viernes, 28 de mayo de 2010

LAMENTABLE



Tal y como se están poniendo los tiempos, se hace difícil coincidir con lo que dice ningún político, y a veces hasta se le sonroja a uno el alma cuando tiene que darle la razón. Pero el otro día, y al hilo de la bronca bochornosa que los senadores del Partido Popular y del PSOE montaron en el Senado, hay que coincidir con el Presidente de tan inútil como costosa cámara: el espectáculo que dieron sus señorías fue lamentable, por no decir repugnante. Lo que pasa es que Rojo se queda corto: no sólo es lamentable ese espectáculo, sino el comportamiento general de toda la casta política. Por eso, carece de sentido la pregunta retórica que se hacía el Presidente del Senado cuando les decía a sus compinches si esa era la imagen que querían dar ante unos ciudadanos que lo que exigen es soluciones. Y es que por lo que se refiere a la imagen no debe temer Rojo, pues a estas alturas calculo que deben ser muy pocos los ciudadanos que sientan el más mínimo respeto por los políticos y que no tengan ya hecha una imagen de ellos que, por ajustada a la realidad, resulta patética. Es difícil saber si la preocupación y el cabreo de Rojo obedecen a una postrera decencia política, o una sincera preocupación de que cualquier día los ciudadanos acaben apedreando a los políticos cuando los vean pasear por las calles.

Por desgracia, España está demostrando ser diferente –muy diferente, demasiado diferente–, también en la gestión de esta crisis brutal. Uno mira a Portugal y ve como la izquierda y la derecha se entienden y llegan a acuerdos, por el bien del país. Uno mira a al Reino Unido y se sorprende de la capacidad del pueblo británico para ventear la dirección de los tiempos, eligiendo al gobierno más joven de los últimos dos siglos, con imagen de seriedad y solvencia. Uno mira a los países escandinavos y no comprende como España no ha podido sacar ninguna lección, después de tantos años de pregonado europeismo. Y es que aquí todo es distinto, y no ya porque el gobierno demuestre una ceguera suicida en la dirección de la política económica y siga empeñado en cabalgar sobre las improvisaciones y los sueños delirantes de su Presidente, sino porque la oposición carece del más mínimo afán constructivo y patriótico y a lo único que aspira es a que la situación se deteriore tanto que su victoria electoral sea impepinable. Y así, ¿qué esperanza nos cabe a los ciudadanos? ¿Qué más nos da, en realidad, que se convoquen elecciones o no, si el día que tengamos que acudir a votar lo único que sentiremos al ponernos delante de las urnas es una infinita basca de vómito? El gobierno del PSOE es un gobierno agonizante, sin norte, envejecido, pero la opción del PP no ofrece recambio creíble y está muerta sin haber nacido. Toda la política española ha envejecido varios siglos en apenas unas semanas, sobre todo en comparación con el resto de Europa. ¿Qué imagen quiere Rojo que tengamos de los políticos si hasta la esperanza de la alternancia nos ha sido robada?

Lo único que nos queda –y lo digo sin retóricas ni literaturas– es miedo a lo que pueda pasar. Porque ya lo que nos estamos jugando es el futuro y el pan de nuestros hijos: que se cuiden los políticos si hasta eso se atreven a tocarnos.

(Publicado en IDEAL el 27 de mayo de 2010)

jueves, 27 de mayo de 2010

FIN DE ETAPA


Cuando en una democracia parlamentaria el Parlamento noquea al Gobierno y lo hace ingresar en la UCI –sin resuello ni pulso, agonizante– todo el sistema se pone al borde del coma. Eso es lo que hoy está pasando en España: que el Congreso de los Diputados le ha dado al Gobierno una paliza soberana, sin paliativos, y aunque haya salido adelante el mayor recorte de derechos sociales de la historia de España, el Gobierno –que se ha quedado completamente solo, en medio de una soledad moral demoledora– está herido de muerte. Sólo, moribundo. Y despreciado por todos, que es peor. Incluso por una creciente mayoría de ciudadanos, que ya no sabemos si lo que sentimos es rabia, impotencia, perplejidad, hartura o, sencillamente, miedo. O todo junto y revuelto, sin que podamos remediarlo porque comenzamos a ser conscientes de que llevan muchos meses jugando con nuestro futuro.

