Los debates en el seno de las juntas generales de muchas cofradías sobre, por ejemplo, los derechos de las mujeres dentro de las mismas; el trabajo de las asociaciones de vecinos del Barrio San Pedro o la de Los Cerros presidida por Juan Barranco; o la extraordinaria tarea cultural y realmente cívica desarrollada por la Asociación “Aznaitín”, son ejemplos de ese periodo fecundo en la historia de la sociedad civil ubetense, en el que bullía un ansia colectiva de mejora y progreso y modernización. Eso, por desgracia, ya no existe y el dirigismo político, siquiera encubierto, al que se somete el tejido asociativo de Úbeda ha acabado con el impulso inicial de que gozó la sociedad civil ubetense. Los últimos fogonazos de conciencia crítica —y por lo tanto independiente, insobornable— en Úbeda no los ha protagonizado ninguna asociación ni colectivo, sino Antonio Muñoz Molina, en la presentación de su libro “La noche de los tiempos” en diciembre de 2009 o en su recentísima conferencia a los alumnos del Instituto “San Juan de la Cruz”, en la que defendió la educación pública como instrumento esencial, imprescindible, para la construcción de la ciudadanía.
Colaborar en la construcción de la ciudadanía. ¿No es esa la tarea de la sociedad civil? ¿No es a eso a lo que ha renegado el tejido asociativo de la ciudad, ensimismado en sus provincianos intereses?
(ÚBEDA IDE@L, Núm. 8, julio de 2012)
2 comentarios:
El tema es del máximo interés, y no me resisto a añadir alguna cosa.
Por un lado, la principal premisa para la existencia de sociedad civil, es el arraigo de una ética ciudadana, que es una de las grandes deficiencias en las sociedades latinas postcatólicas. Si los ciudadanos no se toman en serio su condición de tales, y se convierten en muñecos consumidores, no vamos a ninguna parte. Si los ciudadanos no se conjuran para ejercer sus derechos y cumplir sus deberes (pagar impuestos, dar de alta a una empleada de hogar, cumplir su horario de trabajo con eficacia, ser un buen profesional, un buen vecino, un buen padre), los agujeros en la sociedad civil serán cada vez más cósmicos.
La segunda premisa, añadida a la anterior, es la participación. La participación en los asuntos públicos no ha de ser "concedida" por el poder, sino reivindicada de abajo arriba. No se trata de cuotas de asociaciones o sindicatos en ciertos organismos públicos, sino de no ser indiferente. La pena es que, EN TEORÍA, el mejor instrumento para la participación democrática habrían de ser los partidos políticos. Pero en la práctica, los partidos son precisamente, hoy día, lo que está cortocircuitando el fluido entre el poder y los ciudadanos. Esa no es una buena noticia. Es una tragedia, porque la función de participación política de los partidos no puede ser sustituida satisfactoriamente por asociaciones culturales o de vecinos, o cofradías, o ONGs.
Si un día los ciudadanos inventasen partidos abiertos y capaces de concitar esfuerzos colectivos, o si decidieran militar en cualquier partido ciudadanos que no estén dispuestos al adocenamiento y a la "suspensión de sus facultades críticas" frente a la jerarquía del partido (Hanna Arendt), entonces los partidos podrían ser constructores, y no destructores, de la sociedad civil.
La gran encrucijada llegará pronto: la gente, cada vez más descontenta, podrá caer en la tentación del populismo y los líderes salvapatrias (desde luego, sin partidos, sin iglesias ni otras mediaciones), o podrá aspirar a la virtud de la democracia. Tertium non datur.
Perdón por la extensión, y enhorabuena, otra vez, por tu reflexión.
Desde Baños de la Encina; no has hecho un análisis del tejido asociativo de Úbeda, por extensión lo has hecho de toda nuestra provincia...
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