martes, 30 de septiembre de 2008

LOS GUARDIAS PROTESTAN



El enfrentamiento que aún hoy mantiene el Concejal de Personal contra los policías municipales debería sorprendernos… pero menos, porque no son nuevos ni el conflicto ni sus causas. Si no lo creen, pasen y vean lo sucedido allá por el antes, durante y después de la republicana Feria de 1931.

Debió venir fresco aquel septiembre. El miércoles 23 se celebra un borrascoso Pleno Municipal, en el que algunos concejales dicen que los alguaciles están helados con la ropa de verano. Los policías de hoy se cuecen en agosto con la ropa de invierno y protestan, y aquellos de los años treinta no debían andar muy felices pasando frío. Desconocemos si los guardias protestaron en Feria, pero el 30 de septiembre el periódico «La Provincia» comenta que “durante los días de feria, se originarán inmumerables incidentes con motivo de la circulación de automóviles, pues como no están terminadas algunas de las más importantes calles, no se podrá hacer «redonda» ni direcciones prohibidas.” ¿Ven?… nada nuevo bajo el sol: problemas de tráfico en feria –¿sabrían realmente en 1931 lo que es un problema de tráfico? ¿qué dirían los pobres si vieran las colas que se forman en 2008 para ir al Recinto Ferial?– y policías municipales quejosos de sus condiciones laborales.

¿Pasaron frío los policías durante la Feria?, ¿se atascaron los coches? Lo único que sabemos es que la ciudadanía quedó descontenta con la Feria, llegando a pedir la prensa local que se hiciera una Feria digna de Úbeda o no se hiciera ninguna. Terminada aquella Feria que no gustó a nadie, vuelve el Ayuntamiento a celebrar Pleno, esta vez el viernes 9 de octubre. Y otra vez reluce el descontento de los municipales: satisfecha su necesidad de ropa adecuada al frío, piden… mejor sueldo y horario de ocho horas como los demás funcionarios.

Debieron ser diligentes los gobernantes republicanos solucionando el problema con los municipales. Y habiendo pasado al grupo de funcionarios bien tratados –ropa adecuada, sueldo y horario digno– no tarda la ciudadanía en recordarle sus obligaciones al inspector municipal y a sus guardias. El 16 de mayo de 1932 la Redacción del semanario «Vida Nueva» le pide a inspector y subordinados que dejen “de lucir el tipo” –¿tan guapetones se veían con sus uniformes nuevos?– y tomen las medidas necesarias para impedir que los alrededores del Ideal Cinema fuesen un meadero colectivo los días de función. Y les pide diligencia, ahora que “nuestros agentes han de estar más descansados al disfrutar de la jornada legal de trabajo”.

Ya ven: hoy, como en 1931, hay guardias con frío o calor y que quieren –como todo trabajador– trabajar menos y mejor y cobrar más. Y hoy, como hace setenta y siete años, los ubetenses exigen buena Feria y concejales y guardias que cumplan su deber. La vida es un tiovivo: en 2008 vuelve 1931.

(Publicado en Diario IDEAL el 29 de septiembre de 2008)

MEMORIA HISTÓRICA: LA FERIA DE 1939



Uno de los grandes debates de los últimos meses viene siendo el de la memoria histórica. Pero como todo en este pobre país de miserables, este debate no se basará en argumentos de altura sino en el navajeo político más típicamente español. Y así, pudiera ser que la memoria histórica acabe convertida en un nuevo arrojarnos muertos desde el españolísimo “…y tú más”.

