viernes, 22 de abril de 2011

SEMANA SANTA





Hay algo irresistible, irreprimible, que nos atrae de la Semana Santa, algo que habita dentro de nosotros y a lo que nosotros no podemos darle un nombre exacto y definitivo que nos levanta y nos empuja con la fuerza de un mar en calma hacia esa playa sosegada que estos días nos ofrecen. La Semana Santa tensa dentro de nosotros un arco hecho de melancolías y de esperanzas, un arco de emociones y estremecimientos; pero sin embargo, la Semana Santa es algo más que una melancolía y una esperanza y una emoción y un estremecimiento, porque en realidad sí somos todo eso durante estos días, pero aderezado por un soplo de lo sobrenatural, por un viento antiguo hecho de muertes y de memorias. Es inútil querer determinar el nombre y el contenido exacto de la Semana Santa, intentar aprehender su esencia definitiva: estos días se elevan por sobre nosotros, nos apresan como una niebla fina y quieren reconvertirnos, rehacernos. Es suficiente con que tengamos dispuestos los sentidos y los oídos, con que tengamos esponjada el alma, para que ese aire transformador de la Semana Santa se nos cuele dentro. Y, ay, una vez que se nos coló el aire de la Semana Santa en el fondo de la carne herida de mortalidades, una vez que su sombra se hizo dueña de nuestra alma cansada, entonces es ya imposible no sentirse presa de todo lo aquí convocado.

La Semana Santa nos enclaustra en un espacio luminoso en el que nuestra infancia se hace presente a cada hora: cuando vemos los penitentes por las calles dirigirse a las casas de hermandad, cuando el incienso levanta una nube densa debajo de los naranjos florecidos, cuando se abren las puertas de las iglesias para enmarcar las imágenes dolientes de Jesús y de la Virgen. ¿Es, pues, la Semana Santa un conjuro para devolvernos al niño que siempre habita dentro de nosotros y que nos resistimos a dejar morir porque sabemos que si lo hacemos toda esperanza es vana? La Semana Santa es eso, sin duda, pero también es algo más. Es siempre algo más. Algo más intenso que los recuerdos. Algo más adentro que la carne conmovida.

Hay ciertas músicas, ciertos olores, un sabor que se pegó en el fondo del paladar, que abren dentro de nosotros una abismo al fondo del cual vislumbramos la claridad sin nombre de lo que somos. En ese momento, es fácil que nos creamos, otra vez, niños cogidos de la mano de su padre caminando por las calles de la primavera para ver salir la procesión, para atajarla por las calles empedradas. De adultos, la mano se siente apresada, agarrada, por otra fuerza misteriosa y a la par tan protectora, por una fuerza que es también como una perturbación y un interrogante: la Semana Santa nos abisma al fondo donde Dios se complace en esperar nuestra mirada. Y eso, en última instancia, es lo que realmente da sentido a la Semana Santa: que en cada uno de los elementos que la componen –y no deberíamos aderezarla con más elementos que distraigan la atención de esa almendra íntima del silencio divinal que es la Semana Santa– Dios quiere hablarnos de algún modo. Los modos de hablar de Dios son siempre extraños, muchas veces incomprensibles: unas veces pretende hablarnos con el dolor y el sufrimiento, en Semana Santa quiere hablarnos con el recuerdo, con las lágrimas que recuerdan a quienes no están, con el sabor del hornazo recién cocido.

¿Qué es la Semana Santa? Es esa palabra que lo divino nos lanza al fondo del corazón, delgada como la música de los violines, trémula como el niño que se asoma a nuestros ojos al paso de la procesión, absolutamente sincera y por ello tantas veces desapercibida, porque nos hemos hecho a imagen y semejanza de la impostura y lo que está limpio nos duele y lo rechazamos. ¿Oímos lo divino hablando en el fondo de nuestros corazones o estamos atronados de ruidos que sólo son necesarios si sirven para conducir la palabra de lo que habla sin palabras?

(IDEAL, 21 de abril de 2011)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Otro magnífico artículo, en el que con el cincel de las palabras esculpes la forma de sentimientos sin forma...

¡Cuántos nos sentimos reconocidos en esta manera de comprender la Semana Santa!

Miguel Pasquau.

Manuel Madrid Delgado dijo...

Hablar de la Semana Santa no es fácil, si se quiere huir del discurso de "qué bonita es mi procesión", pero a veces es suficiente con rebuscar en el fondo de "nuestra carne herida de insinuaciones atávicas" que dijo tu padre, y allí están las palabras que necesitamos para expresar lo que sentimos.
Por cierto, este año te has mudado de sitio en San Millán y te vi a lo lejos, y luego, corriendo por la cuesta te perdí la pista, no como a tu hermano Curro, que era una liebre el gachón...
Saludos.

Anónimo dijo...

Sinceramente
a estas alturas de la "película" lo único que me resulta
interesante de la Semana Santa, son las torrijas y la sangría. (eso si con moderación, como casi todo.)

Jesús Heredia dijo...

Hola Manuel.

Por casualidad descubrí su blog y le busqué en facebook, aunque supongo que preferirá que le escriba por aquí.

Me encantan sus reflexiones sobre la Semana Santa, por fin un blog que va más allá del debate estéril acerca del costalero y el tambor, ya me entiende.

Le comento: Yo soy de Écija, un pueblo de Sevilla y estoy totalmente de acuerdo con ud. en la reflexión que he visto en otros artículos, acerca de que es una pena la "uniformización" de la SS andaluza.

En parte lo achaca al papel de Canal Sur como medio difusor del modelo sevillano pero ¿no cree que hay otros factores? Por ejemplo, la mayoría de artesanos (imagineros, tallistas, orfebres, etc.) están en Sevilla, y de ahí exportan sus modelos no solo al resto de Andalucía, sino hasta de España, donde no emite Canal Sur. Y por otro lado ¿no tendrán algo de responsabilidad los cofrades que renuncian a su tradición autóctona en pro de adoptar el modelo estético sevillano?

Siento la longitud del comentario pero es un tema que me apasiona.

Enhorabuena, un saludo.

Jesús Heredia.