miércoles, 31 de marzo de 2010

LOS SANTOS INOCENTES


Iban delante de las procesiones, con su inocencia en los ojos como un pregón de ternuras; delante del primer penitente, delante de la banda, con sus ropas torpes y humildes, con sus gafas gruesas... Siempre delante de las procesiones: aquel que todos recordamos haciendo como que tocaba la trompeta, a voz en grito, en el centro de la calle; aquel otro pegado a las aceras, controlando que no hubiese nadie por debajo del bordillo y diciéndole a la gente que si no se subía a la acera “no toca la banda”... Todos los conocíamos y todos –crueles– nos reíamos de ellos: le pedíamos que tocara más fuerte y él lo hacía; nos bajábamos de la acera para que se irritara viendo que la cofradía se nos echaba encima y que ocupábamos el lugar del penitente, y nos ordenaba tajante –serio y completamente convencido de su importantísima función– que volviéramos a la acera para que la banda pudiera tocar…

Esos “santos inocentes” eran parte del panorama de nuestra Semana Santa de ayer, un tiempo algo indecente en el que era lícito reírse de los diferentes, utilizarlos para la chanza y la broma. Cada generación, cada procesión, había tenido siempre “su santo inocente”, que abría el guión con su particular cometido por nadie encomendado pero que ellos habían asumido no sabemos porqué extraños mecanismos de sus mentes, caminando lentos y con las manos en la espalda mirado en derredor suyo con expectación y satisfacción.

Ahora, por suerte, ya no van delante de las procesiones, porque aunque digan que nuestras sociedades no tienen valores y demás monsergas, hemos aprendido que ningún ser humano –y menos cuanto más débil sea– puedae servir de burla. Hemos mejorado en eso y el hecho de que no haya ningún “santo inocente” que toque la trompeta delante de la reluciente cruz guía ni ningún otro que asuma la tarea de ordenar las filas de los espectadores, dice mucho de lo recorrido en los últimos años. Esos inocentes objeto de nuestra saña y causa de nuestra risa han sido sustituidos por gigantescos manojos de globos de colores, que siempre están presentes donde más tapan la salida de la procesión o donde más estorban la fotografía. Manojos de colores que provocan no risa sino cabreos –“¡quítate, qué no veo!”– y barraqueras de chiquillos encabronados –“¡papaaaaaa, yo quiero un glooooobo!”–.

(Publicado en Diario IDEAL el día 30 de marzo de 2010, Martes Santo)

martes, 30 de marzo de 2010

PIRULÍN



Poco antes de las 9 de la mañana del Viernes Santo, los “penitentillos” de Jesús Nazareno llegábamos al Rastro… Y allí, serio en su impecable traje, estaba “Pirulín”, acompañado de su mujer. Pero sobre todo, estaba su puesto –¿era gris…?– en el que vendía puritos americanos. Por suerte, los cofrades de Jesús no teníamos que emberrincharnos para que nuestros padres nos compraran un purito: al terminar la procesión, la cofradía nos lo regalaba y con el caramelo en la mano, llena de pringue, llegábamos a nuestra casa. Aquellos puritos de Nuestro Padre Jesús los habían hecho “Pirulín” y su mujer –Lorenza– y sus hijas María y Tomasa y su nieto José Carlos.

Para mí “Pirulín” es el recuerdo mejor de aquellas mañanas de Viernes Santo. Pero… ¿quién era “Pirulín”?

Agustín Poisón Calvo es uno de esos hombres que hacen la historia sorda de los pueblos. A él nadie le dedicará una calle ni una estatua, y sin embargo él es historia de la Semana Santa de Úbeda, y su imagen de cada Viernes Santo tiene la fuerza de las imágenes que se agarran al fondo vivo de la memoria. Había nacido un 20 de septiembre de 1923, en el seno de una familia humilde; con apenas seis años quedó huérfano. Él y sus hermanos son criados por distintas familias, y la señora María, que se hace cargo de Agustín, comenzaría a llamarlo “Pirulín” por su menuda estatura. Hombre, sí, menguado de talla pero grande de ánimos y de capacidad de sacrificio: supera las penurias que la vida pone en su camino, se casa joven y trabaja como un mulo para sacar adelante a sus hijas. Duras jornadas de campo en Valdecanales y un “carrillo” enfrente de la puerta del Teatro Principal –al lí vende los frutos secos que él mismo tostaba y caramelos de nombres fantasticos: puritos, garrotas, cuquitos, garrapiñadas... elaborados por él mismo y por Lorenza–, le permiten prosperar. Y con el tiempo abre un bar, frente a la taquilla del Principal, pegado a su viejo “carrillo”. Y luego…

…En realidad todo esto da igual, porque para muchos ubetenses “Pirulín” será siempre aquel hombre pequeño que cada Viernes Santo esperaba el paso del guión de Jesús en lo bajo del Rastro, con su puesto de puritos americanos. Su hija dice que se elaboran con agua, azúcar y mucho cariño y me asegura que ahora los hace para los ángeles, vestidos de morado.

