viernes, 30 de enero de 2009

ESTA ESPAÑA




España no viaja en coches oficiales. Ni lee las páginas naranjas del periódico para saber de sus acciones, no tiene una cuenta corriente saneada y no es un diputado que vota leyes estúpidas y no jalea –España no– catastrazos en los ayuntamientos. España no camina por moquetas, no vive en la Gran Vía, no se sienta en un consejo de administración. España no come mousse de arroz con terciopelo de alga nori.

España se levanta al amanecer y está muchas horas al volante de un camión. O en los tajos del olivar o sirviendo cafés y cañas. España tiene las manos frías de los fruteros y ese temor de los pescadores cuando se echan a la mar: España tiende redes y acaricia uvas y araña escarchas mientras barre calles. España tiene cara de oficina gris y cobra salarios de risa y paga hipotecas de susto. España es una dependienta en Zara o de una tienda de pueblo, cobra ochocientos euros y trabaja diez horas diarias seis días a la semana y a veces la obligan a trabajar los domingos y los festivos. España es un maestro cansado de perder el tiempo en las aulas, ese establo de vagos. Y España es un joven que estudia y una mujer maltratada y una víctima de El Rafita o de Iñaki de Juana. Y a veces España tiene cara de médico con gafas o de enfermera que emigra a Inglaterra a trabajar. España se llama Elena y es matrona y ella sola atiende a decenas de embarazadas, que llevan en sus vientres henchidos las españas de la rabia y de la idea, ese mañana. España tiene manos con callos y una frente sudada, tiene gastadas las suelas de los zapatos de caminar de la casa al trabajo, del trabajo al paro, del paro al desánimo, del desánimo a los hueros discursos de la España que no es España. España es una viuda que cobra lo justo para no morir de asco o un jubilado que trabajó toda la vida y se partió la espalda por sus hijos y que ahora tampoco llega a fin de mes. España es un hombre que se esfuerza, una mujer que se esfuerza, España es un niño que anhela y sueña, que anhelar y soñar son esfuerzos del alma, limpia alma de esa España que nacerá en febrero y que se llama Manuel y será mi hijo.

Y España madruga y vuelve cansada y tarde a casa y come garbanzos con tocino, y moja sopas de pan en el café caliente que ya no apaga el cansancio. España quiere abofetear la cara de los que se llaman España y agitan su bandera, de los que aborrecen a España y se avergüenzan de ella y viven a su costa, el rostro duro de los que no pagan sueldos dignos a España, de los que venden pisos sobre el mapa de España como si no fuese de todos esa tierra que un día hará musgo con los huesos de España, pobre España.

Y España es un lunes por la mañana que tiene deudas, y que un día tuvo sueños y hasta esperanzas o una camisa blanca agitada sobre las terrazas de la historia por el viento de la libertad.

Y yo, qué quieren, me siento español de esa España de la calle, que nunca grita viva España pero que es la España viva y civil, pese a todo alegre, mi única España.

(Publicado en Diario IDEAL el 29 de enero de 2009)

jueves, 29 de enero de 2009

MÍNIMAS UBEDÍES (IX)



XXV. Santa María en obras. Todavía hay quien lo vende como un logro, después de veinticinco años de barbaridades. Se cerró la iglesia –compendio de siglos de arte y de historia– en 1983. Desde entonces ha sido destruida y reinventada: todo en una sucesión de barbaridades. Y sin embargo es posible devolverle, mínimamente, su alma antigua: hay que exigir que se enluzcan las paredes y la iglesia vuelva a tener su aspecto blanco y luminoso. Es necesario un “Manifiesto de la cal”, ¿verdad Don Antonio?

XXVI. Contenedores de papel de la calle Nueva. Llenos, siempre llenos. Es de suponer que los vacían una vez al año, más o menos, y cuando se bajan las bolsas con los cartones o los periódicos viejos hay que dejarlas fuera del contenedor. ¿Tan difícil es contratar una empresa que preste ese servicio de recogida de papel una vez por semana?

XXVII. Extraño privilegio el de los vecinos de la Calle Mesones: cuando todos los ubetenses tenemos que llevar nuestras bolsas de basura hasta el contenedor más cercano, ellos todavía pueden dejarlas tranquilamente en la puerta de su casa. Y el camión de la basura pasa, puerta por puerta, recogiendo las bolsas. Si pagan el Servicio de Basura más caro (bastante más caro) que el resto de los vecinos de Úbeda, supongo que estará bien. Si lo pagan al mismo precio que yo, me parece un robo. Y exijo mi derecho a dejar la bolsa en la puerta de mi casa y a que allí la recojan cada noche.

martes, 27 de enero de 2009

MÍNIMAS POLÍTICAS (X)



XXVIII. Serie “Lecciones del pasado”. Capítulo IV: Los ingenuos tienen esperanza. El “no nos falles” no fue, en última instancia, un grito de esperanza: es el cansancio que sale por la boca. Y que se pronuncia sabiendo que volverán a fallarnos. No hay que engañarse más: la política actual sólo se sustenta fallándole a la gente para no fallarle a los poderes económicos.

