domingo, 30 de septiembre de 2012

TRISTEZA CIVIL










“Nunca en mi vida adulta he sentido una tristeza civil tan grande como la que siento ahora.” Lo escribía ayer en su blog Antonio Muñoz Molina, y creo que sintetiza a la perfección el sentimiento de desolación, hastío, desesperanza, indignación y rabia que sentíamos millones de españoles contemplando la batalla campal que la policía había provocado en Madrid. Una violencia sin medida que se desparramó por el corazón de la capital de España como una ola gigante que arrastraba la poca confianza que todavía se podía tener en las instituciones. Las fotografías y los vídeos son demoledores: policías infiltrados portando banderas rojas y protegidos por escudos que en un determinado momento rompen el ambiente pacífico de la concentración cívica y provocan los incidentes; golpes a ciudadanos que no ofrecen resistencia; jóvenes apaleados en el suelo de forma salvaje por cinco, seis o más policías; personas sentadas en los escalones o en las aceras chorreando sangre; ancianos arrastrados como viles delincuentes por los policías; la ira de la masa arrancando adoquines para lanzarla contra la fuerza bruta que los ataca y que llegado un momento invade los andenes de Atocha y dispara y golpea a los que esperaban a los trenes, mientras intentan acallar a los periodistas que fotografían y graban. Es como si la policía no tuviera órdenes de proteger el Congreso de unos manifestantes que, con o sin argumentos sólidos detrás, expresaban ese desasosiego social que se está apoderando de España y que no aventura nada bueno: es como si las órdenes de la policía fuesen ensañarse contra cualquier ciudadano que se cruzara en su camino. ¿Qué pretenden con ello? ¿Convencer a una sociedad a punto de estallar de que tienen la suficiente fuerza bruta como para contener la rabia que asciende como una marea? La fuerza bruta está siendo controlada porque en las calles hay un puñado de miles: pero cuando esos pocos miles se conviertan en decenas, en cientos de miles que rodeen los parlamentos, los ministerios, las delegaciones, los ayuntamientos, ¿qué harán entonces?, ¿cómo frenarán esa sed de revancha que están provocando en la gente?, ¿sacarán los tanques a la calle?

Esta dinámica es insostenible. Un país no puede vivir condenando a sus ciudadanos a que vivan en la miseria y a ver en silencio como se esfuman sus derechos y los derechos de sus hijos. Un país no puede vivir reprimiendo a palo limpio, como en el franquismo, la legítima protesta de los ciudadanos contra unas políticas que arrasan sus vidas, y contra unos políticos que han hecho de las Cortes Generales no la caja de resonancia de la voz doliente de las calles de España sino un búnker de privilegios para una casta privilegiada. Un país que se desangra no puede vivir apresado por el encantamiento nacionalista, también del españolista Rajoy que en las Naciones Unidas sacaba a relucir el tema de Gibraltar, que en realidad no le importa a casi nadie. ¿Es que no se dan cuenta de lo que pasa en las calles, es que no son conscientes del sufrimiento de millones de españoles? ¿Es que ni aún viendo en las páginas de The New York Times las fotografías desoladoras de la realidad española son capaces de despertar de su ensoñación? ¿Qué es lo que pretenden, llegar a un punto de no retorno en el que a los ciudadanos no les quede más salida que la violencia para expresar su hartazgo?

No sé si ustedes han jugado alguna vez a esa torre en la que se van quitando fichas que se montan más arriba: la torre, a la par que crece, se hace más inestable, hasta que llega el momento crítico en el que se saca una ficha y todo se viene abajo. Nunca se sabe que ficha va a provocar el colapso. Así estamos: no sabemos qué es lo que va a provocar lo que queda por venir. Ni siquiera sabemos qué es lo que va a suceder. Alguien a quien quiero mucho me dice mientras escribo que “lo que pueda pasar, ya está pasando, el futuro es negro, pero al menos hemos de intentar frenar esto”. Yo, sólo siento miedo y tristeza.

