lunes, 28 de junio de 2010

LA HORA DE LOS VALIENTES




En muchos foros y artículos, el gesto de Christian Hernández ha servido de burla, como si correr delante del toro y saltar al callejón y negarse a matar al bicho y cortarse la coleta y reconocer que se tiene miedo no fuese un acto supremo de valentía. Estoy convencido de que nos iría mucho mejor si cada uno reconociésemos nuestros miedos, nuestras limitaciones, si estuviésemos dispuestos a asumir que no todos servimos para todo. La extensión de un falso y peligroso concepto de igualdad nos ha hecho creer que cualquier sirve para ingeniero aeronáutico o para fontanero o para maestro o para alcalde de su pueblo. Y es que confundimos el derecho a poder ser cualquiera de esas cosas mediante el sacrificio, el estudio y la preparación, con un supuesto y falso derecho a serlo sin más, porque sí: llegará el día en que alguien se declare en huelga de hambre a la puerta de un quirófano porque no lo dejan entrar a practicar su derecho a ser cirujano cardiaco.

Pero ocurre que salimos al escenario de la vida y nos creemos nuestro papel de tal manera que no somos capaces de reconocer que o no somos buenos actores, o el papel no estaba hecho a nuestra medida. Ocurre que nos da miedo que nos abucheen y preferimos seguir fingiendo, haciendo como que sabemos o como que podemos. Pero eso no es de valientes; al revés, es de ser profundamente cobardes, porque significa que no somos capaces de asumir nuestras limitaciones, pero sobre todo significa que no somos capaces de iniciar otro camino que nos conduzca a buscar aquello que realmente nos haga ser útiles y vivir sin doblez. Lo fácil –lo cobarde– es torear con el pico de la muleta y citando fuera de cacho; lo difícil –lo valiente– no es solo torear empapando de trapo los pitones fieros del toro y desde sus terrenos, sino también tomar las de Villadiego y reconocer que el toro produce miedo y que no se puede controlar el miedo. Lo valiente es dar la cara.

Cuentan por ahí que el Presidente del Gobierno le dijo a su mujer que su trabajo es tan sencillo que miles y miles de españoles pueden desempeñarlo sin problemas. Son muchos los que piensan que cualquier trabajo es tan fácil, que cualquier responsabilidad es tan liviana, que no hay ser humano sobre la faz de la tierra que no pueda desempeñar el puesto y soportar la responsabilidad. Da igual que la evidencia diga lo contrario: es suficiente con tachar a la evidencia de “facha” o de “elitista” o de “clasista” para desmontarla ante los ojos de una mayoría que no desee que nadie le airee sus limitaciones. En realidad no hemos pensado cuanto mejor nos iría a todos si el médico que no sirve para médico colgase el estetoscopio y cerrase la consulta; y si el policía que le tiene miedo a los ladrones se dedicara a cultivar lechugas, tan inofensivas; y si el ministro o el concejal que son claros ejemplos de ineptitud política lo reconociesen y volvieran a sus ocupaciones anteriores, si las tenían... Cuanto mejor, si renunciásemos a seguir engañando a los demás y dejásemos de engañarnos a nosotros mismos, si buscásemos nuestra vocación, nuestro lugar en la tierra, el puesto que se acomoda a nuestras capacidades. Cuanto mejor si en lugar de esperar que el toro no nos coja, corriésemos delante de él, saltásemos la barrera y nos cortásemos la coleta. Cuanto mejor nos iría si abundasen mucho los Christian Hernández.

(Publicado en IDEAL el 24 de junio de 2010)

lunes, 21 de junio de 2010

ADRIÁN NAVARRETE




El sábado todos los amigos nos juntamos, convocados por la familia Navarrete, para, en compañía de sus compañeros de trabajo, dar un homenaje a Adrián Navarrete, que ahora sí ha decidido jubilarse. La cita fue en el nuevo vagón de “La Estación”, un magnífico lugar: el “Ché” ha sabido convertir su restaurante en uno de los mejores lugares de Úbeda no ya sólo para comer sino para pasar un buen rato con los amigos. Pero sobre “La Estación” ya volveremos a hablar en otra ocasión...

Ahora, ya les digo, se trata de hablar de Adrián Navarrete.

