viernes, 30 de marzo de 2012

SOLIDARIDAD





¿Cómo definir un valor tan poco cotizado como la solidaridad? Mi abuelo Juan contaba que una mañana de aceituna, allá por los años cincuenta, el dueño del olivar, que había echo el recuento de las olivas que quedaban por coger, le dijo a una pobre mujer que esa mañana se fuera a su casa, que no había trabajo para ella. La mujer, viuda y con hijos, suplicó, imploró, le rogó de rodillas poder echar la peonada porque sin ella no podría darles ese día de comer a sus criaturas, pero el “papihonrado” fue inflexible y la cuadrilla partió al olivar sin ella. El “manijero”, mientras se tragaba la rabia, había tramado ya la venganza de los trabajadores contra el corazón duro del olivarero; durante toda la mañana estuvo canturreando una cancioncilla tonta —“cuatro patas tiene el gato, Miguel, y cuatro tiene la liebre”— y cuando llegó la hora dio la orden de cargar los mulos y regresar a Úbeda. ¿Se habían cogido todas las olivas? No: se había quedado sin coger una oliva grande, cargada de aceituna, con cuatro pies. Entonces, el dueño les pidió a los jornaleros que echasen un rato más y que por favor cogieran esa oliva, que era absurdo tener que venir otro día nada más que por una oliva. El “manijero”, en nombre de toda la cuadrilla, le respondió que si hubiera traído a la mujer que había dejado en Úbeda habría dado tiempo a recoger la aceituna que se le quedaba en el campo, pero que era la hora de irse y que ni por unas cuantas perras gordas más se iba a coger esa oliva solitaria.

Es difícil definir la solidaridad, pero es fácil identificarla cuando tiene lugar: solidaridad fue lo que aquel día de diciembre de hace muchos años —cuando un acto así podía considerarse un delito de sindicación o algo similar— hicieron los trabajadores más humildes por respeto a la dignidad de una compañera suya que esa noche no pudo darles de cenar a sus hijos. (Al día siguiente el dueño del olivar tuvo un justo premio a su actitud: amaneció lluvioso, pero él se empeñó en ir sólo, con su mula, a coger la oliva que le quedaba; en el campo le sorprendió una tormenta, y atascada en el barro se le quedó la bestia, que sólo pudo sacar tirando al torrente de agua toda la aceituna que había cogido.)

¿Cómo definir la solidaridad? Como el gesto que hacemos no pensando en el beneficio que nosotros podemos sacar de él sino conscientes de que va a reportarle algo bueno a otras personas, a las que incluso podemos no conocer. La solidaridad es una generosidad del espíritu, una entrega que no espera compensación pero que nos permite dormir con la conciencia tranquila. Michael Foucault define la generosidad —la solidaridad— como un “pelear batallas ajenas”. Eso fue lo que ayer hicieron muchos españoles que, despreciando a la casta sindical, secundaron la huelga general no por ellos sino por tantas y tantas víctimas como va a causar: muchos españoles pelearon las batallas de otros, sobre todo las de los trabajadores que no pudieron secundar la huelga porque habían sido amenazados con el despido por sus patrones si lo hacían.

A primera hora, un maestro hablaba en la radio y definía claramente lo que la huelga tuvo de acto esencialmente solidario para muchas personas; decía este maestro que a él, que es funcionario, la reforma laboral de entrada no le afecta, pero que no era capaz de ir ayer a dar clase porque no podría mirar a los niños sin pensar en lo que les estamos haciendo. Por eso secundó la huelga general: por no ser cómplice del futuro que los poderosos, en nombre de la estabilidad presupuestaria y del déficit cero, le están preparando a nuestros niños.

Es difícil definir la solidaridad. Pero es fácil reconocerla cuando alumbra el mundo con su dignidad: la solidaridad era el grito mudo de mi abuelo Juan y de los jornaleros de hace cincuenta años y del maestro de ayer. Es a gestos como esos a los que les debemos los derechos que hoy se tambalean. Haríamos bien en no olvidarlo.

(IDEAL, 30 de marzo de 2012)

lunes, 26 de marzo de 2012

NOTAS SOBRE LA PERPLEJIDAD





Primera nota. A determinadas personas el resultado electoral en Andalucía les ha llevado a exclamar que los andaluces han elegido el latrocinio de los eres, la cultura de la subvención, el amiguismo y el enchufismo practicados por el PSOE durante lustros. Es un mensaje simplista, que sólo puede explicarse desde la rabia por haber perdido lo que parecía tan ganado. En última instancia reducen lo de ayer a una elección entre el Lazarillo y el Buscón o Eduardo Manostijeras. ¿Fue eso? Si eso era lo que en realidad se votaba, es lógico que no ganaran los manostijeras: al fin y al cabo, el pícaro es un personaje netamente español y lo otro es un monstruo venido de fuera.

Segunda nota. Pongamos que de entrada se trataba de eso: o los eres o los recortes. Pero de salida ha resultado otra cosa, porque el mensaje electoral andaluz es infinitamente más complejo. Reducirlo a eso (“los andaluces han vuelto a elegir a los de los eres, tienen lo que se merecen” o a “los andaluces han dado el visto bueno a lo que venimos haciendo desde hace treinta años”) es no haber entendido nada.

Tercera nota. La abstención elevadísima ha sido el gran actor de la jornada electoral. ¿Dónde ha estado el granero abstencionista? En la izquierda ha ido a votar todo el mundo, en la derecha también. La abstención ha estado, posiblemente, en la clase media desideologizada que alternativamente vota al PP o al PSOE y que no tiene un perfil ideológico que le permita ocasionalmente votar al Izquierda Unida. Esos miles y miles de electores que ayer no podían en conciencia votar a IU, entendieron que votar al PSOE era una inmoralidad y votar el PP una temeridad. Y se quedaron en su casa, ofreciendo una magnífica lección que debe ser entendida por todos, si quieren entender.

