viernes, 26 de febrero de 2010

LOS ALEMANES





La necesidad de rescatar a la economía griega de las garras del caos ha puesto de manifiesto que Europa está desnuda, y que el taparrabos del euro a penas oculta las vergüenzas de un tinglado en el que ya nadie parece creer. Algunos recuerdan de que avisaron: era un disparate poner en marcha la moneda única sin previamente establecer mecanismos potentes de unión política, porque los estados se quedaban sin medios financieros para hacer frente a las crisis económicas que pudieran presentarse en el camino. Y llegó la crisis y cada uno comienza a barrer para casa, pero la escoba está mocha.

El problema griego también nos ha enseñado que la sociedad alemana está harta. Harta, claro, de que los alemanes sean quienes paguen las ineptitudes e incompetencias del sur de Europa. Leí que nosequién decía que Europa es cuando todos se ponen de acuerdo y Alemania paga: ahora todos quieren rescatar a Grecia –para que no arrastre al lado oscuro a la zona euro– y casi todos están de acuerdo en que debe ser Alemania quien pague el precio del desaguisado. Todos, claro, menos los alemanes, que llevan muchos años sosteniendo con sus esfuerzos y sus impuestos los derroches de otros países. No hace falta irse muy lejos para comprobar esto: ¿cuántos cientos de millones de euros han pagado los obreros alemanes a los señoritingos andaluces? Y lo peor –y lo que más tiene que molestar a los alemanes– es que después de tanto pagar ha llegado el día del examen y por estos lares tenemos los deberes sin hacer: llovieron los millones de la subvención sobre Jaén –por quedarnos en casa– y nuestra economía sigue pegada al terruño; llovieron los millones que pagan los trabajadores alemanes y aquí no hemos despegado ni nos hemos preparado para afrontar los retos del futuro. Porque los millones no se tradujeron en renovación e innovación o en inversión con valor añadido o en más justicia social, sino en chalets, apartamentos, todoterrenos y nuevos olivares –plantados a costa de acabar con la diversidad agrícola y ecológica de muchas comarcas– a mayor honra y gloria de los grandes olivareros.

No me extraña el NO de las clases trabajadoras y medias de Alemania. Y los entiendo. Alemania ha hecho bien los deberes en los últimos años: un gobierno de gran coalición ha servido para unificar esfuerzos y visiones, se han completado sacrificios sociales y empresariales, se han podado los excesos federales y los alemanes han tomado la delantera mundial en la adopción de nuevos modelos de energía –dentro de unos años tendremos que exportar tecnología “made in Germany” para poner placas solares en nuestros tejados, pagando a una multinacional alemana por la energía eléctrica que consumimos–. Y mientras ellos se esforzaban, estudiaban y se sacrificaban, aquí andábamos a la sopa boba del ladrillo y de la subvención, felices en “la particularidad española”: horarios laborales disparatados, una clase política sólo comparable a la italiana, elogio de la pereza y de la indisciplina, destrucción del sistema educativo. Vamos, que dilapidado el futuro de dos generaciones y ahora que llueve miramos a Alemania, otra vez. Pero resulta que los alemanes están bajo techo y han cerrado el paraguas: a mojarse toca.

(Publicado en Diario IDEAL el día 25 de febrero de 2010)

jueves, 25 de febrero de 2010

SE LO TRAGÓ EL PANTANO



La historia del patrimonio histórico y artístico de Úbeda es la historia de la desidia, la dejadez y el olvido, la historia de la incompetencia política y la complicidad silenciosa de los ciudadanos. Desde el pasado 24 de febrero tenemos otro hito que añadir a la larga lista de despropósitos contra nuestro legado cultural e histórico: la destrucción y posterior reinvención de Santa María, la desolación y expolio de San Bartolomé y Madre de Dios del Campo, la inminente ruina de San Lorenzo y Santo Domingo y San Pedro, el olvido de decenas de casonas y palacios... y desde ayer la desaparición del Puente Ariza, tragado por las aguas del pantano del Giribaile. Hace muchos años alguien dijo que el puente se iba a salvar: que lo iban a desmontar para trasladarlo al Parque Norte o al Santuario de Guadalupe, que en ningún caso se iba a dejar que se lo tragaran las aguas. Pero no se ha hecho absolutamente nada para salvar el puente de Vandelvira, esa obra maestra de la ingeniería renacentista española. Durante muchos años el Puente Ariza ha estado en el corredor de la muerte esperando el temporal sin fin que llenara el pantano y lo sumergiera: y la hora trágica de ajusticiar al puente condenado ha llegado. Todo se ha consumado.