Adrián es un hombre cualquiera, un hombre normal: ninguna calle de Úbeda llevará nunca su nombre ni nada que se le parezca. Y sin embargo Adrián es algo más. Si nos quedaba alguna duda al respecto, lo pudimos comprobar el sábado: hay que ser “algo más” para que tanta gente de dos o tres generaciones se junte con el simple objetivo de decirte que te quieren. Puede ser que Adrián sea alguien que se ha dedicado durante nada más y nada menos que cuarenta y siete años a educar en las matemáticas a tres generaciones de ubetenses; o alguien que, como dijo su amigo Eusebio Campos, se haya dedicado “a hacer bien el bien”; o alguien que, según su amigo Alonso Cano, ha hecho de la “bonhomía” bandera vital; o alguien que como emocionado dijo su hijo Adrián, en nombre suyo y de sus hermanos, lo sido todo en la vida de sus hijos, el padre y la madre que les faltó demasiado pronto, el amigo, el ejemplo de entrega; para nosotros, para los amigos de su hijo Pepe, Adrián es el “papar papar” que cada verano nos acoge en su chalet, renunciando a la merecida comodidad y que –ya no me cabe ninguna duda– se alegra cuando nos ve aparecer con nuestra patulea de criaturas que impiden la siesta.

Pero –desde el sábado tampoco tengo ya ninguna duda al respecto– Adrián Navarrete Molina –el padre de Adrián, de Curro, de Pepe y de Lolina, el maestro de matemáticas, el dueño del chalet en el que nos bañamos cada verano– es también alguien ejemplar para mi vida. Alguien ejemplar porque su vida es un ejemplo a seguir: oyendo a sus amigos y a su hijo, pensaba que para que se hable así de uno, uno tiene que haberse entregado mucho en la vida y tiene que haberse dado mucho, sin condiciones; para que a uno lo quieran así, tiene que haber querido mucho. Y pensaba que me gustaría que el día en que yo me jubile alguien hablase de mí como han hablado de Adrián, porque eso significaría que han dejado huella en mi todos los hombres buenos de los que he aprendido algo y a quienes he querido parecerme. Adrián es una de esas personas. Una de esas personas a las que se les pueden aplicar los hermosísimos versos de Antonio Machado: “lleva quien deja/ y vive el que ha vivido.”

(La foto he tenido que robarla del blog de Troche y Moche, hijos del susodicho Adrián, porque pese a que Pepe –que yo sigo sin saber si es Troche o es Moche– se comprometió a mandarme una foto, todavía ando esperándolo.)

viernes, 18 de junio de 2010

MURIÓ SARAMAGO



Todavía guardo, fresquísimo, el recuerdo de un día de mayo en el que mi amigo Antonio Gaitán me dejó el Ensayo sobre la ceguera. Lo devoré, apartando apuntes para los exámenes inminentes, en dos días. Luego lo releído muchas veces, convencido de que es el libro que mejor define este tiempo nuestro de cegueras suicidas. Desde aquel día, José Saramago ha estado presente en muchos momentos de mi vida y sus libros mejores –también, como todo buen escritor, tiene sus libros peores– me han acompañado siempre. Haber leído El año de la muerte de Ricardo Reis, El Evangelio según Jesucristo, Memorial del Convento o Ensayo sobre la lucidez me ha hecho mejor persona, porque me ha ayudado más a comprender el drama inmenso del hombre. Por eso, hoy, me ha causado tanta consternación la muerte de Saramago: al enterarme por la radio he descubierto que era, que es, una parte fundamental de mi condición de lector, pero también de mi condición de persona y que sus palabras conformaron en mi interior político un sustrato de rebeldía y de pesimismo. Saramago forma, para mí, parte de ese grupo dilecto de escritores –Machado, Unamuno, Camus, Primo Levi– que no son sólo entretenta de un rato sino lección de una vida. Y hoy se ha muerto, con toda su coherencia personal y moral y política a cuestas, con todo su ejemplo de hombre decente. Que en el lugar en el que esté, sea éste el que sea, descanse en paz. Mientras, para mí, seguirá vivo en cada una de sus páginas. Y ojalá nunca tengamos que trastocar sus palabras finales del Ensayo sobre la ceguera –“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos”– para decir “creo que no nos morimos, creo que estamos muertos”... ojalá fuese posible un mundo que se pareciese un poco al que soñaba Saramago.

LA DEMOCRACIA DESNUDA



Desnuda. Así se va quedando la democracia a medida que la tromba fatídica de la crisis arrastra derechos sociales, conquistas de las clases obreras y medias, aspiraciones de un mundo más justo. El dinero –los amos del dinero, que son los amos del mundo– impone sus condiciones y sus necesidades son las únicas atendidas. ¿Cómo seguir hablando de democracia? Hace dos años los banqueros dijeron que era necesario que los estados se endeudasen para acudir a su rescate, so pena de hundirnos a todos en el infierno de la depresión. Ahora, exigen que el déficit que ellos causaron se reduzca a marchas forzadas. Ni un solo banquero de los que se comportó criminalmente –y todos se comportaron así: es un crimen mandar a familias enteras a la miseria– pagaron su delito con la cárcel; todos nosotros tendremos que pagar la soberbia de los banqueros, su prepotencia, que les ha salido gratis. ¿Qué poder tenemos los ciudadanos frente a esa realidad? ¿Para qué sirven los votos si luego los mercados imponen unas necesidades que se escapan a nuestra voluntad? ¿Para que sirve la ley si hay un espacio infranqueable para ella, si hay comportamientos que escapan a su radio de acción? ¿Cómo confiar en los jueces si se dedican a perseguir a los asesinos de Falange ya muertos mientras cenan con Botín y miran hacia otro lado?