Cuarta nota. ¿Qué tiene que entender el PSOE? Que no levanta pasión en la sociedad, que no ilusiona, que su mensaje es casposo, antiguo, que sus tres décadas de gobierno en Andalucía pesan como una losa, que frente a sus corruptelas no tiene al electorado que en Valencia perdona a Camps y lo eleva los altares sino a un electorado que se irrita por ver cómo se compra cocaína con el dinero de los parados, que la gente sabe que ellos también hacen recortes, que la gente se ha cansado de la Andalucía imparable o de la segunda revolución de Andalucía. Que si quiere volver a sumar ilusiones y si quiere volver a encabezar un proyecto político creíble, serio y respetado, tendrá que pensar en clave de futuro y en clave socialdemócrata, y que tendrá que pensar en las clases medias y dirigirse a ellas, pero sobre todo que tendrá que abrir las ventanas no sólo para que salga el aire viciado de estos años sino para arrojar por las mismas a todos los chaves y los zarrías y toda la canalla chupóptera que se han agarrado a la piel de las administraciones, como garrapatas o vampiros, en su único beneficio personal.

Quinta nota. ¿Qué tiene que entender el Partido Popular? Que entre los votos que el 20 de noviembre barrieron a los socialistas y llevaron a Rajoy a La Moncloa había muchos votos nacidos no de la ilusión y el convencimiento sino de la pura rabia, del puro cansancio, votos que fueron garrotes contra las espaldas de Zapareto y sus desvaríos, y que cuatro meses después de aquel día, esos votos de las clases medias ilustradas y con conciencia de la cohesión social, empiezan a espantarse ante la reforma laboral, las proclamas ultraconservadoras o la previsión presupuestaria. Que si realmente quiere —si realmente es eso lo que quiere— encabezar un proyecto nacional, regeneracionista, patriótico, para sanar los muchos males de este país, debe superar la estrechez de su visión neoliberal y ultraconservadora y la prepotencia con la que por ejemplo Arenas ha encarado esta campaña electoral y debe abrirse a los principios de, por ejemplo, el cristianismo social, en el que podrá integrar a sectores moderados de las clases medias que valoran positivamente las políticas de cohesión social, la protección de los asalariados o la escuela o la sanidad públicas que comienzan a percibirse en peligro. Que sólo dando ese paso podrá integrar en su proyecto a todos esos votos que se le prestaron el 20 de noviembre con el sólo fin de castigar a Zapatero.

Sexta nota. ¿Qué tiene que entender Izquierda Unida? Que tiene que apostar por políticos moderados y sensatos como Juan Serrano —el alcalde de Canena al que todo el mundo cataloga como un hombre bueno, como un político decente—, dejando de lado a visionarios como el alcalde de Marinaleda, para que su proyecto sea apetecible para más amplios sectores sociales, que tiene que implicarse en el gobierno de la Junta de Andalucía con racionalidad, responsabilidad e inflexibilidad en lo que respecta a las líneas rojas que no pueden atravesarse, que tiene que exigir sí o sí al Partido Socialista que reconozca sus errores y expulse a sus corruptos y que ponga fin a esa sensación de que la Junta de Andalucía es un cortijo de incompetentes, que tiene que ejercer una especie de protectorado sobre los socialistas mientras estos no acometan su renovación integral, que tiene tener claro que pagará muy caro en las urnas cualquier desliz, cualquier consentimiento para con las chapuzas, desmanes y tropelías a que los socialistas han estado tan acostumbrados durante treinta años.

Séptima nota. El resultado andaluz es un aviso contra la política del PP y le da aliento a la huelga general. Entre los progresistas españoles ha nacido la sensación de que otra vez “hay partido.”

Octava nota. Desde comienzos del siglo XX, la palabra “regeneración” ha sido, en España, un imán al que se han pegado políticos de todas las ideas y pelajes. Por desgracia, en el siglo XXI los políticos no tienen ni puta idea de lo que verdaderamente es la regeneración que España necesita hoy como hace cien años: para comprender su significado, los primeros en regenerarse tendrían que ser ellos.

Novena nota. Todos se sienten ganadores: los perplejos por no tener mayoría absoluta, los perplejos por no haberse hundido, los perplejos por tener las llaves en sus manos. Pero ayer sólo un claro ganador en Andalucía: el hastío de los ciudadanos, compuesto a partes iguales por asco hacia los socialistas y por miedo hacia los populares. Y no puede haber regeneración cuando a los ciudadanos se los pone entre la pared del asco y la espada del miedo.

Décima nota. La abstención, estúpidos, es la abstención.

viernes, 23 de marzo de 2012

ME CONVOCA MI HIJO





Los sindicatos han convocado una huelga general para la víspera del Viernes de Dolores en el que el gobierno de Rajoy dará a conocer el que va a ser el presupuesto del Estado más brutal de los últimos años, una huelga general en la que los piquetes informativos provocarán situaciones desagradables y en la que muchas empresas van a ejercer una presión infinita sobre sus empleados para que no secunden la movilización. Ante una convocatoria de este tipo, son muchos y contradictorios los mensajes que nos llegan a los ciudadanos: los sindicatos acuden a la huelga muy desacreditados por su merecida imagen de chupópteros complacientes con las frivolidades económicas de la era Zapatero; los socialistas se suman a la huelga olvidando los recortes que ellos hicieron hace poco y convencidos de que no hay nada más verdadero que aquello del “a río revuelto...”; la derecha ha movilizado a sus divisiones mediáticas, que disparan con cañones gordos contra los sindicatos y los posibles huelguistas, que dice que hay que pensar en quienes no tienen trabajo y lo van a poder encontrar gracias a la reforma laboral (pero sin especificar qué trabajo y en qué condiciones), que proclama que no es el momento de protestar sino de apretar los dientes, soportar lo que nos echen y trabajar (en las condiciones que nos impongan) sí o sí. Y en medio de todo el ruido de los unos y los otros, aplastados por sus vacuidades, cansados de ser utilizados, estamos los españolitos normales y corrientes, hartos e indignados, coléricos y hastiados.