La patética situación del Gobierno la ha descrito con toda claridad, con todo el dramatismo que la situación exige –también con todo cinismo– el portavoz del nacionalismo catalán: “El problema, señor Presidente, es usted y su gobierno. Se acabó su etapa. Esto ya no se aguanta más. Su etapa como presidente está finiquitada. Responsabilidad por responsabilidad, asuma usted la suya”. Fin de etapa: ese es el ambiente que se respira en todos los artículos de los periódicos y en todas las tertulias –pueden contarse con los dedos de la mano los fieles que pese a todo siguen defendiendo lo indefendible y al indefendible–, ese es el ambiente que se respira en los foros de Internet, en los blogs políticos, en la calle. Esto está terminado y urge encontrar una salida, porque el país, España, no puede seguir al albur de un gobierno que es capaz de afirmar una cosa y su contraria, aunque para ello tenga que vulnerar la misma legalidad, que no otra cosa se hizo el martes al rectificar en el BOE y por las bravas el acuerdo del Consejo de Ministros. Un país no puede gobernarse así, la situación no soporta un gobierno que gobierna así.

¿Un adelanto de las elecciones generales sería la solución? Ni siquiera creo que España esté para soportar una campaña electoral a cara de perro. Y da pánico pensar lo que pasaría si la sociedad española, legítimamente harta de su casta política, deslegitimase con una abstención masiva el propio sistema. La situación económica es tan desesperada que las elecciones pueden rematar al enfermo en lugar de sanarlo. ¿Y entonces? Entonces sólo queda que el Presidente dimita y que se marche, que otro socialista sea elegido Presidente de un gobierno de concentración nacional y que este nuevo gobierno convoque a todos los agentes sociales a unos Pactos de la Moncloa. Hoy, como hace treinta y tres años, es el futuro de todos lo que está en juego. La sesión del Congreso de los Diputados, esta mañana, no ha hecho más que certificar que la etapa ZP ha terminado, abruptamente, tristemente. Y que hoy, más que ayer pero seguramente menos que mañana, los españoles estamos al borde del abismo.

Esta mañana, el Gobierno de España ha sido destrozado: urge otro Gobierno para España. Esta mañana, el Parlamento ha embalsamado al Gobierno de España: las momias no pueden gobernar.

viernes, 21 de mayo de 2010

TARDE DE LLUVIA





La tarde de la primavera –lluviosa, de irremediable tristeza pese a los naranjos en flor– nos ha sorprendido en la calle, por la que el agua corre sin la prisa de los asuntos humanos, lavando la cara de las aceras y rebotando contra los escaparates que acaban de encenderse mientras bajo las nubes del color de la ceniza se eleva el cántico de las últimas campanas del domingo. ¿Ha aprendido ya Manuel, en su silleta, el “vago secreto de ternura” que guarda la lluvia? Mira sorprendido las gotas que caen en el plástico que lo protege, y quiere cogerlas –para jugar– pero se detiene cuando pasamos al lado del hombre que con gesto cansado toca el acordeón. (A mí, la música del acordeón me ha parecido siempre una música aliñada de desconsuelos y lejanías que transporta a quien la oye a los arrabales de Buenos Aires o a las plazas de Praga o los bulevares donde el sol registra un horizonte, en París, a todos esos espacios que con su trasiego de personas y de siglos expresan en la música del acordeón –un música para las tardes de lluvia, lentísima para que el vals o el tango o la copla desmadejada y desmemoriada se enreden en el mecanismo de la melancolía– un rumor cristalino de otras tardes de lluvia.) Manuel mira al acordeonista con sus ojos grandes y azules, pero él no está hecho de líricas postizas y asocia la música con los tambores, quién sabe porqué.... Burrúm, burrúm, burrúm... ¿Cómo será el mundo visto por los ojos de un niño? ¿A qué suena la lluvia en los oídos de Manuel?...

La lluvia –según Borges– es una cosa que sucede en el pasado: siempre llueve en los días de nuestra infancia, como un repiqueteo de palabras sin voz, como una música sin aire que la levante por el espacio pero que es capaz de convocar un tumulto de presencias sin las cuales no podemos reconocernos. Estamos hechos de la memoria de la lluvia, que atiza las hogueras de nuestro corazón, agita los rescoldos de la nostalgia, hasta devolvernos siempre aquel niño machadiano que recitaba la tabla del 7 –tan difícil– una tarde octubre o que chapoteaba en los charcos de enero. ¿Dónde descansan –en qué lugar de los ayeres amontonados– los jirones blancos de nuestros recuerdos, dónde otras tardes de lluvia que vivimos, dónde las tristezas asomadas a las ventanas del aula y a los balcones de aquella casa grande? ¿Dónde reposa el aire acuchillado por las soledades de esta tarde de mayo? (Y aunque a lo lejos –más allá de las torres de Santiago y de las acacias del Paseo del León– el cielo está abriendo una brecha para que la luz naranja del crepúsculo ilumine los instantes últimos del día, y aunque los vencejos pujan en sus nidos por salir a conquistar el viento enredado entre las columnas de los palacios sin dueño, la tarde de lluvia se ha apoderado ya, irremediablemente, de los resortes íntimos de nuestro yo. Y se han puesto tristes las palabras y los afanes.) Llueve sin prisa, limpiando tejados, perfilando la forma de las casas y de las iglesias que aguardan en penumbra; las primeras luces de la noche parpadean en las ventanas, como si tuviesen una premonición que aventurarnos. Manuel es ajeno a todo esto, porque el mira el mundo sin maldad y sin literatura... Pero... ¿qué sueños estará la lluvia de mayo tejiendo en el fondo de Manuel?...