XXIX. Serie “Lecciones del pasado”. Capítulo V: A vueltas con el 11-M. Los lectores del ABC, de La Razón y de El Mundo aún creen que la culpa de que perdieran las elecciones es de los lectores de El País. Pero se equivocan: la culpa la tuvieron los que a toda costa quisieron que en los periódicos del 14 de marzo los nombres de los asesinos se leyeran en vasco en lugar de en árabe.

XXX. En el fondo, el único error que se comete para perder unas elecciones tras un atentado es hablar del atentado. Eso mete lágrimas en los sobres y uno se la juega con las lágrimas. Tras un atentado hay que ir a lo seguro, no se puede confiar en el azar y como lo único que importa es el poder, hay que mirar a los ojos de las clases medias y hablarles de su bolsillo: en la cartera sólo hay sitio para las tarjetas de crédito; los muertos no caben en un bolsillo. Y cuando lo que está en juego es el bolsillo, no pueden entrar los muertos en una papeleta.

viernes, 23 de enero de 2009

20 DE ENERO





Era el martes y el mundo se caló la gorra en un gesto de alegría, metió las manos en los bolsillos con agujeros de sus pantalones, le dio una patada a una lata de cocacola y echó a andar, lentamente, silbando una melodía delicada y feliz. Estaba el mundo contento y caminaba bailoteando al son de su silbido, con la misma sensación que tenemos todos los que lo habitamos: desde el 20 de enero todo es un poco mejor, nosotros somos un poco mejores, Bush ya es historia y eso le limpia la cara a este trozo de universo que ocupamos… Por eso caminamos silbando, con las manos apretadas en los bolsillos y lanzando al aire de la mañana la moneda de un deseo sin nombre.

Cuando nuestros hijos escriban la historia de este tiempo se referirán a Bush como el emperador más estúpido desde los tiempos de Calígula. La historia está llena de lerdos que han gobernado grandes imperios: Carreño pintó la cara caída de Carlos II y hoy habría encontrado en Bush un filón para sus pinceles. Los retratos aquellos del rey hechizado nos muestran un hombre enfermizo y el óleo penetra incluso en el interior de su cráneo, que no es más que una caja de reverberación para las alucinaciones de la Decadencia española. El interior de la cabeza del emperador que vino de Texas ofrece un vacío similar y espantoso, ocupado por los discursos de Cheney, Wolfowitz o Condoleezza Rice, esa panda de asaltadores y criminales que serán juzgados por el tiempo como una de las cuadrillas más siniestras que ha conocido la humanidad. El rey español fue un imbécil pero en su rostro se averigua como un remordimiento o una angustia, un impulso de bondad, el deseo de no ser rey de ningún reino sino un tranquilo aldeano que perdido en las montañas pastorea sus cabras, feliz en la bobería. Bush, sin embargo, es un idiota al que convencieron de que tenía que contar la historia del mundo llenándola de estruendo y de furia, para hacer bueno el verso de Shakespeare. Y deja una herencia espantosa que resume lo peor de las dos doctrinas más dañinas de la segunda mitad del siglo XX, el neoliberalismo y el neoconservadurismo.

Maldad. Estupidez. Soberbia. He ahí la trilogía revolucionaria del Trío de las Azores. Aznar, Bush y Blair conjugaron esas tres categorías con un afán incontenible, desbordando supuestas diferencias ideológicas –¿fue Zapatero el que dijo que el laborismo de Blair era un ejemplo para la nueva izquierda?–. La fotografía del 17 de marzo de 2003 –sonríen, inconscientes, los tres salteadores de la verdad– ocupa un lugar de privilegio en la memoria de la ignominia. Pero todo pasa y el 20 de enero se ha cerrado la última puerta de aquel vendaval que inauguró el triunvirato de los tontos con mando en plaza: Bush ya es historia. Mala historia, historia siniestra, como la de Blair y Aznar, pero historia al cabo, pasado. Y el mundo camina feliz, con las manos en los bolsillos, silbando una vieja canción y apretando en la mano la foto, arrugada, de Bush y sus cómplices.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el día 22 de enero de 2009)

jueves, 22 de enero de 2009

MÍNIMAS UBEDÍES (VIII)



XXII. Hogueras de San Antón. ¿Qué cosas habrán quemado simbólicamente los ubetenses la noche del viernes, al calor de las hogueras? Es imposible saberlo, aunque a mí se me ocurría un listado bastante amplio. Lo primero, a los incompetentes de la Junta de Andalucía (¡qué cruz, Señor, qué cruz!) que han tenido la ocurrencia de obligar a que las familias se den de alta en la Seguridad Social para recoger la aceituna, incluso para los casos de pequeñas explotaciones familiares. Se ven que como sus ideas contra la crisis funcionan lo mismo que yo jugando al fútbol, se tienen que inventar estas trampas (estas cabronadas) para que aumente el número de cotizantes en una Seguridad Social que se desploma al mismo ritmo que aumenta el paro. Y esto lo hacen mientras siguen mangoneando el dinero que la Unión Europea mandó para subvencionar el aceite y que todavía no han entregado a sus legítimos propietarios. No saben la falta que ese dinero hace en muchas familias de Úbeda, de Jaén: ¿cómo pueden saberlo si viven de lujo a costa de todos nosotros? Por cierto, mientras no entreguen ese dinero se lo están quedando y quedarse con el dinero de otros es… ¿qué es?