Estoy convencido de que son muchos los españoles que se preguntan estos días qué hacer dentro de una semana. Yo creo que la única respuesta, ante una encrucijada de este tipo, está en nuestras conciencias. Tiene que darnos igual quiénes y cómo son los que convocan la huelgan, tienen que resbalarnos por la conciencia social las proclamas inmorales de la derecha —es profundamente inmoral arrojarle la situación de los parados a los huelguistas— y las de los interesados de la izquierda, tiene que importarnos poco que acabemos convertidos en una mera cifra de los porcentajes que ofrecerá el telediario para resumir la huelga. La decisión última de secundar la huelga general o de no hacerlo, de sumarnos a una marea cívica y democrática que proteste silenciosa, pacíficamente, contra una reforma laboral que dinamita tantos y tantos derechos de los trabajadores españoles, de todos nosotros, es algo que tenemos que tomar en discusión con nuestra conciencia, porque es a nuestra conciencia a la que al final de ese día tendremos que rendirle cuentas.

Por mi parte tengo claro lo que voy a hacer el 29 de marzo. Y tengo claras las razones por las que voy a hacerlo. Me parece que en todo eso que la reforma laboral ha borrado de un plumazo había demasiado esfuerzo, demasiadas protestas, demasiadas luchas de nuestros abuelos y nuestros padres para que ahora se pierda sin más, sin que nosotros le prestemos el testimonio de nuestro apoyo. ¿Por eso voy a ir a la huelga? No sólo. No principalmente. Si voy a la huelga es principalmente por mi hijo, porque quiero poder decirle un día que cuando la garganta profunda del “neocanibalismo” comenzó a tragarse los derechos que él ya no conocerá, su padre protestó de la única manera en que podía hacerlo, yendo a la huelga general, tal vez sin convicción, seguramente sin ganas, pero con la conciencia de ciudadano y de español tranquila y entendiendo, con Václav Havel, que si ese día los ciudadanos logramos una victoria moral algún día podremos alcanzar la victoria real pero que si cosechamos una derrota moral la victoria real ya será imposible para siempre. Y me resisto a dejarle en herencia a mi hijo la crónica de una derrota y los despojos del más alto estadio de la civilización, que es el Estado Social europeo. No voy a la huelga general no porque me convoquen los sindicatos: voy porque me convoca el futuro de mi hijo.

(IDEAL, 22 de marzo de 2012)

jueves, 22 de marzo de 2012

EL INVIERNO PIDE PERDÓN





Al final, al invierno no le ha quedado otra que sentirse culpable y se ha marchado con mala conciencia. ¿Cómo no iba a tenerla si no nos ha traído ni fríos ni hielos ni nieves ni lluvias? Por eso, el martes quiso despedirse regalándonos un día que fuese un día de invierno, gris y frío, con nevisca y con ganas de brasero. Pero a estas alturas el invierno debiera saber que eso no nos sirve para perdonarlo: lo único que puede redimirlo es que le suplique al verano que no venga hecho un mocetón, que llegue hasta nosotros raquítico y escuálido, con noches frescas y días húmedos. Lo único que puede hacernos sentir piedad por un invierno que no ha sido invierno es que el verano disimule.

martes, 20 de marzo de 2012

LA PURA VIDA





Hay «artistas» que irrumpen en la historia y ciegan —como la explosión de una estrella— a quienes contemplan sus obras. Suelen, estos artistas, ser considerados «genios», «hombres únicos» y en ellos, los palmeros del mundo del arte cifran el nacimiento o el fin de las eras artísticas. Pero estos artistas, que crean como en estado de arrebato epiléptico —febriles, convulsos, inagotables— pueden agotar: su «genialidad» es tan intensa que provoca cansancio en los ojos, el fulgor y el brillo de su obra es de tal calibre que no puede ocultar la tramoya que se esconde debajo de la obra, e incluso declara, impúdica, cuán desnuda quedaría la misma si se la privase de la prolija literatura que la rodea. Este arte —siempre bajo los focos y los flashes— está bien para los mercados y los marchantes. Pero, ¿qué provecho saca el espíritu de él?

Por suerte para el arte y por suerte para el espíritu están también los artistas que crean como quien anda un camino pedregoso, como en una búsqueda o como en una travesía siempre amenazada de naufragio, que crean buscando la fragilidad que alienta dentro y a la que hay que dar forma fuera. Pienso en Velázquez. Pienso en Vermeer. Pienso en Edwar Hopper. Pienso en Antonio López. Pienso en todos esos artistas que crean desde la paciencia y la rectificación, pienso en la laboriosa pintura que se demora durante años en la distancia que separa el pincel y el lienzo, suspendida en la duda de los artistas que no quieren venderse ni traicionarse. Pienso en la pintura que hace de la austeridad y la contención una marca, un estilo. Una proclama. Un manifiesto. Pienso, por supuesto, en Antonio Espadas.