(Publicado en IDEAL el 20 de mayo de 2010)

lunes, 17 de mayo de 2010

SOY FUNCIONARIO



El partido antaño socialista, obrero y español y sus voceros se han lanzado a la caza del funcionario. Acusados de no trabajar y de zanganear, ahora nos tachan de insolidarios cuando mostramos nuestra perplejidad y rabia por el ataque del gobierno ZP. Nadie se acuerda de los sacrificios que hicieron nuestros padres ni de las horas de estudio y privaciones que un médico, un maestro o un jefe de servicio llevan a sus espaldas. Nadie dice que mientras que electricistas, albañiles o fontaneros ganaban miles de euros al mes y tenían coches de lujo, hay funcionarios que a penas llegan a los mil euros. Lo que toca es poner al funcionario en la plaza pública, para lapidarlo, para imputarle la responsabilidad del ajuste, para tacharlo de poco patriota si protesta por el atentado contra sus derechos. Y se olvidan de que los funcionarios somos trabajadores, y de que nuestros hijos tienen la mala costumbre de querer comer y de necesitar ropa, se olvidan de que también nos llega cada mes el recibo del banco y la factura que el ministro Sebastián infló a favor de las eléctricas.

El ataque a los funcionarios esconde un mensaje fascistoide. Los políticos consideran que los derechos de los funcionarios –estabilidad laboral y salarial, ayudas sociales, horarios dignos, días libres– no son tales derechos sino privilegios. La “izquierda” se suma a esta corriente, y en lugar de luchar para que todos los trabajadores gocen de esos derechos –que tales son y no otra cosa–, pretende privar de ellos a los funcionarios con el argumento de que los otros trabajadores no los tienen. O sea, que la lucha socialdemócrata para igualar los derechos de los trabajadores por arriba y mejorar su nivel de vida, es ahora una carrera para deteriorar derechos adquiridos, igualando por abajo: el objetivo son las jornadas inhumanas, los salarios infames y el despido de las trabajadoras que se quedan embarazadas.

¿Qué hay funcionarios que no cumplen? Cierto, pero son los políticos los que consienten esta situación. ¿Qué el número de funcionarios es excesivo? Cierto, pero son los políticos los que han rellenado las administraciones de allegados hasta hacerlas completamente ineficientes. No hemos sido los funcionarios los que hemos gobernado este país: no fueron los funcionarios los que cifraron en el ladrillo toda la riqueza española, eso lo hizo el gobierno del PP; no fueron los funcionarios los que se pusieron una venda en los ojos para no ver la dimensión de la crisis, eso lo hizo el gobierno del PSOE. Por eso, no es justo cargar sobre nuestras espaldas y sobre las espaldas de los jubilados y de las familias el peso del ajuste: ellos, los políticos –todos, de todos los partidos– no han sido más que una panda de ineptos e incapaces. Ellos, todos los políticos, son los responsables directos de la situación de España: de la burbuja inmobiliaria, del colapso de las instituciones, del desprestigio de la democracia, del paro sin control, de la desmoralización generalizada de los españoles. Ellos nos metieron en el euro, que nos ha empobrecido. Ellos nos han convertido en el hazmerreír de Europa, ellos nos han convertido en un peligro para las finanzas internacionales. Son ellos los que se dedican a sus embajadas y a sus senados multilingües y a sus alianzas de civilizaciones y a sus estatutos de autonomía, mientras la gente no llega a fin de mes y tiene miedo del futuro. Que paguen ellos este desaguisado.