El Puente Ariza ya es pasado, pero no hay que preocuparse: a los ubetenses se nos seguirá la boca proclamando a los cuatro vientos que este montón de futuras ruinas sobre el que habitamos es Patrimonio de la Humanidad. Y lo inexplicable no es que el Puente Ariza ya no exista y que dentro de poco no sea más que un montón de escombros; lo inexplicable no es que en el país con más políticos por metro cuadrado de Europa no haya habido ni un solo organismo o administración capaz de salvar un bien tan importante como ese Puente: lo inexplicable es que las autoridades de la UNESCO estén tan sordas, tan ciegas y tan mudas.

lunes, 22 de febrero de 2010

DE BIEN NACIDOS...



Dice el refrán –y dice bien dicho– que de bien nacidos es ser agradecidos. Y hoy, claro, toca agradecer a los amigos de la Cofradía de Jesús Nazareno de Sabiote el honor que me brindaron el sábado pasado, cuando me “tocó” presentar el cartel de la Semana Santa de ese pueblo, tan desconocido pese a estar tan cerca. La verdad es que me ha costado mucho escribir sobre algo que no conozco, y todavía no estoy convencido de que el resultado fuese el esperado. En cualquier caso se hizo lo que se pudo y se hizo de corazón, y la noche del sábado me volví contento de Sabiote porque la experiencia me ha servido para “profundizar” en mi propia experiencia como Hermano de Jesús en Úbeda, y me volví también, y sobre todo, agradecido por el trato que se me brindó. Y de ese trato y de esa acogida tenía que dejar aquí constancia. Así que, simplemente, GRACIAS.

viernes, 19 de febrero de 2010

LA LECCIÓN DE LA CENIZA



Ayer, Miércoles de Ceniza. Demasiadas cosas en nuestros calendarios para reparar en el sentido de esa celebración. Triste celebración del pueblo católico, sin duda, pero necesaria. ¿Por qué? Porque el mundo está agobiado de urgencias fatuas y de prisas que sólo conducen a callejones sin salida, y algo debe recordarnos la brevedad de la vida, la fragilidad de la existencia, la inconsistencia de lo que somos. El Miércoles de Ceniza humilla nuestro orgullo de dioses tecnológicos: somos polvo, dijeron ayer en los templos grises de invierno y lluvia; somos tiempo que se lleva el viento, que se deshace como papel quemado en el vendaval que agita los desiertos. Somos polvo... y en polvo nos convertiremos, y al polvo volveremos: esa es la advertencia definitiva, el augurio fatal que no deberíamos olvidar para verdaderamente apreciar el valor de la vida que vivimos sin pensar en ella, arrebatados de superfluidades. Es valioso lo que tenemos simplemente porque es fugaz, porque mañana seremos polvo nosotros y nuestros todos. “Polvo enamorado” el de los amantes, “polvo tedioso sobre las aceras” el de todos los que vivieron sin un armazón, sin un esqueleto que articulase, que diese sentido, ritmo, movimiento a sus vidas. Polvo: todo destinado a volver a la ceniza del primer incendio de la creación, y por eso todo tan precioso y preciso, todo tan valioso. Todo tan urgente de ser mordido con hambre de vida y saboreado con paladares de amor que hiere.