La pintura de Antonio Espadas no es una pintura que deslumbre: los óleos o las acuarelas de Espadas no ciegan. Pero sus cuadros obligan a mirar: como no ciegan, no hay que cerrar o entornar los ojos; como no deslumbran, los ojos se mantienen siempre abiertos delante de ellos, expectantes, saboreando cada trazo, adentrándose en ese espacio eternizado por la mezcla del lienzo o el papel y el óleo o la acuarela, cada vez más apresados y cómodos en la celda de la belleza que Espadas ha elevado. «¿Qué pinta Antonio Espadas?», parecen preguntarse nuestros ojos mientras recorren sus cuadros. Pero... ¿Antonio Espadas pinta? Uno contempla sus acuarelas y sabe que sí, que pinta con absoluto magisterio, con esa pincelada airosa y grácil capaz de apresar la belleza del instante, el silencio del campo o de los rincones más recoletos de Úbeda, la íntima densidad de lo realmente hermoso, su eternidad determinante. Hay una acuarela del Arroyo de Santa María que no es en realidad una pintura, sino un tratado sobre el otoño o el mes de noviembre, lo mismo que hay una acuarela sobre la Plaza de San Pedro —con esa extraña elegancia francesa del palacio de los Orozco— que no es el retrato acuoso de un lugar sino un manifiesto de la primavera o una cantata sobre abril. Pero... ¿y en los óleos?, ¿qué pinta Antonio Espadas en sus óleos?

Ah, en los óleos Antonio Espadas no es un pintor, sino una especie de amante voraz que araña con la espátula la superficie virginal del lienzo para que de su fondo silente vayan surgiendo las formas, la geometría de las calles y las torres, el desordenado velamen de los árboles, de los olivos, la incisiva insinuación de la luz, el vaho de los colores. Es como si todo estuviese dentro de la tela y el pintor tuviera sólo que ir buscándolo, escarbando entre la trama de los hilos invisibles. Ese arte despacioso, laborioso, ese arte como descubrimiento y como oración, es un arte que abre una puerta y nos invita a entrar por ella. Los cuadros de Antonio Espadas tienen fondo y exudan abandono. Son cuadros que sugieren y susurran una soledad: las plazas están vacías y votivas, los olivares permanentemente silenciados; nunca hay personas que trasieguen por el cuadro, sólo las piedras y los guijarros, la hiedra y los árboles verdecidos, sólo el cielo ora gris y lluvioso ora jubiloso y azul, como de Domingo de Ramos...

¿Qué pinta Antonio Espadas? Antonio Espadas pinta lo que sólo los artistas verdaderos pueden pintar. El vacío. La soledad. El silencio. El susurro. La emoción. La luz. La plenitud. La desnudez de lo dolorosamente humano. La pura vida.

(ESPADAS SALIDO. EL ÓLEO Y LA ACUARELA EN MIS PAISAJES. Sala de Exposiciones “Pintor Elbo” del Hospital de Santiago. Del 15 de marzo al 8 de abril de 2012)

domingo, 18 de marzo de 2012

COMO PISANDO MIERDAS





Cada campaña electoral se me hace más cuesta arriba. Ver sus caras en los carteles, sonriendo como si lo que está cayendo no fuese o con ellos o como si ellos —todos— no fuesen responsables directos del sufrimiento de tantas y tantas personas, me revuelve las tripas. Oír sus discursos hueros, hechos con una sucesión de imbecilidades y de lugares comunes, escuchar su palabrería que no aporta nada y que en realidad no dice nada y que lo único que hace es repetirse y repetirse hasta la náusea, me revuelve las tripas. Y lo siento, porque sé que no puede ser bueno que esto ocurra en una sociedad, porque sé que el desprecio por la casta política anticipa tiempos peores —tiempos de salvadores y redentores— que nada salvan y nada redimen. Lo siento porque en el fondo sigo pensando que la política —la política de los que piensan en mayúsculas, de los que rehuyen los fanatismos y los dogmas, la política de los que se entregan con pasión a una causa noble y generosa, pensando en los más y no en sus malditos intereses— es algo imprescindible y necesario. Fuera de la política sólo existe la barbarie, y lo estamos viendo ahora que los neoliberales le entregan la política a los gurús de la economía y a los profetas de la ley divina: en el imperio de la política eran posibles la libertad y la decencia, la democracia y los derechos humanos, la convivencia y la justicia social, pero en el creciente reino del cálculo económico y de la religión excluyente sólo son posibles la miseria y el dolor de cada vez más personas, la desaparición de los derechos y el agrandamiento de las desigualdades.

Lo que más subleva de la actual situación política es que, simplemente, los políticos no tenían derecho a hacernos esto. Se echa, por ejemplo, una ojeada al panorama de la campaña andaluza y es imposible controlar la rabia: ¿qué nos ofrecen? Nada, no ofrecen nada. ¿Renovación? ¿Arenas, que lleva en esto toda la vida, puede ser la renovación de Griñán? Todo suena a viejo, a ruinoso, todo el discurso político parece sacado de un armario lleno de bolas de alcanfor. Todo suena a desesperanza, y sólo los fanáticos de cada fuerza política son capaces de fingir una esperanza o una ilusión con las que en realidad intenta tapar lo que no es más que pura sumisión ovejuna a los dictados del líder. No tenían derecho a hacer esto. No hay derecho a que a los ciudadanos se los obligue a acudir a las urnas con las pinzas o con las mascarillas de aire puestas en la nariz porque las papeletas donde están escritos sus nombres despiden el mismo olor a putrefacción que sus rostros, sus proclamas, sus programas, sus acciones. No hay derecho a que los ciudadanos tengan que votar retorciendo su conciencia, no hay derecho a que los ciudadanos tengan que votar con lágrimas en los ojos porque sienten que están traicionando algo, la memoria de sus abuelos o el porvenir de sus hijos, no hay derecho. No hay derecho a que se tenga que elegir entre la camarilla de bandoleros de los eres y los afiladores del hacha de los recortes que nos sumen en la más absoluta indefensión y miseria. No hay derecho. Los políticos no tenían derecho a causar tanta repulsión en la sociedad.

