miércoles, 30 de noviembre de 2011

UN EJEMPLO





En los libros de Robert D. Kaplan no hay lugar para la complacencia. Es uno de los mejores exponentes del realismo político y sus descripciones de lo que pasa en nuestro mundo son certeras, despiadadas, están hechas con la mirada de un ojo que sabe que distinguir entre lo que realmente es y lo que debería ser, están hechas con las palabras de quien posiblemente ha llegado a la conclusión de que siempre gana lo que es. Cuando hace unos quince años pronosticaba que la democracia política pasaría a la historia y sería sustituida por democracias aparentes, en las que el poder lo detentarían, realmente, las multinacionales, los bancos, los grupos de presión y los medios informativos más poderosos, muchos lo tacharon de alarmista y de polémico; hoy, cuando el ejemplo italiano o griego le dan la razón, sin concesiones, sus detractores guardan prudente silencio.

Anoche, repasando Viaje al futuro del imperio. La transformación de Norteamérica en el siglo XXI, un libro magnífico, soberbio, me topé con un párrafo muy esclarecedor del compromiso de cada uno de nosotros con los demás. Refiriéndose a H.C. Milford, un miembro del Partido Republicano, blanco, y máximo responsable a finales de los 90 (fecha en que está escrito el libro) del departamento de economía del Ayuntamiento de East Saint Louis, en Illinois, dice: «Es uno de los miembros más valiosos de la sociedad norteamericana de finales del siglo XX, porque gracias a su profunda comprensión del concepto de democracia civil se ha dado cuenta de que, por definición, ésta se basa en la buena voluntad para ayudar a los más desamparados; de que el hecho de que sus vecinos ricos hayan decidido dar la espalda a los negros pobres no significa que él o la totalidad del país tenga que hacer lo mismo, y que no hay justificación moral posible para el abandono de los negros pobres sólo porque no cuenten en un orden económico superior.» Qué ejemplo de conciencia cívica, de compromiso político contra el sufrimiento, que altura de miras civiles, de no escurrir el bulto cuando las políticas que nos exigen generan tanto dolor y todos miramos hacia otro lado.

martes, 29 de noviembre de 2011

DÍAS GRISES





Hay meses que «no caen bien», que gozan de buena fama. Todo el mundo querría vivir en un permanente abril o mayo, o en un eterno junio. Pero, ¿quién da un duro por el pobre noviembre al que, para más abundamiento, el calendario católico ha señalado con la tristeza de los santos y los muertos? Es como si hubiera un empeño por transformar a noviembre en un mes que se encierra entre los muros del cementerio, como un mes sin más elevación posible que esa corta altura que determinan las cruces frías de las tumbas. ¿Quién determinó, y en que momento, que sólo le cabía a noviembre un puesto subalterno entre los meses que ofrecen calor y belleza al alma ansiosa de descanso? Es cierto que noviembre no estalla en una policromía saturada de vivísimas ofrendas (eso tiene la ventaja de que noviembre no agota ni malgasta fuerzas ni esfuerzos): algunos, pueden considerar que noviembre está falto de la abundancia y rotundidad de los colores de la primavera e incluso del verano, y que el gris no es un buen color para declinar estados de ánimo, que desdibuja perfiles e intenciones. Se equivoca quien así piense, se equivoca en todo. Si somos capaces de mirar más allá de nuestros prejuicios sobre lo bello y lo necesario, si nos adentramos en los recodos íntimos de noviembre, descubrimos todos los matices que lo convierten en un mes imprescindible, mes de recuento y preparación, de siembra íntima, mes acicalado por la gama infinita de los amarillos y los grises, mes que predispone para la melancolía, para que una nostalgia —no sabemos qué nostalgia, no sabemos nostalgia de qué— vaya cuajando en nosotros la posibilidad del renacimiento: para que la primavera sea posible, tiene noviembre que cargar sobre sus hombros la mañana apagada y la noche de viento y chaparrón. Noviembre barbecha el alma, la recoge, la cobija, noviembre nos da un amparo de intimidades.

La tarde gris —con el cielo casi blanquecino por el horizonte y anubarrado en colores cenicientos, cárdenos, casi negros, justo encima de nuestro balcón— invita a no hacer nada, a sentarse y pensar, a viajar dentro de un libro. Fuera, se oye el lento cántico de la llovizna, que acabará aplastando con su humedad las hojas de los parques: hasta hace unos pocos minutos esas hojas amarillas, esas horas rojas como la sangre vieja de una herida mal curada o como un vino a medio hacer, crujían bajo las botas de los niños que en cuanto han caído las primeras gotas han huido a sus casas como gorriones en desbandada. Un aire leve y empapado agita con delicadeza las copas de los árboles, invitándolos a que se desnuden y ofrezcan al cielo la huesuda coraza de sus ramajes yertos. Noviembre está empeñado en reducir la belleza a su esquema, en adelgazarla de collares y colgantes y sedas y encajes: la belleza, para noviembre, es una línea simple, un verso suelto que condensa todas las potencias de lo hermoso.