Sí, es cierto que –todavía– no nos han privado del derecho de expresarnos libremente, y mientras lo conservemos tenemos que mantener la esperanza de que será posible un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según el mítico decir de Lincoln. Pero eso de lo que “disfrutamos” hoy en día no es democracia: son regímenes liberales, con una red más o menos amplia de derechos sostenidos por el espejismo de que la aparente democracia incide en la realidad. Pero, ¿puede haber democracia si lo económico se declara soberano frente a lo político y exige, bajo amenaza de desencadenar el caos, que se cumplan sus dictados, que se cumpla a rajatabla su catecismo inexorable que va poblando el mundo de desheredados, frustrados, agotados moralmente? Cada vez que se dice que la reforma laboral es necesaria, que es necesario el ajuste, que es necesaria la reducción en los derechos sociales, se atenta contra la esencia misma de la política democrática. Porque la democracia, en la medida en que está hecha de agregación de voluntades libres, se opone y es incompatible con la necesidad política: la necesidad nace de un fatalismo, de una predestinación social; la necesidad es una determinación, pero la democracia es libertad. La necesidad es un calabozo y la democracia una plaza abierta.

La socialdemocracia ha sido la gran responsable de este derrumbe de la democracia. Porque ha carecido del coraje y de la inventiva necesarias para idear un nuevo modelo político que acoja y acapare la realidad de lo económico. Cuando se postuló la necesidad de que los estados controlasen los mercados, la socialdemocracia no tuvo arrojos para dar el paso ético e ideológico en ese sentido. Y ya es tarde, porque los mercados muestran sin pudor ninguno que no sólo son dueños de los mercados sino que todos nosotros les pertenecemos en calidad de botín de guerra.

Socialdemócratas del mundo, vuestras ideas no existen. ¡Reconstruidlas! Delenda est democratía.

(Publicado en IDEAL el 17 de junio de 2010)

jueves, 17 de junio de 2010

COSAS DEL MUNDIAL





Incluso quienes pasamos de la cosa del fútbol tenemos que reconocer que este país –España– necesita alguna alegría que le levante un poco el ánimo. Nunca he sido capaz de emocionarme con las emociones del fútbol, y ayer, cuando unos minutos antes de que comenzase el partido el Gobierno había anunciado la penúltima andanada contra los derechos de los trabajadores, yo me fui a dormir la siesta, porque sigo sin pensar que once multimillonarios en calzones cortos representen el concepto que yo tengo de patria. Pero en fin, más allá de todo eso y en medio del ánimo devastado que se palpa en el ambiente, acrecentado por la certeza de que lo realmente peor está por llegar, entiendo que las canciones alegres con que se anuncia el Mundial –la de Shakira es un ejemplo–, destinadas a galvanizar emociones y a ofrecer una vía de escape a tantos millones de personas que en todo el mundo han sido condenadas a la angustia por los banqueros, se estén convirtiendo en una especie de himnos de la resistencia. La gente, que tiene miedo al futuro, necesita una oportunidad para recordar que es posible ser felices, y si el fútbol les ofrece esa oportunidad, pues bien venido sea por una vez.

Ya les digo que ayer, sin escrúpulos ningunos, me eché una siesta como Dios manda mientras la selección española se jugaba en el césped de Sudáfrica los sueños de tantos y tantos compatriotas. Y cuando Manuel y yo nos despertamos, la selección ya estaba condenada a perder el partido. Entonces yo pensaba en algunas de las situaciones que ayer, al albur del partido, se estarían viviendo en España.

Por un lado debíamos andar los españoles que pasamos de estas cosas y nos fuimos a dormir, y por otro los españoles a los que ni el fútbol ni la madre que lo parió les libró de currar (toda la siesta estuvo sonando el ruido de una radial, y supongo que a los albañiles, bajo el sol, la aventura futbolera de los millonarios les importaba tan poco como a mí).

Por otro lado debía estar una gran mayoría, anhelante de que los representantes de España ganasen el partido. A mí, por lo único que me duele que la selección gane o pierda es por esa gente que vive con sinceridad y emoción estas cosas.

Luego, estarán los allegados al gobierno y al PSOE, ansiosos de que la selección gane algo por el simple hecho de que así podrá distraerse, por unos días, el enfado creciente de la sociedad española ante tanto disparate y tanta incapacidad. Y al otro lado, claro, andarán los allegados al PP deseosos de que la selección coseche una estrepitosa derrota por aquello de que “cuanto peor, mejor...” y para que al gobierno no le quede ni un tubito de oxígeno.