(Publicado en Diario IDEAL el 29 de marzo de 2010, Lunes Santo)

viernes, 26 de marzo de 2010

PARÁBOLA DE LOS GUSANOS



La emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, era realmente bella: en los retratos de Tiziano aparece como un silueta de cristal, delicada y dispuesta para ser quebrada por el aire. De ella se enamoró –platónicamente– el duque de Gandía, Francisco de Borja y Trastámara. (¿Cuántas veces no nos hemos enamorado nosotros de cosas que relucen por fuera, que nos apabullan con sus esplendor dorado y primaveral...?) Pero he aquí que, en la plenitud de la vida, el aire quiebra el cristal: la emperatriz muere en Toledo durante un parto, desangrada; y al duque de Gandía le toca en suerte –desgraciada suerte– acompañar el cadáver de su señora hasta Granada, donde había pedido ser enterrada. (El cortejo fúnebre transporta el cuerpo de la reina por los duros caminos manchegos; atraviesa la errante comitiva el escarpado paso de Despeñaperros y transita por las lomas de Jaén y los dulces campos granadinos, bajo el calor de mayo... y la emperatriz había ordenado que no se la embalsamase...)

Cuando llega a Granada, se detiene el séquito imperial en la Cruz Blanca –hoy rodeada de bloques de pisos, de hoteles, de avenidas llenas de coches–, en el paraje ameno de la Fuente Nueva, a la vista misma de las puertas de la ciudad. Allí esperan a la emperatriz las autoridades granadinas y los frailes que se harán cargo del cadáver para darle sepultura. El duque de Gandía abre el ataúd para dar testimonio de que la carne que hay dentro del mismo es la carne sin vida de Isabel de Portugal: pero la emperatriz ya está descompuesta, hinchada, el rostro desfigurado, los órganos malolientes... Y el noble exclama, espantado, que no puede jurar que esa sea la emperatriz, pero que sí jura que fue su cadáver el que se puso en el ataúd. Para Francisco de Borja descubrir el espanto de la muerte, sus huellas horribles, supone un aldabonazo terrible, un terremoto cósmico que sacude sus más íntimas convicciones: ante la reina ya pasto de los gusanos se convence de la vacuidad del bordado en oro y de la seda, de lo transitorio y fugaz de la belleza externa. Descubre –-horrorizado– que debajo de la cara amable y los labios elegantes y del busto insinuado e insinuante, ya bullía el nido de gusanos, ya pregonaban su imperio las voces de la ceniza y de la muerte, descubre que estaban vacías desde antes de cerrarse las cuencas de los ojos castaños de Isabel de Portugal.

...Nosotros también andamos encandilados por lo bello, ciegos ante una belleza de oropeles y brillantes estampas y de rasos refulgentes, arrebatados por la llama de lo efímero... Pero nos diferencia de San Francisco de Borja el hecho de que no somos capaces de destapar la caja del misterio, porque somos cobardes y nos espanta descubrir que debajo de lo impactante, que dentro de lo reluciente, que después de lo sublime, sólo quedan los gusanos. Los pomposos, los engolados gusanos, los insobornables gusanos de la podredumbre... ¡Pero cuánto bien nos haría mirar en el fondo de las cosas, por debajo de sus veladuras, hasta llegar a su tuétano! Sólo así sabríamos que nuestras cosas son sólo verdaderas por lo que esconden dentro, en su difícil luz de mariposa o su cotidiana miseria adobada de larvas, poblada de gusanos.

(Diario IDEAL, 25 de marzo de 2010)

miércoles, 24 de marzo de 2010

TABLÓN DE ANUNCIOS




Desconozco cuantos lectores de este blog pasan por el dedicado a Juan Pasquau. Como supongo que deben ser algunos y que algunos de ellos deben ser “semanasanteros” les comunico que a partir del Viernes de Dolores ese blog va a desplegar un “especial de Semana Santa”. La verdad es que ha sido un trabajo apasionante preparar esos artículos (acompañados de fotos fantásticas de Guijarro, Rafa Merelo o Miguel Ángel Lechuga), y creo que el resultado será del gusto de los que gustan de esto de la Semana Santa. Yo, por mi parte, ando ultimando los artículos diarios para la página de mi amigo Alberto Román en Ideal; este año dedicados a personas y personajes de la Semana Santa.

martes, 23 de marzo de 2010

DIGNIDAD, DECENCIA: DELIBES




A raíz de la muerte de Delibes se ha comentado en multitud de sitios una pequeña anécdota que ilustra la grandeza del escritor. Según declaró el mismo Delibes, José Manuel de Lara acudió en varias ocasiones a ofrecerle el Premio Planeta, la última en 1994. Este año, Delibes lo rechazó definitivamente –y Planeta acudió a Cela para endosarle el Premio–, pese a que Lara le indicó que si aceptaba “ganar” ganaban todos, la editorial, el escritor y los lectores. Pero la dignidad de Delibes le hizo responder que no ganaban todos, porque perdían esos escritores, esos jóvenes escritores, que se presentan al premio pensando que pueden ganarlo. En estos tiempos en los que es fácil venderlo todo y venderse por dinero, está bien recordar que en este país hubo un hombre que por coherencia consigo mismo renunció no a un premio, sino a un premio dotado por entonces con nada menos que cincuenta millones de pesetas. Ojalá y cundiera el ejemplo de Delibes.

lunes, 22 de marzo de 2010

HAY DÍAS...



