viernes, 31 de agosto de 2012

EL MAL ABSOLUTO





Como el desenlace del caso de los niños Ruth y José era previsible, las respuestas de la sociedad española también han sido las esperadas: por un lado, un puñado de energúmenos que claman por la pena de muerte, la legalización de la tortura, el linchamiento moral y colectivo de los familiares del criminal y otras tantas barbaridades; por otro lado, las televisiones –también algunas públicas– desplegando sus medios más potentes para realizar un festival macabro que hurgando en el sufrimiento de la madre de Ruth y José y en la vísceras de nuestra rabia, no tiene más pretensión que conseguir mayor audiencia y, por lo tanto, más ingresos publicitarios. Pero me resisto a pensar que esa es la imagen real de mi país: quiero creer que la mayoría de los españoles hemos asistido a la revelación de que los niños fueron asesinados y quemados por su padre, con una mezcla serena de espanto y compasión, con esa perplejidad que siempre produce la contemplación del mal, sosteniendo la frágil confianza que nos queremos retirarle a una ley penal tantas veces injusta.

Pensar el fundamento moral de la ley penal cuando se tiene sobre la mesa de la actualidad un crimen tan brutal y gratuito como el cometido por José Bretón es contraproducente: pensar en caliente quema la visión que tenemos de la realidad. Pero lo cierto es que estamos obligados a pensar sobre el mal, sobre su sustancia y, muy especialmente, sobre el castigo con el que como sociedad tenemos que responderle: el Derecho Penal es la expresión de ese castigo y, como un negativo fotográfico, expresa cuál es nuestra ética pública.

¿Cuál es la función del castigo? ¿Ejercer la venganza colectiva? Ferdinand von Schirach dice que las funciones del castigo son disuadir de la comisión del mal, proteger a la sociedad de los malvados, impedir esas funciones, la última es la de mayores connotaciones morales y la que mejor nos retrata: somos según la manera en la que compensamos a las víctimas el mal que se les ha causado. (Desde luego, la burla cometida contra los familiares de Marta del Castillo, por ejemplo, habla bastante mal de nuestra moralidad pública: una ley que consiente que se trate así un sufrimiento tan grande es una ley de esencia injusta.) No hay que pensar sobre la sangre de los niños asesinados ni de las adolescentes violadas y desaparecidas; pero no se puede dejar permanentemente de lado una reflexión coral, colectiva, sobre qué es el mal para nosotros y sobre cómo reparamos el sufrimiento que causa: hay que orientar la ley penal en la dirección de la dignidad y la reparación moral de los que sufren.

¿Cómo, pues, afrontamos la dolorosa realidad del mal? Las sociedades democráticas y laicas sólo pueden enfrentarse al mal desde el postulado ético de la libertad. Como acertadamente señala Rüdiger Safranski nuestra conciencia puede elegir la crueldad… o la bondad: nadie, ni el más terrible de los delincuentes, ni alguien tan repugnante como José Bretón, está obligado a cometer el mal. Por lo tanto, la gratuidad en la comisión del mal no puede quedar impune y no se puede privar a las víctimas –que razonablemente han renunciado a su “legítimo” derecho de venganza– de una reparación acorde a la profundidad y dimensión del daño que se les ha causado. El problema es que la legislación española, que castiga muy duramente algunos delitos, carece de sensibilidad ética para enfrentarse a padecimientos tan terribles como los que causa el asesinato de un niño, que por sí mismo debería ser una causa de excepción del mandato constitucional de reinserción del delincuente. ¿Por qué esta excepcionalidad del castigo del mal causado a los niños? Porque el dolor de los niños no es un mal cualquiera: dice Marcel Conche que “el sufrimiento de los niños es un mal absoluto”. Por lo tanto, sólo las víctimas de ese dolor absoluto y excepcional pueden autorizar a una sociedad a perdonar a los que lo cometieron. Perdonar un crimen contra niños sin contar con sus familiares es un acto de injusticia que no se puede justificar con ninguna filosofía.

