viernes, 30 de mayo de 2008

NOSOTROS, LOS FRACASADOS



Hay que escribir un manifiesto de los fracasados, esa mayoría: nosotros, los que apenas podemos apuntalar sueños ni ilusiones, los que tenemos un trabajo que han conseguido que no nos guste, mal pagado y despreciado, los que no llegamos a fin de mes y hemos descubierto que siempre vale menos el bueno por conocer. Nosotros: los fracasados.

Un día creímos que el viento podía soplar en la dirección que señalan las veletas levantadas sobre los tejados de nuestra existencia: eso es la utopía. Y nosotros soñamos: creímos que era posible un mundo mejor en el que todos los niños tendrían pupitres y estrenarían libros y cuadernos en septiembre, un mundo de pan y de agua repartidos y en el que habría mantas para el invierno, un mundo que ajusticiaría a los generales que no dejan que las sobras de los saciados lleguen a su pueblo hambriento y barrido por los tornados. Eramos soñadores porque todo estaba intacto y porque nos emocionábamos con los discursos de Azaña y de Allende o con los poemas de Machado o ante las manos machacadas de Víctor Jara. Y porque escribíamos poemas y deseábamos poder mirar la vida desde un rascacielos de Nueva York, y queríamos ser poetas o escritores y ganarnos la vida con nuestras palabras. Pero al final hemos descubierto que los huracanes de la vida arrasan los sueños y las veletas y queda tan solo un amasijo de hierros retorcidos: la realidad. Porque los vientos soplan donde quieren las eléctricas y los bancos y los políticos que entregaron el reino de sus ideas por un caballo en los clubes hípicos de los barrios bien. Y en medio de los vientos y las ruinas de la vida quedamos nosotros, los fracasados.

Tuvimos ilusiones: era ayer mismo. Y estábamos convencidos de que el esfuerzo de nuestros padres –sus desvelos, su falta de vacaciones, sus ilusiones– para que fuésemos a la universidad serviría para algo. Porque nos dijeron que prospera el que se esfuerza, que en nuestro mundo se recompensa a los que ambicionan saber más y a los que se sacrifican: es mentira, que triunfan sólo los rastreros. Nos han atado en las orillas de la historia y vemos que sobre las hogueras de nuestra ilusión se elevan las pavesas de la esperanza agitadas por la brisa de la derrota, que ardieron nuestros sueños mientras pensábamos que era posible abrazar el mundo. Sólo somos un montón de cenizas, cada día más frías, cada vez más apagadas. Cenizas: nosotros, los fracasados.

Han pasado los años. Y hemos descubierto que las causas justas son ya causas perdidas y que no merece la pena luchar por nada porque nada puede cambiarse: los ruines, los imbéciles, los serviles, han ganado la partida. Tal vez nuestros hijos o nuestros nietos puedan dedicarse a la tarea de retirar escombros para hacer transitables las alamedas de la esperanza. A nosotros nos cabe solamente apretar los dientes, aguantar el vómito o las lágrimas y la rabia. A nosotros, los fracasados.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén, Granada y Almería, el día 29 de mayo de 2008)

jueves, 29 de mayo de 2008

SE APAGAN DERECHOS



El 29 de junio del año pasado el ministro de Industria del momento, un tal Joan Clos i Matheu –que el diablo guarde y confunda–, andaba en la embajada española en Astaná, capital de Kazajistán. Para cometer sus barbaridades los políticos siempre se han hecho los suecos, pero Clos decidió no viajar a tan civilizado país como Suecia –no fuese que se le pegase algo de respeto a los ciudadanos– y se fue al Cáucaso a firmar el Real Decreto 871/2007 por el que se ajustan las tarifas nocturnas a partir del 1 de julio del año pasado.

A estas alturas el Decreto sigue siendo un gran desconocido para muchas familias españolas, pero en apenas un mes se sumará a las pesadillas que ya sacuden sus bolsillos. Entre las muchas barbaridades decretadas –en cualquier país civilizado los juristas del Estado reclamarían el derecho de objeción de conciencia antes de escribir tales cosas– está la del artículo 1, que sin pudor alguno y por adelantado dice que entre el 1 de julio y el 30 de septiembre de 2007 las eléctricas españolas tendrían (tuvieron) un déficit de… ¡750.000 miles de euros! (perdonen la expresión, pero el lumbreras que redactó el artículo puso eso: “750.000 miles de euros”). Claro, y nosotros nos chupamos el dedo: las eléctricas pierden dinero y por eso hasta hace unos meses andaban todos locos perdidos por ver quien se quedaba con el negocio. ¿Recuerdan ustedes el follón empresarial y político que se montó con lo de la opa a Endesa? ¿De verdad piensan que si las eléctricas perdieran tanto dinero iban a andar a tortazo limpio para comprarlas?