Yo no acepto que los que sostienen al “gobernante” más irresponsable e inepto de los últimos setenta años me tachen de vago y maleante. Yo he ido a trabajar mientras velaban a mi suegro, he ido a trabajar justo después de enterrar a mi abuelo, he ido a trabajar con catorce grapas en la barriga, he ido a trabajar con mi hijo recién nacido. Y el servicio que dirijo –1.400 euros mensuales: que nadie se piense que me pagan una millonada– fue el más valorado por los ciudadanos, notable alto, en las encuestas que dos partidos distintos hicieron para las últimas elecciones municipales. Me ha costado llegar a este puesto pese a todo precario, pero sobre todo le ha costado mucho a mis padres. Por eso no consiento que nadie me mire por encima del hombro y mucho menos que me den lecciones unos políticos que, salvo honrosas excepciones, son un grupo de iletrados, ignorantes y chupópteros. Lo siento por el gobierno y por sus voceros, pero yo he cumplido con mi deber, con el que le debo no a una casta política podrida sino a los ciudadanos que pagan mi sueldo con sus impuestos y por eso no acepto lecciones de nadie.

Tampoco acepto lecciones de unos sindicatos hasta ayer serviles con un gobierno que miraba hacia otro lado –no sabemos si hacia Lourdes o hacia Fátima, en espera de un milagro– y negaba la crisis mientras los datos de cada mes ponían encima de la mesa miles de parados, miles de nuevos dramas familiares. Me han bajado el sueldo, me linchan en los medios de comunicación, en los foros de internet y en las tertulias de la radio, pero yo no me voy a sumar a ninguna huelga ni a ninguna protesta. No, al menos, a ninguna dirigida por la UGT y por CC.OO., cómplices de esta situación. Es más: ahora, más que nunca, los funcionarios tenemos que dar el do de pecho y cumplir con nuestro deber, para que la sociedad tenga claro que cuando acude a su ayuntamiento o un ministerio una cosa son los funcionarios –servidores públicos– y otra muy distinta los políticos –servidores de sí mismos.

Es la hora del estoicismo, de encajar el golpe dado por ZP a funcionarios, jubilados, familias, dependientes; de mascar nuestra rabia, de pensar y repensar qué votaremos en las próximas elecciones sabiendo que todo es la misma mierda... Es la hora de cumplir con nuestro deber de funcionarios. Se lo debemos no a unos políticos que sólo merecen nuestro desprecio sino a unos ciudadanos que lo están pasando mal y a los que intentan poner en nuestra contra. Es también la hora de que los que vivimos de nuestro trabajo, unamos nuestra impotencia y nuestra ira no para dividirnos y acusarnos, sino para despachar a patadas a los políticos que pretenden no ser responsables de nada, ni ahora ni nunca.

Funcionarios, trabajadores, ciudadanos, españoles: es la hora de la calle, la hora de la España real, la hora de la rabia y de la idea.

(Publicado en IDEAL el 15 de mayo de 2010)

sábado, 15 de mayo de 2010

SE ACABÓ LA FIESTA



Lo único bueno que tiene la realidad es que resulta incontestable: puesto cada uno delante de su propio espejo, la imagen de lo que se es rebota como un bofetón. Que duele más cuanto más tiempo se llevaba viendo de espaldas al mundo, sentado en un atajo de la historia a la espera de un milagro o una redención, o buscando mensajeros sobre los que hacer recaer la responsabilidad de los propios actos o de las omisiones cometidas. Casi parejas han sido las bofetadas recibidas por Rodríguez Zapatero y por Benedicto XVI, que llevan meses intentando el uno tapar la crisis que machaca a España y el otro los crímenes cometidos contra niños indefensos por cientos de sacerdotes y ocultados por decenas de obispos. Pero se acabó la fiesta y la realidad apagó las luces de la verbena: ya está cada uno –ya estamos todos– puestos delante del espejo. Y al presidente con cara de galán de feria tontiloco –feliz porque sale en una foto con Obama–, lo han obligado a tomar las decisiones que se negaba a tomar, y que duelen más precisamente porque lo que hace dos años hubiese sido mera cirugía ambulatoria hoy es una operación a vida o muerte. Y el Papa con rostro de funcionario siniestro de las alcantarillas vaticanas, que se frota las manos como el Burns de los Simpson, ha tenido que reconocer que la Iglesia no está perseguida por ningún enemigo, sino corroída por sus propios pecados y que el perdón no libra de la justicia, aunque todavía le falta colaborar con las autoridades entregando a los curas que abusaron de los niños y a los obispos que, conociendo el terrible delito, los protegieron.