(IDEAL, 30 de agosto 2012)

jueves, 30 de agosto de 2012

EXALTACIÓN





La imagen de agosto es la del tiempo atravesado por la plenitud solar en una mezcolanza casi inverosímil de cualidades físicas y predicados líricos de lo existente: agosto es sobre todo una exaltación de la vida, de la pura vida desnudada de aditamentos, una exaltación pagana y orgiástica, báquica, una especie de bacanal de la luz, de la fruta, una entrega pródiga del tiempo que se nos hace para que podamos disponer de la vida como dueños y señores absolutos de la misma, sin más ansias que las propias del querer vivir y perdurar, en una exaltación radical de lo netamente carnal, de lo corporal en su más dichosa plenitud. En la orilla del mar, embargados por el rumor monótono de las olas que resume la lentitud con la que el Universo se ha ido amasando a lo de largo de millones y millones de años, contemplando la multitud de padres que construyen castillos de arena para sus hijos, las muchachas floridas de nalgas y senos bronceados, los niños que juguetean con la espuma y las burbujas que chispean en la arena húmeda, se siente esa plena posesión del tiempo. Como también se siente bajo la sombra tupida de un álamo y a la orilla de una piscina en una tarde de calor insoportable, cuando la modorra de la siesta es bombardeada por el tren de artillería de las chicharras, que lanzan las salvas de su cansino canto sin pretensión de terminar, en un inmenso frente de batalla incruenta que se extiende por entre los olivares sedientos y el campo amarillo, tranzando sobre la tierra cuarteada y los matorrales secos una invisible trinchera sonora que repite como un eco asfixiante el repiqueteo de metralleta disparado por el abdomen de las cigarras, cuando toda la existencia se ha detenido en la escala básica, primaria de lo existente: el olor del café recién hecho, la risa de los niños que se bañan, el compás pausado de la respiración somnolienta, el zumbido monocorde de las avispas y las moscas y los abejorros.

Es esa la grandeza de agosto: que en la inmensidad de sus horas vacías de ocupación y preocupación nos brinda la oportunidad de… no hacer nada. Y no hacer nada es la mejor manera de poder atender lo genésico que somos, lo fundador que palpita en el fondo de nuestra carne. No existe otra manera mejor de disponer del tiempo a manos llenas que no tener nada que hacer con el tiempo, o sea, que poder hacer con el tiempo lo que nos de la gana. Para poseer el tiempo hay que tener la oportunidad de poder “malgastarlo”: la oportunidad de poder gastarlo, entregarlo, de poder cambiarlo por los placeres realmente gratuitos. “¿Qué haces?”, parece preguntarnos el afán cotidiano de las obligaciones que se sienten ultrajadas con la pereza a la que nos entregamos en agosto con voracidad de amantes arrebatados de deseo sexual. “Nada, no hago nada”, le respondemos nosotros desde la interminable y calurosa extensión ilimitada de las horas de agosto. ¿No hacemos nada en agosto? En realidad agosto nos permite realizar lo importante, habiendo aparcado por unas semanas lo urgente y lo necesario. Agosto nos permite comer un arroz con gallopedro –que es un pescado que transustancia el alimento en milagro marino– acompañado por vino insustancial charlando con unos amigos durante una sobremesa llena de sol y tranquilidad; agosto nos permite acariciar la piel suavísima de la mujer que amamos, erizándonos la carne de deseos; agosto nos entrega la risa casta de los niños regados por el agua salada y la arena caliente del mar; agosto nos regala el inmaculado latido del universo, adentrándonos en el fondo de la materia y en el campo misterioso de lo físico.

Para eso está agosto: para no tener nada que hacer. Para no tener ninguna empresa que acometer ni ningún plan que abordar. Para entregarnos a la pereza, a la gula, a la lujuria, a la soberbia de creernos dioses. Para poder pecar sabiéndonos perdonados de antemano por el sol.

(IDEAL, 23 de agosto 2012)

martes, 28 de agosto de 2012

ENSEÑANZA OLÍMPICA






Los Juegos Olímpicos enseñan muchas cosas, también a quienes hasta que llegan no somos capaces de sentarnos delante de la televisión para darnos un atracón de deportes o, precisamente, más esos para los que llegado el momento el deporte es sólo deporte, sin aditamentos ni hinchadas que lo convierten en algo tan desesperante como los comentaristas deportivos de la radio. La primera cosa que enseñan los Juegos Olímpicos es que hay deporte más allá del fútbol; la segunda, que hay vida tras la frontera de la hecatombe económica y la avaricia de los poderosos; la tercera, que los valores de la antigua Grecia y del paganismo mediterráneo siguen siendo actuales.