Cada segundo caminamos hacia “los vastos jardines sin aurora”. En cada azada que clava en el barro que somos, el tiempo enterrador nos reseca un poco, nos aja la carne, nos otoña, nos acerca al polvo hacia el que caminamos desde que nacemos. Y sin embargo no apreciamos el valor de ese segundo, tan definitivo que una vez que pasa no vuelve a ocurrir. ¿Lo hemos pensado alguna vez? ¿Somos conscientes del tiempo que derrochamos como si pudiéramos volver a vivirlo, como si se nos fuese a brindar otra oportunidad, como si no fuese esta vida la ocasión única que se nos ha concedido para ser felices? Pulvis es et in pulverum reverteris, sí; pero tenemos una especie de deber moral –vital– de oponer la sed de eternidades a la certeza polvorienta del horizonte. Por eso, la ceniza sobre la frente turbada no es en realidad un pretexto para desánimo sino un sendero insinuado en nuestras cabezas para llegar a una rebeldía.

Al salir del templo el viento de la noche barre la ceniza de nuestra piel. Pero, ¿no han quedado huellas de la ceniza y de su proclama en nuestro interior? ¿Todo se lo lleva el aire húmedo? Huellas de la ceniza: pero no las huellas de una tristeza que nos embarga –...in pulverum reverteris–, sino las que nos recuerdan la necesidad de desprendernos de todos los aderezos que nos sobran, de tantos adornos que nos ocultan la realidad que estamos llamados a vivir. La ceniza, así, es una rebelión del alma oprimida, un grito agudo de la humanidad atosigada de imposturas que exige una oportunidad para poder saborear a chorro lleno el agua limpia de la vida pura, que es la única que queda cuando todas las vidas que no fueron tales vuelven al polvo para ser sólo ceniza, polvo, nada.

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de febrero de 2009)

miércoles, 17 de febrero de 2010

EL CARNAVAL Y "LOS PICACHUS"



Hace unos días, el Subdelegado del Gobierno en Jaén vino a Úbeda a anunciar que como aquí no hay ningún problema de seguridad ciudadana, ni hay robos diarios, ni asaltos en las casas mientras duermen las familias, ni atracos a comercios, ni palizas a adolescentes, ni nada de nada, pues va a mandar a los superpolicías otra temporada para ver si a los pocos malos que hay les da canguele y se portan buenos. Pero no se quedó ahí: ya sabemos que desde siempre, la política española se ha especializado en matar al mensajero, porque aquí la culpa la tiene siempre quien denuncia los problemas. Y así, el Subdelegado dijo que lo que puede echar por tierra el trabajo de las fuerzas de seguridad no es el espacio de impunidad que la ley concede a los delincuentes, sino “ciertos titulares o comentarios en foros, chats o blogs”. No estamos de acuerdo con el Subdelegado, evidentemente, aunque habrá que darle la razón cuando dice que algunos políticos en ciernes se frotan las manos con este tema y recuentan los votos que pueden obtener gracias al miedo de la gente, mientras sus mamporreros siembran el desconcierto –cuando no otras cosas– en algún que otro muy famoso foro de esta ciudad.

Pero más allá de eso, la realidad que el Subdelegado parece no querer ver es que antes Úbeda era una ciudad tranquila y ya no lo es. Y esa intranquilidad no ha necesitado de foros fagocitados por las huestes de la crispación para expresarse: el pasado viernes, en el Concurso de Agrupaciones de Carnaval, prácticamente todas las comparsas y chirigotas dedicaron una de sus coplas a dar voz al temor de los ubetenses. Y el Carnaval, harían bien en recordarlo los políticos, es una fiesta de lengua suelta y afilada que difícilmente casa –o debiera casar– con ninguna ideología, y menos con el estado cadavérico que presentan ya casi todas las ideologías. Luego debiera tomar nota el Subdelegado y no prepararse a disparar contra el mensajero, sino a perseguir hasta la extenuación –sin descanso, sin tregua para que respiren y se reorganicen, con registros de noche y de día, con detenciones a media mañana y media tarde– a los “picachus” y a todos los que a su sombra se dedican a vender droga en la puerta de los colegios, a robar los móviles de los adolescentes o a acobardar en los parques a nuestros niños cobrándoles por montarse en los toboganes. Las letras carnavaleras no las ha escrito ningún forero manipulador ni nada por el estilo: han nacido del sentimiento y la rabia de hombres y mujeres normales y corrientes, que con ellas han puesto voz a la voz siempre callada de este pueblo tan sin pulso.