También nosotros estamos invitados por noviembre a practicar ese íntimo, personal adelgazamiento, esa reducción del corazón y sus pulsiones al esquema de lo irrenunciable. En noviembre es posible tan sólo apresar la belleza básica y sentir la alegría fundamental, belleza y alegría que son eso, solamente eso, sin más pretensiones, y cuando se quiere ir más allá, cuando se sopla en las velas de la ambición, cuando se quiere hacer de la belleza o de la alegría un instrumento para otras pretensiones, el alma se agota y se siente perdida.

Ahí está noviembre invitándonos a transitar entre el brasero cálido y el parque donde todo parece humillado por el tiempo. ¿Qué no hay alegría en todo esto? Están los árboles preñados de pájaros que disparan trinos azules contra la tarde gris.

(IDEAL, 25 de noviembre de 2011)

miércoles, 23 de noviembre de 2011

ANTE EL TRIBUNAL





Por lo que se va viendo, supongo que a partir de ahora quienes nos reconocemos en los valores de la socialdemocracia y del patriotismo liberal vamos a tener que vivir en permanente estado de justificación: “que si ahora dices esto pero no lo decías cuando estaba ZP”, “que si hubieses criticado eso tendrías legitimidad para criticar esto” y un largo etcétera. La ventaja de tener un blog y de escribir en un periódico es que la opinión de uno queda más o menos registrada y al alcance de cualquiera. Y si de lo que se trata es comparecer ante el tribunal de los nuevos inquisidores, mejor hacerlo cuanto antes.

Así, pues, me pongo el capirote y el sayón amarillo y, con la modorra de la siesta para evitar acelerones, procedo a justificar mi libertad y mi derecho a cargar contra cualquier decisión política que vulnere los que yo sigo considerando derechos básicos y principios elementales para la convivencia. Me justifican mis artículos y cierta coherencia que, creo, he demostrado a lo largo de estos años: por ejemplo, me cabe el triste honor de estar entre los pioneros, dentro de “la izquierda”, en criticar duramente la frívola y temeraria política territorial de Rodríguez Zapatero, cuyos resultados son visibles. Ahí están mis artículos en “Temas para el debate” en noviembre y diciembre de 2005 (año y medio después de la llegada al poder de ZP), marzo de 2006 o marzo de 2007, mis artículos de crítica al rumbo general de la política de ZP también en “Temas para el debate” de julio de 2007 u octubre de 2008. Y críticas específicamente dirigidas al gobierno de Zapatero y en general a la política inspirada por los principios neoliberales que se postulan para salir de la crisis (y que lo que hacen es abundar el sufrimiento de millones de personas) encuentro en artículos publicados en este blog o en Ideal en muchas fechas. En 2007, nada más comenzar la crisis que yo no negué nunca, el 18 de octubre o el 15 de noviembre. En 2008, el 21 y el 28 de febrero, el 7 de marzo, el 8 y el 28 de mayo, el 17 y el 19 de junio, el 1 y el 3 de julio, el 8, el 16 y el 28 de octubre y el 28 de noviembre. En 2009, el 1 de febrero, el 19 y el 28 de marzo, el 25 y el 30 de julio. En 2010 el 2 y el 10 de febrero, el 6, 12, 14, 15 y 27 de mayo (en pleno mes de recortes), el 7 y el 17 de junio, el 16 de septiembre, el 2 y el 7 de octubre, y el 2 de noviembre. Y en 2011 el 3 de febrero, el 23 de marzo, el 7 de abril, el 19 de mayo y el 13 de octubre.

Supongo que nada de lo anterior, espigado a bote pronto, servirá, no obstante, para calmar el afán inquisidor de todos aquellos que yo, todavía, sigo sin comprender por qué leen lo que se escribe aquí. En cualquier caso, y ya que no servirá de descargo contra las culpas que ellos me imputen, al menos que sirva de aviso: no pienso volver a justificarme. Creo que la lealtad a mis ideas y a mi conciencia me justifican sobradamente.