¿Tiene sentido “remover” los muertos de la Guerra Civil? Sí, lo tiene. Estoy absolutamente convencido de ello. Pero resulta que remover los esqueletos no puede ser llegar a la conclusión de que fueron buenos todos los de un bando y malos los del otro. Triste camino habríamos recorrido para llegar a ese puerto: ha llegado la hora de que este país nuestro reconozca que en la retaguardia republicana se asesinó a auténticos criminales que amasaron su riqueza sobre el hambre y la miseria y la humillación y la represión de los campesinos o los obreros… pero también a hombres buenos que no tenían más delito que el de ser cofrades o católicos; y ha llegado la hora de reconocer que no todos los fusilados por Franco fueron demócratas y liberales –¿qué democracia defendían los stalinistas del PCE?– y que entre tanto fusilado y torturado los había que cometieron auténticas aberraciones durante la guerra. Aún así, los fusilamientos masivos de los franquistas son una aberración. Pero reconocer que ante los pelotones de Franco cayeron justos y también viles nos ayuda a entender que la recuperación de la memoria debe basarse en dos premisas fundamentales: que la democracia española no puede proceder a una “beatificación” masiva de los fusilados por los vencedores de la guerra, como si entre ellos no hubiera habido monstruos similares a algunos de los fusilados por los “rojos”; y que es una cuestión de justicia y de dignidad que los fondos públicos ayuden a las familias –a los hijos, a los nietos– a recuperar los restos de sus muertos para enterrarlos dignamente, con independencia de cuál fuese su comportamiento durante aquellos años de plomo.

La memoria también nos lleva a 1939: en medio de tanto dolor, hubo Feria en Úbeda. Y resulta que mirar hacia aquel año y aquella Feria ayuda a comprender la difícil situación que se vivía en una España devastada en la que los administradores de la victoria querían también administrar venganzas. Viajemos pues, brevemente, a aquella Feria del Año de la Victoria.

Desde el 1 de abril de 1939 comenzó la nueva España a cobrarse víctimas en Úbeda. Nos cuenta Juana López Manjón que asentadas ya las nuevas autoridades, a las clases trabajadoras se les cerraron los hornos y que, cada amanecer, se paseaban los falangistas por las calles con grandes cestos llenos de pan caliente: el que quería pan tenía que denunciar. Denunciar a los maestros de escuela, a los afiliados a partidos republicanos y obreros o a los sindicatos. El pan se convirtió en una herramienta política y en la Feria de 1939 –llena de procesiones, desfiles militares y misas– no figuró el reparto de pan entre los pobres como una de las atracciones, algo que volvería a ser normal a partir de 1940 y hasta mediados los años cincuenta. Pero en 1939 el pan y el hambre eran instrumentos de presión sobre los vencidos, que eran los pobres.

Desde abril hasta el inicio de la Feria fueron asesinadas en Úbeda 43 personas: 21 ubetenses y 22 forasteros, obreros de Sabiote, Torreperogil o Rus traídos a la cárcel de Úbeda y allí torturados, golpeados y luego, si sobrevivían, fusilados en las tapias del cementerio. Cuentan que la Casa del Jodeño estaba llena hasta los topes de presos; los calabozos de las antiguas Carnicerías también. Y cuentan que uno de esos presos –un joven– saltó desde la Torre del Reloj desesperado, porque era incapaz de resistir una nueva sesión de tortura. Cuentan, cuentan…

Pero, ¿qué cuentan de aquella primera Feria en que volvieron banderas victoriosas? Para la Feria de 1939 el Ayuntamiento editó un programa de auténtico lujo, con cuarenta páginas, lleno de anuncios y de textos de las nuevas autoridades de la ciudad. Un documento excepcional para comprobar lo que pasaba en la ciudad y para penetrar en muchos de los significados profundos del enfrentamiento entre españoles. ¿Qué fue la Guerra Civil?, ¿un enfrentamiento entre izquierdas y derechas?, ¿entre ricos y pobres?, ¿entre católicos y ateos?, ¿entre fascistas y comunistas?… La moderna historiografía señala como línea básica para entender el conflicto el enfrentamiento entre clases sociales, tronco desde el que ramifican los otros enfrentamientos. Y leer el Programa de la Feria de San Miguel de 1939 no hace sino abundar este convencimiento: es un programa de y para las clases medias y altas que habían ganado la guerra. No es un programa para los derrotados y aunque estos posiblemente no llegaran ni a tener el librito de Feria en sus manos, los mensajes que los vencedores les hacían llegar a través de sus páginas eran claros como el agua… y descorazonadores.