En fin, que ayer la selección perdió, para regocijo de unos, pena de otros e indiferencia de unos cuantos. ¿Favorita? No sé, no sé... ¿Esta es una nueva proclama fanfarrona, de esas a las que tan acostumbrados estamos los españoles? ¿Era la selección favorita del mismo modo que hace un par de años España iba a entrar en la estratosfera de las economías mundiales, desbancando a Canadá e Italia? Si es así, que se echen a temblar los aficionados y los esperanzados, porque ya hemos visto a donde nos ha llevado tanta palabrería, tanta fanfarria y tan poco sentido de la realidad. Favorita o no favorita, que a mí eso ni me va ni me viene, que ganen algo, hombre, que ganen algo... que la gente necesita una alegría. Por lo menos una alegría.

lunes, 14 de junio de 2010

A PROPÓSITO DE "LOLO"



Esta es una sección de historia y por ello, una sección condenada a mirar atrás. Contamos lo que sucedió hace diez, treinta, doscientos años. Contamos lo que pálidamente nos llega desde el desván de los recuerdos de nuestra infancia; contamos lo que sólo los mayores recuerdan y vivieron; contamos lo que ni siquiera los más viejos pueden recordar porque sucedió muchas generaciones atrás, cuando aún los pueblos y ciudades de Jaén batían sobre el aire sus murallas fuertes. Pero, ¿la historia es, realmente, pasado? ¿Sólo es pasado la historia? No, no se piensen. De hecho lo que ayer mismo sucedió ya es historia hoy y ayer –sábado de junio con nubes– sigue estando plenamente vivo en nosotros. Si vive un pasado, viven todos los pasados, de alguna manera, no sé yo de qué manera.

Ayer sucedió que Jaén suma un nuevo santo. Ayer sucedió que Manuel Lozano Garrido, “Lolo”, fue elevado a los altares. ¿Ayer ya es historia? ¿La beatificación de “Lolo” ya es historia? Puede, pero... ¿y la vida, y el ejemplo de “Lolo” ya son historia? Es difícil afirmar tal cosa, porque aún cuando no se sea creyente y todo esto de las beatificaciones y los santos y los milagros se figuren milongas “de curas”, aún así es imposible negarle a Manuel Lozano una serie de virtudes filosóficas, éticas y sobre todo humanas que lo mantienen en permanente candelero, que es el candelero de los asuntos esenciales que atañen al hombre. ¿Cómo puede ser historia el que escribió libros con títulos tan bellos como “Las golondrinas nunca saben la hora”? Ya les digo que más allá de las creencias religiosas de cada cual –más allá incluso de la ausencia de tales creencias– Manuel Lozano sigue siendo actual en la medida en que interpela al corazón de los hombres y lo hace en un tema tan radicalmente humano, tan fundamental en el entendimiento de la humanidad, como es el dolor. Otros sufrieron dolores similares a “Lolo”, se dirá, y no se reivindica su actualidad; porqué, pues la actualidad de este periodista de Linares. Ah, muy fácil: porque sigue siendo necesario encontrar una salida al dolor, al sufrimiento, y Manuel Lozano ofrece una salida: no ya la fe, reservada para los tocados por la Gracia, sino la alegría. Esa es la salida de Manuel Lozano, la que se dirige a cualquier persona sea cuál sea su credo: afrontar el dolor con alegría, mirar el dolor desde la rebosante alegría de estar vivos.

Difícil salida, sin duda, pero poderosa salida, vigorosa salida. ¿Única salida...?

Manuel Lozano nació en Linares el 9 de agosto de 1920, y se quedó huérfano de madre cuando sólo contaba 14 años. Desde muy pronto se vinculó a la tarea apostólica de Acción Católica, llegando, en plena persecución religiosa durante la Guerra Civil, a repartir clandestinamente la comunión, lo que le valió pasar en la cárcel el Jueves Santo de 1937. Con apenas 22 años afloran los síntomas de su trágica enfermedad, y en un año escaso se ve postrado en una silla de ruedas. En 1962 se quedaría, además, completamente ciego. He ahí la vida de entrega y de dolor de “Lolo”, que en abril de 1959 se describiría así mismo: “Treinta y nueve años. Soltero y andaluz. Maestro. Inválido desde hace casi dieciocho años. Reumatismo. La vida mía está circunscrita a una habitación”. Vida circunscrita a una habitación, donde con contadas escapadas pasa su vida y anhela cosas que a nosotros nos parecen tan normales, tan necesarias... “No nos es permitido soñar; ni amar a una mujer/ o a un hombre; ni pensar en un hogar; ni acariciar,/ con los dedos de la ilusión, las rubias cabezas/ de nuestros hijos”, escribiría en su “Oración de los enfermos”, destilando no amargura, no rencor, pero sí una tristeza íntima que no pudo derrotar a su exultante alegría... su alegría insultante para los que han aprendido a vivir regodeándose en sus dolores cotidianos.