Hay días en los que uno descubre que abundan más de lo pensado los que tienen dos puertas: la ancha para pasar ellos y los que son como ellos y los que piensan como ellos –tan guays, tan modernos, tan acordes con la moda–; la estrecha para que pasen todos los demás.

Hay días en los que uno descubre que abundan más de lo pensado los pavos reales que despliegan su cola colorida con las pancartas de sus amores y sus devociones, mientras van babeando la bilis de sus rencores por debajo: “hágase mi luz aunque se hunda el mundo” o "yo por un carguillo, maaato", son sus lemas.

Hay días en los que uno descubre que los que transigen todas las barbaridades, todas las modificaciones, todos los caprichos –con tal de que se ajusten al pensamiento políticamente correcto, sea de lo que sea este pensamiento–, un día, valientes ellos, deciden que todo lo cambiado, todo lo impuesto hasta ahora sí sirve, que sirven todos los caprichos de antes, pero que ya no más: que la puerta se estrecha para lo que viene aunque por ella, claro, no se va a hacer pasar a los que tuvieron la suerte de imponer sus normas antes del arrebato.

Hay días en los que uno descubre que la palabra “hermano” sólo tiene sentido cuando queda referida a aquel que tiene nuestra sangre, pero que es una impostura o una falsedad cuando se saca fuera del ámbito de la familia.

Hay días en los que uno descubre que toda norma tiene dos lecturas, lo mismo que todo recorrido tiene dos finales, y que para leer de una manera o terminar donde convenga sin que el cielo te caiga sobre la cabeza, hace falta no tener razón sino caerle en gracia a los que tienen la sartén por el mango.

Hay días en los que uno descubre que lo que importa no es el fondo de las cosas sino que no nos estropeen nuestro momento de gloria.

Hay días en los que uno descubre que para algunos lo que valía ayer porque era bueno no vale hoy, ellos sabrán porqué oscuras razones o servilismos.

Hay días en los que uno descubre que allí donde debiera haber luz y manos abiertas hay sólo gusanos y oscuridad, y que dentro de la supuesta farola se esconde un nicho de dimensiones colosales.

Hay días en los que uno descubre que no hay peor que los anarquistas que de pronto descubren la virtud de la norma, y la aplican discrecionalmente, solo para los enemigos: “entre lo que yo tengo y lo que me toca del reparto...”, es su lema.

Hay días en los que uno descubre que vive rodeado de los que han cerrado por dentro la puerta ancha y se han guardado la llave, para abrir cuando lleguen sus amigos. Mientras han habilitado la puerta de servicio, que siempre es estrecha y angosta, para todos los demás.

Hay días en los que uno descubre cosas que preferiría no haber descubierto y pide disculpas si fuera de donde uno vive –en esos lugares en los que la gente va de cara y donde la puerta es igual para todos– no se entienden estos descubrimientos.

viernes, 19 de marzo de 2010

¿HAY FUTURO?




Rocío tiene 14 años y vive en El Donadío; ha escrito un precioso y preciso, un duro relato sobre la vida del jornalero andaluz. Con él ha ganado un concurso organizado con motivo del Día de Andalucía. Estremece Rocío cuando nos habla de los madrugones de su madre en las mañanas de aceituna, del cariño con el que besa a sus hijos, de los problemas de su padre con el coche que no arranca, del frío y el cansancio en el tajo, del baño y la cena de los hermanos pequeños –que necesitan “una libreta”–, de la madre que se queda a preparar las cosas del día siguiente, cuando todos se han dormido. Pero sin duda la parte más demoledora del texto es el final –rayo de esperanza y dedo acusador–, cuando Rocío dice, llena de ternura de hija, que espera tener una vida mejor que la que tiene su madre, desvelada y sacrificada. “Estoy segura que la tendré porque puedo hacerlo. Estudiaré y espero que mi futuro sea distinto”.