Más allá de esta burla de nuestra inteligencia, el Decreto atenta directamente contra los intereses de millón y medio de familias: su disposición transitoria primera dice, literalmente, que “A partir del 1 de julio de 2008 desaparece la tarifa 2.0 con discriminación horaria nocturna”. Sin más explicaciones. ¿Qué significa esto? Pues que a partir del 1 de julio próximo los contratos que cientos de miles de españolitos tienen firmados con las eléctricas dejan de tener validez jurídica. O sea, que esos contratos no sirven, que son papel mojado; que si esas familias se gastaron un buen dinero para instalar acumuladores de calor, ahora su inversión pasa a engrosar la lista de beneficios de las eléctricas; que nos dejan sin tarifa nocturna porque sí y por el morro. Y tan porque sí que a fecha de hoy las eléctricas todavía no han comunicado a sus clientes que, de acuerdo con el capricho del gobierno del Reino –me resisto a escribir “gobierno de la Nación”, porque eso significa ciudadanía y derechos, que aquí se han pisoteado–, el 1 de julio sus contratos dejan de tener validez jurídica y que están obligados a acogerse a otra situación. Porque para más burla y escarnio de los ciudadanos, el infame Decreto establece que es obligación de los consumidores el comunicar a la empresa a cuál de las nuevas tarifas desean acogerse, adjudicando el Real Decreto tarifas por cuenta propia para los indefensos y desinformados ciudadanos que no hagan las gestiones a que se les obliga. Las asociaciones de consumidores ya han recomendado, sabiamente, que nadie mueva un dedo en este sentido: pedir un nuevo contrato es dar por buena la aberración jurídica que supone el Decreto.

En cualquier caso, en unas semanas asistiremos con absoluta impotencia a una violación masiva de nuestros derechos. O de nuestros supuestos derechos, porque los calambres que produce el Decreto dejan clara una cosa, por si alguien tenía dudas: los españoles seguimos teniendo más de súbditos de señores feudales que de supuestos ciudadanos en un país teóricamente constituido en Estado Social y Democrático de Derecho. Eso por no hablar de que nos consideran imbéciles y hasta puede que tengan razón: sin ir más lejos, el ministro Sebastián –sí, ese que hizo el ridículo en las elecciones municipales en Madrid– tiene la cara dura de decir que no desaparece la tarifa nocturna sino que se amplía. Y se queda tan ancho.

Este Decreto del gobierno –y la actitud cobarde, cuando no chulesca, de sus ministros de Industria– deja a España en situación jurídica similar a la de las repúblicas bananeras, por la inseguridad jurídica que genera. Con el Decreto 871 nos acercamos más a Venezuela o a Bolivia que a los países democráticos con los que en Europa compartimos espacio pero no comportamientos ni ideales, según parece. Miles de familias se acogieron a la tarifa nocturna que ahora desaparece con el convencimiento de que en un Estado de Derecho los contratos tienen fuerza de ley. Comprueban ahora que no es cierto: que aquí lo único que tiene fuerza de ley es la obligación de que entre todos paguemos el creciente negocio de las eléctricas. Para un Estado de Derecho garantizar la seguridad jurídica es fundamental, pero después del Decreto 871/2007, ¿quién puede garantizarnos que dentro unos años no se volverán a cambiar por real decreto nuestros contratos con las eléctricas, si así conviene a los intereses de las mismas o a los caprichos de los políticos de turno?

El Decreto del apagón no sólo se burla de los ciudadanos y apaga sus derechos: además, se orina encima de la Constitución, por más que los jueces y los constitucionalistas –que se la cogen con el papel de fumar de los poderosos– le hagan palmas a la validez jurídica de la norma. Pues muy bien: pero a los que cobramos bastante menos que los magistrados del Tribunal Constitucional nos costará creer, a partir del 1 de julio, en el artículo 1.1. de la Constitución, ese que dice que España se constituye en un Estado Social y Democrático de Derecho que –entre otros– propugna como valor supremo de su ordenamiento jurídico la justicia. O consideraremos que resulta indiferente para nuestros supuestos derechos que figure en el texto constitucional el artículo 9, pues el Real Decreto 871/2007 dinamita la seguridad jurídica, dejando a los ciudadanos al albur de los caprichos de los políticos y de las multinacionales. Y por supuesto nos parecerá que se ríen de nosotros cuando nos reciten el artículo 24 para decirnos que los ciudadanos no podemos quedarnos indefensos. Por no hablar de la chanza que producirá el artículo 39, ese que burlonamente dice que “Los poderes públicos aseguran la protección social, económica y jurídica de la familia.” Y, para terminar, quedará convertido en puro esperpento el artículo 51.1., que habla de que “Los poderes públicos garantizarán la defensa de los consumidores y usuarios, protegiendo, mediante procedimientos eficaces, la seguridad, la salud y los legítimos intereses económicos de los mismos.”

Hace poco le preguntaron a Luis Francisco Esplá –filósofo de la vida– qué le habría gustado ser si no hubiera sido torero: respondió que un bandolero romántico, de aquellos que en el siglo XIX robaban a los ricos en las serranías andaluzas para darle a los pobres, porque dejó bien claro que los bandoleros de hoy van de traje y corbata y a esos no quiere parecerse. Lo que no dijo es que los nuevos bandoleros ocupan ministerios y desde Astaná le roban a los pobres para darle a los ricos.