Siento sentir lo que siento, no puedo controlarlo. Los políticos ya no me provocan una indignación ética o una repulsión cívica: los políticos me causan repulsión física. Los veo, y tengo la impresión de que estoy oliendo una vomitera, machacando una cucaracha. Los veo y los oigo y siento el mismo asco que si estuviera pisando una mierda plantada en mitad de la calle. Siento sentir lo que siento, pero no puedo evitarlo.

(IDEAL, 15 de marzo de 2012)

viernes, 16 de marzo de 2012

POPURRÍ DE FEBRERO





CARNAVAL, CARNAVAL.

Al ver la Cabalgata de Carnaval del pasado sábado 18 de febrero poca gente puede dudar que el Carnaval de Úbeda ha conseguido “tener su público”. Esto es: el Carnaval de Úbeda ha logrado convertirse si no en una fiesta masiva, como la Feria o la Semana Santa, si en una celebración importante, relevante dentro del calendario festivo de la ciudad. Pero, visto con serenidad, lo del sábado –la cabalgata multitudinaria y el baile– puede ser un espejismo que impida a los dueños de la verdad carnavalera dimensionar correctamente la fiesta: mucha, muchísima gente en la Cabalgata y el Baile, cierto es, pero mucha, muchísima gente ajena a los intereses y presiones a los que juegan otros estamentos carnavaleros.

Esas cientos de personas, que cobijadas entre las telas de su disfraz y el anonimato de la máscara tomaron el Real y la Calle Nueva, pueden pensar que el Ayuntamiento es rácano en los premios que concede para los disfrazados. Y posiblemente lleven razón: la cantidad dedicada a los premios de las “agrupaciones” cuadruplica la destinada a los premios de la calle, y no vale el argumento de los meses de ensayo y demás, pues no es tarea del Ayuntamiento premiar la profesionalización del disfraz. Y las agrupaciones custodiarían mejor el espíritu de rebeldía que anida en el Carnaval si no estuvieran atravesadas por el afán del premio, si sus meses de trabajo no se orientasen a una noche de actuación en un Teatro convertido en “botellódromo”, si no estuviesen pendientes del premio que les da tal o cual cantidad de euros. Creo. Sobre todo porque si hay algo que sustenta la pureza o la posible necesidad del Carnaval es su espontaneidad: maravillaba el ingenio desplegado por muchos ubetenses en la Cabalgata, la versatilidad que supieron darle a materiales como el cartón o el retal de tela, la capacidad que tenían para desafiar a la crisis y a los poderosos con un simple disfraz, con una pancarta y un lema recién parido por la rabia o el desencanto o la estupefacción. Y contrastaba todo eso con la elaborada artificialidad –con la encorsetada artificialidad– de muchas de las letras de las agrupaciones la noche antes, en el Teatro Ideal Cinema. Luego, curiosamente, me dicen que lo más ingenioso del Carnaval ha estado –¿un año más?– en aquellos grupos más o menos organizados que se funden con la masa carnavalera de la calle: la “chirigota del Jero”, “Troche y Moche”, los “romanceros”… Supongo que algo querrá decir todo eso. Tal vez para entenderlo necesite ponerme un disfraz.

Y luego está el tema de que la gente de la Cabalgata, la gente del baile de Carnaval, ha sabido entender mejor que los “carnavaleros profesionales” el sentido y alcance del Carnaval: una noche de fiesta y luego a guardar el disfraz. ¿Tiene sentido –sentido antropológico– ese Carnaval profesionalizado, engordado de actuaciones como se engorda el hígado de un ganso para obtener el “foie”, ese Carnaval que se adentra en la Cuaresma y que dura casi más semanas que el Festival de Música?

EL CONCEJAL ENCERRADO.

Con Luis Fernández, el concejal de Izquierda Unida, se puede estar de acuerdo o disentir, como con cualquiera, pero es imposible negarle una coherencia personal y moral que difícilmente se encuentra en el resto de concejales de la Corporación. Luis Fernández llama a las cosas por su nombre o por el nombre que él piensa que las cosas tienen, que no es lo mismo, y para él, el pan es siempre pan y el vino siempre es vino. Lo políticamente correcto no transustancia el pan y el vino de las convicciones de Luis Fernández.

El concejal comunista pasó una noche encerrado en el Salón de Plenos del Ayuntamiento para protestar contra la agresión –fue el propio Ministro Luis de Guindos el calificó la norma como “muy agresiva”– brutal, frontal, que supone la reforma laboral: Luis Fernández alzó su voz, simbólicamente, contra quienes abocan a los trabajadores españoles a una reedición del siglo XIX. ¿Gesto inútil? Puede. Pero, ¿acaso no hay una grandeza moral en todos esos gestos inútiles, en los que se hacen sin buscar rédito personal?

No sé, pero cada vez estoy más convencido que en un rebaño como el de la política local, donde abundan tanto los que al decir de Gracián parecen sabios en latín y suelen ser necios en romance, hombres como Luis Fernández son necesarios. Precisamente porque no saben latín y porque todo lo que dice se le entiende. Aunque no se esté de acuerdo con él.

A VUELTAS CON LA BENEMÉRITA.

Los políticos son todos más o menos iguales, aunque está demostrado que también los hay peores. Y deben mirarnos todos con los mismos ojos: todos nos han visto a los ubetenses caras de idiotas. Los unos se tiraron cuatro, cinco, seis años, diseñando planes, estudios y proyectos para la reapertura de la Academia de la Guardia Civil. De sobra sabemos que eso está más cerrado que la terraza del Moi. Ahora los nuevos amenazan con saturarnos con la promesa del nuevo cuartel de la Benemérita. ¿Qué hemos hecho para merecer tan pesada cruz?