Pascual Iniesta Quintero –a la sazón Jefe Local de Falange– habla de la obra de Franco y dice que no habrá hambrientos ni hogares llenos de zozobra e incertidumbre. Pero dice también que “unos no habrán hecho más que pagar a la Justicia el tributo que le debían”: son los fusilados. Fusilados, sí, los que asaltaron la cárcel y asesinaron en julio de 1936, y los que pasearon a las gentes de derechas –¿no había entre estos quienes también debían “tributo” a la justicia y a la dignidad del hombre?– y los que torturaron a los curas y los que quemaron las iglesias. Pero fusilados también hombres honrados que no habían cometido más crimen que el de creer en una España democrática, liberal, europea, laica.

A continuación, José Mourille López habla de una Úbeda “animosa y optimista”. Pero mucho nos tememos que en aquellos meses terribles al menos la mitad de Úbeda no podría celebrar la Feria con los ingredientes recetados por Mourille. Porque muchas familias tenían a los padres o a los hijos o a los hermanos presos –también a las madres o a las hijas: al menos dos mujeres fueron asesinadas en 1939–. Porque muchas familias no sabían dónde estaban sus seres queridos, si más allá de la frontera con Francia o en los montes –escondidos– o en los hospitales o en los campos de concentración del franquismo. Porque si el pan era un artículo de lujo para jornaleros y albañiles y canteros, ¡cuánto más lo serían los juguetes y los carruseles de la Feria!

Andrés Arias Bordés, el Secretario Local de Falange, reconoce que hay heridas abiertas, pero aventura que para la Feria, Úbeda “sabrá dar rienda suelta a sus alegrías”. ¿Úbeda?, ¿qué Úbeda? La mitad de Úbeda, la de los ganadores que se negaban a cerrar heridas, por más que en un texto sangrante Enrique Puyol Casado, diga que Úbeda “ciudad católica y noble quiere olvidar con un gesto de perdón las heridas –aún sin cicatrizar– con que desgarraron sus carnes y su alma unos hombres sin corazón que no eran sus hijos aunque en ella nacieran”. ¿Es necesaria más claridad? ¿Puede expulsarse más nítidamente del patrimonio ético de una ciudad a los que tienen ideas distintas? No quedaba hueco en la Úbeda de 1939 para los derrotados.

Ya hemos dicho que la programación de aquella Feria fue la viva imagen del bando vencedor: procesiones de la Virgen de Guadalupe y San Miguel y de la Virgen del Rosario, misa de campaña con juramento de la bandera por parte de los falangistas ubetenses, conciertos de bandas militares… e iluminaciones y toros y cucañas y marionetas. Y fuentes de vino que se instalaron –ya se habían instalado por ver primera en la Plaza de Toledo en 1833, cuando subió al trono Isabel II– en la Gradeta y el Patio de Santo Tomás, en el Altozano y en la Fuente de la Mandrona. Y allí, en ellas, escondidos de los vencedores, podrían los “rojos” beber del chorro rojo para ahogar sus penas y sus miedos. Tal vez las fuentes de vino fueron las únicas atracciones de que disfrutaron los pobres en la Feria de 1939: a falta de pan, bueno debió ser el vino peleón. Porque después de la Feria siguieron los fusilamientos, durante muchos años: hasta que 19 de noviembre de 1946 fusilaron al último ubetense. Fue en la tapia del cementerio de Jaén. Tenía 38 años y era campesino. Se llama Nicolás Hortal Ortiz.

(Publicado en Diario IDEAL –Especial Feria de San Miguel– el 29 de septiembre de 2008)

lunes, 29 de septiembre de 2008

...Y DIOS TOREÓ EN ÚBEDA



Por la Plaza de Toros de Úbeda han pasado todas –o casi todas– las grandes figuras que en el toreo han sido. También José Tomás, ese Dios de la tauromaquia que aventura un nuevo evangelio del toreo. Mañana se cumplen diez años de la primera y última vez que José Tomás toreó en Úbeda.