XXIII. Úbeda, la ciudad que (milagrosamente) es Patrimonio de la Humanidad: hela ahí convertida en una sucesión de baches y de mierdas de perros.

XXIV. Se constituye una asociación de vecinos en la zona de la Explanada y advierten, como carta de presentación, que son independientes políticamente. ¿Era necesaria la justificación? Sin duda. Para darse cuenta de eso basta mirar cómo funcionan y cojean las otras asociaciones de Vecinos. Es de esperar que no caigan en el saco de las asociaciones descritas en la Mínima XXVII y que el primer acto de su independencia sea reclamar iluminación para la calle Córdoba y para la Explanada: desde hace varias semanas es posible caminar por allí gracias a los escaparates y a los focos de las oficinas de la Cooperativa “La Unión”. Las farolas están todas apagadas, seguramente como respuesta a algún plan de ahorro energético. O tal vez para que no se vean los baches y las mierdas antes dichas.

miércoles, 21 de enero de 2009

DERECHO A ESPERAR





Yo no creo que un hombre pueda cambiar el mundo, pero estoy convencido de que millones de seres humanos tenemos derecho a que nadie nos robe la mínima esperanza que un hombre puede abrigar dentro de su corazón y que reparte con sus palabras.

Yo no creo que un hombre pueda hacer milagros y crear riquezas y finiquitar guerras, pero estoy convencido de que el mundo en el que nacerá mi hijo es mejor desde ayer.

Yo no creo que un hombre sea un dios, pero estoy convencido de un hombre puede pronunciar palabras hermosas que hablan de dignidad y de libertad y también de esfuerzo y de compromiso y de sacrificio y creo que esas palabras pueden calar en la sangre de los otros hombres y del tiempo y que entonces es posible caminar de otra manera por los caminos de la historia.

Yo no creo que todos los políticos sean iguales y estoy convencido de que hay momentos en la historia en que un hombre puede demostrar que siguen siendo posibles la decencia y la responsabilidad en la política, que aún queda espacio para soñar, que aún es posible que el mundo cambie de rumbo.

Yo no soy un iluso y sé que un hombre acabará defraudando porque hay demasiadas esperanzas depositadas sobre sus hombros, pero ayer y hoy y el día en que nazca Manuel quiero ser un soñador y pensar que el futuro de mi hijo será mejor que este presente que escriben una clase política de mediocres y unos banqueros ladrones, y no quiero seguir escuchando a los que hoy cifran toda su cantinela en recordarnos que no puede ser.

Yo no creo que todo pueda ser, pero sé que ayer pudo ser algo muy importante y que eso lo decían las lágrimas de emoción que recorrieron –como un calambre que despierta las voluntades dormidas por los dramas ingentes del mundo– tantas aldeas del mundo, tantas ciudades, tantos rostros.

Yo no creo que las multitudes ilusionadas del mundo estén equivocadas, yo no creo que millones de personas desde las sabanas de Kenia hasta los rascacielos de Nueva York puedan estar equivocados o ser unos idiotas, porque estoy absolutamente convencido de que el mundo necesitaba el mensaje de aliento, las palabras de cambio, la poesía de la esperanza que ayer sonó sobre el hielo que atenazaba a las muchedumbres de Washington.

Yo no creo a los agoreros que nos quieren hacer creer que nada puede cambiar si cambian las palabras y estoy firmemente convencido de que el mundo es distinto si las palabras hablan de valores eternos y no llaman al pesimismo y a la derrota o a la guerra y al odio.

Yo no creo que se pierda nada si se espera todo, porque sé que los que nada consiguen son los que nada esperan, que nada alcanzan los que sobrevuelan bajo y ocultan los problemas, los que espantan a los pájaros cantores del mañana.

Yo no creo que haya muchos hombres como ese hombre, pero sé que ese hombre es un ejemplo hoy para millones de personas del mundo libre que anhelan que sea posible en sus democracias una voz que hable con ese mismo timbre, con el acento del futuro, con la cadencia del sereno arrebato de los espíritus libres.

Yo no creo que incluso en España todo esté perdido, porque espero que mañana sea posible un hombre que hable de “el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia y la curiosidad, la lealtad y el patriotismo” y que nos dote de una ambición común, de un sueño común, de una común esperanza.

martes, 20 de enero de 2009

MÍNIMAS POLÍTICAS (IX)



XXV. Son engañosas las ocasiones en que las lágrimas pueden producir un cataclismo político. En ese momento, determinados sectores de las clases populares acuden y votan como repulsa, no por alguien sino contra alguien. Luego, cuando se restablece la normalidad y el pulso del horror cede su espacio a las empinadas cuestas de cada día, las clases populares se vuelven a sus casas, a sus silencios, conscientes de que una vez más entregaron su voto a cambio de nada.