SAN MILLÁN.

La cofradía de la Virgen de la Soledad advierte del mal estado que presenta la torre románica de San Millán. Pero todo el mundo mira para otro lado y habrá que esperar a que la torre se venga abajo para que comience el coro de lamentos. Ejemplar cofradía la de la Virgen de la Soledad, por muchas razones. También por haberse hecho cargo, en exclusiva, de la conservación y mantenimiento del viejo templo. Sólo que ahora la intervención en la torre de la iglesia mozárabe se escapa de sus posibilidades y pide ayuda, quizá a sabiendas que ni el Obispado ni en las administraciones quieren saber nada del tema. Reconocimiento o ayuda de la autoridad civil, que no la esperen los recios hermanos de la Soledad. Lo peor es que tampoco les queda el consuelo de que la autoridad eclesiástica les de el templo en propiedad y lo consagre como Santuario de la Virgen de la Soledad. Es lo que tiene ser una cofradía de gentes con callos en las manos.

(ÚBEDA IDE@L, núm. 4, marzo de 2012)

jueves, 15 de marzo de 2012

CUESTIÓN TURÍSTICA





Úbeda, un año más, ha estado presente en FITUR para dar a conocer al mundo las excelencias de la ciudad y conseguir que nuestras calles se llenen de turistas que se paseen una mañana, que den un rule y luego cojan el autobús y se larguen a comer o dormir a otro sitio. ¿Es necesario que ciudades como Úbeda estén presentes en eventos como la Feria Internacional de Turismo? Sin duda. Pero es que la cuestión no es esa: el tema no es cómo o dónde nos vendemos, sino qué es lo que vendemos.

No hace falta haber viajado mucho para, en cuanto uno renuncia al ombliguismo típicamente ubetense, darse cuenta de que nuestro producto si es bueno presenta deficiencias importantes. Ahí tenemos el tema central de la declaración como Patrimonio Mundial por parte de la UNESCO para poder abrir los ojos a nuestra realidad como ciudad y sociedad. Y es que decimos lo de “Patrimonio de la Humanidad” con la boca llena, y la satisfacción nos impide ver la realidad de que poco —siendo optimistas— o nada —siendo realistas— hemos hecho en la senda que nos abrió esa declaración. Ahí están las casonas históricas de los barrios de San Pablo o San Pedro o Santa María arruinándose y deteriorándose; ahí están gimiendo ruinosos o comidos por la humedad los edificios de San Pedro, Santo Domingo, San Lorenzo, San Bartolomé o Madre de Dios del Campo; ahí está el desaparecido palacio de los condes de Gavia... La declaración como Patrimonio de la Humanidad no ha supuesto, en el caso de Úbeda, un estímulo colectivo para avanzar en la comprensión y la conservación de nuestro patrimonio histórico y artístico, de tal modo que se pudiera ofrecer, hablando en términos estrictamente turísticos, como un producto realmente singular y atractivo. Al contrario: sobre los pegotes más destacados de un centro histórico cada día más descontextualizado, los más variopintos sectores ubetenses se han lanzado a la tarea de estrujar la gallina de los huevos de oro.

Y así, movidos por el único afán de ganar mucho dinero en muy poco tiempo, sobre la realidad un poco triste de nuestras iglesias, nuestros conventos y nuestros palacios y casonas siempre cerrados, hemos construido una red de productos “turísticos” caros y poco acordes con la realidad del “público” al que el producto “Úbeda” se tenía que haber ofrecido. Con la mano en el corazón, hagamos un esfuerzo para vernos a nosotros mismos no como habitantes de esta ciudad sino como turistas. E imaginemos nuestra visita a esta ciudad.

Llegamos, y descubrimos que aunque el aparcamiento más bello del mundo, que es la Plaza Vázquez de Molina, está lleno de coches de policía, concejales y funcionarios, nosotros tenemos que dejar nuestro coche mal aparcado en cualquier rincón y a expensas de que nos lo multen. Luego, nos paseamos por Úbeda y después de habernos dado un atracón de fachadas, con un poco de suerte habremos podido entrar en alguna iglesia que no tiene nada destacado en su interior. A la hora de comer nos habremos sentado en algún “noveau” restaurante donde la comida es cierto que está buena pero el precio está dirigido no a la clase media que hace viajes culturales sino a gente que puede tirar de visa. Y después del café, pues no tendremos nada que hacer, porque por más que se cacaree la oferta cultural es muy reducida y la crisis va a terminar de finiquitarla y porque con una mañana hay de sobra para ver fachadas.

¿Repetiríamos un viaje así? ¿Se lo recomendaríamos a algún conocido nuestro? No, todo lo más, al volver a nuestra casa le diríamos a nuestros amigos que sí, que Úbeda está bien, que es bonica pero que...

Ese es el problema turístico de Úbeda: que los “pero que” son demasiados. Estamos tan convencidos de que los turistas son cosas a estrujar que nos hemos olvidado de que hay que mimarlos, cuidarlos y ofrecerles estímulos para que nos visiten: para conseguir visitantes, el boca a boca es mucho más potente que FITUR. Úbeda tiene potencial suficiente para convertirse en una pequeña joya del turismo cultural: sólo hace falta que la sociedad ubetense esté dispuesta a apostar, de manera decidida y sin complejos, por esa capitalidad cultural de la que ahora se habla y que, en realidad, no es más que una entelequia propagandística.