martes, 22 de noviembre de 2011

333.628





La emoción que uno siente al leer Los peces de la amargura de Fernando Aramburu es limpia como el corte de un bisturí, penetrante, incisiva. Va directa al tuétano del corazón, tanto como puede hacerlo una prosa luminosa y precisa, sin concesiones a la retórica, tan desnuda de aditamentos que se transfigura en pura literatura, en la mejor literatura. Es imposible leer ese viaje del escritor de San Sebastián al fondo del dolor de las víctimas del terrorismo de ETA sin sentir un estremecimiento, la permanente presencia de un nudo apretando la garganta: libros como éste deberían ser de obligatoria lectura en los centros escolares, para que nuestros hijos aprendieran el valor no ya de la libertad y la tolerancia sino el de la simple compasión con aquellos que sufren. Creo que sólo he sido capaz de comprender el drama humano de miles de personas sacudidas por la barbarie cuando he leído este libro, cuando este libro de relatos me ha puesto en la carne doliente y en la piel estremecida de las viudas, de los hijos, de los proscritos, de los señalados, de los que son acusados de españoles en el País Vasco, de aquellos cuyo dolor era justificado por los alcaldes y los curas y por el carnicero y por el vecino o el compañero de dominó, por toda una sociedad corrompida éticamente por la violencia política del terror. Lo leí durante el último tramo de la campaña electoral y no puedo borrarlo de mi mente, tan grande fue la impresión: creo que me ha dejado tan tocado que ahora mismo no podría volver a leerlo. Después de que este libro haya arrasado con su tristeza el fondo de mi persona, me resulta incomprensible, completamente incomprensible, que haya habido 333.628 “personas” que el pasado domingo votaron a los cómplices morales de quienes todavía no le han pedido perdón a esos que han quedado para siempre retratados en los inolvidables personajes del libro de Aramburu.

sábado, 19 de noviembre de 2011

JORNADA DE REFLEXIÓN







No creo que hoy, por muchas palabras que pudiéramos gastar, se encuentre una descripción más certera del estado de ánimo que embarga a millones y millones de ciudadanos españoles que estas dos viñetas que hoy, El Roto y Forges, publicaban en El País: unos simples trazos han servido para dar forma al alma atormentada de toda una nación. Da igual que mañana se vote con ilusión, desánimo, desencanto, confianza, ansiedad, desesperanza, rabia, ganas, cansancio, tristeza o angustia: votamos sabiendo que las cartas están ya marcadas y repartidas, las jugadas hechas, el resultado final, que es algo más que el resultado de las elecciones, acordado, pactado. Vamos a votar con la sensación de que votamos un futuro que alguien ha escrito ya por todos nosotros: somos legión los españoles que tenemos la sensación de que vivimos sobre una ruina, un desmoronamiento, sobre los cascotes de algo que se ha roto y que puede que ya no exista. Ojalá y la risa que esta noche nos regalarán en el Teatro Ideal Cinema sirva para calmar, al menos por unas horas, tanta derrota.

viernes, 18 de noviembre de 2011

HAY QUE MOJARSE





¿Qué hacer el domingo? ¿Qué y cómo votar? Estas dos preguntas atormentan la conciencia cívica de decenas de miles de españoles que se resisten a renunciar a sus principios progresistas, liberales, patrióticos, democráticos. Herederos en retirada de lo más luminoso de la historia de España —la Institución Libre de Enseñanza, el krausismo y Fernando de los Ríos, Unamuno y Ortega, Machado y la Generación del 27—, esas clases medias ilustradas y con sentido patriótico, que conjugan lo mejor de la herencia liberal española —con su reivindicación del Estado democrático como freno de la barbarie religiosa y económica— y la vocación socialdemócrata, se encuentran perdidas en un laberinto de emociones y sentimientos. A estas alturas tienen claro a quién no pueden votar en conciencia, qué políticas repugnan su sentido de la solidaridad con esa marea creciente de conciudadanos a los que se está dejando en la cuneta del paro y la exclusión, gratuitamente, haciéndonos creer que la única política posible es ésta crudísima del ajuste y de la laminación de los derechos que hicieron un país mejor y más habitable. Con ese presupuesto ideológico nos animalizan: la libertad —que es lo específicamente humano— está siendo reemplazada por la necesidad y el azar, que son elementos definitorios de la naturaleza. Nunca como en esta época de absoluta conformidad con la desgracia y el sufrimiento, el ser humano había declinado de manera tan radical, tan absoluta, el ejercicio de la libertad.