XXVI. Serie “Lecciones del pasado”. Capítulo II: El voto de la rabia. Visto con suficiente distancia histórica, el voto al calor de la masacre del 11-M no fue un voto por la esperanza, sino un voto que recogía todas las desesperanzas: pero no para construir el futuro sino para mostrar el cansancio infinito por el presente. Los que el 11 de marzo estaban solos para luchar por su vida y por el futuro de sus hijos, solos siguieron estando después del 14 de marzo y solos siguen estando ahora que la crisis aprieta a los de siempre, como no podía ser de otra manera y como será siempre, (des)gobierne quien (des)gobierne. Lo que pasa es que a veces la pura rabia también vota.

XXVII. Serie “Lecciones del pasado”. Capítulo III: Votar el 14-M. La gente buscó el 14-M un blanco contra su rabia y lo encontró en la cara bobalicona de Rajoy. No se puede poner en un cartel una cara de registrador de la propiedad, que amablemente te sangra por poner a tu nombre un piso que te cuesta toda la vida, cuando el partido del registrador ha intentado ocultar que de aquella foto del hombre sonriente en Las Azores vienen estas fotos de la esperanza rota en los trenes.

viernes, 16 de enero de 2009

ENTREGAR






La tradición sigue ofreciendo una guarida para el alma desnuda y resfriada. Juan Manuel de Prada –el último gran columnista del catolicismo español– ha dicho que la tradición es un “abrigo del espíritu”. Lleva razón: cuando arrecian los temporales de la vida la tradición abre un manto protector y es fácil encontrar en ella consuelo; pese a todo tenemos la consolación de la tradición, que es otra filosofía, pero viva y dinámica. No creo que la tradición sea un fósil al que hay que reverenciar, sino –de Prada lo dice– un proceso de transmisión que cada generación enriquece con sus propias aportaciones. Y así, al “formar parte” de una tradición, se siente que la vida no está colgada de un vacío, que es parte de un escenario rico y complejo de relaciones sociales y morales que en fechas puntuales se materializan en el escenario de los rituales.

Tradición es herencia de los que se van, pero también ofrenda a los que llegan: tradición viene del latín “traditio”, que significa, precisamente, entrega. Lo tradicional es lo que cada generación hereda de las anteriores y, considerándolo valioso, quiere conservar y amejorar para entregárselo a las siguientes. La tradición ata en una cadena de espíritus dichosos las manos de los abuelos y DE los hijos y los nietos, y superando las barreras del tiempo físico constituye esa comunidad de emociones que permite al hombre sentirse protegido por el viento vivificador de lo antiguo. La roca de la tradición constata la certeza de la muerte –ya no están otros que antes de nosotros se emocionaron – pero también la posibilidad de la esperanza –cuando no estemos, otros llorarán, mañana, las lágrimas del Viernes Santo–. Y así no sentimos atados, unidos, soldados a una comunidad de almas que trasiegan por la vida dejando lo mejor de sí mismas en la tradición que vuelve en sus fechas de guardar.

En Úbeda, un año más, la fiesta de la Cofradía de Jesús Nazareno hace presente ese lazo, ese vínculo entre generaciones: es la tradición. Esta cofradía centenaria es la institución ubetense que mejor ha sabido transmitir las viejas emociones de las generaciones idas: el domingo, en la mañana de frío y de cohetes, muchos ubetenses sentirán latir en su interior los alientos que ya sintieron antes de 1577 –y desde entonces cada año, casi sin interrupción– otros ubetenses. A mí, sin embargo, me emociona más sentir no lo que sintió mi abuelo Manuel en esta mañana de enero acordonada de plegarias y de roscos de Jesús, sino lo que un día sentirá mi hijo Manuel cuando acuda con su corazón erizado de nostalgias violetas a la fiesta del Nazareno. Como hizo su padre, como hicieron sus abuelos y sus transabuelos todos. Y tal vez entonces –el día que yo no esté– Manuel sentirá la misma emoción mía aflorando en los ojos cuando rompa el “Miserere” de don Victoriano la quietud de las piedras, entregándole esa música delicada y triste lo que hoy quisiera yo entregarle con estas palabras.

(Publicado en Diario IDEAL el día 15 de enero de 2009)

martes, 13 de enero de 2009

MÍNIMAS POLÍTICAS (VIII)



XXII. ¿Un pueblo tiene siempre los políticos que se merece? En raras ocasiones históricas también tiene los que no se merece. Pero esos, hoy, no son escuchados. Salvo la voz vibrante de Obama, escuchada de océano a océano por el ancho universo de los Estados Unidos. Sólo en un pueblo que sueña es posible que la política obre un milagro así.

XXIII. Un político de los tiempos que corren no debe tener empacho en decir hoy una cosa y mañana otra totalmente distinta. No son la verdad, la dignidad o la coherencia lo que inspiran confianza, sino la sed de poder, porque es cosa cierta que el más sediento es el que, antes o después, orina más.