Se están poniendo caros la luz y el ser español, porque difícilmente puede uno creer en un país que se ríe a carcajadas de sus ciudadanos. Tal vez lo que pretende el gobierno, poniendo la luz a precio de oro, es que vivamos a oscuras para no ver la triste realidad de este país que no acaba de salir de las oligarquías y los caciquismos. Goethe, cuando moría, pedía más luz, para ver los caminos de la eternidad. Ahora tendremos que recorrer a oscuras el estrecho y mileurista camino del día a día. Se lo debemos al bandolero Clos: que el diablo lo guarde, sí, pero lejos, muy lejos de nosotros, que no necesitaremos verlo para acordarnos de él y de todos sus ascendentes el martes 1 de julio.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén, Granada y Almería, el día 28 de mayo de 2008)

¡¡¡NO AL FIN DE LA TARIFA NOCTURNA!!!

lunes, 26 de mayo de 2008

BIENVENIDA A UN AMIGO



El viernes recibí la grata noticia de que un muy querido amigo (más bien casi un hermano: y sirva este título para el resto de miembros de su familia) descubrió este Cuaderno, lo que le hizo perder toda una tarde de estudio. Eso, por no contar la confusión en que se metió con cierto artículo sobre El Salvador que anda por aquí. El amigo recién aterrizado en estos lares es Andrés Fuentes, y la alegría de saberlo visitante de este invento bien merece una entrada especial. Acompañada de una de las fotos que forman parte de mi más íntima historia de la felicidad, en la que estamos él, su (mi) hermano Luis y yo: era el día de la Cruz de 1999. Y era en Granada. Con eso está dicho todo, también todo lo relativo a la amistad que nos une.

sábado, 24 de mayo de 2008

DOS (NUEVOS) BLOG AMIGOS



Dos nuevos blog se suman a la particular galaxia de este tipo de inventos informáticos en Úbeda. Y dos blog que prometen mucho: el de Alberto Román y el de la Asociación Cultural “Alfredo Cazabán”.

El de Alberto, con la originalidad y la chispa que le caracteriza, acabará convertido en un espléndido cuaderno de fotos originales, acompañadas de comentarios que sólo del humor del Petos podían salir. Así que recomendamos su visita asidua, pues los tendrá entretenidos y divertidos.

El de la Asociación “Alfredo Cazabán”, estoy convencido, derrochará esa particularidad que hasta ahora ha caracterizado a la más seria de las asociaciones cívicas y culturales de nuestra ciudad: buen hacer y crítica más que justificada contra los desmanes que día sí día también se cometen contra nuestro patrimonio artístico. Y todo ello adobado con algunas buenas dosis de “malafollá” ubetense. Por lo tanto, también queda recomendada la asidua visita a esta página recién nacida.

Que dos páginas amigas (porque amigos son sus artífices) se sumen a esta empresa de los blog es buena noticia. Para todos los que periódicamente bicheamos por este mundo y para los que quieran saber lo que pasa en Úbeda, que suele ser lo contrario de lo que dicen las crónicas oficiales.

viernes, 23 de mayo de 2008

REINVENTAR LA PRIMAVERA



Un día, si es posible que el mundo recupere la cordura, será necesario reinventar las estaciones. Y habrá entonces que escribir palabras nuevas para nombrar la primavera. No sirven ya –porque hemos borrado los tránsitos entre estaciones– los viejos nombres. ¿Cómo nombrar el milagro del tiempo cuando todo sucede durante todo el año? Hay flores en enero y melones en diciembre, pero ni las flores huelen a flores ni sabe a melón el melón: todo es plástico. ¿Qué lugar queda para la magia de las estaciones en este afán de supermercado rebosante que nos embarga? Ahora, las tardes de enero tienen vicios abrileños, que los trescientos sesenta y cinco días del año son como una primavera eterna y por lo tanto postiza. Poco sirve de este mundo que convirtiendo el año en una primavera permanente, la ha destruido.

Hay que templar los ímpetus de este progreso biónico, tecnológico y nuclear (endemoniado) que supera la medida del hombre y de la naturaleza y cava una zanja hacia la que caminamos como sombras náufragas, entre neblinas. Hay que frenar. Porque unos metros más allá está el abismo: tenemos que volver a una vida más humana, más sincera, más “primitiva”. A mí me parece que en Granada puede ensayarse esta reinvención de la vida nueva y de la primavera. Y es que el corazón se me quedó en Granada. Y sé que ya sólo allí puedo ser feliz.

En un marzo lejano descubrí el recóndito susurro de la Fuente del Avellano y comprendí que es ese un buen lugar para trazar alegrías. Fui joven en los años en los que la Vega todavía no había sido destruida, cuando se podían intuir las huertas frescas y verdes desde el Cerro del Sol –una de las vistas más hermosas que pueda tener el ser humano–. En Granada se adivina un rumor de fuentes oscuras y se sabe entonces por qué Lorca sólo pudo ser granadino: la poesía lorquiana tiene más de primavera umbrosa de musgos y piedras mojadas que del agua soleada y brillante del Generalife. Porque Granada –ciudad hecha por la delicada costumbre de la luz– sólo en la sombra encuentra su esencia verdadera. De ahí su pasión por los árboles, por el agua, de ahí esa capacidad para atraparnos y ya no dejar que salga a flote nuestro corazón: la sombra acoge y hace germinar y en ella cuaja esta melancolía que produce vivir lejos de Granada.