domingo, 14 de febrero de 2010

EL CABAÑAL




Yo, que nunca he estado en Valencia, me imagino el barrio del Cabañal como un abigarrado conjunto de plazas y calles cuajadas de casas modernistas, con colores luminosos y alegres como un cuadro de Sorolla, con palmeras y macetas siempre relucientes y con capillas marineras en las que se veneran las antiguas imágenes decimonónicas a las que acudían las mujeres de los pescadores para suplicar clemencia y protección en las tardes de temporal. Un barrio vitalista, desbordado, en el que las barracas azules de los pescadores se mezclan con casas de descanso de la pequeña burguesía, frente a la playa de la Malvarrosa, con balnearios y hoteles de amplias galerías pobladas de silencios y chillidos de gaviotas, una especie de lugar mitológico y literario creado ex profeso –con sus amores y sus siestas de agosto y sus crímenes y la eterna belleza de la mar– para los libros de Blasco Ibáñez y los artículos de Manuel Vicent.

Y supongo que el Cabañal debe ser un lugar hermoso y retraído, atrapado en otro tiempo e hilado con otras emociones, porque sobre él han puesto sus ojos y quieren poner sus zarpas los políticos valencianos. Y es que el Ayuntamiento de Valencia y la Generalidad pretenden destruir ese pueblo de pescadores y tenderos de ultramarinos, esa joya modernista de la Restauración, para levantar en su lugar una avenida atronada de coches y decenas de moles de cemento. ¿Por qué la casta política española aborrece tanto nuestro pasado, nuestro patrimonio artístico y sentimental? Supongo que en cualquier lugar de la Europa civilizada un barrio como éste habría sido mimado y restaurado. Tendría la cara limpia y en sus calles jugarían los niños y los mayores recordarían –sentados en las terrazas de los cafés o en las puertas de las casas, al fresco de la noche de julio– los tiempos en que todavía atracaban las barcas de blancas velas en las arenas de la playa. Y supongo que todavía habría, recónditos y a salvo de la furia del tiempo, tabernas de pescadores en las que degustar arroces con los sabores potentísimos e inolvidables de las cocinas pobres del siglo pasado. Pero el Cabañal, ay, está en Valencia, y Valencia en España. Y aquí toda la invención y actividad política se destina a ensañarse contra lo que más se debiera proteger. El progreso sigue siendo, para los políticos españoles, no una sociedad ordenada y limpia, con escuelas y hospitales públicos decentes, con laboratorios y talleres en los que se respirase amor al trabajo bien hecho, sino un tormento de grúas y hormigoneras que ocupan el hueco dejado una capilla neogótica, una casa con primores de yeso modernista o un palacete de resonancias francesas.

Por desgracia para el Cabañal y para todos nosotros el desarrollo y el progreso se siguen entendiendo en España como en los primeros años del siglo XX, cuando barrios medievales enteros fueron demolidos para abrir grandes vías. Esa furia destructora, ese odio por el pasado adobado por el olor del dinero fresco y corrupto que mueve el sector de la construcción, no se ha borrado de nuestra vida pública. El Cabañal será su última víctima.

(Publicado en Diario IDEAL el día 11 de febrero de 2010)

viernes, 12 de febrero de 2010

CARNAVAL CARNAVAL




A ver, que nadie se confunda con esta entrada. Todos mis amigos saben el poco aprecio que le tengo a esta celebración del carnaval (y menos cada año que pasa teniendo que trabajar en el asunto), pero esto no va contra aquellos carnavaleros que se calan su disfraz y su careta o se pintan un redondón colorado en cada moflete de la cara y se tiran a la calle para, pese al frío y la lluvia, divertirse sanamente, sin molestar ni ofender ni mucho menos incordiar. Para esa gente para la que el carnaval es una excusa para derrocharse sin ofender, y que seguramente son mayoría, no va nada de lo escrito aquí. Quede claro, que hay mucho susceptible suelto.