XXIV. Como la clase media vota siempre con el bolsillo, siempre mira hacia arriba para ver qué votan las clases altas, que –esas sí- meten el corazón en el bolsillo para ir a votar. La eterna esperanza de la clase media: ser como las clases altas, conducir sus coches, comer sus platos sofisticados, vestir sus ropas de diseño, hablar su lengua económicamente refinada... votar sus mismos partidos. Para votar con el corazón, o con la conciencia, las clases medias tendrían que mirar hacia abajo, esa zona de la sociedad de la surge la angustia diaria, el desempleo, la precariedad. Pero ya no lo van a hacer.

domingo, 11 de enero de 2009

MÍNIMAS UBEDÍES (VII)



XIX. De septiembre de 2007 a enero de 2008 me parece que ha habido tiempo suficiente para solucionar el tema de la Policía Local. A lo mejor lo único que hacía falta era un poco de voluntad. No era cierto el adagio castellano, o al menos en Úbeda no lo es: hablando no se entiende la gente. Aquí no. Al menos por ahora.

XX. Mi amigo Antonio viene desde Londres con su hijo y su mujer a pasar la Navidad en Torreperogil, con su familia. Pero las compras ya no las hacen en Úbeda, sino que se van a Linares. Todo un síntoma de la falta de sintonía que el comercio ubetense tiene con los nuevos tiempos. Y lo peor es que no parece haber síntomas de querer recuperar el esplendor pasado: al comercio de Úbeda le falta ambición. Por eso es mejor ir a comprar a Linares.

XXI. La Corporación Municipal hecha al cubo de la basura la Valoración de Puestos de Trabajo realizada por la empresa Rodríguez Viñals. Sigo pensado que era una valoración dirigida y que ante la magnitud del cabreo entre los empleados municipales se da marcha atrás: era imposible seguir adelante con tanto despropósito, tanta discriminación y tanto sinsentido. Pero me parece que no era necesario esperar tantos meses para haberse dado cuenta de eso. La duda que ahora nos asalta es saber si algún día vendrá una Corporación verdaderamente preocupada por modernizar, ajustar y dinamizar el funcionamiento del Ayuntamiento. Viendo el percal, seguramente no.

viernes, 9 de enero de 2009

ZAPATOS PARA GAZA



El drama de Tierra Santa: los actores cumplen su papel obedientes al ritual periódico de la sangre y la inocencia machacada. Y todo ello me provoca una serie de paradojas y me invita a varias reflexiones.

Primera. No entiendo la simpatía sin más que levanta la causa palestina. Me estremece el sufrimiento de tanto inocente como está siendo triturado estos días por el ejército israelí, pero no olvido que Gaza es un nido de terroristas: Hamás no es una organización humanitaria sino un grupo de asesinos que lleva semanas provocando a Israel para desatar esta tormenta de plomo. Lo ha reconocido el propio Mahmud Abbas. Los criminales lo son por muchas elecciones que ganen y necesitan crímenes de la otra parte para justificar los propios. Hamás lo sabe, lo saben también los radicales judíos. Lo sabían los neocons de la administración Bush, que le regalaron a Ariel Sharón la dinamita necesaria para volar los puentes trabajosamente levantados en los años 90 –Arafat y la moderación e institucionalización de la autoridad palestina, Rabin y el posibilismo laico y pacifico de la izquierda judía: ¿recuerdan?–. Bush y los suyos y su amor por el sufrimiento y la guerra instigaron a los radicales de ambos bandos: la sombra de los Estados Unidos que ahora terminan planea sobre la espiral bélica que sacude Oriente Próximo. Esto era lo que quería Bush: el terrorismo instalado en Palestina, el extremismo instalado en Israel. Un choque entre fanáticos religiosos, una onda expansiva de rabia y de odio contra los judíos por el mundo, un argumentario de hambre y privaciones para que florezcan los suicidas en las escuelas palestinas. Los neocons –tan cristianos, tan formales– necesitan palestinos que asesinen, judíos que asesinen: no conocen otra razón para la historia que el tronar de los tanques y las leyendas de dioses vengativos.

Segunda. Me resulta incomprensible que de los hornos crematorios saliera una democracia –la judía– tan sin piedad, tan apegada a las políticas militaristas que destruyen por igual a los asesinos de Hamás y a los niños que juegan en la calle. Me parece que el ejército israelí, cuando despliega su potencial tremendo sobre los palestinos defendidos con piedras, se parece a aquellos panzers nazis que se enfrentaron a la caballería polaca en las estepas de Varsovia. Goliat contra la nada, sabiendo que siempre gana Goliat, aunque crezca el odio en la nada. Y a veces pienso si la historia de Israel no habrá sido la historia de un pueblo salido del sufrimiento para infringir sufrimiento: ¿destruyó el Holocausto los resortes de la misericordia hebrea? Releo a Primo Levi, siempre: las SS deshumanizan a los judíos en Auschwitz, para hacerles ver que son –como ellos– seres sin alma. ¿Le da el sufrimiento de Gaza la razón a Himmler?