(IDEAL, 27 de septiembre de 2012)

jueves, 27 de septiembre de 2012

¿HORIZONTE?

Históricamente el mes de septiembre ha sido en Úbeda un mes de tránsito: septiembre es el mes de la vuelta de las vacaciones, el mes en que regresan a sus hogares los ubetenses que un día tuvieron que emigrar y que aprovechan el verano y la Semana Santa para pasar unos días en Úbeda, septiembre es el mes de la marcha de la Virgen de Guadalupe al Santuario del Gavellar y el mes del inicio del curso escolar. En realidad, pasan muchas cosas en septiembre y sin embargo, para Úbeda septiembre es un mes entre paréntesis. Con la vista puesta en la Feria de San Miguel –que desde siempre ha servido para cerrar un tiempo y abrir otro– la ciudad va recuperando el pulso de la normalidad, de lo cotidiano, el lento discurrir de la vida con su ritmo mortecino del que sólo caben esperar magras aspiraciones: septiembre despereza a Úbeda de la modorra veraniega y la enfrenta a la cruda realidad. Será cuando se consumen los fuegos artificiales de la noche del 4 de octubre, cuando Úbeda comenzará a discurrir plenamente por el aburrido calendario de lo netamente normal y cotidiano. Septiembre, ya digo, es un mes de tránsito. Siempre ha sido así: desde muy antiguo Úbeda se ha dedicado en septiembre ha acumular fuerzas, a almacenar provisiones de ánimo, a allegar víveres de vida colectiva para afrontar los nuevos meses con sus retos. Ese era el sentido histórico de la Feria de San Miguel: elegir a los responsables del Ayuntamiento que se encargarían de “organizar” la vida colectiva de la ciudad; la Feria era una acumulación de provisiones cívicas, colectivas, un llenar de grano ético el granero de la convivencia.

Septiembre es un mes frontera: septiembre perfila el horizonte de Úbeda. Eso convierte a septiembre, también, en un mes interrogante, en un mes que nos pregunta, que nos coge por las solapas para ver si sabemos o queremos decirle qué ciudad queremos cuajar.

Tal vez el principal problema para una ciudad como Úbeda es, precisamente, carecer de la capacidad de ofrecer respuestas a las preguntas que le plantea el tiempo histórico. Y en ello estamos, creo: en que no sabemos, nadie, que va a ser de nuestra ciudad en los próximos meses y en los próximos años. El futuro de Úbeda se parece mucho al horizonte gris de una tarde de Feria: se siente la proximidad de la desolación y el abandono. ¿Qué proyecto colectivo tenemos pensado acometer para sortear los problemas con los que amenaza la tormenta? Son muchos los retos pendientes, las necesidades que se plantean para los ubetenses. ¿Pero hay hoja de ruta para poder y saber llegar a lo que se necesita? ¿Hay objetivos planteados o, al menos, ganas de o ideas para plantearlos? No, no hay nada de esto. Y no pensemos que esta cortedad en la visión y en el diseño del futuro de Úbeda es algo que incumbe sólo a la casta política local: en realidad la desorientación, la cortedad de miras, el no saber qué hacer teniendo conciencia de que hay mucho por hacer, es algo que nos afecta a todos los ubetenses. Es como si en una de las encrucijadas más críticas de la historia contemporánea de Úbeda, cuando lo que se juega es el futuro de las próximas generaciones, nadie supiese en realidad que hacer, es como si nadie tuviese nada que ofrecer más que el regate de sus propios intereses, más que la balsa pequeña en la que cada uno queremos poner a salvo lo que nos incumbe importando poco que el naufragio se lleve todo lo demás. Cualquier capacidad para diseñar horizontes, cualquier posibilidad para construir un liderazgo cívico o político o social que impulse las energías de Úbeda, ha sido cortado de raíz por la depresión económica, que ha abundado la tradicional desgana y falta de compromiso de una sociedad esencialmente conformista como la ubetense. Y en esta situación, la ciudad casi agotada de inventivas e iniciativas que la remocen comienza ya a vivir de sus reservas vitales –de sus reservas económicas, sociales, asociativas–; la Úbeda de septiembre de 2012 es como la foca que ante la ausencia de sardinas renuncia a buscar otros “pescados” con los que ganarse el pan suyo de cada día y decide comenzar a alimentarse de la grasa acumulada bajo su piel hasta que, agonizante sobre el hielo, es devorada por el oso polar. Así sucede con la Úbeda de hoy: carente de imaginación y de ánimo, aletargada por la comodidad de las rentas que aún le producen sus “viejas glorias” comerciales, históricas o culturales, va entregando, lentamente y tal vez sin que seamos capaces de darnos cuenta de la verdadera dimensión de este suceso, el puesto preponderante que alguna vez jugó en el plano provincial. ¿Cuánto tiempo puede una ciudad vivir así? ¿Cuánto dura el crédito para una ciudad que ha sido incapaz de reinventar su comercio, que no ha encontrado sustitutos para su desaparecido tejido empresarial, que ha seguido creyendo en la milonga de la Academia de la Guardia Civil que periódicamente le contaban los políticos de uno y otro color, que piensa ahora que la declaración como Patrimonio Mundial es una gallina de los huevos de oro inagotable que no necesita ser cuidada ni alimentada?