A mí el carnaval me provoca, más que otra cosa, estupor. O sea, que el carnaval me provoca preguntas: ¿por qué gente sensata, razonable, con la que se puede hablar de cuestiones interesantes, que en su trabajo y en su vida normal se comporta con educación y respeto, se convierten en energúmenos desde el momento en que se ponen el disfraz?, ¿por qué personas que pasan cotidianamente por buena gente se olvidan de respetar a la gente que trabaja para el carnaval o consideran que la diversión es insulto, vandalismo o pataletas o grosería o imponer su voluntad sin respeto ni a las más mínimas normas de convivencia?, ¿el disfraz es una mera cobertura para el cuerpo o es un cuerpo místico con poder para transformar hasta la sustancia de esas personas?.

Dentro de un rato comienza el triduo horribilis para los que, en el Ayuntamiento, trabajamos en la cosa de las fiestas. De todas, la peor para nosotros es la del carnaval, porque ni casi nadie colabora con nuestro trabajo ni nadie reconoce no ya que esté bien hecho (que posiblemente no lo esté) sino ni siquiera la voluntad y las ganas que pese a esos carnavaleros ponemos para que todo salga bien. Que como cada carnaval, los días corran más y el Señor se apiade de nosotros. Y que los que van de frente y sólo quieren divertirse, que son muchos, puedan hacerlo sin que su nombre lo ensucien los otros cafres. Y, qué coño, ¡¡¡qué llueva de una vez por todas en un sábado de carnaval!!!

jueves, 11 de febrero de 2010

ESTO ES LA VIDA: EL AÑO DE MANUEL



El pasado viernes Manuel cumplía un año. ¡Un año! Para él, levantar su índice para decir su edad es un gesto pequeño, pero para su madre y para mí, y para sus abuelos y para sus tíos y para... este año que tan rápido ha pasado está lleno de vivencias inolvidables. No sé si puedo ir ya mirando con suficiente distancia este año de vida de Manuel, creo que no. Pero sí creo que este año ha sido el más intenso de mi vida, o en cualquier caso el año en que más vivencias incomparables a cualesquiera otras se han acumulado. Un hijo, claro está, te cambia la vida y te hace “perder” cosas. Pero en realidad el cambio principal viene dado porque la vida, de golpe, se llena de sentido y cada una de las cosas que Manuel ha hecho se han convertido en una especie de geometría de los sentimientos que te permiten transitar por el mundo manteniendo ilusiones y esperanza. Uno tiene un hijo y descubre que hay cosas que sí tienen sentido, que sí valen la pena, y sabe que hay que resistir y mantenerse. La vida es esto: transmitir la vida, pasarla a otros, hacer que siga girando la rueda del estúpido mundo, de la absurda creación. Un hijo también trae miedos nuevos, porque se le quiere demasiado, pero para mí ha traído sobre todo una esperanza nueva: al ver a mi hijo siento que en cada niño que nace el mundo alumbra su propósito de renovación, su posibilidad de cambiar y ser realmente habitable y amable.

Hace un par de días me escribía Rosa Liaño y me contaba que cuando nació su hijo Juan, Juan Pasquau le escribía a un familiar suyo diciéndole que “eso de traer al mundo a un nuevo ser es algo que no tiene comparación”. Es cierto, porque uno siente que cuenta para el mundo cuando le entrega –terrible entrega, porque el mundo está lleno de peligros que acechan– una vida nueva. Antes de tener un hijo se vive en las periferias del mundo, en los arrabales de la existencia: uno se instala en la plenitud de la vida cuando crea vida y la trae y la mima y la cuida. Pero Manuel, claro está, todavía no entiende nada de estas tonterías que su padre escribe, ni le importa, porque él anda a lo suyo, que es ser feliz y reír a boca llena. ¿Cómo poder pagarle tanta felicidad como regala?