Tercera. No tengo respuestas para este drama, sólo ofrezco preguntas y mis zapatos: para lanzarlos contra Bush y su pandilla de terroristas morales, contra los rabinos y los ultras israelíes y contra los asesinos de Hamás.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el 8 de enero de 2009)

miércoles, 7 de enero de 2009

O EL CAOS O EL REALISMO DE LA ESPERANZA



En los años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín la historia ha ofrecido ejemplos suficientes –desde el genocidio de Ruanda hasta los grandes atentados islamistas pasando por las guerras balcánicas o el temor a una pandemia de gripe– para demostrar que no era cierta, o al menos no del todo, la profecía de Francis Fukuyama, que tras el derrumbe del imperio comunista anunció que la historia había terminado. La verdad es que la historia ha seguido fluyendo por los cauces habituales, pero en un punto la teoría de Fukuyama ha resultado ser absolutamente cierta: la historia, como dinámica de tesis y antítesis ideológicas, finalizó en 1989, de tal modo que a fecha de hoy el capitalismo carece de alternativas como sistema económico. Más aún: si consideramos que los regímenes en los que se conjugan libertades públicas y modelos capitalistas de producción son el estadio superior de la historia del hombre, lo cierto es que no se avecina por el horizonte ningún paradigma capaz de suplantar este modelo por otro más eficaz en la provisión de libertades y de riqueza. La democracia liberal capitalista ha ganado la batalla de la historia y parece ser que Fukuyama tenía razón: no porque haya terminado la historia pero sí porque han dejado de existir los diálogos para decidir qué historia se hace y cómo se hace la historia.

Y sin embargo, un malestar creciente, un desasosiego sin nombre, agita las profundidades de las sociedades de la opulencia, cómodamente instaladas hasta el momento en su abanico de derechos y riquezas. La crisis energética y la crisis financiera conforman dos caras de una misma moneda: la más profunda crisis que ha sufrido el capitalismo desde la Gran Depresión de los años 30, lo que en realidad supone un interrogante que llena el futuro de oscuridades: ¿y ahora qué?

Pese a lo que algunos profetas de la utopía parecen anunciar con felicidad, la crisis actual no supone –o al menos no por ahora– un cuestionamiento generalizado del capitalismo y mucho menos de la democracia. Lo que pone de manifiesto la crisis es el agotamiento de una cosmovisión de la realidad surgida de la revolución conservadora de los años 80, basada en una amalgama amoral de neoliberalismo descarnado en lo económico, darwinismo en lo social y neoconservadurismo en los ámbitos de lo político y lo moral. El estrepitoso derrumbe del modelo comunista y la estela de miseria generalizada que dejó tras de sí, no ha hecho sino agudizar la imagen victoriosa de la revolución postcapitalista: es como si en 1989 los ideólogos y defensores del Modelo RT (Reagan/Tatcher) hubiera encontrado entre los cascotes del Muro de Berlín las razones definitivas –la solución de continuidad de la historia– que han servido para justificar los ataques generalizados contra las reaciones sociales basadas en la solidaridad entre clases y estados, contra el modelo económico del bienestar sostenido por el reparto de la riqueza, el control de los flujos financieros y el respeto al medio ambiente, y contra una alternativa política basada en la distensión, el multilateralismo y la consiguiente ampliación de los foros internacionales. La esperanza de un mundo diferente y mejor, surgida tras el fin de la URSS y de su imperio, pronto fue destruida por los ritmos propios de la historia y convenientemente ocultada –no lo olvidemos– por los pregoneros del postcapitalismo, que nunca mostraron interés alguno en buscar soluciones profundas y reales a los problemas de la exclusión social, la inmigración o los fenómenos de terrorismo islamista, conscientes de que cuanto más agudos se hicieran estos problemas más razones encontraría ellos para dar una vuelta de tuerca a su política de depredadores sociales y guerreros morales.

Y hete aquí que de pronto la crisis pone sobre el tapete de la historia los grandes asuntos que venían sacudiendo las fallas del bienestar occidental. Casi de un día para otro las sociedades de la opulencia se han encontrado con que existe un intrincado laberinto de problemas interrelacionados, que ponen al hombre del siglo XXI ante el que posiblemente sea el conjunto de retos más difíciles a los que se ha enfrentado el ser humano a lo largo de su historia. La carencia del petróleo y su previsible agotamiento en el horizonte de un par de generaciones, provocando en treinta años una crisis que puede alcanzar proporciones civilizatorias; las evidencias de los efectos que la acción humana está teniendo en los cambios de ritmo del medio ambiente y sus repercusiones sobre bienes fundamentales como el agua; la tensión creciente generada en tres cuartas partes de la humanidad por el agujero negro de la pobreza y la reacción ciega del mundo rico, negándose a afrontar la solución de ese drama y construyendo muros que cierran los caminos a la inmigración, lo que no hace sino aumentar la espiral de desesperación y odio entre los países subdesarrollados; el auge de los movimientos islamistas radicales que articulan el único paradigma que parece oponerse a las democracias capitalistas; o el renacer de los autoritarismos de la derecha en Europa, de los que la Italia de Berlusconni, avant la lettre, vuelve a ser como ya la fuera en los años 20 tan sólo un heraldo, son algunos de los grandes retos a los que nuestras sociedades se enfrentan, recién despiertas del espejismo producido por la fiebre financiera.

