viernes, 26 de junio de 2009

MUJERES



Releó la historia de Antígona: en su altísima dignidad está la claridad fundadora de nuestros valores morales. Mientras, llegan por Internet las imágenes crudísimas de la agonía de Neda Salehi Agha Soltan, la joven iraní asesinada por la guardia pretoriana de Ahmadineyad durante las manifestaciones contra el pucherazo electoral. Dios y los hombres quieren esconder los cuerpos de las mujeres, pero Neda se muere en pantalones vaqueros y su rostro ensangrentado resume la historia de todas las mujeres del mundo y sus sufrimientos. En algunos periódicos la han llamado “el ángel de Irán”, pero a mí su cuerpo desmadejado, sus ojos vueltos y agonizantes, sus estertores últimos, me recuerdan a una Victoria de Samotracia que quiere poder volar, levantar un grito, una voz, un aullido de rabia en nombre de tantas mujeres víctimas de tantas tropelías. La han asesinado, a tiros, con la soberbia del macho que todavía se cree la historia de la costilla, pero puede que su voz y su cuerpo roto de universitaria sean ya una metáfora posmoderna de Antígona, y que haya fundado en la antigua Persia no sabemos qué imperio de la decencia frente a los burkas y los velos que protegen las multiculturalistas y los multiculturalistos de estos lares.

Releo la historia de Antígona, su oposición feroz al poder cobarde, y descubro que son los griegos los que nos fundan como personas. Y a través de las ondas de la radio me llegan las palabras de Francisca Hernández, que resuenan como un dedo acusador de los silencios y las complicidades. Porque la viuda del último asesinado por ETA se ha atrevido a decir que los presos de ETA no son presos políticos, que son asesinos, y que no hay derecho a que sus familias reciban dinero público para montar romerías euskaldunas y criminales para acudir a visitarlos y jalearlos. Los del PNV, claro, se han sentido directamente acusados por las palabras de Francisca Hernández, y dicen que las viudas no deben hablar, sobre todo si las viudas señalan la complicidad y los guiños de tantos años.

Pero es necesario que hablen las viudas y las madres rotas a las que les asesinan hijos, y es necesario que hablen, griten, las mujeres ultrajadas, violadas, las niñas acosadas y prostituidas, es necesario y es urgente que se alce como una marea bajo la luna llena la voz de las mujeres, porque son ellas las que a lo largo de la historia han ido tejiendo decencias, dignidades, con dolores masticados en soledad, con sufrimientos callados, con lágrimas resecas sobre la cara. Porque ellas han padecido las guerras sin estar en los campos de batalla, porque ellas han cavado las tumbas para los hijos que les sacrificaban los generales, porque ellas han curado los cuerpos de los hombres, sus almas, pese a que tantas veces los hombres no merecemos esos mimos, esas caricias. ¿No sería mejor el mundo si los hombres –y las mujeres como Bibiana Aído– nos callásemos y sólo se escuchase la respiración final y verdadera de Neda, la rabia y el llanto de Francisca, la dignidad de las mujeres dignas?

(Publicado en Diario IDEAL el día 25 de junio de 2009)

miércoles, 24 de junio de 2009

SAN JUAN




San Juan. Uno de los días que, cada año, más me llenan de nostalgias. Porque hoy empezaba el verano en mi familia: hoy podíamos bañarnos por primera vez en al alberca de aquella casa grande en que me críe, hoy bajábamos todos los juguetes a los corrales, donde estarían ya todo el verano, hoy la Biblioteca parece que guardaba los mejores libros para tantos días largos y perezosos como el calendario ponía delante de nosotros… y hoy, sobre todo, era un día de fiesta, porque los Juanes eran multitud en mi familia: mi padre, mi hermano, mi abuela paterna, mi abuelo materno y una legión de tíos, tías y primos. Tantos Juanes, que yo, de pequeño, pensaba que mi calle se llamaba “Don Juan” porque todos los Juanes de Úbeda eran Madrid o Delgado.