Por detrás de esa sustancia vital –hecha de fe, de confianza en Dios, de enfermedad sin piedad– quedan su importante tarea como periodista y escritor, sus libros y sus artículos, los premios que recibe, los títulos que le otorga su ciudad natal; porque todo eso es la envoltura de un hombre que conservó siempre una especie de virginidad infantil en el fondo de su cuerpo atormentado por el sufrimiento, y desde ahí entendió la vida no como un reto, no como una lucha, sino como un camino abierto hacia Dios y hacia los demás. Ahí supo encontrar las palabras y los gestos y los comportamientos que le permitieron hilvanar –sin moverse de su sillón de ruedas, desde la noche oscura de la ceguera– un discurso universal sobre la alegría en el dolor, sobre la alegría vital como único antídoto como el dolor.

Escribo este artículo la víspera de la beatificación de Manuel Lozano. Supongo que mañana, como corresponde, se recordarán y reavivarán sus virtudes como creyente, su vida sustentada en la oración, su amor desbordado y desbordante por el Misterio Eucarístico, su entrañable relación de hijo con la Virgen, su confianza en las promesas de Dios. Pero a mí me interesa otra faceta de “Lolo”, más universal: su faceta de filósofo que se interroga sobre el sufrimiento. Su faceta como poeta –¡qué hermosas esas palabras suyas, del 3 de noviembre de 1959, cuando dice que “Hoy el día sabe a andén de ferrocarril”!–. Su faceta como luchador que no se resigna a ser vencido por las potencias que anhelan derrotar la alegría de lo humano. El ejemplo que con todo ello ofrece para estos tiempos de crisis. Porque hay una parte muy importante del mensaje de Manuel Lozano que urge reivindicar y actualizar. ¿Su “Decálogo del periodista” no sigue siendo plenamente necesario, por ejemplo, en estos tiempos en que la labor del periodismo queda sometida a las necesidades siempre espurias del poder? Creo que sí, creo que no ha pasado de moda y creo que no van dirigidas sólo a periodistas católicos esas palabras que dicen que “la verdad es un ascua que se arranca del cielo y quema las entrañas para iluminar”.

Ayer se beatificó a Manuel Lozano. Ha sido un proceso largo: la Iglesia suele tener prisa en elevar a los altares a los que para nadie pueden ser ejemplo –pienso en Escrivá de Balaguer–, pero opone todas sus burocracias cuando el hombre bueno desborda su ejemplo más allá de las fronteras de la propia comunidad de los creyentes. Cuando los caminos de Dios están tan claros como en el ejemplo de “Lolo” –el propio Manuel se encargó de iluminar con alegrías el sendero de su sufrimiento–, los caminos de la Iglesia se vuelven inescrutables... e inexplicables. Fue necesario que pasaran 23 años desde la muerte del linarense para que la Iglesia iniciase “el expediente”. Han sido necesarios 16 años para tramitar la beatificación, pese a que cada palabra de “Lolo” hablaba de una fe sin igual y ofrecía un ejemplo ejemplar, valga la redundancia. ¿Cuántos años serán necesarios para su canonización?

En realidad, da igual. Porque más allá de los trámites y de los títulos, Manuel Lozano –el periodista cristiano, el paralítico alegre, el varón de dolores que predica alegrías– impone su actualidad en cada una de sus palabras. La virtud de su ejemplo. No vivimos tiempos fáciles y los poderosos parecen conjurados para amargarnos la existencia. Por eso, ahora más que nunca, “Lolo” urge la actualidad de su vida, porque es necesario enfrentar a la crisis y sus angustias lo que Martín Descalzo describió como “escalofriante alegría” de Manuel Lozano. Escalofriante alegría: eso es lo que impide que “Lolo” abandone la primera página de la reflexión sobre lo humano. ¿Dejará alguna vez de ser necesaria la alegría? No, ¿verdad? ¿Cómo puede, pues, dejar de ser actual quien hace apostolado de la misma?

Su beatificación, ayer, devuelve a Manuel Lozano Garrido al centro de la reflexión cotidiana sobre el dolor. Así que como este es un artículo de historia, y muchos de ustedes seguirán pensando que la historia es pasado y como resulta que Manuel Lozano no es pasado, bien podemos comenzar el artículo diciendo que hace un día que “Lolo” ha vuelto a estar de actualidad.