El principal problema de una ciudad que languidece no su estado de decadencia y progresiva postración. El principal problema es la carencia de conciencia de ese deslizamiento por la pendiente. En un mundo cada vez más competitivo y globalizado, en el que triunfan las sociedades que son capaces de “vender” un producto diferenciado y de calidad, Úbeda se encuentra con que es incapaz de crearse como producto y se topa con una clamorosa y dolorosa carencia de elites comprometidas, con ideas, con visión de futuro, con proyecto y discurso, y ante una no menos triste incomparecencia de la sociedad civil. La gravedad de la situación económica, acrecentada por las fanáticas medidas de reducción del gasto público a cualquier coste y caiga quien caiga, obliga a esa reflexión colectiva: perder ahora el tren supone perderlo para muchos años, supone desperdiciar el trabajo de todas esas generaciones de ubetenses que desde el último tercio del siglo XIX crearon la Úbeda del comercio, de la cultura, de los monumentos, una Úbeda que se creía puntera pero con orgullo huero sino con el sustento de las razones económicas, sociales e históricas que daban fe del discurso colectivo de la ciudad. Ahora, seguimos manteniendo el discurso, pero detrás de él no hay nada. Nada, salvo una terrible oquedad: un comercio cada vez menos atractivo, unos monumentos cada día más deteriorados y ruinosos, una actividad cultural sacrificada en el altar de la reducción del déficit, unos proyectos de futuro –el remozado “Tranvía de la Loma”, por ejemplo– que si alguna vez existieron más allá de la palabrería mentirosa de las campañas electorales, han sido ya amortizados antes de haber nacido.

Septiembre es un paréntesis. Aprovechémoslo, antes de que la normalidad nos arrolle con su pasmosa fuerza, para darnos cuenta de que el futuro nos mira con angustia, urgiéndonos una repuesta y los ubetenses no tenemos absolutamente nada que ofrecerle.