miércoles, 10 de febrero de 2010

OCIOSOS Y DESVERGONZADOS



Es difícil creer al Presidente del Congreso de los Diputados, el superviviente Bono, cuando dice que los diputados (y, por extensión, los senadores y parlamentarios autonómicos) no son una “casta ociosa y desvergonzada”(¡qué acertada y ajustada definición!). Y es difícil creerlo cuando lo dice después de que los diputados se hayan tirado varias semanas de vacaciones, acudan ahora cuatro o cinco meses “al tajo”, cobren más de tres mil euros al mes en concepto de indemnización (¿no deberían ser ellos los que nos indemnizasen a los ciudadanos?) y se hayan garantizado con una ley que ellos mismos votan que estando sólo ocho años en el escaño, dormitando o pataleando, cobren de por vida la pensión máxima de cada momento. ¿Ociosos? Basta con ojear el calendario vacacional de las cámaras para sacar conclusiones, o repasar los escaños en una sesión cualquiera. ¿Desvergonzados? Es suficiente con volver a repasar los privilegios y prebendas que a sí mismos se han concedido con las leyes de juanpalomo. ¿Casta? Claro que sí: casta endogámica, desconectada de la realidad. Casta en la tercera acepción del Diccionario de la Academia, que nos permitimos parafrasear: “grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los demás por sus privilegios.

Este país necesita cambios: el primero en la política. Para que se airee, para que los ciudadanos volvamos a recuperar el control de lo público, para que no haya espacios acotados en los que un grupo de privilegiados disponen a su antojo y trufan todas las instituciones con sus intereses, que no son los nuestros. Pero sobre todo para frenar el divorcio entre política y ciudadanía, que es el primer paso hacia los redentores que se aventuran en el horizonte.

lunes, 8 de febrero de 2010

LOS HIJOPUTAS






Hay veces en que un país resulta completamente risible, y es cuando se caricaturiza así mismo. Hoy, cuando cientos de miles de familias españolas se asoman al abismo de la desesperación que el paro trae a los hogares, los políticos siguen jugando a lo suyo, en una peligrosísima escalada de frivolidad. No sabemos si definitivamente la casta política se ha instalado en la desvergüenza más absoluta o si es que su sordera y ceguera son de tal magnitud que son incapaces de entender el cabreado rumor de desencanto que palpita en las plazas y las calles y en los mercados. Sea lo que sea, estos políticos comienzan a sobrar.

Ya sabemos que andan a lo suyo: a llamarse “hijoputas” las unas a las otros, a espiarse, a asegurarse sus escaños senatoriales y sus prebendas, a tejemanejear las instituciones para hacerlas a su imagen y semejanza. Ahora a amenazan con “medidas valientes”, que ya sabemos lo que suponen: ataques feroces contra los derechos de las clases trabajadoras y medias. Hemos vivido en la orgía del despilfarro y de la especulación, en el endiosamiento de la medianería y de lo gris, en el desprecio del esfuerzo y de la investigación y del estudio y de la responsabilidad. En realidad todos somos responsables de este desastre que comenzó a fraguarse cuando se apostó toda la economía a la carta de la construcción: en esta hora oscura los foros internacionales avisan de que España es un peligro para la zona euro, pero nadie dice que la zona euro se ha convertido en una bomba para el bienestar de los españoles. Todos somos responsables del caos y de esta espiral de destrucción de empleo y de riqueza que está ahogando los futuros de tantos españoles, pero sobre todo lo son quienes no pusieron ni han puesto los medios para que frenar el remolino de promociones de viviendas a precios de palacios, quienes postulaban el “España va bien” o el “este es el mejor año económico de la democracia”. Creímos que la egolatría de los políticos no era peligrosa mientras tuvimos llenos los bolsillos, pero ahora que los poderosos calan los trabucos para asaltarnos en las esquinas hemos descubierto, de golpe, que vivíamos en un espejismo, que nuestra economía no era tan potente ni tan rica, que nuestra sociedad no era tan moderna ni tan equiparable a la Europa educada, moderna y desarrollada, que ya va saliendo de la crisis.