Se deshiló mi corazón en las tardes largas de mayo, cuando era mejor beber cerveza en cualquier plazoleta cuajada de añoranzas que asistir a clase. Allí, sí, a los pies de la Alhambra, se me quedó el corazón. Y allí me gustaría que un día –¡ah primavera que no veré terminar!– me dieran la tierra última: bajo la hierba húmeda, en la orilla del Darro, a la sombra del puente del Cadí oyendo siempre la campana de la Vela o la de Santa Ana, alimentado –con mi cuerpo vencido de granadino imposible– las flores de una primavera que fuera nuevamente el tiempo comprendido entre el amoroso frío de enero y el calor callejero de julio.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Granada, el día 22 de mayo de 2008)

viernes, 16 de mayo de 2008

REVOLUCIONES AJADAS



En primavera cumplen años las revoluciones: treinta y cuatro la Revolución de los Claveles, cuarenta el Mayo del 68: dos revoluciones ajadas.

En el fondo soy un romántico y me resulta simpática lar revolución portuguesa: los capitanes que conspiran contra la dictadura (casposa, beata, ruin) más antigua de Europa; los tanques que abandonan los cuarteles en la medianoche al son de una canción delicada y triste; los claveles que llenan las bocas de los cañones mientras gentes recién despiertas, alucinadas, ocupan las calles: ¡ah, lírica de la revolución!. El fracaso posterior del socialismo humano y portugués no resta encanto a aquella aventura: Portugal vivió una revolución hermosa, una historia digna de contarse porque es dulce como el habla portuguesa, porque enseña que nunca ganan los buenos y que siempre los arribistas corrompen el sueño trazado por los capitanes que en el mundo han sido.

Mayo del 68, por el contrario, me resulta antipático. Aquello no deja de ser una revolución de niñatos burgueses, que levantan barricadas y queman ruedas porque lo que quieren es echar un polvo sin que nadie los condene al infierno. Y eso está bien, pero lo echan a perder cuando salen con el discurso multicultural y progre, de melenitas al viento y ropajes de marca. Y cuando hablan de justicia y de derechos de los trabajadores, ellos, que se criaron en los barrios ricos de Francia. Peores son los progres españoles, que lo estropean todo cada vez que abren la boca: ahora parece que hubo legión de españoles izquierdosos buscando la playa bajo los adoquines de París. Cuentan esas batallitas para darse lustre, pero nosotros sabemos que donde no estuvieron los progres hispanos es sembrando claveles en las plazas de Lisboa: ellos siguieron el camino refinado de sus amigos de la Sorbona y ahora disfrutan de lustrosas canonjías autonómicas o telefónicas.

En un libro que tengo por ahí, Marx explica que las revoluciones consisten, más o menos, en que los niños bien utilizan a los obreros para ocupar las calles y luego, cuando consiguen lo que quieren, llaman a los generales para que restablezcan el orden, no sea que a la chusma le de por pensar que todos somos iguales. El Mayo francés revoluciona de esa manera: por eso le gusta tanto a los revolucionarios de chalet y buenos coches y bonitas historias de solidaridad, que siempre es un mochuelo que duerme en el olivo del vecino.

En el abril de los capitanes portugueses no hay niñatos que abandonan a los trabajadores: allí perdieron todos y juntamente, los soldados revolucionarios y los trabajadores ilusos que soñaron que es posible la justicia. Y unidos y vencidos se deslizaron –Lisboa abajo, Tajo abajo– hacia las aguas del mar, que es el morir, y allí se hundieron como un galeón venido del Brasil y esto dignifica la Revolución de los Claveles, como a casi todas las derrotas. Mientras, Mayo del 68 es una momia ruidosa que aún llena nuestra vida de estúpidos y correctos discursos, repetidos discursos, hueros discursos.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén, Granada y Almería, el 15 de mayo de 2008)

miércoles, 14 de mayo de 2008

SOBRE LOS ASESINOS



Amaneció lloviendo y el día se puso triste, que en el norte volvieron a hacer estallar una bomba: otro muerto que sumar a una lista interminable, larga desde el primer muerto, insoportable. Otro acto de valentía: programar una bomba, dejarla en el maletero de un coche, aparcarlo delante de una casa cuartel en la que duermen todos, también los niños. Y esperar a que explote. A eso le llaman los gudaris valentía. Y guerra de liberación. ¡Valientes soldados estos, que matan niños indefensos, soldados desarmados y dormidos, mujeres! Desde luego es posible encontrar otros soldados, a lo largo de la historia, que han asesinado así: los nazis cuando ocupan Polonia o cuando estrellan los cráneos de los bebés contra las puertas de los hornos crematorios, los soviéticos que ocupan Alemania y violan a decenas de miles de mujeres, los franceses que realizan toda clase de ultrajes durante la independencia de Argelia, los moros que siembran el terror cuando avanzan por Andalucía bajo las católicas banderas de Franco… La cobardía no es privativa de los hijos de puta de ETA, ellos lo único que han hecho es asumir esa herencia de vilezas y espantos, resumirla, exponerla en un mundo que anhela la paz. Y tampoco nos pensemos que están solos los criminales de ETA en esta historia del horror: son compañeros de viaje de las FARC colombianas o de los terroristas palestinos o de los soldados y los políticos israelíes o de los dictadores africanos o de los carceleros de Guantánamo o de las hordas islámicas. No están solos: son muchos, pero estos nos duelen especialmente porque están más cerca. Porque nos matan a nosotros matando a uno de los nuestros.