Desde que el 31 de marzo de 1997 el torero madrileño cuajara una extraordinaria tarde en la plaza de Arlés, toreando junto a Joselito y Ponce –que expresó abiertamente sus reticencias hacia Tomás: “el nuevo está loco”–, se fraguó una sorda lucha entre la decadente figura del torero manierista y el profeta de la revolución torera. La guerra entre los dos toreros crecía en cada corrida que toreaban juntos, mientras San Isidro catapulta a José Tomás a ídolo de una afición aburrida de “figuritas de mazapán” (Javier Villán dixit). Y así, en contenido pulso llegan a la Feria Grande de Bilbao de 1998, en la que José Tomás se cae sin muchas explicaciones de la tarde en que tenía que haberse enfrentado a Enrique Ponce. Los detractores de José Tomás –que coincidían palmo a palmo con los devotos de Ponce– no dudan en arremeter contra Tomás. Pero Ponce y Tomás tenían otra cita pendiente: el día de San Miguel en Úbeda, en una corrida en la que tomaría la alternativa Carnicerito de Úbeda.

El de Úbeda habría sido el último cara a cara entre los dos diestros: entre la culminación momificada del toreo que iniciara Belmonte –Ponce– y el vendaval de un tiempo nuevo para la tauromaquia –Tomás–. Pero no pudo ser: Enrique Ponce envió un parte médico y el ubetense Paco Delgado fue contratado para sustituirlo. Si en Bilbao rehuyó la pelea José Tomás, en Úbeda fue Ponce el que se retiró: la guerra del toreo se planteaba ya en otros términos, porque en la temporada de 1999 los apoderados de Ponce y de El Juli pactarían, soto voce, una especie de boicot a José Tomás, evitando que sus toreros se enfrenten a él. La guerra será total cuando el apoderado de Ponce hable despectivamente de él tras su actuación en la Maestranza. Pero luego, el público de Madrid compensaría con creces al héroe de Galapagar: Ponce fue abucheado en Las Ventas, mientras José Tomás ascendía al Olimpo de los ídolos.

Dejando de lado esas batallas taurinas, hay que recordar que aquí, en Úbeda, también toreó Dios. Fue hace diez años: José Tomás cerró su temporada del 98 con una faena memorable ante su primer toro, un flojo bicho de Gavira. Frente a chiqueros, bajo la música, en una tarde gris y triste de otoño cuajó series inolvidables con la muleta. Sin enmendarse, jugándose el cuerpo –que es la vida–, vertical como las torres de Santiago… El público lo premió con dos orejas pero luego, cosas que pasan, los entendidos del Trofeo “Lagartijo” decidieron que ese año nada de lo visto en San Nicasio era digno del Trofeo. Y lo dejaron desierto.

(Publicado en Diario IDEAL el 28 de septiembre de 2008)

viernes, 26 de septiembre de 2008

CINISMO Y DESESPERANZA



Mientras en España los políticos siguen a lo suyo, que es el trapicheo de puestos en el Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional –¿todavía se sorprende alguien de que no haya ni un ciudadano inteligente que se tome ya en serio la administración de justicia?–, el resto del mundo se sabe al borde del precipicio. Esta crisis no es un resfriado pasajero: es el comienzo del fin de la era del petróleo: un mundo nuevo y desconocido viene de la mano de la crisis, que también nos enseña que al final el liberalismo era esto.

¿Recuerdan ustedes los discursos de la derecha desde la revolución conservadora de Reagan y Teatcher? ¿Recuerdan ustedes como se decía que la panacea de la economía universal eran los impuestos bajos, la reducción de servicios públicos, la liberalización de las relaciones laborales, la desprotección social de los trabajadores? ¿Recuerdan ustedes las políticas brutales de recortes en derechos laborales? ¿No conocen a cajeras de supermercado que trabaje horas y horas de pie estando embarazada? ¿Y a mujeres que no disfrutan de la baja de maternidad para no ser despedidas? ¿No saben el nombre de ningún trabajador que cobra 800 euros mientras su empresa multiplica los beneficios mes tras mes? Ya ven, treinta años diciéndonos que los trabajadores teníamos que renunciar a becas, prestaciones o sanidad, que había que adelgazar el sector público y potenciar la libertad en las relaciones económicas y laborales, treinta años diciendo que el estado no tenía que intervenir en el mundo económico porque a menos estado más riqueza para todos, que lo bueno era que se entendieran trabajadores y empresarios porque el interés era común, treinta años clamando por la desregulación, por la liberalización y por la privatización, y ahora resulta que en esta crisis que han provocado los ricos, los liberales acuden desesperados a que papá estado recomponga –si puede– los platos rotos. Y los estados del mundo entero, con Estados Unidos a la cabeza, proyectan desesperados planes de salvamento para rescatar bancos y grandes empresas. Bush –uno de los hombres más estúpidos desde los tiempos de Adán– lo ha dejado claro: o el estado salva a los ricos o vamos al caos. Y el dinero que los liberales no quieren que se gaste en pensiones y desempleo se va a gastar ahora en intentar sortear los obstáculos que banqueros y constructores han puesto en los caminos del futuro. Ayer mismo, Forges esperaba que “se exijan responsabilidades penales a los directivos de los bancos que con tejemanejes desvergonzados han gausado esta crisis fundial”, pero eso no pasará.