(Publicado en IDEAL el 13 de junio de 2010)

sábado, 12 de junio de 2010

DESCONCHONES EN EL CORAZÓN



Reconozco que cada semana me cuesta más escribir esta columna, que escribir se ha convertido en una tortura. ¿Qué decir cuando todas las palabras son insuficientes o directamente inútiles? ¿Qué escribir cuando no están los tiempos para líricas y cuando es imposible una literatura “de combate”, porque no hay trincheras? El futuro pinta mal, muy mal, y esto ni siquiera debería preocuparnos –¿realmente pintó bien el futuro, alguna vez, para los que nos somos poderosos?–, sino fuese porque tenemos hijos, sino fuera porque hay niños en el mudo: es por ellos por quien merece la pena resistir. Ojalá fuese lícito desear que todo saltase por los aires, que un fogonazo nos borrase del mapa, empezando por los políticos y los banqueros y siguiendo por todos nosotros. Pero no, ni siquiera es posible escribir eso: no puedo escribir –lo siento– porque me escuecen las palabras. El escozor de palabras aventura un desmoronamiento: han aparecido desconchones en mi corazón.

Todavía quedan fanáticos que no se hacen preguntas, que escriben o predican certezas y adhesiones inquebrantables; aún son legión los convencidos de que los suyos tienen razón, toda la razón, y no se conceden así mismos la tregua de pensar que ha desaparecido la verdad. Yo, sin embargo, cada vez me pregunto más a menudo si no estaré equivocado y soy incapaz de encontrar respuestas. Y así, es imposible hilvanar artículos, porque un artículo necesita una mínima coherencia, un discurso exiguo –pero discurso–, una certeza, siquiera una. ¿Cómo escribir si no se sabe si es bueno que el PSOE pierda las elecciones por terror a que las gane el PP? ¿Cómo escribir si es imposible dilucidar si llevan razón los que postulan un recorte del déficit y del bienestar, para poder simplemente sobrevivir, o los que defienden a capa y espada las conquistas históricas de los trabajadores, aunque nos hundamos aferrados a ellas?

Lo peor de estos días oscuros que nos tocó vivir, es que se han trastocado todas las brújulas y cuando nos hemos asomado al balcón de la incertidumbre, nos hemos sabido perdidos. Y el perdido, hoy, carece de esperanzas porque todos los caminos han sido borrados. Sin contar con que, deshechos los nudos sociales que nos unían en una ilusión y desaparecida cualquier diferencia ideológica sustancial –el postureo estético no es una diferencia– en el panorama político, nos encontramos solos: han desaparecido las utopías criminales del siglo XX, y quieren quitarnos hasta la posibilidad de un espacio habitable y mínimo para conseguir el pan nuestro de cada día. Es difícil encontrar en la historia de la humanidad un momento tan crucial como éste, tan desesperante, tan paralizador, en el que todas las decisiones parecen equivocada y todas se dirigen a un lugar desconocido. Es difícil encontrar un momento en el que el hombre haya estado más a la intemperie, más desnudo de ideas y proyectos, más alanceado por la sensación –confirmada día sí día también por gobiernos y banqueros y organismos internacionales– de que todas las furias de la historia se han conjurado para desgarrarnos más, para desprotegernos más, para hacer más sombrío el futuro de nuestros hijos. La historia como burla.

No sé, pero sucede que me he cansado de ser hombre. Y de escribir. Ojalá pudiésemos despertarnos de esta pesadilla, que crece alimentada con nuestras desilusiones y por nuestra rabia: ojalá pudiese seguir escribiendo.

(Publicado en IDEAL el día 10 de junio de 2010)

miércoles, 9 de junio de 2010

JUNIO



En junio, el tiempo “se colma y desemboca”, según el decir del poeta Octavio Paz, que es una manera de decir que en junio el tiempo lo atraviesa todo con la lanza de su discurso hecho de hermosuras y –por qué no decirlo– de vórtices abismados de nostalgias: las memorias de junio nos anclan en la vida, en nuestra vida. Por eso, junio nos llena siempre de no sabemos qué exacta plenitud, ensayada cada mañana por el vuelo quebradizo de los vencejos, por el sol que arrebata en una luz poderosísima todas las formas del mundo ofreciéndonos su perfil más exacto, sin imposturas, por un hormigueo de felicidades que recorre la sangre, entristeciéndola. ¿Qué significa junio en el curso del año, en la cartografía de nuestras vidas? Junio es una plenitud. Una plenitud de la vida, un desbordamiento o desembocadura de afanes y de esfuerzos. Junio –hecho con las procesiones barrocas del Corpus, con frutas recién lavadas, con campos todavía verdes y espigas que amarillean, con fuentes aún tomadas por el canto del agua– es un mes sabio, siempre que coincidamos con Montaigne en que la prueba más clara de la sabiduría es una alegría continua: junio es el mes alegre, por excelencia. Una treintena de días para la alegría, para el olvido, para el apartamiento y la renuncia de la amargura.