No sé si estos días soy peor persona. Pero estos días cuajan en mi una idea que me ronda desde hace tiempo: no todas las vidas valen lo mismo. Me explico: no soy un hipócrita y para mi no es lo mismo que se muera el médico que está dejándose la piel en Birmania o en China para salvar vidas de entre los escombros del mundo, que uno de estos terroristas. De hecho, si existiese algo parecido a la justicia cósmica los coches bombas explotaría cuando los terroristas pisan el acelerador para llegar rápido a las casas cuarteles. No significa esto que yo esté a favor de la pena de muerte, ni mucho menos, porque me parece un crimen abyecto. Pero sí creo en que las personas decentes tenemos derecho a sentirnos felices cuando un terrorista o un dictador o los militares birmanos mueren: cada vez que muere uno de estos cabrones, siempre ha tardado mucho en morirse, siempre.

Es así: en un día como éste –llueve, hay niebla: hay muertos y está gris el corazón– lo verdaderamente humano es desear corta vida y llena de padecimientos a los que causan el mal. Otros se la siguen cogiendo con papel de fumar y lamentan todas las muertes. Yo no puedo porque sólo me duelen las muertas de las gentes que no matan ni torturan ni violan. Lo siento, pero no puedo sentir pena por la muerte de los asesinos, no me duelen las muertes de los hijos de puta. Al menos hoy, cuando han asesinado cobardemente a un trabajador, no.

lunes, 12 de mayo de 2008

DECÁLOGO DE LA FELICIDAD



No sé dónde leí el otro día algo de un decálogo de la felicidad. Inmediatamente me pregunté si es posible tal cosa. O sea: ¿puede alguien hacer un decálogo, una lista de diez cosas, que supuestamente dan la felicidad? A mí me resulta imposible. De hecho, esta entrada en el Cuaderno iba a ser eso, mi decálogo de la felicidad. Pero he tenido que abandonar la empresa: o soy demasiado torpe o me conozco demasiado poco o no es nada fácil sintetizar en diez asuntos la felicidad. Diez asuntos que, por de más, deberían darse todos juntos para que pudiéramos ser felices. De tal modo que podríamos haber redactado nuestras maravillosas tablas con los diez mandamientos del feliz y luego, faltándonos uno, seríamos desgraciados. No sé, no sé, pero creo que todo esto viene dado por una manía que en el mundo actual se ha acentuado: la de hacer listas, la de encerrarlo todo en la jaula de la lista, como si el mundo no fuese más amplio y más hermoso por amplio, como un mar sin fin que nadie puede encerrar. Pienso que no cabe la felicidad en una lista, porque lo abarca todo (cambiante y fugaz: la vida), pero desde luego animo a que si alguien es capaz de hacer ese decálogo (pero uno suyo, no uno copiado de la red, que eso también lo sé hacer yo) lo cuelgue por aquí. Me resulta curioso –sanamente curioso– esa introspección que puede hacer una persona. Yo soy incapaz de tanto, pese a gustarme estar solo o en silencio, meditando.

Lo primero que uno tiene que preguntarse cuando piensa en este tema de la felicidad es si uno puede, realmente, ser feliz. Yo cada día soy más pesimista, pero aún así pienso que sí, que la felicidad es posible. Pero la felicidad va más allá de lo meramente material, con ser esto importante. La felicidad es, tal vez, la cara que mi mujer acaba de poner cuando ha visto en su Nintendo no sé cuántas decenas de juegos. O lo que yo siento ahora mismo escuchando la “Sinfonía española” de Lalos. Desde luego es tener unos recursos materiales mínimos que te aseguren la vida digna, la posibilidad de viajar y conocer otros mundos, otras gentes o los ratos que uno pasa con los amigos. En este sentido sí creo que la felicidad es algo individual, netamente individual: uno, para ser feliz, necesita ser con otros, pero la batalla para conseguir la felicidad depende exclusivamente de la voluntad que uno le ponga al asunto. Aquí no valen medias tintas ni ayudas externas. Hay que luchar para ser feliz, hay que imponer el estado de la felicidad, pese a tanta gente como anda por ahí empeñada en hacernos la vida imposible.

Leía el otro día en el periódico que la panda de bandidos que manejan el Ministerio de Industria están dándole vueltas a la idea de subir la luz un 30%. ¿Esto nos roba felicidad? No sé, pero desde luego ayuda a complicar la ya complicada situación de muchas familias españolas y la angustia por el día a día sí que hace más difícil la felicidad. Y a esto es a lo que yo quería llegar: la felicidad debe imponerse contra los enemigos de la felicidad, que son esos que desde ayuntamientos o ministerios o empresas se dedican, día sí día también, a putear la delicada búsqueda de la felicidad en que cada ser humano –cada ser humano digno, bueno, sensible– empeña su vida. Se trata de ser felices, sí: frente a la política y la economía, contra ellas, frente a los tiranos de la amargura.

