Desde antiguo se ha celebrado en Úbeda la Fiesta del Nombre de Jesús. Ya el 27 de diciembre de 1578 se reúnen los hermanos del Dulce Nombre y acuerdan celebrar la Fiesta según costumbre: llevó el Prioste una carga de arrayán y se procesionó al Niño solemnemente. Ahora, no se perfuman las calles, no se saca en procesión al Niño Jesús: pero la cofradía nazarena sigue celebrando su Fiesta el II Domingo después de Reyes. El domingo, pues, Úbeda tiene una cita con su yo más antiguo y preciado. Por eso, desde temprano, las calles serán un río de gente apresurada: irán las abuelitas con recuerdos de otros eneros, los niños y los jóvenes con su primavera en la sangre pese al invierno, los adultos con la melancolía que ponen en el corazón las lágrimas violetas de sus abuelos. Jesús Nazareno convoca una la tradición límpida, sin aditamentos ni posturas exageradas: es la costumbre serena y emocionada –como el río morado del amanecer de Viernes Santo–, sencilla como el alma que llora.
La Fiesta de Jesús es también necesaria para pensar a Dios, que no está de moda. No es que no estén de moda los curas o las misas o reflexionar sobre lo religioso, que también: es Dios el que ha sido desterrado de la actualidad de nuestro pensamiento. Y sin embargo, el hombre tiene que acercarse a la realidad de Dios: como una necesidad, como un problema... como una agonía. Sea cómo sea, el horizonte de lo divino es ineludible y quien pretenda vivir sin plantearse su relación con Dios –para aceptarlo o negarlo, para buscarlo entre la niebla– está viviendo en una ceguera. En última instancia Dios es un telón de fondo si no para nuestra vida sí para nuestra muerte: la indiferencia absoluta con que hoy se vive con respecto a Dios –con respecto al problema de Dios– no es síntoma de madurez de nuestra sociedad, sino manifestación de abandono. Nos hemos instalado en la comodidad estúpida de pensar que podemos pasar sin Dios: como si el camino de la existencia no acabara en el precipicio de la muerte, esa oscuridad en la que tendremos que buscar los ojos de lo divino, para verlos encendidos o para encontrarlos apagados si Dios no es. Vivir la vida en todas sus potencias es reflexionar cotidianamente sobre el tiempo que pasa, sobre la muerte que acecha y espera: y no caben atajos.
El domingo, las tradiciones de la cofradía de Jesús Nazareno nos ofrecerán no atajos sino remansos para el alma cansada... ¿Cuántas generaciones de ubetenses han dejado sus angustias y sus alegrías y sus tristezas delante de Jesús? ¿Cuántas almas se han consolado cuando el “Miserere” de don Victoriano eleva sus notas temblorosas?... La tradición no da respuesta a los vacíos de nuestra existencia, pero amarra una seguridad en el corazón. Porque en ella se atan las emociones de las generaciones que pasan, esa certeza de que nos darán tierra abrazados con la túnica morada de los Viernes Santos de nuestra vida, de que habrá otros eneros y otros ubetenses para celebrar la Fiesta de Jesús.
(Publicado en Diario IDEAL el 17 de enero de 2008)
La Fiesta de Jesús es también necesaria para pensar a Dios, que no está de moda. No es que no estén de moda los curas o las misas o reflexionar sobre lo religioso, que también: es Dios el que ha sido desterrado de la actualidad de nuestro pensamiento. Y sin embargo, el hombre tiene que acercarse a la realidad de Dios: como una necesidad, como un problema... como una agonía. Sea cómo sea, el horizonte de lo divino es ineludible y quien pretenda vivir sin plantearse su relación con Dios –para aceptarlo o negarlo, para buscarlo entre la niebla– está viviendo en una ceguera. En última instancia Dios es un telón de fondo si no para nuestra vida sí para nuestra muerte: la indiferencia absoluta con que hoy se vive con respecto a Dios –con respecto al problema de Dios– no es síntoma de madurez de nuestra sociedad, sino manifestación de abandono. Nos hemos instalado en la comodidad estúpida de pensar que podemos pasar sin Dios: como si el camino de la existencia no acabara en el precipicio de la muerte, esa oscuridad en la que tendremos que buscar los ojos de lo divino, para verlos encendidos o para encontrarlos apagados si Dios no es. Vivir la vida en todas sus potencias es reflexionar cotidianamente sobre el tiempo que pasa, sobre la muerte que acecha y espera: y no caben atajos.
El domingo, las tradiciones de la cofradía de Jesús Nazareno nos ofrecerán no atajos sino remansos para el alma cansada... ¿Cuántas generaciones de ubetenses han dejado sus angustias y sus alegrías y sus tristezas delante de Jesús? ¿Cuántas almas se han consolado cuando el “Miserere” de don Victoriano eleva sus notas temblorosas?... La tradición no da respuesta a los vacíos de nuestra existencia, pero amarra una seguridad en el corazón. Porque en ella se atan las emociones de las generaciones que pasan, esa certeza de que nos darán tierra abrazados con la túnica morada de los Viernes Santos de nuestra vida, de que habrá otros eneros y otros ubetenses para celebrar la Fiesta de Jesús.
(Publicado en Diario IDEAL el 17 de enero de 2008)
1 comentario:
Que suerte la de la cofradía de Jesús de contar contigo para que escribas estas cosas a nivel provincial. Muy bonito. A ver si te haces de la Columna y nos escribes cosas parecidas, que eres de San Isidoro de toda la vida.
Un amigo columnero.
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