(UBEDA IDE@L , Núm. 10, septiembre 2012)

miércoles, 26 de septiembre de 2012

CATALUÑA Y LA CONSTITUCIÓN MUERTA





Creo que el debate sobre la independencia de Cataluña no puede ya plantearse en términos jurídicos, porque el debate jurídico está ampliamente superado por la realidad. La Constitución no puede ya ser un parapeto desde el que se disparen argumentos jurídicos contra lo que es un problema político y social de dimensiones colosales. ¿Se puede seguir conteniendo el debate sobre la independencia catalana apelando a las actuales limitaciones constitucionales, a los procedimientos de reforma de la Constitución o a la soberanía nacional titular del poder constituyente? Por desgracia, la crisis ha convertido en papel mojado los fundamentos constitucionales del Estado español. Y es que no se puede recurrir al principio de soberanía nacional para congelar el debate político sobre la independencia catalana, cuando esa soberanía le ha sido entregada a poderes oscuros y antidemocráticos –la Troika, el Eurogrupo, el FMI, la Comisión Europea– o cuando se la ha supeditado a los dictados del gobierno de Alemania y a las sentencias de su Corte Constitucional. Si realmente el sentimiento secesionista es tan amplio en Cataluña, la soberanía nacional del pueblo español no puede convertirse en un freno para ello porque, simplemente, nuestros políticos no han querido que ese mismo principio fuese un freno para las políticas sociales y económicas que dictaban poderes extranjeros y que se han traducido en un colapso de nuestra economía, en un deterioro brutal del nivel de vida de los españoles y en un empobrecimiento generalizado del país.

La soberanía nacional y la independencia de España son algo que, simplemente, no existen en este momento en el que otros deciden por nosotros y en el que el régimen de la Transición agoniza. Los fundamentos políticos de la Constitución de 1978 han saltado por los aires: por eso no sirven ya como argumento jurídico que enfrentarse al reto que lanza el independentismo catalán. Un Estado que en los últimos meses ha vulnerado todo el catálogo de derechos sociales y económicos que la Constitución reconoce a los ciudadanos y que, simplemente, ha ignorado los principios constitucionales que rigen la vida social y económica no puede pretender que el principio de la unidad de España sea el único sagrado e inviolable: a muchos ciudadanos nos importa mucho más que la unidad de España una España solidaria con los emigrantes, con los dependientes, con los niños que necesitan becas o con los enfermos de cáncer. Después de haber vaciado de contenido el Título I y el Título VII de la Constitución, se pretende convertir los artículos 2 y 8 en el búnker desde el que impedir la independencia catalana. Abundan en los últimos días las declaraciones de espadones que recuerdan que las Fuerzas Armadas tienen la encomienda constitucional de defender la unidad de España: también la de defender su independencia y su soberanía y su ordenamiento constitucional, y todos ellos han sido vulnerados sistemáticamente con la política de ajuste y recorte de derechos impuesta desde el extranjero sin que los militarotes protestasen ni clamasen al cielo.

El cinismo, por suerte, ya no es un arma válida para el debate y la Constitución ha perdido toda legitimidad porque sólo se aplica en lo que ideológicamente conviene a los poderosos: la Constitución de 1978 está muerta y por eso el debate catalán es puramente político. Eso, precisamente, es lo que lo convierte en algo apasionante y lleno de pasiones, que son siempre el peor sustento de una discusión. Posiblemente no hay ni un solo argumento histórico, literario, económico o social de relevancia que justifique la independencia de Cataluña, y cuando ésta se produzca la pérdida espiritual será inmensa para las dos partes. Pero como hay un sector amplio de la sociedad catalana que se cree las razones del independentismo, carece de sentido negarse a enfrentar esa realidad. Y esa realidad no se puede enfrentar desde la Constitución, muerta, sino desde la política. No hay otra salida.

(IDEAL, 20 de septiembre de 2012)

viernes, 21 de septiembre de 2012

CÁRITAS CONTRA LA CONSTITUCIÓN





El último informe de Cáritas es tan demoledor, tan incontestable, refleja tanto sufrimiento, tanta humillación, tanta miseria, que parece que está referido a otro país y no a un país en el que todavía sigue vigente una Constitución que dice que la Nación española declara su voluntad de “promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.” Pero el país que Cáritas retrata es el que proclama en su Constitución que todos los españoles tienen “derecho al trabajo”, que “los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia” y que “los niños gozarán de la protección prevista en los acuerdos internacionales que velan por sus derechos.” El país que del que habla Cáritas es el país que proclama en su Constitución que los poderes públicos garantizarán “la asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo”, que “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” y que “toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.”