Y sin embargo, todas las almas plurales —y a veces incluso contradictorias— que habitan en el fondo convulso de esos españoles debaten a voz en grito en su interior desorientado y desarmado, en ese terreno de la carne civil que está fronterizo con el territorio de la derrota íntima. El alma liberal, el alma socialdemócrata, el alma de patriota, el alma civil de la libertad de conciencia, debaten acaloradamente dentro de esos españoles que quieren mojarse con un simple voto, que quieren dejar constancia de que todavía hay encendidos rescoldos de decencia y de responsabilidad ciudadana en un país devastado por la codicia y el desánimo y porque el único futuro que le ofrecen los vencedores es una vuelta al pasado: lo que el ajuste proclama ya está escrito en la historia social del siglo XIX. Pero esas voces que bullen dentro de muchos españoles no pueden ocultar la pesadísima sensación de derrota, esa sensación de que hemos sido absolutamente vencidos y de que no hay oportunidad para la esperanza. ¿Cómo no sentirse abatidos hasta el tuétano del corazón si se nos dice, y la mayoría lo cree a pies juntillas, que para vivir mejor tenemos que renunciar a los derechos de los trabajadores, la escuela y la sanidad públicas, a todas esas cosas que hicieron un mundo más decente después de la guerra mundial? ¿Cómo no sentirse aplastados por una losa de impotencia si se tiene la certeza de que la única herencia que les vamos a dejar a nuestros hijos es la tarea de reconstruir la esperanza por la que lucharon nuestros abuelos, y que nosotros hemos perdido sin saber cómo ni cuándo ni dónde?

Desde esa conciencia abatida, ¿qué hacer el domingo?, ¿qué y cómo votar? No sé, no puedo saberlo. Mis conciencias todavía no han terminado su debate y sólo han llegado al acuerdo de que votarán nulo para el Senado. Para el Congreso por ahora se inclinan a dar el voto a un partido pequeño con el que no estamos de acuerdo en todo pero que, al menos, postula la igualdad básica de los ciudadanos en temas como la sanidad, la educación y la justicia, la primacía ética del Estado democrático en la educación frente a los intereses de particulares, la reforma de la ley electoral y el laicismo. Esos mínimos, que sintetizan lo mejor del pensamiento de las clases medias ilustradas y progresistas de España, puede no ser mucho cuando se está en el fondo del abismo. Pero menos ofrece cualquier otra opción. Y hay que mojarse.

(IDEAL, 17 de noviembre de 2011)

miércoles, 16 de noviembre de 2011

TIEMPO DE PARAR, TIEMPO DE PENSAR





Los que son más sabios y están más preparados que nosotros expresan con más facilidad y más certeza la situación en que vivimos. Por eso traigo aquí las reflexiones que dos Premios Nobel de Economía y uno de los mayores intelectuales españoles del momento han hecho en la prensa en las tres últimas semanas. Creo que pueden ayudar a conformar cierta conciencia política de cara a las elecciones del domingo.

La primera reflexión es la que Santos Juliá hizo el pasado 6 de noviembre. Retrata con una precisión que espanta la situación dramática que vive la sociedad española y el ambiente político previo a las elecciones:

«Una crisis tan profunda y duradera como la que estamos viviendo ya no es una crisis, es otra cosa. Algo se nos ha roto entre las manos y nadie sabe cómo repararlo, tal vez porque no tiene remedio. No se trata solo de que la fiesta, en efecto, ha terminado: al cabo, todas terminan, sería insoportable todo el tiempo de fiesta. Se trata, o eso barruntamos, de que las cosas nunca volverán a ser como fueron en los años de euforia; que es preciso abandonar la idea de que, como esto es una crisis, algún día saldremos de ella. Esto ya no es una crisis, es un derrumbe, o mejor, una amenaza de ruina.»
«Ninguna metáfora expresa mejor el estado de espíritu dominante que la visión de esos aeropuertos desertizados por aviones y pasajeros: tan nuevecitos todos, tan limpios y, sin embargo, qué desolación, como las de esas autopistas por las que circula de vez en cuando un automóvil, o esas ciudades fantasma donde ni un alma se ve por las calles. Es la ruina de lo no estrenado, en la que nada ha tenido que ver la desregulación de los mercados, ni la codicia de la nueva oligarquía financiera. O más bien, de ellas sacó provecho una clase política que creyó asegurar su poder sembrando todo el territorio de promociones inmobiliarias, de aeropuertos, de líneas de alta velocidad, de autopistas, de subvenciones, de cadenas de televisión. Es como la triste cosecha de la mayor quiebra del pacto socialdemócrata de posguerra: habernos dejado llevar por el señuelo de la mano invisible, cuando los mercados derramaban dinero a espuertas, que los gobiernos vertían generosamente en políticas destinadas a pescar votos en caladeros segmentados
«La profundidad de la grieta es tan honda y su duración tan fuera de control, tan inconmensurable, que por necesidad han de sonar a hueco los programas aplicadamente elaborados por los partidos políticos para las próximas elecciones. Páginas y páginas de buenos propósitos, de promoveremos, reforzaremos, reformaremos, como si tuvieran en su mano promover, reforzar, reformar. Antes de proponer nada, sería menester un diagnóstico crítico, nada complaciente, de lo ocurrido en las dos últimas décadas, un diagnóstico que huya de los golpes de pecho, abomine de los "relatos" y rasgue los velos que ocultan la simple realidad de que hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades
«Quizá ninguna campaña electoral habrá discurrido en un clima de tanto escepticismo sobre la capacidad de nuestros partidos políticos, no ya para remediar, sino ni siquiera para diagnosticar verazmente esta nueva realidad que ha sucedido a los años en que los mercados no eran los malos de la película sino el séptimo de caballería que había venido a librarnos de los fantasmas del pasado. Escépticos y todo, la mayoría iremos a votar, no cabe duda, pero seguramente lo haremos sin la más mínima esperanza de que el resultado de nuestro voto, vaya a quien vaya, sirva para modificar ni un milímetro el curso de las cosas. Ha sido tan abrupto el despertar del ensueño, que será menester una buena ducha de agua fría antes de tomar la exacta medida de esta cosa a la que aun no sabemos cómo nombrar pero a la que algún día habrá que enfrentarse a fondo, por más que su feo rostro aparezca púdicamente oculto en los programas electorales.»
La segunda reflexión que asumo como propia es que realiza, también el 6 de noviembre, Joseph E. Stiglitz, relacionada a las causas que han provocado la justa y necesaria aparición de las protestas de los indignados y a lo que estos quieren, que resulta tan básico, tan elemental, que espanta darse cuenta de que tengamos que pelear por eso a estas alturas:

«Los especuladores que contribuyeron a colapsar la economía global tributan a tasas menores que quienes ganan sus ingresos trabajando.»

«Los manifestantes de España y de otros países tienen derecho a estar indignados: tenemos un sistema donde a los banqueros se los rescató, y a sus víctimas se las abandonó para que se las arreglen como puedan.»

«Para peor, los banqueros están otra vez en sus escritorios, ganando bonificaciones que superan lo que la mayoría de los trabajadores esperan ganar en toda una vida, mientras que muchos jóvenes que estudiaron con esfuerzo y respetaron todas las reglas ahora están sin perspectivas de encontrar un empleo gratificante
«En un nivel básico, los manifestantes actuales piden muy poco: oportunidades para emplear sus habilidades, el derecho a un trabajo decente a cambio de un salario decente, una economía y una sociedad más justas. Sus esperanzas son evolucionarias, no revolucionarias. Pero en un nivel más amplio, están pidiendo mucho: una democracia donde lo que importen sean las personas en vez de el dinero, y un mercado que cumpla con lo que se espera de él.»
«La desregulación de los mercados lleva a crisis económicas y políticas. Los mercados sólo funcionan como es debido cuando lo hacen dentro de un marco adecuado de regulaciones públicas; y ese marco solamente puede construirse en una democracia que refleje los intereses detodos, no los intereses del 1%. El mejor Gobierno que el dinero puede comprar ya no es suficiente.»
Y cierro con la que posiblemente sea la más desoladora: la de Paul Krugman del 30 de octubre. ¿Por qué es la más desoladora? Porque demuestra, partiendo del caso de Islandia, que las cosas podían haber sido de otra manera y que el sufrimiento de tantas y tantas familias, de tantos y tantos niños hijos de parados y excluidos, se podía evitar y es gratuito y responde a unos intereses ideológicos muy concretos.

«Mientras todos los demás rescataban a los banqueros y obligaban a los ciudadanos a pagar el precio, Islandia dejó que los bancos se arruinaran y, de hecho, amplió su red de seguridad social. Mientras que todos los demás estaban obsesionados con tratar de aplacar a los inversores internacionales, Islandia impuso unos controles temporales a los movimientos de capital para darse a sí misma cierto margen de maniobra.»

«¿Cómo le está yendo? Islandia no ha evitado un daño económico grave ni un descenso considerable del nivel de vida. Pero ha conseguido poner coto tanto al aumento del paro como al sufrimiento de los más vulnerables; la red de seguridad social ha permanecido intacta, al igual que la decencia más elemental de la sociedad.»

«Y nos enseña una lección al resto de nosotros: el sufrimiento al que se enfrentan tantos de nuestros ciudadanos es innecesario. Si esta es una época de increíble dolor y de una sociedad mucho más dura, ha sido por elección. No tenía, ni tiene, por qué ser de esta manera.»

martes, 15 de noviembre de 2011

BIBLIOTECA DEL ZAIDÍN





Cada vez estoy más convencido de que en la íntima resistencia y la profunda rabia que muchos sentimos ante el ataque que padece lo público se está fraguando una penúltima oportunidad para la decencia civil, cívica, democrática. Las sociedades europeas están mucho más capacitadas que la española para valorar la importancia que lo público ha tenido en la construcción de sociedades mejores desde el final de la II Guerra Mundial: aquí todavía pesan mucho el oscurantismo, el prejuicio y la agitación de los supuestos derechos de casta y de clase y de conciencia excluyente; lo de cada uno sigue siendo, en España, más importante que lo de todos, y es este fracaso del ideal civil en nuestro país lo que en gran medida explica la desarticulación de una sociedad sin apenas valores compartidos. Eso explican que sean muy pocos los que se movilizan y se oponen a los atentados contra la escuela pública, contra la sanidad pública... contra una humilde biblioteca pública de un barrio del costado de Granada.