¿De verdad estudiar les dará a nuestros hijos un futuro distinto, mejor? Es difícil creerlo. En realidad la LOGSE se ha cargado el futuro de las dos próximas generaciones de españoles: despreciando el conocimiento y el esfuerzo, la disciplina o el trabajo bien hecho, recompensando la vagancia y a los matones, la LOGSE ha inyectado en nuestro cuerpo social dos virus peligrosísimos. Por un lado, gracias a la LOGSE nuestros jóvenes son los peor preparados, laboral y académicamente, de Europa. La baja cualificación de los trabajadores españoles se está convirtiendo, ya, en una rémora para salir de una crisis que digan lo que digan se aventura larga y dolorosa, y dentro de poco nuestros hijos no podrán competir con los trabajadores o los universitarios que vengan de Europa, de China o de India: los devorará el fantasma del paro, de la precariedad y del futuro cegado. Por otro lado, al convertir el sistema educativo en una fábrica masiva de analfabetos funcionales, la LOGSE ha conseguido alumbrar generaciones sin capacidad crítica, sin músculo intelectual. Así, potenciando los caminos que llevan a la pobreza económica, social e intelectual, la LOGSE nos ha dejado inermes ante cualquier aventura política que postule soluciones tajantes. Desesperados ante el futuro que se le está negando, nuestros hijos –un día los apresarán el resentimiento y el afán de revancha histórica– abrazarán formas escalofriantes de expresión política: se otean en los horizontes lejanos salidas autoritarias a una crisis que, en España, es algo más que económica.

Pero a Rocío nadie le ha dicho que la LOGSE ha abierto una brecha inmensa: a un lado quedan los hijos de las clases trabajadoras y medias y sus colegios públicos; en el otro, los hijos de las clases altas, educados en lujosos y excluyentes centros bilingües y privados. Los dos espacios están cada vez más delimitados: por primera vez en la historia la educación no es el mecanismo de ascenso social de los que menos tienen. La sociedad española se está fracturando, se está dividiendo en compartimentos estancos. Y en el círculo vicioso de la historia los hijos de los puteados volverán a ser puteados, y se apaleará a los hijos de los apaleados. ¿Podrá Rocío escapar –con su esperanza de niña esforzada– de esta espiral?

(Publicado en Diario IDEAL el día 18 de marzo de 2010)

miércoles, 17 de marzo de 2010

MANIFIESTO EN DEFENSA DE LA ESCUELA




Gracias al blog de PSEUDÓPODO hemos encontrado este Manifiesto en defensa de la educación. Plagado de sensateces, obviedades y necesidades, lo realmente extraño es que no sea de estas cosas de las que estén “hablando” nuestros políticos para llegar a un “pacto de Estado” en materia educativa. Al final nos lo jugamos todo en la carta de la educación, y no hay reforma más urgente y necesaria que ella, pero mucho me temo que aquí todos siguen preocupados por lo de siempre: los de la derecha porque la Religión sea una asignatura en plenitud de derechos y se siga subvencionando a los colegios religiosos, los de la izquierda por garantizar que en las aulas se van a sentar hasta los 16 años incluso los que no echarían a perder sus vidas –y las de los compañeros que quieren aprender y ellos se lo impiden– si en el momento oportuno hubiesen comenzado a aprender un oficio. Lo que a nadie parece importarle es que nuestros hijos aprendan y que se les inculquen valores como el esfuerzo. Vamos, que lo que a nadie parece importarle es el futuro que este país y sus generaciones se están jugando en las aulas, mientras siguen batallando los de la religión y la integración.

domingo, 14 de marzo de 2010

UN HOMBRE LLAMADO GARZÓN



Lo mejor de España es que es un ex–país completamente predecible. No hace falta ser ningún lumbreras para aventurar que después de unas elecciones los políticos que vienen son siempre peores, aunque los que ya padecemos nos parezcan insuperables; ni hay que ser ningún aramisfuster para predecir que a los trabajadores van a regalarnos vaselina para que nos untemos a base de bien porque los banqueros y las eléctricas y demás chusma empresarial nos la van a meter doblada; ni hace falta doctorarse en cursos de la bruja Lola para asegurar que el futuro pinta más negro que el culo de un mirlo y que este país y sus diecisiete herederos no tienen arreglo, porque somos todos una pandilla de vagos y cobardes dirigidos por una caterva de inútiles y maleantes. Por eso a nadie con dos dedos de frente puede extrañarle que el juez Garzón se vea empapelado: era de esperar.

Reconozco que Garzón me ha parecido siempre un poco sobreactuante o cómo se diga: al chaval de Torres le han gustado en exceso las cámaras y los elogios, que en España esconden siempre una puñalada trapera. Es vanidoso, vale; pero eso no puede ocultar que ha sido de los pocos jueces que ha tenido los santos arrestos de plantarle cara a los violadores de los derechos humanos en tantos lugares de la Tierra, ni podemos olvidar que tuvo contra las cuerdas a Pinochet y que llamó por su nombre a los criminales de Argentina o a los de ETA o a los que venden papelinas al por mayor y manejan corruptelas en grado superlativo y nunca van a la cárcel, porque cuando acuden a detenerlos siempre están cenando con un ministro o con magistrados de los de mucho puño blanco en la bocamanga. Garzón, claro, ha sido un poco el Robin Hood de la justicia española –que es la justicia en la que las leyes van por un lado y la justicia por otro– y por eso se ha ganado el aprecio de la calle, que no olvida que gracias a él algunos narcos han dormido a la sombra y a algunos etarras se les ha atragantado el champán de después de la bomba. Pero a la derechona no le gusta que le toquen los cataplines y está moviendo sus peones jueciles para apretar el nudo en el pescuezo de Garzón, que se ha atrevido a investigar las sastrerías de cierto partido y ha dicho que la Falange era –allá por la guerra y la dictadura– una panda de criminales dedicada –entre revolución pendiente y revolución pendiente– a asesinar a miles de hombres y a violar a cientos de mujeres, y si no que le pregunten a los más viejos de Galicia, Andalucía o Castilla La Vieja.