Sí, se acabó la fiesta: para el Presidente del Gobierno, para el Papa. Para todos. Porque pensábamos que la felicidad era este acumular, este eludir preguntas o responsabilidades, este mirar hacia otro lado que podía mantenerse mientras la despensa estuviese llena, aunque fuese de cosas inútiles. Pero la fiesta ha terminado y sobre los papeles arrugados del escenario nos encontramos sentada –borracha y llorosa– la imagen de esa falsa felicidad. Derrotada, con nuestras viejas esperanzas olvidadas en el fondo de su bolso de cartón. El espejo nos ha agarrado por las solapas y nos ha puesto delante de él, para abofetearnos, a manos llenas. Para que despertemos: para que veamos que murió la socialdemocracia y que la cornada del catolicismo es casi mortal, para que entendamos que son necesarios otros discursos y otros hombres, otros políticos y otros pontífices, para que exijamos elecciones o concilios, pero sobre todo para que descubramos de una vez que hay que inventar otra manera de ser felices. Con menos cosas, pero con cosas más importantes: con el pan nuestro de cada día. Bebiendo el hoy con menos preocupaciones por el mañana. Ser felices con lo poco, para que podamos apartar de nuestras vidas tantas cosas como nos impedían la felicidad real.

Ha llegado la realidad. Y nos sentimos estafados, embargados por la ira. (Estaba buscando palabras para esta rabia, pero es imposible encontrarlas desde la certeza de que lo único que nos queda es la lucha por la supervivencia. En realidad, yo no sé por qué estoy escribiendo, porque se acabó la fiesta y se oye en el horizonte el tuntún de los tambores de batalla. ¿Qué será, mañana, de la felicidad?)

(Publicado en IDEAL el 14 de mayo de 2010)

jueves, 13 de mayo de 2010

LOS AJUSTES Y LA RABIA



Franco dictó la máxima y nuestros políticos la aprendieron bien: conviene tener siempre a mano un contubernio, una conspiración, para no tener que asumir ninguna responsabilidad. Sale la trama Gurtel y Rajoy habla de conspiración contra el PP; los periódicos extranjeros dicen que ZP está desnudo, y el gobierno dice que conspiran contra España. Saben que somos tontos y nos echan cacahuetes, para entretenernos, como a los monos. Pero llega la hora de la rabia y de exigir responsabilidades.

¿Todos somos culpables de la situación casi dramática de nuestro país? Culpable es la derechona que fijó en el ladrillo toda la riqueza española –aparcando innovación, educación, competitividad– pero también la “izquierda” que mantuvo esa política, dando por bueno el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras provocado por la implantación del euro, ese verdugo. Son culpables los bancos que dieron créditos sin ton ni son, a mansalva, y los ciudadanos que, para pagar el coche de lujo o la primera comunión de la nena, se endeudaban, seducidos por la orgía consumista. Son culpables los ayuntamientos de la especulación y los campos de golf y de los millonarios convenios urbanísticos, pero también las comunidades autónomas –costosísimas plagas de langosta–, que redactaban estatutos muy nacionales y le endosaban por vía legal sus competencias a unos ayuntamientos cada día más endeudados mientras se quedaban con el dinero, para mayor honra y gloria del reyezuelo de la taifa. Y culpables son los periodistas que callaban y los economistas hipnotizados por el paraíso de las grúas –origen del infierno del ladrillazo–, y los sindicalistas subvencionados, siempre en Babia, y los políticos que consentían lo que pasaba para no incomodar a sus jefes. ¿Todos empujamos al país hacia el agujero? ¿Todos tenemos que pagar, por igual, la factura del desastre que se avecina? No, sería injusto.

Se habla de ajustes; traducida, la palabra “ajuste” significa “sacrificio”, que será más grande cuanto menos responsable se haya sido del batacazo. La factura del ajuste no la pagarán los sindicalistas, los periodistas, los que tienen un mercedes, los políticos, los banqueros, o los de la construcción, sino las parejas que se endeudaron para poder tener un hogar y un sueño y una ilusión, los currantes, los de abajo, los de siempre, como siempre. Aquellos seguirán en sus coches oficiales y sus yates y en su cinismo, y estos verán reducidos sus sueldos y sus pensiones... mientras los tengan. La desvergüenza de los poderosos y sus palmeros –que no está penada con cárcel– la pagarán los currantes.