Cáritas habla de España y reconoce que no puede seguir asumiendo funciones que corresponden a los poderes públicos. La tragedia social que vive este país es tan grande y la inhibición del Estado constitucional (secuestrado por los fanáticos del déficit cero) tan irresponsable y escandalosa, que Cáritas compara los recortes brutales de los que se ufana el gobierno con un cierre masivo de hospitales en un país en guerra. Y es que en medio de esa catástrofe social de la que Cáritas habla en un informe que pone el vello de punta, el Estado está desmontando todo el sistema que permite proteger a los desvalidos, a los marginados, a los que han sido sacados a empujones de la vida digna y confortable.

No, no son los independentistas catalanes los que dejan desnuda a la Constitución de 1978: es el informe de Cáritas el que demuestra que la Constitución de 1978 está desnuda y violada, y más aún muerta y enterrada, y que sólo se agita su espantajo para defender la unidad de la España una, grande y libre que algunos reviven a pasos agigantados mientras los españoles se hunden en la desesperación y la miseria. No han acabado con la Constitución los nacionalistas sino los que la han vaciado de contenido: si las colas ante los comedores sociales son cada día más largas es porque la Constitución ya no existe, si las colas en los roperos de Cáritas son cada día más largas es porque la Constitución ya no existe, si hay niños que no pueden desayunar o cenar es porque la Constitución no existe ya, si hay enfermos que se mueren alojados en una lista de espera es porque la Constitución ha dejado de existir. Al poner sobre la mesa el resultado de la política neoliberal de los recortes, Cáritas ha echado la última palada de tierra sobre una Constitución que ya descansa en paz.

viernes, 14 de septiembre de 2012

UN PAÍS HECHO CASCOTES





Los españoles se enfrentaban en 1978 a retos colosales: restaurar su dignidad cívica tras décadas de sometimiento a una burda dictadura amañada en los cuarteles y las sacristías; construir un estado democrático integrado en Europa y que garantizase los derechos sociales y el bienestar de los españoles; y construir una nación moderna, laica, democrática, integradora y comprensiva que superase la España construida por el nacionalcatolicismo sobre el odio a la diferencia y la persecución de la disidencia. El esfuerzo de entendimiento que durante la Transición hicieron la derecha moderada y democrática de UCD, la izquierda derrotada en 1939 y los nacionalistas catalanes parecía haber despejado el camino para fuese posible otra España, la España de todos.

Pero... ¿cuándo comenzó a desmoronarse ese proyecto? ¿Cuándo comenzó a cuartearse el edificio construido para protegernos de ese pasado nuestro que aún sigue quemando? ¿Comenzó cuándo los cachorros de Alianza Popular se hicieron con el control de la derecha razonable que había forjado Suárez? ¿Cuándo el Partido Popular nos montó en lomos de la especulación urbanística cifrando en esa sola carta toda nuestra prosperidad? ¿Cuándo Aznar se creyó dueño de la verdad y legítimo heredero de una España de esencias eternas? ¿Cuándo los muertos volvieron a ser un arma arrojadiza? ¿Cuándo Zapatero convirtió la vacuidad y la frivolidad en norma de gobierno o cuando irresponsablemente abrió un debate territorial que a nadie urgía? ¿Cuándo el PSOE cerró los ojos ante la avalancha de la crisis que se nos echaba encima? ¿Cuándo?