Este es un país sin memoria y sin dignidad, que es más importante que la memoria. Y algunos jueces han descubierto que debajo de las togas siguen teniendo la camisaza azul que tú bordaste en rojo ayer. Y van a empapelar a Garzón, vaya si lo van a empapelar: se la tienen jurada desde que humilló al héroe chileno. Porque encima al pobre juez heroico y televisivo se le han juntado el hambre y las ganas de comer: debe estar temblando porque de los tiburones de la derecha acude a defenderlo el ilustre pánfilo de la mucha palabrería y el poco coraje que todavía no ve que la crisis se ha comido hasta el futuro de nuestros hijos.

(Publicado en Diario IDEAL el día 11 de marzo de 2010)

viernes, 12 de marzo de 2010

SIEMPRE NOS QUEDARÁ DELIBES



Hoy España es un poco peor: se ha muerto Miguel Delibes, uno de los grandes grandes de la literatura española de todos los tiempos y, sobre todo, uno de los hombres más dignos, más íntegros y más seriamente comprometidos de nuestro tiempo. Me gusta Delibes: me gusta su lengua áspera y hermosísima, que evoca dentro de sí todo un pasado ingente de nuestra lengua, me gustan sus personajes humanísimos, me gusta su compasión por el débil, me gusta su compromiso con los valores de la justicia y de la libertad, sin admitir sobornos ni componendas, sin medias tintas, con la claridad del que sabe que algún día –este día de la muerte que le ha llegado hoy– hay que rendir cuentas en el examen cósmico del amor. Me gusta ese Delibes que arremetía contra los que consideran que el aborto es un derecho y contra la barbarie de Bush, el Delibes que utiliza la mano de Azarías para ajusticiar a los tiranos y el de Emilio Salcedo y su canto eterno a la libertad de conciencia, el Delibes que amaba la caza y que miraba con la minuciosidad del amante la tierra generosa de Castilla, sus pueblos, sus gentes, su lengua de resonancias centenarias y ya casi perdida. Me gusta el Delibes que sufre con los indefensos y los débiles y que se siente unido a la tierra a la que mañana volverá.

Hoy, quienes creemos que sigue siendo necesaria –aunque ya no sabemos si es posible– una manera sensata, moderada, razonable, de entender el cristianismo y la socialdemocracia, nos hemos quedado huérfanos. Y quienes amamos esta lengua de Cervantes y Quevedo y Unamuno y Machado... y Delibes, y quienes pensamos que nuestra verdadera patria es la enmarcada en las fronteras del español y en sus coros plurales, nos hemos quedado huérfanos. Ha muerto Miguel Delibes, un gran escritor, un hombre bueno. Se ha muerto con la sobriedad del que ama la vida, pero no se podrá ir nunca ni de nuestra pasión literaria ni de nuestra conciencia. Su ejemplo y su magisterio son de los que permanecen, aunque resulten incómodos para los estrechos dictados de un mundo hecho a imagen y semejanza de los sectarios de la izquierda y la derecha, que son los mismos que ya están en las radios vertiendo sus loas de compromiso y postureo a esta conciencia incómoda que la muerte ha querido acallar. Se ha muerto Miguel Delibes cuando más necesaria era su voz: uno de los trozos mejores de España ya no está.

martes, 9 de marzo de 2010

LA CANCIÓN DEL CIELO



La canción del cielo (Círculo de Lectores, 2009), de Sebastian Faulks, es una novela con todos los ingredientes para convertirse en uno de esos libros que perduran: una historia de adulterio y de amor, una historia de abandono y de dolor, una historia de guerra y sufrimiento, una historia de amistades y de muerte. Bien trabada, bien escrita, y con un planteamiento simple, el gran mérito de esta novela es que logra estremecernos cuando nos lleva hasta la vida de los soldados en las trincheras de la Gran Guerra. Esas páginas forman un fresco crudísimo, vivísimo de las condiciones en las que cientos de miles de hombres vivieron y murieron durante meses, durante años, entre los otoños de 1914 y 1918.

