miércoles, 28 de abril de 2010

ESPAÑA ENFERMA



Pasma la actualidad de algunos textos regeneracionistas y asusta que hoy, más de cien años después, muchas de las apreciaciones y valoraciones de Joaquín Costa parezca que se publicaron en el periódico de ayer: la “postergación sistemática” de los mejores, el gobierno y dirección por parte de los peores, el hecho de que las clases dirigentes (políticos de todos los colores, banqueros, empresarios, jueces...) no estén atentos “más que a su provecho y su vanagloria”. ¿Tan poco hemos avanzado en este siglo de revoluciones, guerras, dictaduras y transiciones para que en abril de 2010 sigan siendo necesarios el “fomento intensivo de la enseñanza y la educación”, la expansión del bienestar material de unos ciudadanos sacudidos por la crisis que provocaron los poderosos, la potenciación del papel de los municipios y la independencia del poder judicial? El mal es profundo: ¿no parece que vivimos a lomos de una metástasis oculta y silenciosa que va minando todas las fuerzas e ilusiones de la sociedad española? La situación, asombra: ¿no reconoce la Constitución de 1978 el derecho a la educación, la independencia del poder judicial o el papel de los ayuntamientos?; ¿no habla la Constitución del sentido social de la economía?, ¿no apuesta por la educación?... ¿Qué ocurre, pues, para que hoy todo esto nos parezca tan lejano, tan irreal, o para que veamos como esos predicados constitucionales son demolidos cotidianamente por la piqueta de la política?

Ocurre, claro, que “España es una deformación grotesca de la civilización europea”. Y así, la descentralización del Estado acaba aquí convertida en chirigota autonómica y estrangulamiento de los ayuntamientos; y la independencia del poder judicial se traduce en pasteleo de los sillones del Tribunal Constitucional o del Consejo General del Poder Judicial, y los tribunales son no más que una meada que lentamente –sobre todo lentamente– cae sobre los ciudadanos, cansados de tanta arbitrariedad y tan poca seriedad; y la escuela se ha convertido en una fábrica masiva de analfabetos e ignorantes, por haber echo de ella un campo de batalla entre los defensores de las cruces y los amparadores de vagos y maleantes; y el bienestar era una ficción de cartón piedra que va ardiendo en la noche de fallas de la crisis; y los sindicatos de clase –¡cómo deben removerse en sus tumbas los viejos sindicalistas!– son un coro que aplaude las agresiones que padecen los trabajadores y sus derechos siempre y cuando las realice un partido “de izquierdas”; y los políticos han devenido en casta entrópica, en elite inversa y parasitaria, en célula cancerígena que corroe el cuerpo vivo de España. A la nueva oligarquía parida por las carencias democráticas de la Transición y que se ha venido amamantando y reproduciendo –como un murciélago de noches sin luna– en las grietas del sistema, le conviene ese cuerpo social enfermo, átono, agonizante. Para que no haya fuerza alguna que diga que el partidismo que pudre todo lo que toca ha machacado las instituciones y está laminando el futuro de nuestros hijos. Después del espectáculo del Constitucional, por ejemplo, ¿qué esperanza cabe en España? ¿Qué España voy a dejarle a mi hijo?...

¿No podemos inventar una rebelión civil de los cansados para decir “basta”?

(Publicado en IDEAL el día 23 de abril de 2010)

1 comentario:

Ganapanazgo de Úbeda dijo...

No sé que España va usted a dejar a su hijo. Cuando ya no quedan esperanzas colectivas debemos sostener las personales, familiares, íntimas. Yo me sentiría satisfecho si pudiera dejar a mis hijos la idea de que sus padres se desenvolvieron bajo ideales de rectitud, de trabajo, de compresión, de esfuerzo y de cariño. Esta es la mi única esperanza, nuestra única esperanza.
Por cierto ¿Cuántos de sus compañeros en el Ayuntamiento pueden mirar a sus hijos a los ojos mientras les dicen que trabajo y esfuerzo personal son la mejor fórmula para desenvolverse en la vida?