Aquella España posible, la España viable de 1978 se ha torcido poco a poco, ante la indiferencia de una sociedad que el franquismo dejó apartada de la cosa pública y desmovilizada, que esa es la gran victoria histórica de Franco: haber hecho de los españoles unos irresponsables políticos, unos eunucos cívicos y éticos. Vivimos un inmenso fracaso colectivo: no es ya el hundimiento de la economía sino el naufragio de todos los aspectos de la vida española. El régimen de 1978 ha sido incapaz de superar los retos históricos a los que se enfrentaban y el 11 de septiembre de 2012 España volvía a ser la España fracasada de siempre. Con la democracia y sus instituciones prostituidas por los partidos, con su ruido de sables y su remozado maridaje entre el nacionalismo español y la Conferencia Episcopal, con sus colas de humillados en las puertas de los comedores sociales, la España eterna haciendo gala de su barbarie en los llanos de Tordesillas mientras una multitud incontable llenaba las calles de Barcelona pidiendo la independencia de Cataluña.

El concepto de España se está convirtiendo en un concepto incómodo para cada vez más ciudadanos y no tenemos ni un solo motivo para no tener miedo: las cosas pueden ir a peor en los próximos meses. ¿Quién frenará el ansia independentista en Cataluña y quien lo hará en el País Vasco tras la victoria del nacionalismo étnico? ¿Cómo pueden sentir que España es su país los jóvenes sin futuro, los parados sin esperanza, los enfermos despreciados, los trabajadores y funcionarios maltratados? ¿Cómo sentirse cómodos en un país que vuelve a segregar a los niños y a las niñas en las escuelas y que dónde únicamente no recorta en educación es en profesores de religión?

Es como si se hubiesen descerrajado los siete candados del sepulcro del Cid y se le hubiese dado suelta a nuestros demonios familiares, que vuelven a campar a sus anchas. La idea de la España de todos está hecha cascotes y se irá deshaciendo más y más conforme el gobierno de Rajoy –arrebatado hasta el paroxismo por la reducción del déficit– se ensañe con su terapia del recorte sobre el cuerpo de la sociedad española, cada vez más cansada, más harta, más dominada por las ganas de revancha. Tristes días los por venir.

(IDEAL, 13 de septiembre de 2012)

jueves, 13 de septiembre de 2012

ELOGIO DE LA BLASFEMIA Y NOTA SOBRE LOS FUNDAMENTALISTAS





Manifestaciones violentas y asaltos a embajadas o consulados estadounidenses que ahora mismo se suceden en muchos lugares del mundo árabe. Ese lleva siendo durante todo el día el titular de los periódicos digitales. El islamismo, dicen, ha saltado como un perro rabioso ante un vídeo cutre que según su estrecho parecer se mofa de Mahoma. La blasfemia de un hombre libre vuelve a encender la mecha del fanatismo islámico. Pero esto no es nuevo ni, por supuesto, privativo de los fanáticos musulmanes: también en el mundo católico hemos visto con relativa frecuencia como los sectores más intolerantes del catolicismo claman contra los blasfemos y exigen cortapisas a la libertad de expresión. También en esto, quieran ellos o no, coinciden con los islamistas: el derecho a la libertad de expresión acaba allí donde comienzan sus ideas religiosas, y si su norma dice que el dios tal o cual fue de un modo así o asá nadie podrá utilizar sus palabras, sus dibujos o sus esculturas para cuestionar eso, para discutirlo o, simple y llanamente, para reírse del dogma si le parece absurdo. Sin duda, el trabajo con el que se ha conseguido el derecho a la libertad de expresión debería ser suficiente para que los hombres libres hiciésemos un permanente elogio de la blasfemia, no por lo que pueda tener de ofensa sino por lo que sin duda tiene de libertad individual. Porque además el remedio contra la blasfemia es fácil: basta con no leer el libro del blasfemo, con no ver su película o con no asistir a su exposición, dejando que lo hagan los que quieran hacerlo y por los motivos que quieran hacerlo.

