I. El
sábado por la noche las hordas que horas antes habían respondido al llamamiento
de las mezquitas y se habían echado a la calle a parar el golpe contra Erdogan
patrullaron las calles de la vieja Constantinopla armadas con palos: su
objetivo era golpear a todos los que estaban en las terrazas bebiendo
alcohol. La experiencia no era nueva: a
mediados de junio, un grupo islamista había irrumpido en un local en el que un
grupo de seguidores de Radiohead iba a celebrar una fiesta y golpeó a los
asistentes con bates y botellas por “beber alcohol durante el Ramadán”. La
única diferencia entre lo sucedido el 18 de junio y lo sucedido el 17 de julio
es que entonces los islamistas contaron con el rechazo de toda la parte sana de
la sociedad turca y ahora, esa parte del país que aspira a continuar viviendo
en los valores de la República laica, se encuentra amedrentada cuando no francamente amenazada.
II. El
simplismo con el que hemos analizado lo sucedido en Turquía puede
hacer que nos preguntemos de qué tienen miedo los turcos que creen en las
libertades públicas o en los derechos fundamentales, si los militares golpistas
han fracasado en su intentona. Aquí estamos acostumbrados a trazar con pasmosa
facilidad las líneas que dividen lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro. Y,
sin embargo, Turquía, para pasmo de nuestro doctrinarismo, vive en una
pantanosa zona gris. Una zona que cada vez se va pareciendo más al retrato de
nuestro propio futuro: ¿lo que está sucediendo en Turquía no debería enseñarnos
a pensar un futuro en el que la
democracia puede comenzar a ser algo muy distinto del régimen de libertades y
de derechos? La democracia es un mecanismo para elegir gobernantes mediante una
mera agregación de votos individuales. Y lo que podemos denominar “metademocracia”
es un sistema que incluye el respeto a las minorías, la separación de la religión
y el estado, un régimen de garantías de las libertades individuales, etcétera. Y
esos dos conceptos son los que están en conflicto en Turquía y los que, muy
pronto, pueden entrar en conflicto en toda Europa.
III. Técnicamente
“democracia” es gobierno del pueblo. En términos prácticos se traduce en
elecciones libres en el que la población elige a sus representantes. Una
mayoría de turcos votó a Erdogan, un puñado mayor de británicos decantó a Gran
Bretaña por la pendiente del fracaso colectivo, millones de austriacos pueden
aupar a un fascista a la Presidencia de su país este otoño y por las mismas
fechas los estadounidenses pueden entregar su nación a Donald Trump y los
franceses pueden darle la República Francesa a Le Pen el año que viene. Si estas
cosas nos chirrían es porque hemos convertido la palabra “democracia” en un tótem
reverencial y, sin criterio, identificamos elecciones democráticas con
excelencia moral, pese a los muchos ejemplos que nos demuestran que el hecho de
que millones de votos concurran en una misma dirección (ora la dirección de la
estupidez, ora la de la maldad) no significa que esa dirección sea la mejor
moralmente: significa, simplemente, que es la dirección que han elegido más
personas. Dados los ropajes sacros con que hemos revestido el cuerpo de la
democracia (y considerando el talibanismo que impregna la vida pública
española) atreverse a decir que en muchas ocasiones el electorado “se equivoca”
y que el emperador está desnudo implica que la guardia pretoriana de las
esencias democráticas te tatúe con el calificativo de “fascista”. Así que no
pondremos aquí en duda la virtud suprema del sabio pueblo transfigurado en
cuerpo electoral.
IV. Erdogan
es un gobernante democráticamente elegido: millones de votos de islamistas lo
auparon al poder. A mí, particularmente, un islamista me provoca el mismo
escalofrío ético y político que los justificadores de monseñor Cañizares y creo
que ambos son igual de dañinos para la salud de un Estado democrático. Pero la
democracia no pondera el peso del voto en función de que los partidos sean más
o menos respetuosos con la “metademocracia”: un voto a favor del partido de
Erdogan o del Frente Nacional Francés vale lo mismo que un voto a favor de un
partido socialdemócrata o de la derecha liberal. Erdogan es un gobernante democráticamente
elegido por más que sus ideas busquen, esencialmente, arriar los altos valores
de la “metademocracia” en cuya dirección Ataturk orientó la proa de la
República .
V. La
democracia también es un sistema que tiene reglas ad futurum: el gobernante elegido por las urnas no puede viciar las
reglas que permiten que su mayoría actual pueda terminar convertida en minoría
en unas próximas elecciones. Y en nuestro pathos ético se exige que el
gobernante democrático respete el espacio de la “metademocracia”. Y en estos
dos sentidos calificar a Erdogan como “gobernante democrático” es ya mucho más
problemático. Su leyes de marcada inspiración religiosa y limitadoras de
derechos civiles, sus persecuciones de opositores o de periodistas libres, son
buen ejemplo del dudoso talante democrático del islamista Erdogan. Pero es que,
al fin y al cabo, el islamismo es una forma contemporánea de totalitarismo y,
como todas las ideologías totalitarias, a lo que aspira es a infiltrar su
ideología en todas las instituciones, haciendo saltar los resortes del Estado
de Derecho hasta que éste queda convertido en pura apariencia, en mera fachada
decorativa sin contenido alguno. Y esto se acentúa cuando el pensamiento
totalitario se funda en la idea religiosa porque, al fin y al cabo, para la
religión toda la verdad lo es por proceder de Dios y por lo tanto es algo
indiscutible y no sujeto al debate público sin el cual no hay verdadera
democracia: la ley no puede permitir el consumo de alcohol durante el Ramadán
porque es el mismísimo Dios el que lo prohíbe.