De todas las enseñanzas olímpicas, esta reivindicación del paganismo es la más importante y la más necesaria. Es curiosa la historia de los pueblos del Mediterráneo, que hicieron de la luminosidad un modo de vida en el que la vida del hombre lo es todo y se convierte en medida del universo entero: hasta los propios dioses paganos son dioses humanos, demasiado humanos. (El paganismo es eso: mirar el mundo desde la atalaya de los ojos humanos inundados de luz.) Desde esa centralidad de lo humano, los griegos crearon la democracia, que es el gobierno de la voluntad de las personas libres, sin sometimiento al fatalismo de Dios, la economía o el presupuesto. La centralidad de lo humano explica también el nacimiento de los Juegos Olímpicos, que apelan al esfuerzo personal, al afán de superación, al reto de uno mismo con sus propias limitaciones: que ponen al ser humano en cueros con su fondo abismal. Es esa la gran enseñanza de lo que ha acontecido en Londres durante las últimas semanas: que el ser humano ha jugado desnudo, sin banderas ni patrias, sin ejércitos ni economías, sin organizaciones ni intermediarios. El ser humano ha sido rival honesto y limpio del ser humano, y cuando uno veía a Bolt pelear contra el viento se sentía más humano, más reconciliado con la luz interior que nos hila en la cadena de los seres mejores de nuestra historia. Los deportistas, buscando fuerzas en el entramado íntimo de su sangre y sus músculos, lo que en realidad hacían era anunciar una posibilidad para todos nosotros de sacudirnos a quienes someten lo humano a otras necesidades: son muchos los ejemplos de la historia olímpica que nos enseñan que los Juegos tienen una dimensión moral, que el deporte tiene una proyección ética.

Nuestro tiempo ha sometido lo humano a las necesidades de la economía. No es la primera vez en la historia que lo humano –esa exaltación vital de los viejos pueblos paganos– tiene que someterse a otras facetas de la realidad. La derrota de Roma trajo consigo un adormecimiento del discurso pagano, que es el discurso humanista, recuperado luego con el Renacimiento, que marca el florecimiento definitivo de la persona, de sus valores, de su dignidad. Es cierto que del Renacimiento acá la persona ha tenido que pelearse con entidades terriblemente mortíferas como los dioses, las razas, las clases sociales, el dinero, las patrias, las lenguas. Al final, sin embargo, los Juegos Olímpicos enseñan que todo lo que somos es esa capacidad para superarnos, para gritar el grito de la victoria o llorar las lágrimas de la derrota. Todo lo que somos y lo que tenemos es este cuerpo que gana y goza, que sufre y alienta, todo lo que somos es esta fuerza que se funde con el horizonte y el sudor.

(IDEAL, 16 de agosto 2012)

sábado, 11 de agosto de 2012

ROBAR O ROBAR





Sin duda, la imagen de la semana es la del "asalto" a distintos supermercados andaluces protagonizado por militantes del conglomerado ideológico de Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda, y destinado, según declaraban sus propios ejecutores, a repartir alimentos básicos a decenas de familias que se encuentran en situación desesperada. ¿Era ese el objetivo real? Lo cierto es que en las imágenes de televisión los carros se veían llenos no de jamones de pata negra o botellas de Champagne sino de garbanzos, arroz o lentejas.

En cualquier caso, la respuesta a la imagen de la semana ha sido dispar por parte de la sociedad española, como cabía esperar: muchos ciudadanos han comprendido el gesto de los comunistas al modo marinaledienses, independientemente del concepto que les merezca el líder del movimiento político; otros muchos lo han calificado directamente como un robo. La postura interesante o curiosa o que al menos a mi me apetece comentar ahora, porque para eso este es mi blog, no es la de los primeros, ciertamente, sino la de los segundos.

Porque los segundos (los que furibundos han cargado contra el gesto del Sindicato Andaluz de Trabajadores) son los que viven instalados en la paradoja que parece contener, inevitablemente, el verbo "robar". ¿"Robar" es un verbo transitivo o intransitivo? Robar, simplemente, es un verbo paradójico. Sobre todo cuando es utilizado por la derecha. Y es que la derecha que desde sus programas de televisión y de radio y desde sus periódicos ha cargado contra el gesto de Sánchez Gordillo es la misma que ha guardado silencio ante el atraco de las participaciones preferentes, por ejemplo. Para esa derecha, no era grave (pero nada grave, ni delictivo tampoco) que una anciana saliese del banco después de firmar un contrato de varios miles de euros para la compra de participaciones preferentes, convencida por su director de toda la vida de la bondad de lo que hacía; para esa derecha, lo grave y lo delictivo era que a esa anciana le pudiesen dar un tirón del bolso en la puerta del banco y robarle cincuenta euros con seis céntimos. Porque para esa derecha que con furia azul mahón hablaba estos días de "bolcheviques" y "revolucionarios" lo inmoral no es lo que daña la dignidad de la persona sino lo que traspasa el límite de la ley: para ellos, darle dinero a los bancos mientras falta para los niños enfermos es completamente moral porque es legal, pero es radicalmente repudiable "robar" en un supermercado para darle de comer a las familias que pasan hambre simplemente porque es ilegal. En esta España que vuelve al pasado a pasos agigantados, también la derecha recupera su moral puramente hipócrita: como diría el viejo señorito "en teniendo nosotros la panza llena..."