La Biblioteca Pública del Zaidín era una biblioteca humilde, sencilla, en la que los abuelos leían el periódico por las mañanas y los niños se juntaban en las tardes de otoño y de invierno para hacer los deberes. No era una de esas pomposas infraestructuras culturales en las que nuestros políticos han enterrado millones de pesetas en los últimos años y que ahora no podemos ni costear ni dar uso, pero que no se cierran para que la casta política no tenga que reconocer su incompetencia y su soberbia. Lo que sobra, lo que sobrecarga el gasto público es, según parece, una biblioteca de barrio trabajador. Y por eso el Ayuntamiento de Granada la ha cerrado, desalojando a palos a los vecinos que la protegían como se cuida a un hijo, con la ternura de quien sabe que en los libros está la posibilidad mejor de redención ética. Al Ayuntamiento de Granada le ofendía esta biblioteca y entiende que los vecinos no necesitan libros sino un centro de bailes regionales.

Rosa Montero se conmueve con la actitud de esos vecinos valientes que defienden aquello a lo que tanto le deben y que es fundamental para sus hijos, y Antonio Muñoz Molina, que no duda en calificar como “sinvergüenzas” a los políticos municipales que han atentado contra la biblioteca, les propone que lo que se van a ahorrar en esa biblioteca que tanto les ofendía se lo gasten en mantener el monumento fascista de José Antonio que tanto les gusta artísticamente. Yo, hoy, siento renovado el asco y la rabia, pero también noto como dentro de mí vibra la conciencia de ciudadano que se siente solidario de aquellos que fueron sacados a rastras de la Biblioteca Pública del Zaidín por negarse a renunciar a ese tesoro de valor incalculable que son los libros, en los que está toda la poca esperanza que nos queda.

lunes, 14 de noviembre de 2011

UN NIÑO LISTO (CUENTO ELECTORAL)




Cuando entró en el comedor, Quique estaba ensimismado con sus juguetes y ni siquiera levantó la cabeza para mirarlo. Sólo cuando le dijo “Mira lo que te he traído” saltó como un resorte y se fue a darle un beso. Se llevó una pequeña desilusión cuando vio que sus ojillos azules no brillaban al hojear el catálogo de juguetes que había cogido en la tienda.

—Tenemos que ver esto para escribirle la carta a los Reyes —dijo esperando que como otros años soltase aceleradamente la catarata de cosas que le gustaría tener el 6 de enero.

—Vale —respondió el pequeño sin mucha convicción.

—Puedes pedir el barco pirata, te has portado bien y seguro que te lo traen.

—No quiero el barco pirata. Papi, yo quiero que los Reyes me traigan... un escaño en el Senado...

viernes, 11 de noviembre de 2011

SENADO BLANCO O NULO





La actitud de los políticos, sus repetidas mentiras y su desapego de la realidad, ha convertido en un ejercicio muy fácil la crítica despiadada a las instituciones públicas, que han sido tomadas por la casta política en su propio beneficio y para la creación de privilegios particulares. La facilidad con la que la pluma y la palabra descalifican a los políticos y el peso de la indignación moral que sustenta esa crítica, no pueden, sin embargo, impedirnos ver la utilidad democrática de instituciones como el Congreso de los Diputados. Nos guste o no su actitud y las leyes que dictan, aunque nos indigne el permanente estado de vacaciones bien pagadas en el que viven los diputados, y conscientes de las muchas prebendas que acumulan una vez apoltronan sus posaderas en el escaño, lo cierto es que el Congreso de los Diputados es algo necesario para la democracia. ¿Qué hay que mejorarlo? No hay quien lo dude. ¿Qué hay que exigir que sea más democrático, más representativo? Tampoco se puede dudar. ¿Qué tenemos derecho a pedir que el nivel intelectual y ético de quienes ocupan los escaños sea infinitamente mayor? Todos los ciudadanos decentes estamos de acuerdo en eso. Pese a tantos “peros”, este es el Congreso que tenemos y el 20 de noviembre hay que mojarse a la hora de elegir diputados.