Hoy es San Juan, y aunque ya no hay alberca ni nos juntamos todos los primos ni mi hermano está aquí y aunque ya murieron mis abuelos, mi corazón sigue estando de fiesta. Una fiesta de recuerdos. Y un convencimiento: si ya ni San Juan es lo que era lo mejor es que pase cuanto antes este suplicio de un verano sin alberca, ni libros, ni corrales con juguetes, ni días para la pereza y el descanso. Pero hoy me gusta paladear el verano: porque soy un poco el niño que fui en un día como éste, tantos años. Hoy me alegran los vencejos que chillan sobre la foto de cielo y cipreses que me brinda la ventana abierta: mañana volveré a desear un fenómeno meteorológico raro, único, como por ejemplo una ola de nieve y frío desde mañana mismo. Hoy es San Juan, hoy me siento feliz, hoy vuelve a mí un niño que se llamaba como yo.

viernes, 19 de junio de 2009

UNO DE LOS MÍOS



Era uno de los nuestros, o al menos era uno de los míos, estoy convencido. Un hombre normal, casado, con hijos, un hombre dedicado a luchar contra los héroes del tiro en la nuca que hoy le han segado la vida en otro de sus valientes actos, con una bomba lapa que ha volado su coche. Puro heroísmo, ya digo, pura valentía ese dar la cara de los terroristas, de los miserables comprendidos por el PNV, de las sabandijas con las que ya no hay nada que dialogar, con esos subhombres que muerden y matan porque se saben derrotados y agonizantes, y contra los que sólo cabe la intervención de los compañeros del policía que hoy han asesinado y una ley más dura, más severa, más justa, que repare hasta donde pueda el dolor infinito y la rabia que hoy sienten la viuda, los hijos, los hermanos de este hombre muerto.

A estas horas los políticos ya estarán dando rienda suelta a su retórica huera, a su palabrería. Palabrería: la del lema de la manifestación que el gobierno vasco ha convocado para mañana, con eso de “contra ETA y por la paz”. ¿Qué guerra hay en el País Vasco o en España para pedir paz? ¿Qué dos ejércitos andan enfrentados? ¿Qué acción militar o guerrera es esta de asesinar a alguien con tamaña cobardía, con tan vil ruindad?

Hay un hombre muerto. Asesinado. Es eso lo que cuenta. Eso y la necesidad de hacer justicia. Y la necesidad, también, de contener eso que ETA provoca con sus asesinatos, que es sacar lo peor de cada uno nosotros. Porque yo ahora mismo siento asco y vuelvo a interrogarme por la injusticia cósmica que ha impedido que la bomba estallase en las manos del terrorista, del héroe, del soldado en guerra, que la colocaba debajo del coche.

Era uno de los míos. Y se llamaba Eduardo Puelles García. ETA lo ha matado hace unas horas.

ESTAMPAS DEL MUNDO



Miramos nuestro mundo y es difícil creer que no todo está averiado. Tiran a la basura el brazo de un hombre esclavizado y lo dejan abandonado, desangrándose, a tres manzanas del hospital. Hay curas que se niegan a darle la comunión a niños con síndrome de Down. Los fascistas que se enseñorean en Milán denuncian en España a quienes quieren que salgan a la luz los crímenes de la dictadura. Se bajan los impuestos directos y se suben todos los otros, para robar impunemente a quienes menos tienen. Se mueren los poetas y gozan de buena salud los banqueros y los políticos. La más tonta de la clase anuncia, sin rubor ninguno, que su jefe es la esperanza más esperada del mundo mundial. El océano se traga a los bebés que se embarcan rumbo el pan negado. Se paga por un futbolista lo mismo que cuestan decenas de hospitales. He ahí la realidad de un tiempo en el que las esperanzas de otros tiempos están rodando por las escaleras: no hay mañana esperándonos en el relleno. El futuro está roto –como un espejo viejo–, se trata de eso. Y sin embargo aún quedan decencias que destacar.