La industria ha sido siempre un agente económico muy secundario en Úbeda. La agricultura ha llegado al límite de su capacidad de aportación al tejido productivo de nuestra sociedad, por falta de coraje de los olivareros para unir esfuerzos en la comercialización. El comercio ubetense, antaño floreciente, tiene en plazas como Linares o Jaén capital competidores tan poderosos que difícilmente puede recuperar su papel central en la economía ubetense. Así las cosas, son el turismo y la cultura los únicos elementos que diferencian a Úbeda de otros lugares de la provincia. No apostar por ellos de manera decidida es desperdiciar el estímulo económico más potente que le queda a nuestra ciudad si no quiere adentrarse en una larga etapa de decaimiento. Claro que para ello hace falta un proceso de debate colectivo sobre lo que somos y lo que tenemos, y un decidido esfuerzo público para diseñar una política cultural —cultural, ¿eh?, no de espectáculo— ambiciosa, atractiva y que integre armónicamente todos sus elementos, y para diseñar un plan general de conservación y restauración y revitalización del centro histórico. Sólo cuando se tenga claro lo que se quiere hacer en esos dos motores potenciales del futuro de Úbeda, se podrá ir a FITUR con un plan turístico que satisfaga las demandas de nuestro público potencial. Sólo cuando pensemos en un futuro que no se agota mañana y cuando pensemos como sociedad, colectivamente, pensando todos en todos, sólo entonces estaremos en condiciones de haber resulto los “pero es que” de nuestros turistas. Y sólo entonces estos, cuando vuelvan a sus hogares, les dirán a los suyos “oye, iros unos días a Úbeda que merece la pena”.

(ÚBEDA IDE@L, núm. 3, febrero de 2012)

viernes, 9 de marzo de 2012

TEMBLAR ANTE SU NOMBRE





Es difícil —vuelven a hacer difícil— conjugar las ideas progresistas, liberales, socialdemócratas, y un sano patriotismo español. Y ello, pese a que lo mejor, lo más limpio y cristalino del pensamiento español de los últimos doscientos años, está ligado a la idea patriótica nacida en las Cortes de Cádiz y mantenida por la Institución Libre de Enseñanza, Emilio Castelar y Pi y Margall, Antonio Machado y García Lorca, Julián Besteiro y Manuel Azaña, y que choca con la España rancia —la España “de charanga y pandereta”— de Canovas del Castillo, José María Pemán, la Asociación Católica de Propagandistas y “Manolete”. Resulta que los españoles progresistas tenemos en heredad una España decente, una España conformada por valores plenamente europeos y modernos, una España cuya aportación filosófica y ética a la historia del progresismo europeo es más importante de lo que nos creemos, resulta todo eso y... y sin embargo nos cuesta trabajo sentirnos españoles y España se nos atraganta, su idea se nos clava en la garganta como una espina.

No hay que extrañarse. En estos días escuchar el nombre de “España” provoca pánico entre quienes creemos en la virtud moral suprema de lo público, entre quienes seguimos aferrados a los valores de la solidaridad social, la libertad individual o los derechos de los trabajadores. Para justificar cualquier tropelía —una reforma laboral “muy agresiva”, el cierre de quirófanos mientras los pacientes esperan en sus casas devorados por la enfermedad, la aparición de síntomas de malnutrición en los niños de familias machacadas por la crisis— se dice que se hace “por el bien de España”. Toda la medicina brutal, radical, despiadada, que se aplica al cuerpo social español se justifica diciendo que hoy todos los españoles lo pasaremos mal pero que mañana —¿qué mañana va a quedarnos después de la crisis?— España agradecerá este sufrimiento y resurgirá y florecerá y volverán banderas victoriosas y bla, bla, bla... Para salvar a España, los nuevos inquisidores del neoliberalismo, los fanáticos del ajuste y del déficit cero, estos torquemadas travestidos de amantes de la libertad, para salvar a España, digo, están dispuestos a sembrar los hogares de los españoles de lágrimas, de desesperación, de angustia, de desesperanza. Lo advertía Miguel de Unamuno: “Los que lo ven todo claro, son espíritus oscuros”; y esa oscuridad es la que reluce en la mirada torva de los que invocan el nombre de España para dinamitar controladamente lo que tanto constó conseguir, la precaria felicidad de los humildes.

Pero en realidad esto tampoco es nuevo. Lo advertía Juan de Mairena cuando le decía a sus alumnos que en los trances más duros los señoritos —los poderosos, los banqueros, los políticos— invocan el nombre de la patria y la venden, mientras que el pueblo —el que no nombra a España, el que tiembla por sus hijos cuando oye el nombre de España—, es el que la compra, antes con su sangre, ahora con sus desesperanzas y sus lunes al sol. Lo único bueno que hay en el trasfondo de esta crisis que están pagando sus víctimas y no quienes la provocaron, es que ha quitado las caretas de todos los rostros. Gracias a la crisis hemos descubierto que no éramos tan ricos ni tan prósperos ni tan modernos como pensábamos. Gracias a la crisis hemos descubierto que durante demasiados años hemos galopado sobre un caballo de cartón que se ha deshecho entre los charcos de la tormenta. Gracias a la crisis hemos descubierto que la Transición fue una impostura y que aquel pacto social y nacional ha saltado por los aires en cuanto la derecha ha tenido la oportunidad de llevar a cabo, sin ataduras, la revolución conservadora que restablece la España eterna de la limosna y la peineta, la madrastra sin entrañas que nos hace temblar ante su nombre.

(IDEAL, 8 de marzo de 2012)

jueves, 8 de marzo de 2012

UNA DE VIOLENCIA





Hay en un sector de la derecha española una doble moral, una hipocresía revestida de falsa virtud, que repatea el hígado. Ayer, el Ministro de Justicia —el disfraz de moderado, de centrista, le ha durado menos que la vergüenza de Belén Esteban—, hablaba de que las mujeres abortan porque son víctimas de una violencia de género estructural, pero no aclaró si hay que encarcelar a las mujeres que abortan o a quienes ejercen esa violencia contra ellas. Gallardón está demostrando ser un consumado maestro en el arte de nadar y guardar la ropa.