Tony Judt señala que el cinismo de las clases dirigentes y la desesperanza de amplias capas de la sociedad llevaron a los totalitarismos y a la II Guerra Mundial. El cinismo ya lo padecemos. Esperemos que alguien –la socialdemocracia, la democracia cristiana– sea capaz de finiquitar la revolución conservadora y de frenar la desesperanza.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el día 25 de septiembre de 2008)

viernes, 19 de septiembre de 2008

CAMINOS DE SEPTIEMBRE



Me gusta el fresco discurrir de septiembre, que me trae estampas de la infancia: estos días el agua de la alberca se tornaba verde y estrenábamos libros y cuadernos, y, un domingo inopinado, nuestros padres nos levantaban todavía de noche a mis hermanos y a mí, mientras vibraba la campana del Reloj y el aire quieto se llenaba de cohetes y de prisas. Era, junto con el Viernes Santo, el día del año en que más madrugábamos: había que despedir a la Virgen de Guadalupe. Y esa despedida era la de todo el verano, como un torcer esquinas e iniciar nuevos caminos.

El domingo volví al Molino de Lázaro, como cuando era niño y el sueño me escocía en los ojos. Estaban allí María Luisa y mis amigos y mi padre y mis tíos. Estaban –aunque estén ya en otro lugar– El Viejo y Pepe Dueñas y... Muchos de los que el domingo subieron con sus emociones de siglos a despedir a la Virgen no estarán cuando vuelva, allá por la primavera. Y otros, entonces, acunaremos a nuestro hijo entre el rumor de plegarias, deseando que un día reciba a la Virgen con el recuerdo de las emociones que sus muertos dejamos allí. Se irán unos, sí, y otros vendrán a rellenar huecos y componer esperanzas nuevas. Y en el trasiego de los caminos de la vida se cruzarán las existencias de tantos ubetenses como llegaron a esta devoción sin edades hacia la Virgen del Gavellar, tantos ubetenses que en esa fe de niño amanecido seguirán sosegando impulsos de los siglos nuevos. El tiempo y su rueda invisible que todo machacan no podrán, sin embargo, borrar esta tradición ubetense: subir, un domingo limpio de septiembre, a decirle adiós a la Virgen de Guadalupe, a mirar como con Ella se van por los caminos del campo las peticiones y los agradecimientos de todo un verano, de una vida entera. Porque un día nuestros hijos y nuestros nietos sentirán la necesidad de beber aguas limpias para el corazón, porque necesitarán una costumbre que amarre las carreras de sus vidas y sus prisas, y un puerto en el que refugiarse cuando arrecien los grises vendavales. Y entonces descubrirán la mañana del verano roto cuajada de músicas y silencios.

Es agradable el camino de la Romería Chica, carretera arriba por el paisaje monótono de olivos, contra el telón de fondo de los montes azulísimos y lavados; cuesta de Guadalupe abajo por entre lo que antaño fueron trigales, caminando hacia el arroyo escondido y los juncos y los pinos del santuario al que tantas veces –tantos años– llevaron los ubetenses urgencias y angustias para traer la Virgen a Úbeda y pedirle que arreglara los desaguisados de Dios –las plagas, la peste– y de los hombres –la guerra, las revoluciones–.