Cada mes del año trae su carga de añoranzas, y junio nos devuelve casi intactas aquellas horas de la niñez en que apurábamos el curso, tocando con los dedos las vacaciones y el verano, escondidos detrás de las esquina de San Juan. Esta mañana un niño –ropa de verano, mochila a la espalda: ocho, nueve años, y toda la inocencia aún intacta– caminaba de la mano de su madre. Aún el amanecer tenía el rubor naranja que adorna el cielo cuando la luz descubre la desnudez de la noche; habían quedado los niños en la plaza irse de excursión. Y este niño de la mañana de junio me ha traído a la memoria aquella infancia mía, aquellos días de junio tan largos, aquellas excursiones que te devolvían derrengado a la casa, al anochecer, habiéndote hecho vivir aventuras casi idénticas a las que habitaban los libros de la Biblioteca Municipal. Al ver a ese niño, su gesto feliz y a la par sobrio, su ánimo dispuesto a la felicidad, he descubierto la importancia que junio tiene en nuestras vidas, la permanente llamada que junio implica para nuestra condición fugaz de hombres. Es imposible que al llegar junio no se estrene una felicidad remota, no se ascienda a un pasado luminoso y tan quebradizo como la propia condición de nuestras alegrías: junio es un mes que el calendario ha dispuesto para hacer mejores –para limpiar, para lavar, para peinar– los rostros de los días idos. Junio, desarruga el semblante de nuestro espíritu, nos estira por dentro, nos blanquea con racimos de celindas las bolsas moradas que las preocupaciones y las crisis y los desánimos han puesto debajo de nuestros ojos, hartos de mirar y de ver. Junio, de un salto mágico, nos transporta al niño que anida entre los pliegues de la edad que nos empuja hacia la muerte.

La vida: nos embarcamos, surcamos mares, atracamos, según Marco Aurelio. Junio: la dársena de la vida, el refugio de las tempestades, el amparo frente al vendaval. Desembarquemos.

(Publicado en IDEAL el 3 de junio de 2010)

martes, 8 de junio de 2010

ESTAMPAS DE LA HUELGA



En el Ayuntamiento de Úbeda el seguimiento de la huelga de la función pública es prácticamente nulo, pues no pueden considerarse huelguistas aquellos empleados municipales que hoy están disfrutando de horas sindicales, día de libre disposición, día por compensación de horas extraordinarias o son, simplemente, liberados sindicales.

En los Juzgados de Úbeda el seguimiento de la huelga es nulo, sin más: todos los funcionarios han acudido hoy a sus puestos de trabajo.

En la Delegación de la Agencia Tributaria, también en Úbeda, parece ser que nadie ha hecho huelga. Tampoco ahí. Ni en las oficinas de la Seguridad Social.

En el Centro de Profesores y en la Oficina Comarcal Agraria, en Úbeda, nadie ha secundado la huelga convocada por UGT y CC.OO.

En la sede de la Junta en la que trabaja mi hermano, en Sevilla, el seguimiento de la huelga es igual de nulo: todo el mundo ha acudido a su puesto.

Y en los colegios de Úbeda parece ser que el profesorado ha acudido masivamente a las aulas. Y parece que el personal del Hospital y de los Centros de Salud también está al pie del cañón, cumpliendo con sus obligaciones.

Todo esto no dejan de ser anécdotas en un día en el que los sindicatos españoles probablemente se hayan jugado la poca credibilidad que les quedaba. Pero a veces la anécdota sirve para ilustrar la categoría: los sindicatos hablan de un 75% de seguimiento de la huelga, pero a la vista de las anécdotas que vamos conociendo, esa cifra es, literalmente, mentira. Más acertado anda en esto el Gobierno, que también alguna vez merece tener razón, cuando habla de que sólo el 11% de los empleados públicos están en huelga. Y aún de ese 11% habría que ver cuántos no son “sindicalistas” que siguen el ejemplo de sus compañeros del Ayuntamiento de Úbeda.

Aún sobre la base de las anécdotas es posible sacar una conclusión: los sindicatos han fracasado estrepitosamente. Se lo tienen merecido: la única huelga destinada a triunfar es la que se convoque, también, contra los sindicatos.

lunes, 7 de junio de 2010

¿HUELGA? NO, GRACIAS



Los datos trimestrales indicaban que caminábamos hacia el abismo, pero el gobierno no hacía nada, negaba la evidencia y miraba hacia otro lado. Y los sindicatos callaban. Cada mes decenas de miles de españoles se quedaban en paro y mascaban solos el drama de su desesperación, pero el gobierno no hacía nada, negada la evidencia y miraba hacia otro lado. Y los sindicatos callaban. Todos los organismos internacionales avisaban de que era urgente reaccionar, tomas medidas para frenar la dramática dimensión que adquiría la crisis en España, pero el gobierno no hacía nada, negaba la evidencia y miraba hacia otro lado. Y los sindicatos callaban.