¿Que qué me parece a mí el gesto de los bolcheviques de Sánchez Gordillo? ¿Moral? ¿Inmoral? ¿Legal? ¿Ilegal? ¿Decente? ¿Indencente? La verdad es que no he tenido tiempo para pensarlo. Desde luego me parece bastante más decente que otros muchos gestos que no se están persiguiendo en este país. Y en cualquier caso me parece un gesto profético: creo que estamos condenados a que los padres y las madres de familia o las asociaciones que se conviertan en garantes de sus derechos pisoteados y violados asalten los supermercados para poder darles de comer a sus hijos. Y a mí ese no me parece un gesto moral o decente, sino un gesto simple y llanamente justo y humano. Eso es lo que cualquiera de nosotros haría si viera que a su hijo le falta lo básico mientras que lo básico se tira a manos llenos: lo doloroso no es la situación dramática a la que se está empujando a millones de españoles, lo doloroso es que eso se hace en un país en el que hay recursos suficientes para que nadie tenga que padecer la humillación de pedir pan para sus hijos.

Son muchas las familias españolas que comienzan a pasar hambre: no es una exageración, lo dicen los datos de Cáritas, de Cruz Roja, de los bancos de alimentos, de las organizaciones internacionales. Eso es lo profundamente inmoral y lo profundamente indecente, aunque parece que en este país enfermo eso es profundamente legal.

viernes, 10 de agosto de 2012

SAN LORENZO






En diciembre de 1855 el Ayuntamiento de Úbeda se planteó derribar la iglesia de San Lorenzo dado su, decían, “estado ruinoso”. Años antes, en 1842, el obispado había suprimido la parroquia de San Lorenzo y en 1843 ordenó su cierre, no consumado gracias a la tenacidad de los vecinos, que mantuvieron el culto en el templo y que apunto estuvieron de amotinarse el 10 de agosto de 1843 ante el anuncio de que no podían celebrar la festividad de San Lorenzo. Después de los sobresaltos decimonónicos, San Lorenzo se convirtió en un templo apartado y otoñal, del que cada 14 de septiembre salía la procesión del Señor del Consuelo acompañado por la Virgen de Juanica “La Cuella”. En julio de 1936 el templo fue asaltado y perdió la mayor parte de su patrimonio artístico –se perdió el Señor del Consuelo, se salvó la “Virgen de la urna”–. Llegó abril del 39, volvieron banderas victoriosas y San Lorenzo permaneció cerrado a cal y canto, al cuidado de Francisca “La Campanera”, que no tenía ninguna campana que tocar y que sola vivió en la sacristía del templo abandonado hasta la década de 1990. Ella plantó en los años 50 el brote de hiedra que, desbordante, acabaría abrazando la espadaña de San Lorenzo hasta imprimir un carácter en la vieja iglesia: San Lorenzo –la única de las viejas parroquias ubetenses de fábrica renacentista– se convirtió en un bellísimo baluarte romántico sometido a los caprichos del tiempo.

Tras unas obras de mantenimiento en la década de los 60, San Lorenzo sirvió de almacén de viejos altares y retablos, de tronos de las cofradías y de bártulos de los artistas locales. Y poco más hasta que en 1990 la Cofradía de Jesús Nazareno acarició lo que pudo haber sido la salvación definitiva de la iglesia: la conversión de San Lorenzo en capilla de Jesús, asumiendo la cofradía la restauración integral de la iglesia, entonces todavía regularmente conservada. Pero aquello no pudo ser porque en el camino se cruzó el obispo García Aracil, de infausta memoria. Dada la magnitud de su esfuerzo, razonablemente pedían los hermanos de Jesús que la cesión de San Lorenzo fuese “mientras existiese la cofradía”; pero el obispado –al que mucho no le importaba la salvación de San Lorenzo– ofreció una cesión nada más que para veinticinco años. Y después se vería si San Lorenzo continuaba en manos de la cofradía de Jesús o si ésta se encontraba con sus enseres en la calle y el obispado disponía a su antojo de San Lorenzo. La avaricia del obispado tronchó el deseo de la cofradía de Jesús y la salvación de San Lorenzo.