Hemos andado estos caminos de septiembre. Caminos viejos que trazaron sobre los campos muchos pies que anduvieron por ellos antes que los nuestros, y por los que seguirán caminando otros pies cuando nosotros ya no estemos. Y en los caminos y en la mañana añil, la vida nos dijo que vivir es caminar, breve jornada como advertía Quevedo pero siempre caminar…

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de septiembre de 2008)

lunes, 15 de septiembre de 2008

OTRO ATROPELLO POLÍTICO



A ver, hay cosas que preferiríamos no tener que poner en este blog, sobre todo en días como hoy en el que unos cuantos jóvenes de estos para los que todo vale –también vale conducir borrachos– se han dejado sobre la carretera la vida del bueno de Santiago Lizana. Pero es que los políticos de todos los partidos y todos los colores –salvo el color rojo de la vergüenza, que ese no lo conocen– se han propuesto hervirnos la sangre. Ahora nos salen con una bestial subida del Impuesto de Bienes Inmuebles, que tienen medio en silencio para que todavía tardemos un poco en acordarnos de la maldita casta que los trajo al mundo.

Nuestro amigo Ramón Beltrán, con la agudeza y conocimiento de las leyes que esta república bananera que es España publica en el BOE para machacar a los ciudadanos, ya ha dado la voz de alarma en el cuaderno de la Asociación “Alfredo Cazabán”. Los que quieran una aproximación más técnica al tema no tienen más que mirar en
http://alfredocazaban.blogspot.com/2008/09/la-mejora-de-la-financiacin-local-era.html

Aquí nos contentamos con dejar constancia cabreada de este nuevo atropello que se nos viene encima. Y vemos, con absoluta desolación, que sí, que la nueva financiación local era esto: que esa panda de administraciones incompetentes que son las comunidades autónomas sigan derrochando dinero mientras los ciudadanos tienen que sufrir sobre sus cargadas espaldas, la crisis, la falta de recursos de los ayuntamientos y la incompetencia generalizada de una clase política que va adquiriendo caracteres de plaga de langosta. Con una generación más que duren políticos de esta calaña, no queda en España nada digno ni decente ni limpio ni esperanzador. Mejor fuésemos los ciudadanos planteándonos un plante frente a toda la casta política, porque creo que es el único recurso verdaderamente democrático que nos queda. Mientras, a joderse tocan –otra vez– con los recibos del IBI.

sábado, 13 de septiembre de 2008

EL HOMBRE DE LA PAZ



Se cumplieron ayer 35 años del golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende y aquellos hechos siguen invitando a la reflexión.

Lo reconozco: me siguen emocionando las últimas palabras que Allende pronunció en Radio Magallanes, pasadas las nueve de la mañana de aquel día triste. La Moneda ya estaba rodeada, todavía los aviones no habían comenzado el bombardeo, pero todos sabían que el guión escrito por el destino se resolvería de manera trágica. Allende se dijo decepcionado ante la traición de las fuerzas armadas, alzadas contra un gobierno democráticamente elegido. Durante tres años Chile había vivido un experimento de transformación que, desde la democracia y el respeto institucional, debía llevar al socialismo. ¿Qué socialismo quería Allende? Pese a los flirteos con Cuba su fina personalidad debía sintonizar más con el modelo socialdemócrata europeo, pero le faltó el coraje necesario para imponerse a las veleidades revolucionarias –revolución de opereta hispanoamericana– de algunos sectores de la Unidad Popular. Creo que la de Allende era una apuesta definitivamente democrática porque estoy convencido de que no creía posible en Chile –ni deseable– el sistema comunista de partido único, tan contrario a la tradición chilena. Si tal y como deseaba hubiera sido posible un gran pacto entre la izquierda y la Democracia Cristiana el modelo chileno habría avanzado hacia un estado del bienestar, pero incluso esto era un peligro para los intereses de los Estados Unidos y de las oligarquías chilenas. Por eso se incitó primero al boicot contra el gobierno de la izquierda y luego a un golpe de Estado pleno de brutalidades.