Pero, y con el Senado, ¿qué ocurre? Después de más de tres décadas de democracia, el Senado se ha revelado como una cámara perfectamente inútil, sin competencias ni cometidos sustanciales: su desaparición, mañana, no supondría ninguna quiebra en el sistema y sólo lo echarían en falta los que se sientan en las bancadas senatoriales para disfrutar de la bicoca que supone ser senador del reino. Del Congreso de los Diputados podemos exigir la mejora y perfectibilidad, pero del Senado sólo cabe pedir su inmediata disolución. Se alegará que es algo recogido en la Constitución, pero hace pocas semanas hemos podido comprobar la facilidad con la que la Constitución puede reformarse si los grandes partidos están de acuerdo. ¿Por qué sería lícito reformar con nocturnidad y alevosía la Constitución para inyectarle el virus del neoliberalismo y no es democráticamente aceptable reformarla para suprimir algo tan costoso e inútil como el Senado?

El Senado español tiene un coste aproximado de sesenta millones de euros, unos diez mil millones de pesetas. En una época en la que el recorte de todas las políticas públicas se postula como una necesidad y como una virtud, es profundamente indecente que la casta política escamotee el recorte en aquello que les afecta directamente. Es cierto que hay elementos nucleares de la democracia que no pueden tocarse, por más que resulte fácil la demagogia al respecto. Pero no menos cierto es que los ciudadanos no podemos consentir que se recorte en educación y sanidad públicas, en pensiones, en ayudas a la dependencia y en tantas y tantas cosas realmente básicas para una sociedad civilizada y libre, mientras se mantiene ese mamotrenco político que es el Senado. Si el Congreso de los Diputados puede cumplir a la perfección el papel de poder legislativo y de control del gobierno, ¿a cuento de qué tiene que mantener 250 senadores, que no aportan nada a la democracia y que son un gasto inmoral, una sociedad como la española que según parece no puede mantener médicos y maestros ni ayudas a los parados?

Los españoles nos hemos acostumbrado a la crítica política de barra de bar. Pero el 20N tenemos la oportunidad de ser mayores de edad: votemos para el Congreso de los Diputados a quien creamos que puede hacer lo mejor para este país herido; pero para el Senado votemos nulo o en blanco. No le brindemos apoyo moral a una institución absolutamente prescindible, a la que se destinan decenas de millones de euros tan necesarios para escuelas, hospitales y ayudas a familias desesperadas. Y que el que le de su apoyo a un senador sepa que, cívicamente, queda inhabilitado, por delito de complicidad senatorial, para criticar a la casta más ociosa y mejor pagada de España.

(IDEAL, 10 de noviembre de 2011)

martes, 8 de noviembre de 2011

COMO UN NIÑO CON ZAPATOS NUEVOS





Antes de entrar a dormir a Manuel me dio tiempo a ver fugazmente el inicio del debate: el futuro Presidente del Gobierno dando el pésame a la familia del militar muerto en Afganistán… y leyendo en un papel lo que tenía que decir. Con su cara de felicidad, más propia de un niño aplicado que se sabe la lección y que va a recitarla delante de la clase para que el profesor le haga palmas, me convencí de que, si ese era el nivel que establecía el futuro Presidente, era una pérdida de tiempo dedicar un par de horas a la pantomima, y cuando Manuel se quedó dormido me dediqué a ver un documental en La 2 de TVE. Es cierto que de cuando en cuando cambiaba a la Primera para ver por dónde iban Rajoy y Rubalcaba, y la conclusión que saqué es que el uno, el futuro Presidente, iba lanzado a la victoria, sobrado y por eso no sintiéndose obligado a aclarar nada, y el otro, el futuro perdedor, metido en el lío de no poder decir cuáles han sido las poderosas razones que lo han obligado a no desplegar las recetas mágicas que ahora promete mientras fue pieza fuerte del gobierno de El Innombrable. Pero mis visitas duraban pocos segundos. Los suficientes, eso sí, como para comprobar que Rajoy seguía encantado de haberse conocido, sabiéndose como se sabe caballo ganador. En medio de la que está cayendo, puede que hasta reconforte ver a alguien tan feliz y sonriente: la última vez que conecté con el debate, pensé que estaba a punto de arrancarse a cantar lo de “¿Por qué has pintao en tus ojeras / la flor de lirio real? / ¿Por qué te has puesto de seda?, / ¡ay, campanera, por qué será!”.

lunes, 7 de noviembre de 2011

EL DEBATE




—Sí.

—No.

—Pudiera ser…

—Pues ahora sí.

—Pues entonces no.