La decencia se llama Thomas Dart y tiene sobre el pecho la estrella de cinco puntas del sheriff del condado de Cook: se ha negado a cumplir más órdenes de embargo, que los jueces dictan a mayor honra y riqueza de los bancos, porque le partía el alma ver a familias desesperadas recoger sus cosas –una manta para los niños, las fotografías, calcetines limpios– y sentarse en las aceras de la calle desnuda, llorando. Y decencia es el Movimiento de Parados y Precarios en Lucha que en Francia –de Nochevieja para acá– asaltan los supermercados, llenan carros de alimentos, se niegan a pagarlos y luego los reparten entre familias que lo han perdido todo con la crisis y entre los emigrantes sin papeles que duermen en los parques. Y la decencia son ese sheriff y esos Robin Hood porque ellos ya saben que la justicia está por encima de la ley, y que la ley puesta al servicio de los poderosos es una indignidad contra la que es legítimo decir basta.

Los padres fundadores de los Estados Unidos sostenían como verdad evidente que todos los hombres están dotados por Dios de los derechos inalienables de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y sostenían que los gobiernos se instituyen para garantizar esos derechos. Y sostenían que cuando una forma de gobierno destruye esos derechos, el pueblo debe reformar o abolir esa forma e instaurar un nuevo modelo fundado en los valores supremos. Vivimos una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo de sojuzgar a los menores, a los de abajo, la mayoría. El derecho, el deber de los pueblos libres –o sea: de todos nosotros– es derrocar la política que ampara tamaños desafueros y establecer nuevos resguardos para la seguridad y felicidad de nuestros hijos. Si la democracia degenera en servilismo hacia los poderosos deja de ser democracia: se convierte en infamia y en tiranía sonriente. Y entonces es la hora de alguna rebelión: de una refundación.

(Publicado en Diario IDEAL el día 18 de junio de 2009)

viernes, 12 de junio de 2009

AVIONES Y PATERAS



En realidad sólo nos importa el sufrimiento de aquellos con los que podemos identificarnos, esos que tienen vidas similares a las nuestras, trabajos parecidos, problemas como nuestros problemas. Por eso nos sobrecoge la tragedia de los pasajeros del avión desaparecido en el Atlántico. Pensamos que nosotros podríamos haber ido en ese avión, con nuestras fotos y nuestras felicidades y con las ganas de llegar a casa y contar lo vivido. Pero por eso mismo nos resulta indiferente la tragedia de la patera que, cargada de embarazadas y bebés, naufragó frente a las costas de Tánger: estamos convencidos de que nuestras desesperaciones nunca nos empujarán hasta el extremo de tener que viajar agarrados a las manos de la muerte para conseguir un futuro mejor para nuestros hijos.

Veo a Manuel durmiendo y no puedo evitar que acudan a mi pensamiento los bebés que se ha tragado la mar –que no entiende de inocencias ni de sueños– los padecimientos que pasaron antes de llegar a esa barcaza naufraga de mañanas, los anhelos o las desesperaciones que sus madres debían tener mientras los abrazaban para protegerlos del viento de levante y de los coletazos de las olas contra el costado de la barca perdida ya en la inmensidad salobre que en pocas horas convirtió a sus niños en pasto de peces y de corales. Miro a mi hijo y pienso en los hijos de todos aquellos que carecen de lo básico –que es un trozo de pan y un colchón y un chorro de agua limpia y un cuaderno–, en los hijos de los que atraviesan selvas y desiertos y mares para intentar llegar a nuestro mundo estúpido, miro los ojos azules de Manuel y me invade una extraña desazón, como si en ellos latiera la acusación de que yo también soy responsable –culpable– de este mundo que un día le dejaré en triste herencia y en el que sigue siendo posible que el mar se trague a los niños que carecen de pan y de futuro. Y a veces es peor aún, porque su risa me acusa de las risas que se han perdido entre los bancos de jureles, frente a las playas de Cádiz, y sus carcajadas y balbuceos me preguntan si me importan tanto los niños que malviven en las costas de Marruecos esperando una barcaza que los traslade a esta Europa deshecha que los desprecia, como los pasajeros del Airbus que se tragó el océano. Y yo, la verdad, es que no sé qué contestarle porque apenas tengo ya certezas, salvo esa de que todos los sufrimientos son un único sufrimiento que atraviesa la vida del hombre desde el inicio de los tiempos, aunque puede que el dolor de quienes durante su vida sólo han conocido el padecimiento sea más dolor y por ello más injusto.

