Hace falta remontarse al 1 de agosto de 1936 para encontrar una mancha como la que desde hoy colgará en la Bandera Olímpica con el beneplácito del Comité Olímpico Internacional. Porque finalmente de nada han servido las protestas de decenas de organizaciones de defensa de los derechos humanos en todo el mundo: los Juegos de 2008, los XXIX de la Era Moderna, quedarán para siempre sucios por haberse celebrado al amparo de la más terrible dictadura que asola al mundo de hoy.
En 1936 la llama olímpica –símbolo de la paz y la unidad entre los pueblos– fue recibida en Berlín entre un mar de banderas gamadas, las mismas que luego presidirían los campos de exterminio. Hoy será recibida en Pekín por la bandera criminal de los comunistas, la misma que ondeó sobre los millones de cadáveres de la revolución de Mao.
En 1936 nadie escuchó a los que decían que no podían celebrarse los Juegos Olímpicos en un régimen que exaltaba la brutalidad y el asesinato como instrumentos políticos, llegando incluso a afirmar Avery Brundage (a la sazón Presidente del Comité Olímpico de los EE.UU.) que el deporte tenía que mantenerse alejado de las “relaciones” entre nazis y judíos, convirtiendo así al movimiento olímpico en cómplice moral de los crímenes nazis. Hoy, tampoco nadie ha escuchado las voces dignas y el Tibet y los millones de chinos sojuzgados, torturados y asesinados no han impedido que se celebren en Pekín estos juegos de la infamia.
En 1936 tan sólo la República Española se negó a participar en aquellos juegos, para no ser cómplice del terror nazi, y organizó unos juegos paralelos en Barcelona que fueron barridos por el estallido de la guerra civil. Hoy todos los países “civilizados” desfilarán ante los jerarcas del Partido Comunista Chino y no sabemos si, tal y como ocurriera hace setenta y dos años cuando los deportistas saludaban a Hitler con el saludo nazi, los deportistas rendirán vil pleitesía a los criminales.
En 1936 sólo las cuatro medallas de oro de Jesse Owens pudieron demostrar que –pese a que los políticos no dudan en humillar las democracias ante las tiranías cuando conviene a sus intereses– existe honradez en el deporte: el enfado de Hitler y la negativa a imponer las medallas a un negro quedarán en la historia de las Olimpiadas como uno de los más altos ejemplos de la dignidad humana en medio de la bajeza moral y del crimen. Hoy, le han prohibido a los deportistas que hablen de política, que hablen de derechos humanos, que hablen del Tibet, que critiquen los horrores del sistema chino y no sabemos si alguno, por pura coherencia con el espíritu olímpico, se saltará esta prohibición y hará que brille el fuego de la libertad de conciencia entre las banderas ensangrentadas del comunismo chino y contra el retrato de Mao.
En 1936 los Juegos Olímpicos enseñaron al mundo un rostro falso, maquillado, del nazismo. Hoy los Juegos Olímpicos hacen lo mismo con respecto al comunismo. Porque detrás del esplendor de la Villa Olímpica, detrás de las medallas y los honores, detrás de las sonrisas y de la modernidad, sigue viva y destilando odio la dictadura más implacable del mundo. Incluso aquellos que no gustamos mucho de los deportes habíamos admirado siempre ese gesto de hermandad entre los hombres que suponen los Juegos Olímpicos: lástima que hoy los hayan ensuciado para tantos años.
Pese a ello, cuando vibren las notas del Himno Olímpico elevando su plenitud de fraternidad, seguiremos pensando que también un día será derrotada esta dictadura.
En 1936 la llama olímpica –símbolo de la paz y la unidad entre los pueblos– fue recibida en Berlín entre un mar de banderas gamadas, las mismas que luego presidirían los campos de exterminio. Hoy será recibida en Pekín por la bandera criminal de los comunistas, la misma que ondeó sobre los millones de cadáveres de la revolución de Mao.
En 1936 nadie escuchó a los que decían que no podían celebrarse los Juegos Olímpicos en un régimen que exaltaba la brutalidad y el asesinato como instrumentos políticos, llegando incluso a afirmar Avery Brundage (a la sazón Presidente del Comité Olímpico de los EE.UU.) que el deporte tenía que mantenerse alejado de las “relaciones” entre nazis y judíos, convirtiendo así al movimiento olímpico en cómplice moral de los crímenes nazis. Hoy, tampoco nadie ha escuchado las voces dignas y el Tibet y los millones de chinos sojuzgados, torturados y asesinados no han impedido que se celebren en Pekín estos juegos de la infamia.
En 1936 tan sólo la República Española se negó a participar en aquellos juegos, para no ser cómplice del terror nazi, y organizó unos juegos paralelos en Barcelona que fueron barridos por el estallido de la guerra civil. Hoy todos los países “civilizados” desfilarán ante los jerarcas del Partido Comunista Chino y no sabemos si, tal y como ocurriera hace setenta y dos años cuando los deportistas saludaban a Hitler con el saludo nazi, los deportistas rendirán vil pleitesía a los criminales.