En La Gran Guerra (Edhasa 2008), una obra monumental de John H. Morrow Jr., encontramos algunos ejemplos de lo que significó aquella guerra sin sentido, dirigida por hombres sin escrúpulos: generales como Magrin, al que sus hombres llaman “El Carnicero” porque no le importa mandar a la muerte segura a miles de soldados; políticos “democráticos” de Francia o de Inglaterra o tiranos como los emperadores de Rusia o Alemania. Todos ellos son responsables morales de una matanza incomprensible, todos ellos sacrifican sin piedad miles, cientos de miles de vidas de jóvenes de las clases bajas, que son las clases de tropa. Todos ellos se hacen merecedores del justo odio de los soldados, que los desprecian: Rober Correll era un cabo canadiense que al escribirle a su hermana le cuenta que los oficiales que hacen “mal uso de sus hombres” son “víctimas”, muchas veces, de disparos accidentales mientras se producen las cargas contra las trincheras enemigas. Hombres desesperados a los que se les hace vivir entre el barro formado por la tierra y los restos –tripas, sesos, carne machacada– de sus compañeros muertos, entre un olor infernal, bajo la lluvia y la nieve y el hielo. Se sabe que durante los primeros días de Verdún los soldados resistieron en trincheras congeladas rodeados por y parapetados en cadáveres, cubiertos de “sangre, vísceras, sesos y huesos”. Y Morrow cuenta como durante esa misma Batalla de Verdún los cirujanos operaban en cuevas practicadas en las mismas trincheras, embarradas, y lo que hacían sistemáticamente era amputar brazos o piernas, que se amontonaban en el exterior de las covachas, pudriéndose lentamente, y nos dice que muchos soldados esperaban días enteros tras la amputación para que los trasladasen a los hospitales de la retaguardia, muriendo gangrenados mientras los enfermeros se dedicaban a espantar con palos a los cientos de ratas que acudían a comerse a los que agonizaban tirados a la intemperie.

Todo esto provocó secuelas terribles en los soldados. Su sistema nervioso se destruía por la necesidad que les imponían de resistir a la tentación de correr cuando sentían el sonido de los obuses y contemplaban los terribles efectos que éstos causaban en los cuerpos humanos. Tenían miedo, simplemente. Eran jóvenes, querían vivir y los generales y los políticos los habían condenado a una muerte lenta, atroz, aterradora. El Cabo George Matheson, del Cuerpo Expedicionario Inglés, diría ya en 1914 que aquello no era una guerra sino un homicidio. Y en la página 407 de su obra Morrow nos habla de un soldado que le escribe a su esposa –¡qué amargura destilan las cartas que los protagonistas de La Canción del Cielo escriben la noche del 30 de junio de 1916 y que nudo nos aprieta la garganta al leerlas!– y le pide, casi le ordena, que enseñe a su hijo “a aborrecer el Ejército cuando crezca y dile que su padre sufrió mil miserias por culpa de los oficiales, esa panda de cerdos; que debe ser lo bastante fuerte para vengar el dolor de su padre.”

Todo ese sufrimiento, que en los libros de historia es algo casi anecdótico que se pierde entre acuerdos políticos y cenas oficiales en las que se brinda por la guerra y revoluciones y estúpidos parlamentos, está vivo en la novela de Faulks. Stephen Wraysford, que había viajado a Francia en 1910 siendo un joven y que allí se abrasó en una impetuosa historia de amor imposible, vuelve al suelo galo en plena guerra, alistado en el Cuerpo Expedicionario Inglés. A través de sus vivencias, de sus soledades y sus rarezas, de su relación con sus hombres, podemos sentir como propio todo aquel sufrimiento, todo aquel abandono de los soldados. Y por mucho que los libros de historia nos lo cuenten, no ha sido hasta llegar al capítulo que en la novela se dedica a la Batalla del Somme que hemos sentido ese horror infinito, ese miedo y ese asco como si fuesen nuestros. Entonces nos hemos puesto en la piel de aquellos hombres que sabían que iban a morir y que nunca más verían a sus hijos, a sus mujeres, a sus padres.

El espanto del Somme comenzó el 1 de julio de 1916, a las 7:30 de la mañana. A las 7:25 cesó el tronar de la artillería, y esos cinco minutos –los supervivientes han dicho siempre que el silencio aquel se quedó grabado en el fondo de sus almas, como si el mundo mismo estuviese atenazado de dolor u horrorizado por la matanza que iba a acontecer– son el pórtico de algunas de las páginas más memorables y horribles de la literatura bélica. La idea de lo que se vivió allí es siempre aproximada, por más que una novela como ésta nos haga empatizar con esos soldados que estuvieron luchando en esa batalla hasta el 19 de noviembre: en aquel campo lleno de cráteres habían dejado su juventud, en esos meses, 450.000 alemanes, 420.000 franceses, 200.000 ingleses. Los propios soldados alemanes que dirigían las ametralladoras hubo momentos en que, espantados de la carnicería que provocaban, dejaban de disparar, para darle a los heridos la oportunidad de regresar a sus líneas, aunque muchos se refugiaron en el interior de los cráteres y allí agonizaron, desangrándose durante días.