Nuestro sentido de la compasión está averiado: nos importan menos quienes más sufren. Lo cierto es que sólo nos importamos nosotros, que soñamos con sobrevolar el mar, y por eso las embarazadas y los bebés ahogados no merecen seguimientos en las primeras páginas de los diarios, barcos de búsqueda o aviones de rastreo, ni siquiera una lágrima perdida frente a la televisión, que nos ha secado los ojos.

(Publicado en Diario IDEAL el día 11 de junio de 2009)

jueves, 11 de junio de 2009

MÍNIMAS UBETENSES (y X, POR AHORA)



XXVIII. Queremos crear una plataforma para pedir que le pongan un monumento, pero a estas alturas de la historia todavía no nos ha sido revelado el nombre del lumbreras entre los lumbreras que urdió los detalles del funcionamiento de la Zona Azul en distintas calles y avenidas de Úbeda. No es que esto de la Zona Azul sea un mal invento en sí mismo (aunque no parece muy ético cobrar más y por todo cuando más aprietan las cosas, pero en fin), pero lo cierto es que chapuza con que se gestiona en Úbeda es de las que hacen época.

Porque nadie ha previsto que en esas calles donde hay que pagar para aparcar los coches también viven personas que tienen coche, no tienen cochera y pagan su impuesto de circulación. Y por consiguiente no hay una tarifa especial para residentes.

Pero es que tampoco han previsto que puede ser necesario aparcar el coche un tiempo superior a 135 minutos, por lo que un residente, por ejemplo, la mañana del sábado tiene ir un par de veces a buscar la maquinita trincadora y sacar el boleto. Yo voy bastantes veces a Linares de compras: allí carecen del lumbreras que ha fijado aquí ese tiempo, por lo que te ahorras que si estás comprándote unos pantalones tengas que salir en calzoncillos –o sea, a calzón quitado–, corriendo, porque te cumplen los 135 minutos previstos por el heredero ubetense de Einstein. No te digo si el minuto 134 te pilla en el ambulatorio, mientras te hacen una radiografía, y tienes que salir pitando a echarle a la maquina. En fin, que todo todo muy bien previsto, como siempre ocurre en esta ciudad.

Y por supuesto, lo mejor de todo es que las máquinas no devuelven cambio: el peaje de la Zona Azul es un impuesto que hay que pagar con exactitud, porque a lo que eches de más le aplican el santa rita rita. O sea, que lo de estas máquinas es como si te presentas en la ventanilla de Recaudación del Ayuntamiento a pagar el impuesto de circulación, que asciende, pongamos por caso, a 145,68 euros, le entregas al amigo Fernando un billete de 200 euros y te dice que la vuelta es para la caja porque o se viene con lo justo o se pierde la diferencia. ¿Esto sería legal? Supongo que no. ¿Por qué si lo es lo de las maquinitas dichosas?

XXIX. Vivir en los aledaños de la calle Nueva se está convirtiendo en una odisea. Ya no es sólo lo de la Zona Azul o que no haya aparcamiento para residentes, ya no es sólo que cada vez que se hace algo en la zona se consulte con los todopoderosos comerciantes pero no con los vecinos, ya no es que en la calle en la que yo vivo no quepa el carricoche de mi hijo en la acera: ahora se nos vienen encima unas obras que, como todas las obras realizadas en Úbeda (a la avenida Cristo Rey o a la calle Ancha nos remitimos) se eternizarán, que nos harán tener cerradas a cal y canto las ventanas facilitando nuestra asfixia en el mes de agosto y que encima no nos dejarán dormir. Y menos mal que tenemos los periódicos para enterarnos de estas obras que deben terminar en octubre y terminarán cuando se acerque la Navidad y los comerciantes protesten, porque nadie nos ha comunicado nada.