Ante retos de tal magnitud, ¿cómo sostener que Fukuyama tenía razón y que su descabellada profecía está resultando ser cierta más allá incluso de lo pensado por él? Hemos dicho que no existe una alternativa al capitalismo, pero la realidad que esta crisis ha dejado al descubierto es aún más grave: tampoco existe alternativa al postcapitalismo declinado sobre la base de neoliberalismo, darwinismo y neoconservadurismo. Las razones construidas por el Modelo RT han sido tan potentes y su creencia en ellas tan firme, que en realidad no han servido tanto –según vemos– para garantizar el éxito de ese paradigma, que ahora hace aguas, como para abortar cualquier constructo que no se fundamente en la reducción de impuestos, la contención del gasto público, el adelgazamiento hasta la anorexia de la protección social y los derechos de los trabajadores o el tratamiento de todo aquello que puede comprarse y venderse –incluso la fuerza humana de trabajo– como un bien susceptible de ser sometido al imperio del mercado. En realidad las políticas de desprotección de los trabajadores y de privatización de lo público, de disminución de la presión fiscal directa y de reducción sistemática de los niveles de reparto de la riqueza han sido fielmente seguidas por los grandes partidos socialdemócratas europeos, con la única excepción del modelo Jospin: el laborismo de Blair, el SPD de Schröder e incluso el PSOE de Rodríguez Zapatero –con su rebaja del IRPF y su aumento de los impuestos indirectos, por ejemplo– han abundado en las razones de la revolución conservadora. Y ahora la socialdemocracia y la democracia cristiana –que fueron las grandes valedoras del capitalismo social del bienestar– carecen de argumentario que ofrecer frente a las evidencias de la crisis, mientras que desde el postcapitalismo se sigue defendiendo la idea de que la crisis se ha producido porque aún no se ha permitido al mercado desplegar sus leyes internas sin trabas algunas. Digan esto por convencimiento o por cinismo, lo cierto es que frente a las razones de Aznar o de Bush no se atisban razones –y soluciones, tan urgentes– sólidas basadas no en un incierto utopismo de pseudomarxismo marchito sino en el necesario realismo de las correcciones plausibles del sistema.

El Nobel Paul Krugman es una de las pocas voces que con autoridad y argumentos pide la expansión del gasto público o el control de los flujos financieros, una vuelta al keynesianismo, que ha demostrado ser la teoría económica más eficaz para garantizar la estabilidad del sistema. Tal vez este sea el gran reto de la (post)izquierda en este tiempo convulso: pensar en términos de realidad. Porque no se trata hoy –posiblemente mañana tampoco– de superar el capitalismo sino, simplemente, de hacerlo habitable y compatible con el futuro viable de la especie humana. La izquierda tiene que volver la vista atrás y extraer lecciones necesarias para el futuro: pero no hay que mirar a los movimientos revolucionarios que se tradujeron en nada o en miseria y dictadura, sino a la gestión eficaz de los políticos que, sostenidos por la teoría keynesiana, hicieron posible a partir de los años 50 y 60 el tiempo de mayor prosperidad y más amplio bienestar de nuestras sociedades. Y en esta empresa tampoco estaría mal que la izquierda volviera a pensar en términos internacionales, proponiendo medidas que sirvan no sólo para corregir problemáticas nacionales sino también para influir en un nuevo marco de relaciones internacionales a todos los niveles. La globalización ha demostrado que las bombas que explotan en Afganistán provocan parados en España y que las fábricas que se abren en Turquía son las mismas que se cierran en Holanda. La globalización también ha demostrado que la sequía que asola Etiopía y las guerras del Zaire cuando provocan oleadas de emigrantes en busca de la tierra prometida, generan movimientos neofascistas en una Europa desorientada y asustada que se ampara en el miedo a lo desconocido para ir cuajando, como carne podrida, una nueva forma de autoritarismo bajo la epidermis de nuestras sociedades.

La crisis le ha dado la razón a Fukuyama: no existe una historia plausible que oponer a las historias del capitalismo Modelo RT. Y cuando urge pensar el futuro de otra manera, nos abocamos del caos provocado por la crisis al caos provocado por la ausencia de alternativas no ya al sistema sino incluso dentro del propio sistema. Desgraciadamente la profecía del fin de la historia ha venido a ser más certera de lo que su creador pensó, salvo que alguien tenga la audacia suficiente para pensar el realismo de la esperanza.

(Publicado en TEMAS PARA EL DEBATE, núm. 170, enero 2009)

martes, 6 de enero de 2009

MÍNIMAS POLÍTICAS (VII)



XIX. El ciudadano de clase media es esencialmente amoral: y hoy, a la hora de votar, todos somos ciudadanos de clase media.