Se cerraban negocios, quebraban empresas, las familias no podían pagar sus hipotecas, pero el gobierno hablaba de desaceleración y los sindicatos mascaban sus subvenciones, serviles. Se decía que más de un millón de familias tenían a todos sus miembros en paro y que la pobreza infantil superaba en España el 20%, pero el gobierno regaba sus brotes verdes y los sindicatos seguían mascando sus subvenciones, rastreros. El prestigio internacional de España se revolcaba por los suelos, la deuda pública española corría el riesgo de ser tan creíble como la promesa de un político, Obama y los líderes europeos tienen que conjurarse para intervenir en la política económica de este país y obligar al ZP a hacer algo, pero el gobierno ya veía la luz al final del túnel y los sindicatos rumiaban sus subvenciones, paniaguados.

Y ahora, esos sindicatos que han amparado, consentido y bendecido durante casi tres años la política suicida de Rodríguez Zapatero, quieren que los funcionarios vayamos a la huelga. UGT y CC.OO. que, apresebradas en la cosa de la sopa boba, han permitido que se sucedieran los consejos de ministros sin que se tomasen medidas –mientras crecían la crisis y el desprestigio de España–, que han consentido que el consejo de ministros se encomendase cada viernes a Jesús de Medinaceli para ver si obraba el milagro imposible, que han consentido que la inactividad del gobierno nos abocara al plan de estabilización impuesto por los Estados Unidos y los socios europeos, UGT y CC.OO., decía, quieren ahora que vayamos a la huelga. Ja ja ja ja ja...

Pues no, yo no me voy a sumar a la huelga de la función pública del 8 de junio y ese día estaré en mi oficina cumpliendo con mi deber. Con el deber que le debo a los ciudadanos que pagan mi sueldo, a esos ciudadanos que lo están pasando mal, que están desmoralizados y asustados ante la creciente incertidumbre de un futuro cada día más negro por culpa de banqueros, políticos... y sindicalistas. Pero sobre todo con el deber moral que le debo a mi padre, jubilado al que le han congelado la pensión sin que los sindicatos digan nada, o con el deber moral que le debo a mis amigos en paro, de los que los sindicatos no se han acordado en todos estos meses. Y voy a trabajar porque esta huelga es un paripé si los sindicatos no extraen conclusiones políticas del plan de ajuste: si estuviesen convencidos de la perversidad de las medidas adoptadas por el Gobierno, pedirían la inmediata y necesaria dimisión del Presidente del Gobierno. Y, por supuesto, no voy a ser cómplice de una huelga patrocinada por la UGT porque la UGT lleva meses y meses bendiciendo la vulneración de los derechos de los funcionarios en la administración en la que yo trabajo. Cobraré un 5% menos y me apretaré el cinturón, pero mi dignidad no se la vendo a la UGT ni por todo el oro del mundo. Por todo eso, yo, no voy a la huelga el 8 de junio.

¿Era necesario hacer algo para frenar la dramática situación del país? Sin duda, y si se hubiera hecho en 2008 todo habría sido menos doloroso, menos traumático: todo habría sido más fácil si el gobierno, en lugar de hacer funambulismos populistas, se hubiese dedicado a gobernar. ¿Es sensato que los funcionarios colaboremos y nos sacrifiquemos por el bien de todos? Sin duda, aunque esta rebaja duela más porque la hace el gobierno que con su incompetencia manifiesta nos ha conducido a este callejón donde no queda ni un farol encendido, a esta oscuridad que nos asfixia, adoptando medidas solo cuando se lo han impuesto desde fuera gobiernos más lúcidos y asustados por la situación de España y por la incompetencia monumental de sus dirigentes. (Sí, ya sé que el gobierno no es responsable de la crisis: pero es responsable, sin justificaciones, de que la crisis haya alcanzado este nivel casi ingobernable y es responsable de decir un cosa y una hora después la contraria y al día siguiente vuelta a empezar.)

¿Huelga para qué? ¿Para justificar a Cándido Méndez y a Fernández Toxo? ¿Para dar por buenos sus silencios y su idilio con ZP? ¿Para que al día siguiente todo vuelva a ser igual entre gobierno y sindicatos? No, lo siento: conmigo que no cuenten para este patochada.

Para protestar contra el gobierno del abismo y contra los sindicatos consentidores y contra toda la casta política, yo trabajo el 8 de junio. Para pedir un cambio de rumbo político de 180 grados –aún sabiendo que cuando lleguen las elecciones, que llegarán, será metafísicamente imposible votar con esperanza o ilusión– yo trabajo el 8 de junio. Por solidaridad con los parados y los jubilados y las madres, por solidaridad con las familias, yo trabajo el 8 de junio. Por sentido del deber, por responsabilidad y por patriotismo, yo trabajo el 8 de junio. Y porque soy un funcionario decente y no un liberado sindical, yo trabajo el 8 de junio, aunque me hayan rebajado el sueldo cobardemente, con alevosía. Por dignidad y coherencia, yo trabajo el 8 de junio.

(Publicado en IDEAL en el día de hoy)