Lo dice la prensa extranjera, libre: España es un país desmoralizado. No es para menos: ZP es un desastre a la espera de un milagro que lo salve electoralmente, pero Rajoy –caricatura de una película de Paco Martínez Soria– no es más que el segundo acto de la cómica tragedia que vivimos. Nefastos, todos, toda la elite del país. No hay ilusión. No puede haberla. Los españoles miramos alrededor y se nos encoge el ánimo, miramos el futuro y sentimos miedo. Y un país así –sin ganas ni esperanzas, sin unidad ni afán patriótico– no puede afrontar los retos que plantea la crisis. ¿Responsabilidades, ajustes, ahora? Lo responsable sería ajustarlos a todos, echarlos. Empezar de cero.

(Publicado en IDEAL el 6 de mayo de 2010)

miércoles, 12 de mayo de 2010

EL TIJERETAZO




Esta mañana, Rodríguez Zapatero, que ya puede presumir abiertamente de ser el peor político de la historia de España –y mira que el listón estaba alto– anunciaba un tijeretazo radical al presupuesto público. Después de varios años de ceguera premeditada y de un optimismo que ha resultado criminal para la salud económica del país, después de dos años largos negando irresponsablemente la evidencia mientras esperaba un milagro, sin atreverse a gobernar y no sabemos si poniendo velas a todos los santos, el Gobierno se encuentra entre la espada y la pared. Ineficaz, incapaz, ZP ha cargado hoy contra los trabajadores (reducción del 5% del sueldo de los funcionarios), contra los pensionistas (congelación de las pensiones) y contra las parejas jóvenes (eliminación del cheque bebé, una medida desafortunada que no se cambia por ninguna otra de apoyo a las familias). Simbólicamente, y para darnos a los españoles el chocolate del loro, el gobierno anuncia que ellos y ellas, tan solidarios los ministros y tan solidarias las ministras, se rebajan el sueldo un 15%. Nada dice el Gobierno, claro, de reducir los sueldos de diputados, altos cargos políticos, concejales, alcaldes... Para escándalo de los que todavía tenemos resuello para escandalizarnos, hoy mismo se desplazan a no sé dónde, para ver un partido de fútbol, un grupo de chupópteros mantenidos por el erario público. Pero esos gastos futboleros del príncipe y su corte de los milagros parece que no son gastos superfluos, y ahí no hay tijera que entre cortando a saco.

Es necesario que el país se ajuste el cinturón. Y seguramente es necesario que los funcionarios colaboremos con ese ajuste, pese a que en los años de las vacas gordas ninguno de nosotros cobraba como los que se hacían millonarios con las obras y las chapuzas. Pero a mí se me ocurren medidas más necesarias, más urgentes y menos dolorosas para los ciudadanos en general que la embestida contra los derechos sociales que hoy ha llevado a cabo el gobierno ZP. ¿Medidas? Pues ahí van algunas de ellas, y ahora que vengan los paniaguados a tacharlas de “demagógicas”:

- Reducción de un 1/3 en el número de secretarías de Estado, direcciones generales y similares, en la Administración del Estado y en las Administraciones Autonómicas, y limitación de su número por ley.

- En España hay 1256 diputados autonómicos. Reducción de estos en 1/3 del total, a repartir proporcionalmente entre todas las comunidades.

- Fijación de un número máximo de 150 senadores.

- Fijación de un número máximo de 250 diputados.

- Reducción del número de ministerios, y supresión de las 11 vicepresidencias autonómicas y de las 7 consejerías de Presidencia de las autonomías.

- En España hay más de 200 consejeros autonómicos. Reducción de estos en 1/3 del total, repartidos proporcionalmente por comunidades.

- Limitación legal de las retribuciones de todos los cargos políticos. Que ningún cargo público, ninguno, cobre más de 100.000 euros anuales, y fijación de salarios según nivel de responsabilidad. Que ningún alcalde, ninguno, cobre más de 60.000 euros anuales, y fijación por ley de la retribución según población de la ciudad. Y eliminación inmediata de las retribuciones o “indemnizaciones” que los políticos perciben por asistir a consejos de administración de cajas de ahorro y empresas públicas y similares. Y supresión de las liberaciones de concejales y otros políticos, salvo en los casos estrictamente necesarios. Y supresión inmediata de todas las pensiones, indemnizaciones y similares que cobran los políticos y ex-políticos. Y fijación por ley de la imposibilidad absoluta de que un político reciba varias retribuciones por distintos conceptos, como según parece ocurre con la tal Leire Pajín: un político, una sola fuente de ingresos.

- Limitación legal del número de asesores que pueden tener las distintas administraciones, y fijación de un sueldo público máximo de 50.000 euros.

- Fijar en 3.000 euros la retribución total, por todos los conceptos, que puede recibir un parlamentario nacional y en 2.500 euros, por todos los conceptos, la retribución total de un parlamentario autonómico.