—Eres…

—Y tú más…

—¡Pues anda que tú!

viernes, 4 de noviembre de 2011

OS CONOZCO





Seguro: estáis como un chiquillo la tarde del 5 de enero, nerviosos y azorados, felices porque dentro de unas horas podréis echaros toda la basura a la cara los unos a los otros mientras que la atónita mayoría bendecimos vuestra palabrería huera con nuestro silencio. Alfredo, Mariano: os conozco, y por eso procuraré cambiar de canal cada vez que salgáis en la tele o pasar de un golpe las muchas páginas que los periódicos os van a dedicar, recogiendo esas promesas del maná que haréis llover sobre los españoles si ganáis las elecciones: los dos decís, sin ningún pudor, que vuestro posible gobierno hará caer como nueces maduras millones de puestos de trabajo, rebajas de impuestos, becas y pensiones, nada de recortes… Os aprovecháis de la ingenuidad y de la desesperación de muchos millones de españoles, y del fanatismo partidista de otros pocos, porque, sinceramente, creerse vuestros discursos sin contenido, sostenidos por una sarta de frases hechas que nada dicen, creerse esos discursos de los dos (y por extensión los de los nacionalistas tatcherianos de CiU, los comunistas recalcitrantes de Izquierda Unida o los nacionalistas raciales del PNV) cuesta horrores: hay que ser muy fanático de vosotros para confiar en que podréis hacer lo que decís que vais a hacer, porque al final haréis lo que os digan que hagáis la Merkel, el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional.

Mariano, Alfredo… ¿os habéis parado alguna vez a pensar en lo parecidos sois? ¿Qué se supone que os diferencia? ¿Qué uno ha sido Vicepresidente del gobierno feliz que sonreía mientras millones de ciudadanos perdían el trabajo? ¿Acaso no fue el otro Vicepresidente del gobierno que apostó por ese modelo económico disparatado, basado en el ladrillo y el dinero fácil, que nos ha arrastrado al abismo? Qué os diferencia, ¿que Alfredo ya ha aplicado los recortes en las pensiones, los sueldos de los funcionarios o las ayudas a las familias y que Mariano va a recortar con la furibunda fe del converso en sanidad, educación o ayuda a los desempleados? ¿Alguno de los dos, por un remoto casual, habéis pensado, en el fondo de vuestra conciencia católica, en el caso de Mariano, o socialista, en el caso de Alfredo, en todo el sufrimiento que vuestras políticas han generado o van a generar? Alfredo, ¿tú que eres: un socialista, un socialdemócrata, un liberal o una simple ventosa política pegada a los lomos del poder? ¿Y tú, Mariano: eres un conservador, un democratacristiano, un neoliberal o eres un mejillón de tu tierra sostenido férreamente a la roca del poder? ¿Lo veis? No podéis definiros, vuestro perfil ideológico no existe: sí, es verdad que uno ha defendido la expansión de los derechos civiles y que otro se ha sumado a las manifestaciones ultras que clamaban contra los derechos de los homosexuales, por ejemplo; pero mientras uno avisaba de que venía el lobo de la crisis (y se frotaba las manos, por aquello de que a río revuelto…) el otro sostenía, fiel hasta la médula, los faldones de la levita del hombre feliz que presidía el gobierno. Una cal y otra de arena. En el fondo, nada os diferencia, y esos pequeños matices no pueden justificar que os demos nuestro voto. ¿Qué Mariano puede suprimir muchas leyes que han supuesto un avance social? Vale, es posible, Alfredo, pero eso no justifica que te votemos a ti: eso lo único que indica es que habrá que luchar, mañana, para restablecer esos derechos.

Mariano, Alfredo. Yo ya os conozco. Por eso he decido no veros en la tele ni oíros en la radio ni leeros en los periódicos. Lo único que no depende de mi es toparme en mi buzón con una de esas estúpidas cartas que los políticos mandáis para irritar nuestra paciencia y nuestra decencia. Os conozco, ya os lo he dicho. Podéis ahorraros la carta que me teníais destinada: no voy a leerla, os lo garantizo, y lo único que vais a lograr es cabrearme más pensando en que ya tengo otro papelote que llevar al contenedor. Alfredo, Mariano, meteros la carta que ibais a mandarme a mi por el aro de vuestra campaña electoral.

(IDEAL, 3 de noviembre de 2011)

martes, 1 de noviembre de 2011

VENDRÁ LA MUERTE





Me topé con este poema después de muchos años. Lo colgó Ricardo Menéndez Salmón en su muro de Facebook, el viernes. He recordado que me gusta tanto...
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
—esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo—. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola sobre ti misma te inclinas
en el espejo. Oh querida esperanza,
también ese día sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como abandonar un vicio,
como contemplar en el espejo
el resurgir de un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados.
Mudos, descenderemos en el remolino.