San Lorenzo continuó cerrado; como Santo Domingo y Madre de Dios del Campo y San Bartolomé, templos ubetenses sometidos desde 1936 a un proceso de abandono, de ruina y de expolio de los elementos artísticos que conservaban. El obispado no ha hecho nada por salvar San Lorenzo, y las autoridades –mandatadas por las leyes de protección del Patrimonio Histórico para salvaguardarlo– tampoco. En 2009 ofreció el Ayuntamiento una permuta al obispado: a cambio de terrenos municipales valorados en cien millones de pesetas San Lorenzo pasaría a ser propiedad municipal. Pero al obispado le parecía que la ruina que ya era San Lorenzo valía más. Y al Ayuntamiento le viene faltando desde entonces bemoles para hacer que se cumplan las leyes de protección del patrimonio histórico, claras como el agua. Hoy es evidente que si no se interviene con urgencia el templo acabará viniéndose abajo.

Pese a todo, parece que San Lorenzo tiene una última oportunidad: como sucediera en 1843 hay un grupo de vecinos empeñados en denunciar las vergüenzas de las autoridades “civiles y eclesiásticas” en el tema de San Lorenzo, exigiendo su inmediata restauración. No se amotinarán, como hicieron sus tatarabuelos, porque lo único que exigen es que se cumpla la ley, lo que en España parece ser esperar un milagro similar al de que San Lorenzo no acabe convertido en un montón de escombro sobre el que algún alcalde inaugurará un cartel que diga “Aquí estuvo la iglesia de San Lorenzo”.

(IDEAL, 9 de agosto de 2012)

lunes, 6 de agosto de 2012

GANARSE LA VIDA






Tenemos hijos y queremos pensar que les entregamos algo maravilloso; y consideramos la existencia como el mejor regalo que recibimos y que damos. La consideración de la vida como una dádiva que se transmiten las generaciones ha creado la expresión que la define: “el regalo de la vida”. Pero la sabiduría popular ha intuido las trampas que esconde el regalo de la vida. Y por eso distinguimos entre “la vida regalada” y el tener que “ganarse la vida”, que son dos vidas de diferente olor, sabor, visión, sonido y tacto. ¿Quiere decir esto que no es la vida un regalo para todos los que nacen? Quiere decir que en cuanto la vida se considera como algo más que la pura biología el regalo ya no lo es tanto, al menos para la mayoría.

La naturaleza nos equipa de serie con el hambre, la sed, el sueño, las ansias sexuales y la escatología evacuatoria. Ese es “el regalo” que recibimos, ese es nuestro “pan debajo del brazo”. Y descontado ese paquete se termina el regalo para la mayor parte de los nacidos, que con el primer llanto comienzan la lucha para ganarse la vida, su vida. Porque salvo para los vástagos de las familias reales o de la nobleza y para los niños bien de los banqueros o los grandes empresarios, la vida no viene envuelta en papel charol y con lazos de tafetán dorado. No; para el común de los mortales la vida es algo que hay que ir arañando en el granito del día a día, dejándose las uñas en el empeño sin garantía de éxito, con la posibilidad del fracaso —se puede luchar para ganarse la vida y al final llegar exhaustos y derrotados a la meta de la muerte— merodeando siempre como una hiena a nuestro alrededor. Para unos pocos la vida es una renta de cuyos intereses se vive y desde que nacen tienen resueltos todos los interrogantes y saben que podrán dedicarse, sin más, a disfrutar los placeres que convierten la vida en algo amable. La vida regalada es una vida sin preocupaciones ni esfuerzos: la vida regalada no tiene noches en blanco ni hipotecas ni finales de mes. Puede, tal vez, que en la vida regalada quite el sueño el puesto que asignado en la partida de caza o el estado de limpieza del yate, pero todo lo demás ya viene dado y está atado y bien atado. Pero lo normal no es esto, lo mayoritario es tener que ganarse la vida. Para un puñado la vida es retiro y mirador: para el resto es campo de batalla, barco en la tormenta, viaje sin mapas ni brújulas.