La Canción del Cielo es una buena obra literaria (fácil a veces, cierto es), pero es sobre todo una buena obra ética. Porque nos hace reflexionar y pensar: aquellos soldados odiaban a los que los mandaban a la muerte y sentían como hermanos a los que estaban en las trincheras de enfrente; aquellos hombres –franceses e ingleses por un lado, alemanes por el otro– abandonaron las trincheras en la Navidad de 1914 y en tierra de nadie intercambiaron cigarrillos, vino, villancicos y recuerdos, y muchos fueron fusilados por sus generales para pagar aquella osadía. Y así, a través de la historia de amor y padecimientos de Stephen Wraysford y de sus hombres llegamos a una conclusión similar a la de aquel soldado que le escribía a su mujer, pensando en su hijo. Terminamos el libro de Faulks y nos queda un regusto de tristeza, de amargura... y de rabia frente a todos los poderosos de la historia.

lunes, 8 de marzo de 2010

DÍA DE LAS MUJERES



Reconozco que a mí siempre me ha parecido que celebrar días como este “de la Mujer” era o bien una solemne tontería –por creer que la igualdad ya estaba conseguida– o bien una discriminación para los hombres. Este mañana he podido comprobar que estaba equivocado, y no me duelen prendas en reconocerlo. Las mujeres siguen siendo las grandes perdedoras de este invento del mundo, al menos del mundo laboral. Y si las cabronadas se cometen dentro de una administración pública, gobernada para más INRI por los promotores de la Ley de Igualdad –que visto lo visto es casi igual que el contenido de los pañales de mi hijo–, me ha dado miedo pensar lo que pueden estar penando tantas trabajadoras en tantas empresas sometidas al capricho de los empresarios españoles.

La verdad es que desde que he salido del trabajo no paro de darle vueltas a todas las putadas que las mujeres tienen que padecer por el hecho de ser mujeres, todos los abusos que tienen que soportar convenientemente calladas para evitar represalias, todos los caprichos a que se ven sometidas. Llevo toda la tarde pensando esto y al final la conclusión –espero que no venga ninguna feminazi a estropeármela ahora que el día está casi agotado– es que días como éste siguen siendo necesarios. Pero resulta que también he concluido que tal vez los más adecuados para potenciarlas y celebrarlas no sean determinados partidos ni cierto sindicato. Y lo más triste es que tengo miedo cuando escribo esto, porque en este país la venganza de los poderosos sigue siendo el pan nuestro de cada día. Qué pena de España, que democracia tan raquítica.

viernes, 5 de marzo de 2010

EL PUENTE ARIZA



El temporal que no acaba se está llevando las ilusiones y los recuerdos de muchos giennenses. Causa desazón ver como aquello que guardamos para no olvidar la vida que se va –fotografías de la boda, los dientes de leche de los hijos, la cartera del padre muerto, la toca de la madre ausente– pueden perecer bajo el barro y el agua. Causa desazón la desnudez absoluta en que se quedan las personas que han visto como la crecida de los ríos se tragaba los retazos de esa memoria suya que se negaba a perecer: el temporal ha deshecho –en Jaén, en Andujar, en Marmolejo...– lo que del pasado se resistía a ser pasado y a sucumbir.

Pero las lluvias que no cesan han traído otros dramas, no por más impersonales menos dolorosos o sangrantes. Tengo delante una bellísima fotografía que J. Laurent realizó en 1866; en ella, el puente luce en todo su esplendor, airosamente levantado sobre el lento río rojo, con un paraje agreste y todavía virgen como fondo. Para entonces ya tenía este puente trescientos años, pero el tiempo está quieto en esa imagen: es fácil pensar –dejando que la imaginación vuele– que un día como éste de la fotografía, en septiembre de 1591, debió detenerse Juan de la Cruz cuando iba camino de Úbeda y al llegar a estos parajes del Guadalimar sintió deseo de espárragos y allí, junto a un mojón del puente, se los encontró el frailecico que lo asistía pese a no ser tiempo de ellos.

En la fotografía de Laurent la Puente Nueva del Guadalimar brilla contra el sol poniente. Sus casi cien metros de piedra caliza –adornada sólo por el viejo escudo de Úbeda–, su angulosa prestancia en forma de lomo de asno, sus bóvedas de cañón convergiendo en la grandiosa luz central, ese alarde de la ingeniería constructiva del siglo XVI... Los sillares del puente brillan y relucen, orgullosos de saberse una obra maestra de Andrés de Vandelvira, un ejemplo perfecto del buen hacer. Y sin embargo, nada de eso existe ya: las lluvias han llenado el embalse del Giribaile y las aguas del pantano se han tragado el puente que el Concejo de Úbeda mandará levantar en el Pago de Ariza allá por 1564, para abreviar el camino hacia Despeñaperros.