Yo no sé cuál es mi decálogo de la felicidad: pero a tientas voy buscando un camino en el que los pies sangran pero que lleva hacia la luz. Tal vez nunca llegue, ¡pero es tan hermoso caminar!... aunque sea sobre cristales.

viernes, 9 de mayo de 2008

CURVAS Y CUESTAS



Según una reciente encuesta dos de cada tres españolitos creen que ZP mintió cuando –en la última campaña electoral que padecimos– dijo que nanai de crisis. Desde que a Moisés le endosaran los mandamientos, lo normal es sentir lástima de los engañados. Pero esta vez no podemos compadecerlos –aunque sean legión– porque la noticia no es que tantos españoles descubran que ZP mintió, sino que dos de cada tres habitantes de este “trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín” todavía tengan fe en la palabra de los políticos. ¿Qué ahora se sienten engañados? Pues merecido se lo tienen. Porque a ver: si los políticos son poco de fiar ¿cómo hay tanto ingenuo que se fía de ellos en campaña, que es la época más propicia para que vendan humo? ¿De verdad tantos españoles pensaron –allá por marzo– que no había crisis económica porque lo decía el presidente y punto? Deben ser los mismos que –todavía– no declaran que sus sueldos están sin resuello y agonizan sin cuidados paliativos antes del quince de cada mes porque es de “antipatriotas” –ZP dixit– abundar la crisis. (Lo que debe ser muy patriótico es aguantar el chaparrón que está cayendo sin ni poder patalear: manda güevos, que diría el filósofo aquél.)

En marzo andaban los políticos sueltos por las calles –con el peligro que ello entraña– pero el pan nuestro de cada día tenía ya claro que era más cierto el roto en el bolsillo que los ladridos de los mítines. No han cambiado tanto las cosas en dos meses; pero es ahora cuando algunos descubren que las vacas –flacas– del pueblo ya se han escapao, ¡riau riau! ¿Por qué se ve ahora la crisis y no cuando los mítines y los debates llenaban nuestras vidas con el ruido y la furia (y la estupidez)? Pues porque hemos torcido la esquina y vemos que la cuesta de enero va a durar hasta el 31 de diciembre y está cada vez más empinada. Y porque con el sol de primavera los euros se derriten con urgencia. Y porque hay añoranza de la peseta y ganas de estrangular al inventor del euro, esa putada. Y porque la crisis es un agujero negro que crece tragando salarios y sueños y escupiendo parados y frustraciones. Y porque llega el verano y no cuadran las cuentas y el mar está lejos y algunos no tenemos ni piscina ni aire acondicionado.

ZP estará preparando su veraneo canario o doñanero y pide un nuevo crédito –a interés cero y sin cuotas– de paciencia ciudadana. Ha anunciado el presidente que en agosto dejará de apretar la crisis –él puede tutearla y la llama “desaceleración”– aunque apriete la calor. Pues nada: cuando en septiembre se examinen nuestros bolsillos y el catedrático Don Estoesloquehay les diga que “Necesitan Mejorar”, dos de cada tres españoles volverán a decir que ZP los engañó en el tema de la crisis. Para esos exámenes quedan todavía las cuestas de mayo, junio, julio y agosto y hay diez u doce agujeros libres en el cinturón: apriétenselo, que en La Moncloa está llanito pero en nuestro horizonte se avecinan –juntas y revueltas– curvas y cuestas.

(Publicado en Diario IDEAL el 8 de mayo de 2008)

martes, 6 de mayo de 2008

PREDICAR Y NO DAR TRIGO



Recordaré siempre como el profesor Andrés de Francisco, en una clase magistral sobre la teoría de la justicia, nos dijo que era imposible ser socialista (“ser”, dijo “ser”: no dijo “llamarse” o “autoproclamarse”) y tener un mercedes. En otra ocasión, Plácido Fernández Viagas nos recordó una frase de su padre –el primer presidente de la autonomía andaluza– en la que el viejo hombre digno decía que no era cristiano por ser socialista sino que era socialista porque era cristiano. Y yo estoy convencido de que no se puede comulgar y presidir un banco, porque hay reinos que no son de este mundo. ¿A qué viene todo esto? Pues a que de cuando en cuando es sano rendirle un homenaje humilde a la coherencia, la gran olvidada de nuestro universo moral.

Es así: está de moda defender cosas tan bonitas como la solidaridad, la justicia o la dignidad de todos los seres humanos. Lo hacen los de izquierdas por ser progres y los de derechas por creyentes. Hay que apuntarse a estas cosas y causas porque es lo que se lleva para que no lo traten a uno de fascista, de carca, de pasota o de cosas similares. Pero se pueden pronunciar bonitos discursos y escribir grandes textos sobre estos asuntos y ser a la par un perfecto hijoputa. Antes a los malos se les veía venir de largo, pero ahora “lo políticamente correcto” permite que todo quisqui pueda vestirse un disfraz de tío enrollado o –seamos correctos– de tía enrollada. Y los lobos campan a sus anchas en medio de los corderos porque han aprendido a balar. Más o menos nueve de cada diez políticos de todas las escalas, banqueros, empresarios o similares se comportan así: vivimos en el imperio de incoherencia y los incoherentes sólo son fieles consigo mismos en que no olvidan ningún día que deben hacer un poquito de daño.