- Supresión de todas las subvenciones o aportaciones públicas, de cualquier tipo, recibidas por sindicatos, patronales y partidos políticos, y fundaciones ligadas a estas entidades, en cualquier nivel de la organización territorial del Estado. Esto supondría el ahorro de varias decenas de millones de euros. Esta financiación pública de partidos y sindicatos, que pudo tener sentido en los años de la Transición, cuando era necesario apoyar el tejido asociativo, carece hoy, conforme están las cosas, de ninguna justificación: los sindicatos, las patronales, los partidos... que los paguen sus afiliados.

- Congelación de todos los salarios públicos superiores a los 35.000 euros.

- Cierre inmediato de todas las segundas cadenas de las televisiones autonómicas y limitación legal del gasto de todas las televisiones y radios públicas.

- Supresión inmediata, para ya, de cualquier tipo de prejubilación o jubilación previa a los 65 años, tanto para funcionarios como para empleados de banca o de eléctricas o de...

- Congelación de las subidas de todas las pensiones superiores a 1.600 euros.

- Congelación del número de empleados públicos, hasta llegar a una ratio máxima de 1 empleado público por cada 35 habitantes. Esta congelación no afectaría ni a la sanidad, ni a la educación ni a la seguridad pública.

- Aumento de los tipos impositivos del IRPF, para que realmente paguen más las rentas más altas.

- Investigación sostenida de todo el fraude fiscal, con más presión cuanto más altas sean las rentas. (Curiosamente, el otro día, el gobierno “socialista” mandaba una directriz a la Inspección de Hacienda para que pase de investigar a autónomos, parados, pymes y asalariados, dejando a un lado el agujero inmobiliario y las grandes fortunas. Pura política de izquierdas, vamos.

- Rebaja en el impuesto de sucesiones entre padres e hijos, aumento en las otras situaciones.

- Impuesto sobre el patrimonio cuando se rebasen ciertos límites, y obligación de tributar para todas las personas físicas y jurídicas, sin excepciones de ningún tipo, que rebasen ese límite mínimo.

- Mantenimiento del 16% de IVA máximo.

- Aumento de los impuestos sobre el tabaco y el alcohol.

- Implantación del impuesto sobre bienes de lujo y gastos suntuarios.

Es necesario ajustarse el cinturón. Pero es tremendamente injusto que este gobierno ciego y sordo recorte por abajo, como siempre, sin haber recortado antes tantísimo como es recortable por arriba. Y lo peor es que no hay esperanza: produce escalofríos pensar como sería el recorte si gobernase Rajoy. Todos son una panda de ineptos y por eso ninguno se atreverá a acometer, nunca, recortes reales, profundos, en un sistema político hipertrófico e ineficiente e ineficaz como es el español, donde tantos y tantos viven de la teta de lo público sabiendo que sus compinches de arriba nunca tocarán esas prebendas... Mi abuelo decía que todos los políticos, sin distinciones, son como los cerdos, que sólo chillan cuando la mamá marrana les quita la teta. Hoy estoy absolutamente convencido de que llevaba razón. Y estoy convencido de que hoy somos muchas las personas de izquierdas que no salimos de nuestro estupor ni de nuestra indignación. No sé si la solución es la huelga general o cualquier otro tipo de tontería de ese tipo, pero lo evidente es que hoy por hoy la solución no son ni pueden ser ZP ni Rajoy, el PSOE ni el PP. Posiblemente tampoco lo sean ninguno de los otros. Nos aprietan el cinturón; apretemos los dientes, apretemos los puños y demos de una vez un puñetazo encima de la mesa, siquiera para demostrarles a los ineptos de la clase política que no somos imbéciles.

Porca miseria.