Ha dado igual que el Ministerio de Medio Ambiente prometiera cientos de millones para salvar el Puente Ariza. Ha dado igual que hayan cambiado los gobiernos, y que se haya llenado la boca de las administraciones con elogios hacia Vandelvira y sus obras, porque la postrera virtud de este puente ha sido demostrar que a ningún gobierno ni a ningún partido les importa nuestra tierra oriental. Ha dado igual que la proyección de Vandelvira en Hispanoamérica resultara fundamental para que Úbeda y Baeza sean Patrimonio de la Humanidad, porque mientras el puente de Vandelvira reposa bajo las aguas grises los políticos –sin pudor alguno– le ponen el nombre del arquitecto a una autovía que nadie sabe cuándo veremos. Todo ha dado igual, porque este puente no estaba en la Andalucía que le importa a la Junta... Y el Puente de Ariza, en el olvidado Jaén, es historia: algún día se vaciará el Giribaile, y quedará al descubierto otra vez el puente, ya herido de muerte, con las piedras podridas de humedades, a la espera lenta de convertirse en un montón de escombros musgosos. Otro más.

(Publicado en Diario IDEAL el día 4 de marzo de 2010)

martes, 2 de marzo de 2010

LAS HIENAS EXIGEN CARNAZA




Conseguir los derechos de que hoy disfrutamos ha costado mucho esfuerzo, muchos sacrificios y demasiadas sangres y demasiadas lágrimas a lo largo de la historia: la jornada de 8 horas, el subsidio de desempleo, la indemnización por despido... no han estado siempre ahí. Para que los trabajadores podamos contar con esa protección fue necesario que muchos de nuestros abuelos pelearan duro, casi siempre en la izquierda. No hay que ocultarlo: la mejora en las condiciones de vida de los trabajadores es una conquista histórica de la izquierda, algo arrancado por el movimiento obrero a lo largo de muchas luchas.

No es plan de hacer un repaso histórico a las condiciones de vida de los trabajadores en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX; son de sobras conocidas: jornadas interminables, salarios de hambre, trabajo infantil, condiciones inhumanas en las viviendas... Aquel páramo de pobreza hacía imposible la convivencia democrática y los estados democráticos tal y como los conocemos nosotros no fueron posibles hasta 1945, cuando ya fue imposible impedir la implantación de los derechos sociales reclamados por la socialdemocracia o el sindicalismo. En España, el propio franquismo tuvo que dar pasos en el reconocimiento de los derechos de los trabajadores, impulsado por los residuos del falangismo social, y el Estado de 1978 se constitucionalizó sobre los ejemplos europeos construidos en la postguerra mundial bajo el influjo de la socialdemocracia.

La combinación de libertades públicas y derechos sociales ha hecho posible la más fructífera etapa de convivencia pacífica en Europa y España; la garantía de que las clases más desfavorecidas tenían asegurada una mínima seguridad ha sido suficiente para desactivar los radicalismos políticos que hicieron posible la democracia tantos años. El modelo europeo parecía significar un grado superior de civilización, que reconocía el derecho de todos los seres humanos a vivir dignamente de su trabajo, el derecho a estar protegidos por la sociedad frente a la voracidad y la rapiña de los poderosos, y las posiciones excluyentes parecían descartadas de nuestro imaginario. Ahora, sin embargo, amparados por los desmanes de la crisis que ELLOS han provocado, los poderosos –los empresarios, los banqueros, los políticos de la peor derecha y los de la izquierda que gobiernan como los de la peor derecha, que son casi todos, y mejor no citar ejemplos cercanos– reclaman una vuelta encubierta a las condiciones laborales del siglo XIX, las mismas condiciones que provocaron la fractura la de la paz social, las que empujaron a los trabajadores desesperados a las garras del totalitarismo comunista, las condiciones que provocaron la miseria y la hambruna y el sufrimiento de cientos de miles de niños. Y es que la CEOE y su miserable presidente, piden un contrato de semiesclavitud: que se pueda contratar a los jóvenes por debajo del salario mínimo, que no tengan Seguridad Social ni desempleo ni indemnización por despido. Esto no es nuevo, está en la historia: es un contrato para que los jóvenes tengan que hacer lo que los empresarios quieran, cómo quieran, en las condiciones que quieran. Es un contrato para privar de futuro a los jóvenes españoles, para negarles el mañana y la esperanza. Es un contrato para acrecentar el odio y la rabia y la desesperación y el resentimiento.

Da igual que este contrato no salga adelante: el empresariado español ya se ha retratado. Y da miedo pensar que hay gente que quiere eso para su país. Porque esto que postula Díaz Ferrán, que debería estar encarcelado por lo que ha hecho con sus trabajadores, nos conduce al caos. Algunos nos invitan, postizamente, al optimismo. Pero yo sólo veo razones para estar preocupado, muy preocupado. Y triste, muy triste, por el país en el que mi hijo va a tener que vivir. Ojalá tuviera los medios y el coraje para emigrar de aquí, por mi Manuel, porque España comienza a oler a podrido.