En la política o en los negocios se presume de ser de izquierdas (ya saben: la igualdad, la justicia, los trabajadores y las trabajadoras y demás rollos) o de ser católico de comunión semanal (esto es: el amor al prójimo, el rico y el camello y la aguja, la compasión con el débil, bla, bla, bla) o de ambas cosas juntas, que es el no va más del guay ético e ideológico. Las creencias son como una medalla que se cuelga en el pecho, porque tener ideas luce mucho en las procesiones o en los mítines o en la calle en general, ese lugar en el que la gente se para y trata a estos impostores como si fueran un gobernador civil del año cuarenta, que mucha democracia y mucha constitución pero hay vicios del poder que no han cambiado y los políticos –a diestra y siniestra– siguen comportándose como si llevaran pegada a la piel, debajo del traje, la camisa azul. Por suerte para ellos las ideas son como la caspa, que se va de un manotazo postmoderno y a estos tipos en cuanto llegan a los despachos les estorban sus ideas de boquilla, que les van los chutes de maldad en su vena cabrona. Este chute se traduce en humillaciones y vejaciones –de pensamiento, palabra, obra y omisión– para con los currantes, las personas normales que saben que la única verdad de este tiempo histórico es que estamos siendo masivamente estafados y que sale gratis pisotearnos. Porque la historia es como es y los seres humanos somos como somos y el poder es así y punto. Y esto no lo cambia ni la madre que nos parió, que aquí lo que se lleva es predicar y quedarse el trigo y repartir bofetadas, aunque con ellas ni se cueza el pan ni se tejan los sueños.

Si se cree con el corazón en algo es imposible no ser coherente: no se puede ser católico y pagar sueldos de mil euros ni ser de izquierdas y reírse de los derechos de los trabajadores. He tenido la suerte de conocer personas coherentes, profundamente coherentes. Mi vida les debe mucho y soy lo que soy y como soy en gran medida gracias a ellos.

Esas personas nunca se engañaban (el que tiene ideas no se puede engañar, porque no lo dejaría dormir la soledad de su conciencia) y nunca engañaban a los otros. Ni jugaban con cartas marcadas ni tenían dos caras y la única que tenían se la partieron muchas veces, tantas como partidas perdieron en el póker del vivir. Pero aún así, llenas de las cicatrices de la vida –que siempre premia a los ruines–, arañadas por las amarguras y los desencantos, brillaban sus caras con la dignidad que sólo tienen los hombres que nunca se han vendido por treinta monedas, esos que hacen lo que piensan y sienten lo que dicen y duermen sabiendo que en el último sueño no habrá remordimientos que llamen a sus párpados cerrados. Esas caras no se ven ni en los salones de plenos ni en los parlamentos ni en los consejos de dirección de bancos o empresas. Son caras que abundan en las huertas, en los tajos, sobre los andamios, en las escuelas públicas. Son caras que nos recuerdan a los personajes de los libros de Muñoz Molina, porque están curtidas por el viento de lo antiguo, que es un universo en el que la verdad sigue siendo la verdad y la palabra de un hombre dice lo que vale ese hombre, y es eso la dignidad.

Estoy convencido de que el último minuto de nuestra vida nos enseña una película de lo que fuimos: o personas normales que intentaron no aumentar el sufrimiento del mundo o cabrones que, muriéndose, han dejado descansar al resto de la humanidad. Las caras de los primeros duermen lo definitivo con la placidez de los que son felices más allá de la muerte. No sé cómo deja la muerte las caras de los otros porque yo nunca voy a los entierros de los hijos de puta.

(Publicado en Diario IDEAL, ediciones de Jaén y Almería, el 5 de mayo de 2008)

sábado, 3 de mayo de 2008

CRÓNICA ROMERA





Todo comenzó a las tres de la mañana, en Los Buñoleros, donde no había caracoles pero sí café reparador y copas para los que tuvieron cuerpo. Y luego, como cada madrugada de Romería desde hace siglos, el camino hacia Guadalupe. Estaba oscura la noche, muy oscura, que se dibujaba la luna –afilada y lejana– en el costado del oriente. La primera parada frente al cementerio; y el primer temblor que recorre la piel con una emoción antigua, recordando a los que tantas veces “bajaron a por la Virgen” y ya son sólo polvo sobre los mapas de la historia. Y luego, el paso largo y la tertulia en la oscuridad y las risas.

Y, por qué negarlo, cierto nerviosismo. No sé, pero esta madrugada me siento extraño. Es como si concurrieran en mí muchas generaciones de ubetenses, como si un testigo centenario me hubiera sido entregado. Es como si sintiera tremolar todas las emociones que otros muchos sintieron antes que yo. Y las sintieron en situaciones peores: porque ahora, ir a por la Virgen no deja de ser una fiesta, un motivo de alegría, una ocasión de compartir con los amigos un momento extraño, mágico. Pero ha habido muchas veces en que bajar hasta el Gavellar fue la urgencia de la guerra, de la langosta, el horror de la peste, del cólera, la agonía de la sequía, del temporal... y este camino que recorrimos a oscuras se tuvo que recorrer con las luces del alma también apagadas, buscando un faro, una esperanza, que estaba allí, entre los trigales que ya casi han sido arrasados por los Sánchez Díaz. Es este inmenso legado espiritual el que ahora se pierde, ahogado por nuevas modas, por nuevas fiestas, por nuevas devociones. Y pese a todo quedamos un puñado de ubetenses que bajamos en la noche alta de mayo hasta el Gavellar.