Pero en lo que está pasando hoy en el mundo árabe me temo que hay otros argumentos además de la incapacidad del islamismo para comprender la libertad: estoy convencido de que ese vídeo les ha dado la oportunidad de poner contra las cuerdas a los Estados Unidos en plena campaña electoral. ¿Motivo? Los islamistas sabe que serán tanto más fuertes cuando más sectaria sea la política que con respecto al mundo musulmán se siga en la Casa Blanca: me temo que lo que está sucediendo en Egipto, en Yemen o en Libia allega votos al granero republicano. ¿No es sospechoso que el vídeo haya surgido en el seno del lobby judío, uno de los sustentos básicos del ala radical del Partido Republicano? A los judíos partidarios de la mano dura les conviene un mundo árabe incendiado y los candidatos de Al-Qaeda, de los salafistas y de todos los barbudos que no dudan en apedrear mujeres o mutilar niñas, son Romney y Paul Ryan, dos fundamentalistas como ellos... pero en versión cristiana. Los fundamentalistas sólo pueden tener candidatos fundamentalistas. Y para darles los votos que necesitan salen furiosos a las calles. Instigados por la acción de otros fundamentalistas.

lunes, 10 de septiembre de 2012

RITUAL DE SEPTIEMBRE





En la mitad de la mañana del lunes de septiembre, las calles del centro de Úbeda hervían de gente. Las personas que presurosas bajaban a Santa María para apurar los últimos días antes de que la Virgen vuelva al Santuario; las que van de tiendas o vuelven de la Plaza de Abastos o miran consternados el boleto que sale del cajero automático; los viejos que toman el sol en los portalillos de la Plaza; los carteros, los repartidores de pan o de cerveza; los camareros que van montando las terrazas con la paciencia de quien une las piezas de un puzzle... Y en medio de esa rutina del comienzo de la semana, hoy han irrumpido en bandada los niños que vuelven a la escuela después de las vacaciones o los que, como hijo, iniciaban hoy una andadura decisiva en su vida. Caminaban de la mano de sus madres con la formalidad que les daba su ropa como de domingo menor, su olor a colonia, su media sonrisa de responsabilidad que tienen que asumir dibujada en la boca, cargando su cartera con libros o lápices o cuadernos que pese a los intentos del gobierno por convertirlos en productos de lujo, siguen teniendo esa capacidad de evocar con su olor tiempos en los que sólo era posible la felicidad, ajenos a los esfuerzos de sus padres para poder comprarles el material, para que no les falte nada, ajenos a ese sentimiento de pequeña desolación que produce el ir viendo como se van adentrando en la suma de los años que los convierte en mayores.

En mitad de la mañana del lunes de septiembre, las calles se han vestido de gala con el ritual del inicio del curso escolar. Manuel forma ya parte de ese ritual, porque hoy ha sido su primer día en una escuela pública, porque su madre y yo estamos convencidos de que es la mejor escuela posible, y al verlo allí, en la que será su aula o su patio de juegos, con su maestro y con sus compañeros, nervioso e inquieto de tan feliz, radiante por sentirse y saberse “mayor”, comprendía el valor que tiene eso que mantenemos entre todos con nuestros impuestos, esa escuela en la que no se discrimina por las ideas o los sexos y que es, en realidad, la única escuela posible para que nuestros hijos crezcan en los valores de la libertad y de la tolerancia. Hoy Manuel se ha incorporado al ritual cívico de cada septiembre, que es algo más que un simple final de las vacaciones, que es en realidad una apuesta por unos valores, por un sentido. Él, sin saber nada de esto, estaba feliz. Nosotros –sin pensar en nada de esto en ese momento, sólo mirándolo a él– también.

viernes, 7 de septiembre de 2012

MARTINI





La muerte del Cardenal Martini deja en trance de orfandad a todos los creyentes que tenían fe en otro modo de entender la fe, contrapuesto a la intolerancia y el afán inquisidor con el que se comporta la Iglesia desde que Juan Pablo II desmontara el Concilio Vaticano II. Tras conocerse su muerte, ha sido calificado como “el cardenal progresista” o “la voz del diálogo en la Iglesia”. Eso da una idea acertada de un hombre que defendía un modelo de Iglesia que chirriaba en lo más íntimo del corazón de la jerarquía. El jesuita Georg Sporschill dijo una vez que Martini defendía una “Iglesia audaz”, que no tiene nada que ver con la Iglesia reaccionaria de los Scola o los Bertone.