XXX. Hay otro lumbreras suelto en Úbeda: el que ha decidido que la presión del agua sea, al amanecer, la suficiente para que salga un hilo de agua delgado y titubeante. Desde luego ese ideólogo no vuelve a su casa de madrugada después de trabajar y por tanto no necesita ducharse, ni madruga y seguro que cuando él se levanta ya hay potencia suficiente como para que ducharse no sea una odisea. Otro listo, vamos, y encima más perro que la chaqueta un guarda. Si alguien conoce el nombre, que lo diga, más que nada para saber en los benditos muertos de quién me cago mientras me ducho cada mañana a las siete.

viernes, 5 de junio de 2009

LA HORA DE VOTAR



El domingo es necesaria una memoria histórica. Memoria de la historia de ayer: de cuando dicen que escasea el dinero para las pensiones mientras a los bancos les regalan millones y millones, memoria del que quiere el despido libre y del que va a poner en marcha la mayor transformación del sistema productivo que haya visto la historia mientras reduce el presupuesto para ciencia e innovación, memoria de los de izquierdas que aprobaron el Decretazo de 1992 y de los de derechas que lo hicieron en 2002. Memoria de las prebendas y privilegios de empresarios, banqueros y políticos y de los desmanes que cometen sabiendo que los jueces siempre protegen al fuerte, memoria de todas las veces que no se ha mirado a Europa para subir los sueldos pero sí para subir precios o para embarcarnos en esa catástrofe para los currantes que es el euro. El domingo hay que votar con memoria y con rabia, porque el voto del domingo tiene que ser un castigo.

Me dice un amigo que está harto de los políticos –de todos: desde el último concejal hasta el Presidente del Gobierno– y que por eso no va a ir a votar el domingo, para castigarlos. Pero le digo que no, que ese hartazgo provocado por tanta tropelía no puede traducirse en no acudir a votar: porque puede uno no votar para castigar a los políticos pero también porque ha quedado con los amigos para comerse una paella o porque el chiquillo hace la comunión o porque tiene dolor de lumbago. El que no vota no cuenta, ni siquiera como castigo. Para castigar hay que votar. Lo que pasa es que hay que votar en blanco o votar nulo, que es una bonita forma de votar, porque puede uno meter en el sobre un papelote con aquello que quiera decirle a los políticos: “Son ustedes magníficos, no cambien, no cambien” y cosas por estilo.

El castigo a la casta política tiene que traducirse en votos, pero en votos que no premien a los políticos. En su “Ensayo sobre la lucidez” José Saramago habla de una sociedad que acude pacífica, sosegadamente a votar y cuando se procede al recuento se descubre que la mayoría de los sobres esconden votos en blanco, que son votos del hartazgo, pero también de una esperanza incierta. Y entonces cunde el pánico entre los políticos y se persigue a los blanqueros, que son un peligro para las comodidades y las desfachateces de los políticos: porque resulta que no diciendo nada una mayoría ha dicho todo su desprecio. Al fin y al cabo el silencio –y el voto en blanco o nulo es un silencio estruendoso– es la expresión más fuerte de la dignidad: ¡cuántas cosas en la historia se han dicho con bocas que no hablaban!

Votar con rabia. Votar en blanco. Votar nulo. ¿Y si se quiere votar con esperanza, aunque sea mínima? Pues no sé, supongo que se puede votar a los de UPD, que por lo menos hablan de devolverle al Estado las competencias de Sanidad y Educación, que no es poco. Sea lo que sea hay que votar: con desprecio o con esperanza, con o sin convicción. Pero con coraje de ciudadanos maduros: nos han quitado la ilusión, que no nos quiten el voto.

(Publicado en Diario IDEAL el 4 de junio de 2009)