Ganarse la vida es tarea dura. Porque la vida —eso a lo que llamamos vida: la felicidad de lo cotidiano, el vivir sin la angustia de no saber cómo se arreglará la papeleta del mañana— es como una pepita de oro aplastada bajo toneladas de roca. ¿Basta con saber que existe ese mineral precioso para poder llegar al rincón en que se oculta? No; no basta la sola voluntad de las personas para conseguir la vida, para ganarla: la vida no tiene cartografías ni direcciones, y en demasiadas ocasiones el resultado de la lucha dependerá de por donde soplen los vientos del azar y las corrientes de la suerte. La vida es zarandeo. Al buscarnos la vida nos convertimos en mineros existenciales: la vida se pelea en medio de la oscuridad de lo cotidiano, guiados sólo por la vacilante lámpara de la esperanza o la ilusión, queriendo creer que con cada golpe que se da en la pared se abre una fuente de luz tal vez no para nosotros pero sí al menos para nuestros hijos.

Los tiempos duros han puesto de moda la expresión: toca ganarse la vida, que se ha vuelto más exclusiva, más inaccesible. La vida no es regalo y lo estamos viendo en las calles de nuestros pueblos, imagen de la España de Carpanta: son cada vez más los que se ganan la vida vendiendo en las esquinas manojos de laurel, puñados de alcaparras o cajas de brevas. ¿No tienen la impresión de que los de la vida regalada se quieren apropiar hasta de las migajas que nosotros teníamos que ganarnos?

(IDEAL, 2 de agosto de 2012)

jueves, 2 de agosto de 2012

ARBITRARIEDAD





Dentro del Ciclo de Conferencias sobre el Patrimonio Histórico celebrado en los primeros días de julio destacó la mesa redonda del día 4, en la que participaron José Luis Latorre Bonachera, Antonio Almagro y Juan Ramón Martínez Elvira, tres profundos conocedores y amantes críticos de la realidad local que pusieron sobre el tapete de la discusión algunos de los graves problemas de que adolece el patrimonio histórico y monumental de la ciudad. En el transcurso de la discusión salieron a relucir dos actitudes que definen la actitud de las administraciones públicas con respecto al cuidado y mantenimiento del centro histórico de Úbeda: por un lado la falta de ejemplaridad de las mismas –ahí están las barbaridades consentidas en los juzgados o en Santa María para darse cuenta de ello– y por otro la arbitrariedad a la hora de aplicar las normas de protección del centro histórico.

En los últimos años he representado a los padres en la escuela infantil de mi hijo. Una escuela infantil pequeña que destaca por la profesionalidad y amor a los pequeños de sus maestras. Pero una escuela infantil que ha sido víctima en los últimos meses de esa arbitrariedad con la que, en este caso, la administración local aplica la norma protectora de la zona monumental.

La escuela infantil de mi hijo se sitúa en lo alto de la Calle de la Fuente de las Risas. Hasta no hace mucho ese era un rincón triste y oscuro, dominado por modernas edificaciones horribles, lleno de pintadas y meadas y cristales rotos, con un contenedor permanentemente sucio y aceras abandonadas, un espacio sometido al constante tránsito de coches pese a la presencia del centro escolar. Cuando las responsables de la escuela infantil decidieron, con absoluta buena fe, adecentar la fachada del centro, la realidad física de la calle cambió: la fachada de granito llena de pintadas fue sustituida por un panel de niños felices, por una fachada propia de un lugar al que asisten niños de menos de tres años; además se cumplió con lo que dicho en el Plan Especial de Protección del Centro Histórico, que habla de la obligación de los propietarios de conservar sus edificios con “las debidas condiciones de seguridad, salubridad y ornato público”, lo que por desgracia no puede decirse de gran parte de los edificios de la zona. La escuela infantil no hizo más que dotarse de una fachada similar a la que tienen el resto de escuelas infantiles de Úbeda, alguna de ellas también ubicada en el centro histórico.