Pero hoy los votos de un partido que en su último congreso siguió llamándose “cristiano”, el Partido Popular, y los votos de los democristianos de CiU aprueban la reforma laboral. ¿Violencia estructural contra las mujeres? No creo que en los últimos cuarenta años de historia de España se haya ejercido una violencia mayor contra la maternidad, contra la paternidad y contra los derechos de la familia que esta reforma laboral que deja a la intemperie a los trabajadores españoles.

¿Violencia estructural contra la mujer? A mí no se me ocurre violencia mayor que la que padecen tantas y tantas madres españolas —también tantos padres— que gracias a la crisis provocada por los poderosos ven como sus hijos son devorados por las arenas movedizas de la exclusión social. No, no es el aborto la muestra de la violencia estructural que se ejerce contra las mujeres —y contra los trabajadores y contra las familias—, no: la muestra son los datos que hablan de malnutrición infantil en Cataluña, la muestra son el 30% de niños españoles que se encuentran en riesgo de exclusión social o en situación claramente precaria, la muestra es el comedor que ayer abrió en Madrid Mensajeros de la Paz para dar cada día cien meriendas-cenas a niños de familias machacadas por la crisis y sus ajustes y sus recortes. Esa es la violencia contra las mujeres, contra las madres —¿habrá violencia mayor que ver cómo a tus hijos le falta lo básico y tú no puedes dárselo?— que Gallardón y su cofradía cospedaliana no denuncian, no quieren ver, no quieren perseguir.

viernes, 2 de marzo de 2012

PIEDRAS DORADAS





Extraño invierno: sin nieves ni lluvias, sin apenas hielos, con tan sólo unos días de verdadero frío, de ese que cala hasta los huesos. Extraño invierno lleno de días plenos de sol en los que las nubes blancas desfilaban por el cielo como un extraño cortejo de perezas y promesas... Y casi sin notarlo la luz le ha ido comiendo pedazos al cuerpo de la noche —la luz y la noche, que forcejean entre ellas con la suavidad y la avaricia carnal de dos mujeres enamoradas—, y nos ha brindado la luz un adelanto de las tardes primaverales. La luz cada día más amarilla y más victoriosa, cada día menos parecida a la que regala ese sol anémico de diciembre y enero; la tarde más enseñoreada sobre un territorio que sabe que le pertenece, la tarde que prepara la arrogancia con la que reinará en agosto; los pájaros expectantes sobre los aleros de los tejados y en la fronda inaccesible de los cipreses; el agua mansamente brillante de la fuente italiana, de monstruos desgastados por los siglos... Como por arte de magia, todo, en la Plaza de Santa María, ha sido dispuesto por los últimos días de febrero para darle la bienvenida a la primavera: es como si la naturaleza tuviese prisa en desperezarse, en disponerse para ser atravesada por los vencejos y las flores y las yemas tiernas de los árboles renacidos... En la Plaza parece que la creación tiene prisa para mostrar su voluptuosa generosidad, la fragilidad definitiva de lo que es hermoso sin quererlo y sin imposturas.

Toda la Plaza de Santa María parece construida para convertirse en un receptáculo de la luz de atardecida. El sol describe su arco desde los parajes de la fuente de la Alameda hasta los cerros gastados que se extienden más allá de la espadaña de San Lorenzo, más allá de los barrancos de la Cava, donde ayer se alzaron blancos los muros del convento de San Francisco. Y al caer, los hilos de la luz del ocaso se filtran por entre los olivares y su monotonía hilada de verdes polvorientos y llegan a adormecerse en los palacios y las iglesias de la plaza. ¿Sueña la luz? ¿Sueñan las piedras? Las piedras esperan al sol de la primavera para transfigurarse en un dorado casi imposible que dota de vida el perfil lánguido de los atlantes y las cariátides, de los centauros y las alegorías de la fe y de las vírgenes renacentistas, de los santos que perdieron su cabeza en cualquier revolución. En la luz de la tarde melosa las hornacinas vacías anuncian una plenitud, como los escudos, como las espadañas, como la torre bulbosa de El Salvador. Es como si todo fuese más bello o como si todo quisiera disputarle a las tardes de niebla y viento —a las tardes que huelen a tierra mojada—, a esas tardes tan radicalmente íntimas, la primacía de lo hermoso. Y las piedras, que se tornaron grises en noviembre, vuelven a beber la luz a boca llena para devolvérnosla, a través de sus poros, convertida en un bellísimo color como de oro recién bruñido, como de cera que se derrite bajo la llama vacilante.

Los viejos, sentados en los escaños de la lonja de las Cadenas, charlan de sus cosas, de los años idos que comienzan a parecerse mucho a los años por venir. Pasean las madres con sus hijos y los enamorados se remolonean en la quietud de los besos. Se ha puesto la vida dulce como una tristeza que se sabe remediada. Suenan lentas —arrebatadas de tranquilidad— las campanas: la prisa es cosa de los hombres, no del tiempo. Es fácil recoger el espíritu e imaginarse toda la amplitud de la plaza sin coches aparcados, sin compartimentos pensados no para el reino de lo divino y los trascendente sino para el tránsito de los coches. Es fácil entornar el alma y pasearla por los palacios que fueron de virreyes y hombres de estado, es fácil encaramarla por la fachada del fastuoso panteón de un hombre al que llamaron Francisco, es fácil dejar que la conciencia trepe por entre las columnas de la vieja colegiata, es fácil soltarle la mano y dejarla que se adentre por el claustro como un niño perdido que busca consuelo en el amarillo atenazado entre las ojivas góticas.

(IDEAL, 1 de marzo de 2012)