Y es que Carlo María Martini era un personaje incómodo para la mayoría conservadora –cuando no abiertamente retrógrada– que se ha hecho con el poder de la Iglesia. En los oídos de los beatos de sacristía o de los “kikos”, en los oídos de los miembros del Opus Dei y en los de los Legionarios de Cristo, debían sonar a provocación y herejía sus palabras defendiendo una mayor implicación de la mujer en las tareas de responsabilidad de la vida eclesiástica y la apertura eclesiástica en materia sexual y en temas como el uso del condón, sus palabras de comprensión y amor hacia los homosexuales, sus palabras pidiendo una “democratización” –una mayor colegialidad– en el gobierno de la Iglesia. Martini fue siempre un hombre valiente que, desde la lealtad a la Iglesia de la que era el “jerarca” más respetado intelectualmente y más popular, dijo lo que pensaba siempre con el deseo de evitar que el catolicismo acabe convertido “en cómplice de un sistema de mal y de pecado”. La valentía de Martini se manifestó en estas críticas del rumbo y del comportamiento de la Iglesia. Veinte días antes de morir, en una entrevista para la prensa italiana, pedía –tal vez ya sin mucha esperanza– un cambio radical en la Iglesia, clamaba por la comprensión de temas tan complejos como la eutanasia o el divorcio y exigía un reconocimiento de pecados tan graves y terribles como la pederastia; y decía que si la Iglesia no es capaz de llevar a cabo esa transformación, al menos debería buscar hombres que sean libres y estén más cercanos al prójimo, con San Óscar Romero y los mártires de El Salvador. Esa entrevista, en la que reconocía que la Iglesia está en el mundo con doscientos años de retraso, era su testamento moral.

Pero la valentía del Cardenal Martini también se mostró en su pasión por el diálogo. Era uno de los pocos dirigentes de la Iglesia que no castigaban con sus palabras, que no excluían con su discurso, que no separaban. Para Martini, la palabra lo era todo y por eso, al poco de ser nombrado Arzobispo de Milán creó los míticos encuentros en el Duomo, que reunían semanalmente a miles de personas para hablar de su fe y de sus dudas en una especie de catequesis colectiva y multitudinaria: los jóvenes fueron protagonistas fundamentales de esa experiencia. Después, en 1989, creo la “Cátedra de los no creyentes”, un proyecto único en la Iglesia que fue un “ejercicio del espíritu, porque lo importante no es tanto la distinción entre personas que creen o que no creen sino entre pensantes y no pensantes”, según el propio Martini, para quien “el diálogo sobre los valores y sobre la fe es parte del progreso de la humanidad”. ¡Qué lejos este hombre de la Iglesia capaz de discutir amablemente con Humberto Eco del Benedicto XVI que decía que en España se vive una situación de persecución religiosa simplemente porque hay quienes piden una separación real entre la Iglesia y el Estado! Y es que el Cardenal Martini que reclamaba plazas –“ágoras donde la gente se pueda reencontrar para comprenderse e intercambiar los dones espirituales y morales que todos poseemos”– está más cerca de hombres de la tolerancia y la comprensión como Comte-Sponville que de los obispos y los cardenales. Por eso, su muerte es una mala noticia para la Iglesia del mañana: porque será difícil construir un mañana con unos mimbres que no son los del Cardenal Martini.

(IDEAL, 6 de septiembre de 2012)