domingo, 2 de mayo de 2010

ROMERÍA EN ÚBEDA



La televisión y los políticos han fijado el canon del «correcto andalucismo» y han creado un tipo estándar de romería andaluza, de romería «grande». Romerías para las que se necesita una impedimenta tan voluminosa como su pretensión: el caballo y la carroza, el traje campero o de faralaes –según se sea romero o romera–, el sombrero de ala ancha o la peineta, el tamboril y la flauta y la guitarra, la voz de chillete para cantar salves rocieras, las botas camperas para hincharse de andar con elegancia, el botiquín para reparar rozaduras y quemaduras del sol y escoceduras de tanto polvo en tan largo camino... En estas romerías –pienso yo– puede que haya muchos miles de romeros que consideren que no es necesario acercarse a ver a la Virgen a la que se dice homenajear, porque cuando se llega al pasto en el que se celebra la romería... ¿qué tiempo queda para ir a ver a la Virgen si hay que consumir vino de Jerez, jamón de Jabugo, gamba de Huelva, si hay que cantar y bailar y palmotear, si hay que ligarse y ventilarse a la pija que duerme en el piso de arriba de la casa de hermandad...? La Virgen, ahí, se pierde entre el barullo de la multitud y el significado religioso o sentimental de la romería se escamotea y la diversión tiene que pelear con cien mil inconvenientes, penalidades y sufrimientos. No creo que me gustasen esas romerías en las que, cada año, se trabaja para conseguir batir un récord de romeros. Mi corazón, qué se le va a hacer, no soporta ya tanto fervor ni tantas apreturas ni tantas penurias, porque necesita recogerse para ensancharse.

Y es que es así como me siento –recogido en una íntima celda luminosa abierta a los prados de la vida– en la madrugada de la romería de Úbeda, cuando un grupo escaso de romeros caminan hacia el Gavellar en las horas tibias de la madrugada, cuando al llegar a lo alto de la cuesta de Guadalupe la luna resplandece sobre los olivos y sobre los trigales y sobre los montes del Guadalimar. En ese momento, el corazón alienta un fervor antiguo, y dentro de él se establece no sabemos qué conexión con los siglos acabados. Porque la madrugada –como ya hiciera en la hora morada del Viernes Santo– ha vuelto a suspender en un instante mágico toda pulsión del tiempo y los romeros de la Virgen de Guadalupe se sienten –nos sentimos– apresados por ese murmullo emocionado de las generaciones que nos antecedieron y que parecen estar a nuestro lado, bajando con nosotros por entre las torrenteras y las olivas jóvenes camino del Santuario de Guadalupe. En el fondo –en su fondo–, el alma reparada por el sosiego de la noche siente que le cosquillea una felicidad, una esperanza, y sabe que entre las viejas piedras del Santuario espera la Virgen rodeada de espigas y de rosas blancas, como siempre esperó a nuestros padres y a nuestros abuelos, con su infinita paciencia de oidora de penas y alegrías, de súplicas, de agradecimientos. El viaje es corto sobre los caminos de los mapas –ocho kilómetros de Úbeda al Gavellar–, pero es largo e intenso en el interior de cada romero, porque ese viaje hacia el fondo personal se sustenta en los recuerdos, en el esfuerzo de subir la urna gótica con la Virgen chiquitilla por la cuesta arriba, camino de Santa Eulalia. El viaje hacia lo mejor de nosotros que cada año nos ofrece la Romería de la Virgen de Guadalupe es, sobre todo, una radiante oportunidad para ser felices.

Se es feliz porque no hay una multitud que te atosigue y te impida bucear en el fondo de lo que eres ni encontrarte con eso radiante donde alumbran las esperanzas mejores de tu vida. Se es feliz porque el esfuerzo es el justo para permitir –ya en la aldea– el caminar de un lado a otro: de las «gachasmigas» de Pepe Robles y los porrones de los Costaleros a la cerveza fría con habas y ochíos; el caminar encontrando a conocidos y ensanchando los lazos con los amigos –Alfonso, Paco, Pepe, y el otro Pepe: que parecen más amigos ese día de romería–; el caminar sin prisas por la aldea, riendo, recordando, discutiendo, mientras llega la media tarde y entonces hay que coger a la Virgen y partir hacia Úbeda; el andar bajo el sol de la primavera por la carretera, y el estremecerse con el recuerdo de los que quisimos y ya no están cuando la Virgen se para en el cementerio y el Padrenuestro se eleva como una comunión de ubetenses de todos los tiempos; el entrar en Úbeda bajo los chopos relucientes, de la mano de la mujer a la que se quiere, y sentir que ya ha llegado la Virgen, un año más, sin multitudes, sin agobios, sin cargas pesadas... con un rosario de felicidades y añoranzas, con una melancolía íntima y una alegría que se nos nota en la cara o en las lágrimas esbozadas en la punta de los ojos cuando, ya en la Torrenueva, un pueblo expectante y respetuoso espera a su Patrona.

...Romería de la Virgen de Guadalupe, que no aparece en las guías turísticas ni desborda fronteras, pero que vuelve cada año con los vencejos de mayo para hacernos más felices. Romería en Úbeda. Cohetes. Madrugada. Pañuelos verdes. Amigos. Vino. Amores. Risas. Recuerdos. Romería íntima para ser felices.

(Publicado en IDEAL en el día de hoy, Romería de la Virgen de Guadalupe)