Puede que el aspecto de la nueva fachada de la escuela infantil no sea el más apropiado para el centro histórico de Úbeda. Pero ¿Cuántas fachadas del entorno de San Isidoro incumplen lo establecido en el Plan de Protección de la zona monumental? Decenas, cientos de fachadas. En cien metros a la redonda de la escuela infantil es posible encontrar fachadas pintadas en todas las tonalidades de amarillo, rojo, ocre, naranja, violeta o incluso rosa chicle; hay decenas de fachadas adornadas con planchas de granito y con los más variopintos mármoles, terrazos y pedrusquería de nulo valor o con enchinados pintados de gris o verde; hay escaparates de todas las formas y colores, algunos incrustados en edificios catalogados, y cartelería al gusto de cada uno; justo a las espaldas de la escuela infantil hay una casa antigua, de portada valiosa, cuyo muro amenaza ruina y contra la que, tal y como es costumbre en la ciudad, sólo se intervendrá cuando ocurra una desgracia.

Bueno, pues en medio de ese catálogo de atentados constantes contra lo dispuesto en el Plan de Protección del Centro Histórico, el Ayuntamiento no ha apostado, como sería entendible, por obligar a TODOS los propietarios a que cumplan lo establecido en la norma y pinten de blanco sus fachadas, retiren mármoles y granitos, etcétera. No. El Ayuntamiento ha apostado, de forma arbitraria y aleatoria y por lo tanto radicalmente injusta, por obligar SOLO a la escuela infantil a que retire los paneles y los colores y el foco y el cartel y deje la fachada blanca y nuevamente lista para las pintadas y el rincón otra vez oscuro e incitante para los orines y los vidrios rotos, lo que debe parecerle a los munícipes un espectáculo muy estimulante para los niños. El resto de propietarios y empresarios de la zona pueden mantener, como hasta ahora, sus fachadas de colorines y con mármoles o letreros o chapas o azulejos.

Es mucha la normativa de la Junta de Andalucía en la que se habla del aspecto exterior que deben presentar las escuelas infantiles. En ninguna de esas normas se invita a que la calle en la que se sitúen esos centros destinados a una población tan frágil y sensible como los niños de 0 a 3 años esté convertida en una calle de Bronx. Antes al contrario se dice que “La entrada a la escuela infantil debe ser un lugar acogedor que invite a entrar, que manifiesta facilidad en el acceso (...), un lugar para poder compartir e informar a todas las familias (...) a través de imágenes y producciones hechas por los niños y las niñas, donde se puede ayudar a descubrir a las familias las enormes posibilidades y potencialidades de aprendizaje y crecimiento de la infancia”. La propia Federación Española de Municipios y Provincias, de la que el Ayuntamiento de Úbeda forma parte, ha defendido en su Guía para proyectar y construir escuelas infantiles el valor del aspecto exterior de los centros y la normativa autonómica en materia de educación señala igualmente que las escuelas infantiles deben cuidar “especialmente la estética incorporando formas, colores y elementos del entorno natural y evitando imágenes estereotipadas”, debiendo concederse una especial importancia al espacio exterior. Pero es que las normas, después de reiterar la obligación de los Ayuntamientos de colaborar con las escuelas infantiles, dicen que “estos centros educativos deberán reunir las condiciones higiénicas, acústicas, de accesibilidad, de habitabilidad y de seguridad que se señalan en la legislación vigente”. Resulta evidente que el estado general de la Calle Fuente Risas, con su aspecto general de abandono y suciedad, dificulta a la escuela el cumplimiento de esta obligación, que se ha conseguido sólo gracias al esfuerzo del centro educativo: es tan evidente que la remodelación y mejora de la fachada abunda esa obligación –¿se puede dudar que no resultaba higiénica ni saludable la anterior situación que presentaba la fachada?– que la actitud del Ayuntamiento contra esta escuela infantil resulta ofensiva. Sobre todo cuando el Decreto 149/2009, de 12 de mayo, de la Junta de Andalucía pide que se preste especial atención a los centros de educación infantil ubicadas en el caso histórico de la ciudad, entre otras características.

¿Está el Ayuntamiento obligado a exigir el cumplimiento de sus normas de protección del centro histórico? Por supuesto que sí: el cumplimiento exige, también, no ceder a las presiones de un hotel de lujo, por ejemplo. Pero el cumplimiento debe exigirse a todos los vecinos, no sólo a unos cuantos y de manera aleatoria. Porque ese comportamiento arbitrario conduce, sin justificaciones ni excusas, a la injusticia, que no otra cosa se obtiene de la aplicación selectiva de la norma. Y eso es lo que ha ocurrido en este caso.

(UBEDA IDE@L, Núm. 9, agosto 2012)