En 1936 sólo las cuatro medallas de oro de Jesse Owens pudieron demostrar que –pese a que los políticos no dudan en humillar las democracias ante las tiranías cuando conviene a sus intereses– existe honradez en el deporte: el enfado de Hitler y la negativa a imponer las medallas a un negro quedarán en la historia de las Olimpiadas como uno de los más altos ejemplos de la dignidad humana en medio de la bajeza moral y del crimen. Hoy, le han prohibido a los deportistas que hablen de política, que hablen de derechos humanos, que hablen del Tibet, que critiquen los horrores del sistema chino y no sabemos si alguno, por pura coherencia con el espíritu olímpico, se saltará esta prohibición y hará que brille el fuego de la libertad de conciencia entre las banderas ensangrentadas del comunismo chino y contra el retrato de Mao.
En 1936 los Juegos Olímpicos enseñaron al mundo un rostro falso, maquillado, del nazismo. Hoy los Juegos Olímpicos hacen lo mismo con respecto al comunismo. Porque detrás del esplendor de la Villa Olímpica, detrás de las medallas y los honores, detrás de las sonrisas y de la modernidad, sigue viva y destilando odio la dictadura más implacable del mundo. Incluso aquellos que no gustamos mucho de los deportes habíamos admirado siempre ese gesto de hermandad entre los hombres que suponen los Juegos Olímpicos: lástima que hoy los hayan ensuciado para tantos años.
Pese a ello, cuando vibren las notas del Himno Olímpico elevando su plenitud de fraternidad, seguiremos pensando que también un día será derrotada esta dictadura.
6 comentarios:
Amigo Manolo: Estoy de acuerdo con casi todo lo que expresas en este artículo, sobre todo con la indignación que se desprende del mismo; pero no coincido contigo en el tono anticomunista que rezuma por todos lados, como si el sistema comunista fuera precisamente el origen de las muertes, las torturas y la ausencia de libertad en la China de hoy. La filosofía y la esencia comunista no es precisamente lo que se practica en el ese país asiático; sencillamente existe una férrea dictadura -que, recordemos, puede ser de derechas o de izquierdas- que tiene maniatada y aterrorizada a la población. Recordemos, también, los regímenes impuestos por Franco, Hitler, Mussolini, la mayoría de paises sudamericanos, las guerras que provocan y mantienen los yankis, con los millones de muertos que han causado, regímenes nada sospechosos de ser comunistas. Por eso, te digo , que una cosa no tiene que ver con la otra, los dictadores actúan por sí mismos y -como dice hoy un columnista- la base de su régimen es el terror, la propaganda y el culto a la personalidad, y esos tres factores coinciden en tan detestables regímenes. Un saludo.
Querido Diego. Es que resulta que el sistema comunista es el origen de la falta de libertades que hay en China. Una cosa es el proyecto de emancipación social que puede haber detrás del pensamiento de ciertos autores comunistas, y otra muy distinta la realidad de los regímenes comunistas. Mientras que en el capitalismo se han podido conjugar sistemas liberales y democráticos con sistemas totalitarios (el nazismo) o dictatoriales (franquismo, pinochetismo, fascismo), el comunismo se ha traducido invariablemente y desde el inicio del periodo leninista en regímentes totalitarios. El comunismo tiene vocación de abarcar todas las esferas de la vida humana, y en eso está el germen del horror causado por Lenin, Stalin, la represión de la primavera de Praga, Mao, Castro o Pol Pot. No olvidemos que el propio PCE no lucha en la guerra civil, se diga ahora lo que se diga, por ningún tipo de democracia ni por la República ni por nada: lucha por hacer la revolución, con la siniestra carga de horror que las revoluciones comunistas han tenido en lugares como Rusia, China o Camboya. Todo este descubrimiento del horror intrínseco al comunismo ya está en Camus, que por eso es despreciado por Sartre y todos los intelectuales que defendían el sistema soviético.
Eso, por supuesto, no invalida los ejemplos heróicos de comunistas de buena fe que en muchos lugares, en situaciones difíciles y creyendo de corazón que el comunismo era liberación, han dado su vida por sus ideas. Pero en el fondo, y frente a la realidad cruel de los partidos comunistas y de sus dirigentes, esos militantes han resultado ser unos ingenuos.
Saludos.
Recuerden por favor que el Tibet, como tal no es precisamente una democracia.
No es precisamente una democracia ni nada, es un país ocupado y desangrado por China. Una vez que se independice ya se podrá criticar si las autoridades tibetanas respetan los derechos democráticos y humanos.
Oiga, ¿y en Barcelona estaba incluida, como disciplina olímpica, la violación de monjas?.
Oiga, ¿qué me pregunta? ¿Está usted bien de la cabeza?
Saludos y prozac.
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