VI. Muchos
líderes occidentales han puesto a Erdogan como ejemplo de la compatibilidad
entre islamismo y democracia. No han hecho sino vendar los ojos de las
sociedades europeas, que no han apreciado la dimensión de la infiltración que
el islamismo ha realizado en las instituciones democráticas y en el aparato del
Estado turco, socavando los cimientos de la República fundada por Ataturk que,
él sí, entendió claramente que sólo podría avanzarse hacia la democracia y la “metademocracia”
recluyendo, de manera radical si fuese necesario, las cosas de la religión al
ámbito de lo privado.
VII. El
viernes por la noche los medios de comunicación y los líderes occidentales
decretaron el estado de alegría por el fracaso del golpe militar contra un
gobernante democráticamente elegido como es Erdogan, mientras los clérigos
musulmanes encaramados a los alminares llamaban a las masas a echarse a la
calle. Nos dijeron que las cosas en Turquía son o blancas o negras y que a Erdogan
le tocaba ser lo blanco y a los militares golpistas lo negro. Y sin embargo, a
estas horas la contradicción turca lo rebasa todo como un poderoso tsunami: miles
de detenidos en una purga sin precedentes en la administración y el ejército
turcos contra todos aquellos que duden de las virtudes del islamismo, o la
propuesta de reinstauración de la pena de muerte dan buen ejemplo de la
democracia que ha triunfado sobre el golpe militar. Pero sobre todo, lo más
ilustrativo de eso que Europa se ha lanzado a apoyar sin titubeos, sean esas
masas victoriosas sobre los golpistas que llenan las plazas de Turquía no dando
vivas a la libertad o a la democracia sino gritando “¡Dios es grande!”. Son,
posiblemente las mismas turbas que apalean a quienes beben alcohol. Y el gran
símbolo de la victoria de Erdogan es ese joven que golpea con una correa a los
soldados detenidos ante la pasividad de la policía que debería garantizar sus
derechos: es la imagen viva del islamismo triunfante sobre el sistema de garantías
de la verdadera democracia.
VIII. Puede
que el precio a pagar por la victoria de la democracia en Turquía sean todos
los derechos y todas las libertades que tan trabajosamente, con tantas vueltas
atrás, con tantas contradicciones, ha ido hilvanando la República de Mustafá
Kemal Ataturk. Desde el viernes por la noche me acuerdo de Camus que, increpado
en Oslo por un joven que le reprochaba no ponerse de parte de la justicia (y la
justicia era la independencia de Argelia, aun al precio de las bombas y la
tortura), respondió que si la justicia eran las bombas que se ponían en los
tranvías en los que podía viajar su madre él se quedaba con su madre. Pensaba
también en los muchos turcos, y sobre todo muchas turcas, que han vivido
durante años en una plenitud de libertades civiles y sociales desconocidas en
el resto de países de mayoría musulmana (con la excepción de Túnez, donde, por
cierto, también el ejército se encargó de dejar claro que no toleraría una
victoria islamista) y en ese sentimiento suyo de que entre una democracia
fundada en la grandeza de Dios y unos derechos tutelados por los militares
quizá hubieran preferido la segunda opción. Esa que nosotros desechamos sin
interrogantes, con la absoluta certeza de nuestra arrogancia, sabiendo que
nuestras mujeres tienen garantizados sus derechos y que nadie va a apalearnos
por echarnos una cerveza en una terraza de verano.
IX. Urge,
en estos días, volver a esa maravillosa fábula sobre el presente de Turquía que
es Nieve, la novela imprescindible de Pamuk. Y allí veremos que todo es gris y
que vivimos en la contradicción.
X. Urgiría, también, conocer lo que nunca conoceremos: la responsabilidad de la Unión Europea, de la OTAN y de los Estados Unidos en preparar un golpe condenado a fracasar y del que el gran beneficiado es el "amigo" Erdogan. ¿Quién preparó el golpe contra Erdogan que, al fracasar, ha permito a Erdogan dar un golpe de Estado definitivo contra la República de Ataturk? ¿Quién diseñó la estrategia (las listas de cientos de jueces, policías, militares y funcionarios depurados en cuestión de horas por no comulgar con la deriva islámica de Turquía) para aupar a Erdogan a un poder incontestable, desde el que pueda manejar mucho mejor negocios como la compra de refugiados que le hizo a Bruselas así como el que compra esclavos?
X. Urgiría, también, conocer lo que nunca conoceremos: la responsabilidad de la Unión Europea, de la OTAN y de los Estados Unidos en preparar un golpe condenado a fracasar y del que el gran beneficiado es el "amigo" Erdogan. ¿Quién preparó el golpe contra Erdogan que, al fracasar, ha permito a Erdogan dar un golpe de Estado definitivo contra la República de Ataturk? ¿Quién diseñó la estrategia (las listas de cientos de jueces, policías, militares y funcionarios depurados en cuestión de horas por no comulgar con la deriva islámica de Turquía) para aupar a Erdogan a un poder incontestable, desde el que pueda manejar mucho mejor negocios como la compra de refugiados que le hizo a Bruselas así como el que compra esclavos?