El Gobierno –Dios nos guarde desde ya de este gobierno y de todos los que vengan– anuncia un dolores y sacrificios, que son siempre los dolores y los sacrificios de los mismos. Algunos piden que bajen los sueldos, lo que arroja a la indigencia a los que todavía mantienen un empleo. Otros postulan alargar la edad de jubilación y aumentar en diez años los que se computan para calcular la pensión. Nos arrojan a los brazos de la pobreza: menos sueldos, menos pensiones, más resignación, más palos sobre nuestras ya apaleadas espaldas. Y todavía algunos se extrañan de que los ciudadanos hayan dimitido de la cosa pública, que es cada vez más una cosa de la que los “hijoputas”, que diría la filósofa de moda, se sirven para laminar el futuro.

(Publicado en Diario IDEAL el día 4 de febrero de 2010)

martes, 2 de febrero de 2010

QUE EL MUNDO ES UNA PORQUERÍA...



Ya lo dijo el tango: el mundo fue y será una porquería, en el quinientos seis y en el dos mil también... y por supuesto en el dos mil diez. Basta con echar hoy una ojeada a los periódicos para comprobarlo en tres pinceladas.

Primera. Los niños de Haití –de los que tendremos noticia mientras Haití sea noticia, y que luego pasarán al olvido, como los niños de Afganistán, de Somalia, de Etiopía...–, a los que un grupo de norteamericanos intentaban sacar de su país para “venderlos” en el mundo rico, no sabemos si para que fuesen cuidados o para sacarles los órganos o para qué. Querían sacarlos de Haití, algunos eran bebés de pocos meses; estaban sucios, hambrientos, sedientos, nuevos esclavos de un occidente sin conciencia. De ese drama –del que sólo conocemos una parte– hay una foto que me ha llegado hondo, la de un niño de trece meses, un poco mayor que mi Manuel, al que le falta todo. ¿Cómo no pensar ante ese horror que el mundo es una porquería?

Segunda. Los políticos españoles, que siguen empeñados en laminar los derechos de los ciudadanos. Ahora, con esa broma de mal gusto de aumentar la edad de jubilación, que como todos los debates en España plantea un debate tan serio como el de las pensiones en términos de risa. Detrás de todo esto se esconde la realidad de que por primera vez en la historia vamos a asistir a como las generaciones vivirán peor que las que las antecedieron: yo peor que mis padres, mi hijo peor que yo. Tanto esfuerzo de tanta gente a lo largo de tantos siglos al final ha sido burlado, violado, estafado, por la avaricia de los banqueros y los empresarios y por la estupidez supina de una clase política sin escrúpulos ni ideas ni coraje. Jubilarnos a los 67, con un horizonte de fondo que anuncia el fin de las pensiones y el regreso de la caridad para los mayores. Y mientras, cualquier diputado que lo haya sido durante sólo ocho años adquiere el derecho de cobrar la pensión máxima, por no hablar de las que cobran como indemnizaciones las leires y demás. La victoria de los vagos y los maleantes: ¿quién nos indemniza a los ciudadanos de los políticos que padecemos? ¿Cómo no pensar en medio de esta sinvergonzonería que el mundo es una porquería?

Y tercera. Los jueces, esta vez los del Supremo, que vuelven a dar la nota. Porque resulta que una mala bestia acuchilla a su mujer y la tira al suelo, y cada vez que intenta respirar le pisa el cuello, hasta partírselo. Todo delante de sus hijos. Y el tipo sólo cesa en su tortura cuando el llanto y los gritos y el miedo de sus hijos son incontenibles. Y la mujer se queda tetraplégica y hoy por hoy sólo puede mover una mano, y sus hijos siguen en tratamiento psiquiátrico, destrozados para siempre. Y los jueces del Supremo –los que decían que cobraban poco, ¿recuerdan?– pues le rebajan cinco años de pena al criminal porque dicen que actuó “sin alevosía”. ¿Cómo no pensar delante de esta injusticia sin nombre que el mundo es una porquería?