Bueno, pues que entre estos pensamientos y entre la charla con los amigos y entre las risas, transcurrió el camino. Y luego, ya en Guadalupe, aún de madrugada, la bota de vino y los ochíos y el chorizo y el tocino. Y la sensación otra vez del tiempo antiguo, que viene en esta comida de todos los tiempos que huye de los refinamientos de restaurante minimalista.

Son muchas las emociones de esta madrugada, pero todas concurren en el momento en que la Virgen sale por la puerta del santuario. Ahí muchos no pueden contener las lágrimas y seguro que suben bebiéndoselas cuando comienza el ascenso por la cuesta, que Juan ha definido bien: "es muy de Úbeda". Y ya en la aldea el rato mejor con los amigos alrededor de la cerveza y la llegada de las romeras de las doce con las niñas, que pasaron un día inolvidable, y la vuelta hacia Úbeda con la Virgen y el calor asfixiante. Y la parada en el cementerio (ya la Virgen encarada a él) recordando a tantos que tantas tardes pasaron por allí con sus plegarias de alegría, con sus nostalgias, con sus recuerdos. Y la llegada a Úbeda y el recibimiento de Andrés Sáez y Santa María, que nadie sabe cuándo se va a abrir.

Escribir de la romería es repetir las mismas emociones que el pasado año vivimos por vez primera. Pero este año pueden haber sido mejores, porque estábamos todos los amigos, que a Pepe, Alfonso y a mí se nos sumaron Paco, Juan y el Parri, y Jero y Maricarmen. Y es tal vez ese el milagro definitivo que operan esas horas mágicas: que se crea la hermandad del cansancio, la hermandad de los que unidos entorno a una imagen diminuta aprecian el valor de lo que cuesta trabajo conseguir, de lo que requiere esfuerzo, que sólo entonces tiene sentido la recompensa. Y tienen valor estas horas por lo que sueña y por lo que se revive y por lo que se espera del mañana. Que lo que se espera es que esa niña de ojos azules (esa Carmen que nos llena de alegrías y que estrenó el jueves su condición de romera de medalla, pañuelo y bastón) pueda un día bajar con sus amigos hasta el Gavellar y presuma de haberlo heredado de sus padres y de todos sus titos en la amistad.

viernes, 2 de mayo de 2008

2 DE MAYO



Como no podía ponerme de acuerdo para escribir sobre el 2 de mayo, he tenido que convocar sesión plenaria de mis yos. Les cuento.

Por un lado andaba mi parte española pidiendo un artículo navajero que le diese estopa a los gabachos, en justa venganza por los fusiles napoleónicos que disparan en el cuadro de Goya y por las fresas pisoteadas en las carreteras de la Gascuña. Enfrente estaban mis multitudes afrancesadas, recordándome la triste historia de España tras la victoria del bando patriótico.

Y sí, al final ha podido más la herencia afrancesada que la trabucaire y patilluda de los muertos de hambre que el 2 de mayo se alzaron contra Napoleón. Y he escrito el artículo pensando en los derrotados más derrotados de la historia, que no fueron las tropas invasoras y ladronas ni los currosjiménez que arrojaban franchutes vivos a los pozos: los verdaderos derrotados de la guerra fueron los españoles que soñaron una España mejor. Ellos perdieron aquel 2 de mayo –eran españoles para el invasor y traidores para los españoles– y han perdido ya siempre todas las batallas. La suya es una voz que apenas puede oírse: son altas las tapias de los cementerios donde duermen la libertad y la dignidad. Pero, ay, cuando se escucha esa voz, no se olvida jamás.

Sí, fue tumultuosa la asamblea convocada para escribir este artículo. Hasta que los libres y los dignos alzaron la mano frágil, la temblorosa voz y recordaron que aquel gesto de dignidad que protagonizó el pueblo de Madrid –el pueblo hambriento, sucio, arrabalero: no los señoritos ni los obispos ni los patriotas profesionales– no acabó en las laderas de la Montaña del Príncipe Pío sino en la mar de Málaga, un día sin sol en que a Torrijos y sus compañeros les disparan los que siempre tienen la boca llena con el nombre de patria. Y recordaron a Machado, que dijo que si hay que partirse la cara por España los “señoritos invocan la patria y la venden” mientras el pueblo –que no la nombra ni la vitorea– “la compra con su sangre y la salva”. Y aquí mis yos vencidos determinaron el tono insulso y poco patriótico de este artículo, tan inapropiado para una víspera de fervores rojigualdas.

Tras hablar mis multitudes afrancesadas, liberales, republicanas –todas mis muchedumbres derrotadas–, se produjo como un silencio: callaba mi yo español, pues supo inútil su brillo patriotero y fue consciente de que el gesto del 2 de mayo es un espejismo. Porque aquel sacrificio de los pobres no trajo la libertad: porque se vitorearon luego las cadenas, porque en 1823 el Borbón de la baba sangrienta invitó a los franceses a matar libertades y españoles, porque se abrieron las puertas de España para que sus hijos mejores murieran lejos de la tierra que amaron, tantos hijos abatidos en tantas guerras olvidadas, tantas tumbas por el mundo en que duermen los sueños mejores de España, lejos de este sol que nos ciega con la rabia y la envidia.

(Publicado en Diario IDEAL el día 1 de mayo de 2008)