XX. El buen político para los tiempos que corren es el que se sienta siempre en la punta de la veleta y tiene suficiente respaldo en los medios de comunicación para hacer creer que el viento sopla por donde él conviene. O más aún: que no se puede cambiar el rumbo de la nave porque el viento sopla en esa dirección.

XXI. Para los tiempos que están por venir son necesarios políticos que pongan la cara de verdad, en la calle y con dignidad. Nadie puede partirle la cara a un cartel electoral. Y para un mundo mejor son necesarios políticos que estén dispuestos a que les partan la cara y no sólo a ponerla en un cartel cada cuatro años. Tal vez este no sea un “buen político”, pero es un político necesario.

domingo, 4 de enero de 2009

MÍNIMAS UBEDÍES (VI)



XVI. La degeneración de las elites ubetenses: un buen amigo lo explica diciendo que contra Franco se pensaba mejor. Tal vez lleve razón. De hecho, conociendo su inteligencia, seguro que la lleva: contra el poder se piensa mejor, desde el servilismo al poder es imposible pensar.

XVII. Elite y base social: donde no existen las virtudes cívicas ni la conciencia ciudadana la elite no recibe impulsos para mejorarse y renovarse. En Úbeda no existe la ciudadanía, ergo… Así nos va cómo nos va.

XVIII. El tejido social ubetense no existe. Quiero decir: existe, pero no se pone al servicio de intereses de los ciudadanos. Quiero decir: sí se pone al servicio de esos intereses, pero según quien gobierne. Quiero decir: que aquí se “defienden” los intereses de los ciudadanos sí eso perjudica al partido que no nos simpatiza y beneficia al de la cuerda. Quiero decir: que el tejido social ubetense no existe.

viernes, 2 de enero de 2009

AÑO NUEVO, NUEVO CAMINO





Hemos cumplido con todos los rituales y nos comimos las uvas y brindamos y nos acordamos de los que no están y sabemos que nuestros brazos están deseando acunar al hijo que viene. ¿Y ya está? No, no todo es el ritual y el recuerdo y el deseo: terminó un año y otro nuevo comienza a caminar, y es eso lo importante, que seguimos vivos, que tenemos otra oportunidad de rectificar el paso, de mirar atrás para tomar fuerzas y de mirar hacia delante para otear horizontes nuevos. Caminar: he ahí lo que marca el tránsito de los años, que es un torcer esquinas para encontrarse de bruces con un camino nuevo. Y eso nos enriquece, porque los seres humanos estamos hechos de muchas encrucijadas, muchos caminos y muchos horizontes: “Somos más ricos cada año que comienza”, dijo Juan Pasquau, y llevaba razón. Somos más ricos porque hemos vivido más, lo que nos crece el alma y le da peso y aumenta su estatura, pero yo creo que somos más ricos en estos días limpios de enero por lo que queremos vivir: llevamos sobre las espaldas lo vivido y tendemos las manos hacia lo por vivir, hacia lo porvenir. Nos hace ricos el pasado, pero nos enriquece lo que nos queda por vivir, que es mucho y está intacto.

Ritualizamos la despedida del año que se fue o la entrada del año que vino, qué más da, y el ritual nos trae recuerdos y nos refresca las ilusiones. Pero queda lo verdaderamente importante: que vivimos 2008 y que lo vivimos con los que nos quieren y a los que queremos –con los otros no lo vivimos: simplemente lo caminamos intentando evitarlos–, que hemos acrecentado el caudal de nuestras memorias y que con este crecimiento –crecemos en los años que pasan– desde ayer podemos caminar este camino nuevo de 2009. Que pasa la vida sobre nosotros y pasa el tiempo y pasamos nosotros mismos, pero que somos como el río y dejamos parte lo que somos en los valles en que germinan nuestras melancolías. ¿Todo pasa y todo queda? Lo nuestro es pasar pero nos gustaría quedarnos, estar, permanecer: para eso tenemos los recuerdos, para eso forman los años muertos en nuestro fondo un lecho de humus que fructifica en ilusiones. Porque aunque tenemos la certeza de que lo nuestro es pasar nos aferramos a la posibilidad de poder permanecer: somos recuerdos que legamos a los recuerdos de otros, para no desvanecernos.

Me gusta enero: porque está limpia la carretera, despejado el otero, altísimo el sentido de la felicidad. Queremos ser felices, siempre lo queremos pero más aún en estos días nuevos de cada enero: ¿lo conseguiremos en 2009? Ojalá y la felicidad pudiera ser como un pájaro que se posara en nuestro hombro, desde ayer mismo, para silbarnos la melodía de todo el año nuevo. Y para ser felices ¿qué? La agenda inaugura el año con una frase de San Agustín: “Conócete, acéptate, supérate.” No es mal programa para ser feliz. Así que a intentarlo. Y a vivir, que no es poca felicidad.

Feliz año nuevo, pues, a todos los que queriéndome y siendo queridos, pasan por este camino y a todos los que por él transitan en algún momento del año.