La mañana chilena del 11 de septiembre de 1973 es ya una de las más tristes de la historia de la libertad, pero también una de las más dignas. “Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo” le anunciaba Allende a los traidores, que ciertamente tenían la fuerza y el poder pero que –como vaticinó el presidente– no pudieron segar la semilla entregada “a la conciencia digna de miles y miles de chilenos”. Continúa luego el discurso en tonos patéticos, dirigiéndose el presidente a los trabajadores, a las mujeres, a los jóvenes, a los profesionales… Es un discurso de despedida: Allende sabe que va a morir y que el metal tranquilo de su voz será callado. Sabe también que el suyo es un gesto altísimo de dignidad que no podrá olvidarse: realmente su sacrificio no fue en vano y la lección moral de su resistencia y su suicidio hace más vil la figura de Pinochet.

Allende frente a Pinochet. He ahí el drama cósmico de aquella mañana de septiembre. No sé, pero hoy me gustaría pensar que llevaba razón aquel presidente que Benedetti ha llamado “el hombre de la paz” y que están abiertas “las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. No sé, pero hoy me gustaría sentarme en una hermosa plaza liberada a llorar por los ausentes, mientras los niños cantan “a una vida segada en La Moneda”.

(Publicado en Diario IDEAL el 12 de septiembre de 2008)

viernes, 5 de septiembre de 2008

ALREDEDOR DEL TIEMPO



Hay poetas que se descubren demasiado tarde y a mí me ocurrió con Rafael Guillén: una tarde de abril en Granada compré un lote de libros que vendían al peso, y perdido entre ellos estaba “Los alrededores del tiempo”. No recuerdo los meses que tardé en llegar a “una calle con naranjos/ donde pasea mi presente”, pero fue demasiado tiempo, seguro, porque Guillén es un poeta que hay que descubrir con urgencia para que su palabra are, pronto y hondo, las espumas marinas que nos elevan el alma.

La poesía bulliciosa encandila en la primera lectura, pero está vacía y no deja posos en la fértil hondura del corazón: la poesía fácil y palabrera de Alberti, por ejemplo. Pero otra poesía –y es la verdadera– en el primer acercamiento apenas si roza, casi se insinúa, y deja sin embargo una marca de claridad en la conciencia que se convierte en faro hacia el que caminar por entre las tinieblas de la existencia: es esa la poesía de Rafael Guillén. Poesía honda –versos hondos, honda humanidad que tremola de viento lírico en cada esquina del poema– que se remonta hasta los mejores clásicos y los baña en tiempo nuevo. Sólo cuando la poesía construye una verdad de palabras que pesan y laten, puede transfigurar el fondo del lector. Ya no se trata de pasar por sobre el poema y emborracharse de él: se trata de llegar y arañar el poema, trabajosamente, y de penetrar la tierra que lo sustenta para alimentar de lirios y vencejos las praderas en las que habitan nuestras soledades, y encontrar trincheras en las que negarse a la muerte. O sea, que está el poema que ciega por un instante y luego se borra, y está el poema que llega como un lento reguero de agua o de sangre, y que empapa y transforma nuestra visión de la realidad: así, la obra de Rafael Guillén.

¿Es Guillén un poeta menor? Ni mucho menos, pero ocurre que no se ha expuesto a los focos de las vanidades literarias. Recluido en su Granada natal –dicen que vive en un carmen frente a la Alhambra, como un ermitaño de la belleza– ha cuajado una obra densa y a la par grácil, elevada. Su poesía es esencialmente granadina, o a mí me lo parece: está hecha de sombras y de rumores y silencios y de cipreses en los que una pajarería eleva su cántico sin edades. Pero por ser granadina hasta la médula, es una poesía universal y luminosa. “Se existe por instantes de luz. O de tiniebla”: he ahí la verdadera voz poética, que parte de la sima profunda de un hombre que tiembla desvalido y vaga hasta gravitar sobre las auroras. Ascender, pues, desde los veneros del agua y el silencio para encontrar la altura de las torres y los surcos de los vencejos: ¿no es toda la obra de Guillén una obra escrita sobre el colchón moral de la belleza?

“Me tenderé a lo largo de Granada”. Rafael Guillén escribe, sí, tendido a lo largo de Granada, que es la mejor manera de tener los ojos abiertos hacia el cielo blanqueado de la eternidad, el modo exacto de hacer una poesía que sea “materia traspasada/ por un haz de infinitas transparencias”.

(Publicado en Diario IDEAL el 4 de septiembre de 2008)