miércoles, 31 de octubre de 2007

EL 28-O DE JOSÉ ANDRÉS


El 28 de octubre hará veinticinco años de la primera victoria electoral de los socialistas. Yo era un niño ese día de 1982: recuerdo vagamente la tarde de sol y las colas ante las urnas; fui allí con mis padres, como para participar de la emoción colectiva. La memoria de ese día pondrá una sonrisa y una nostalgia en el corazón de mucha gente. Pienso ahora en José Andrés Torres Mora, el Vicepresidente de la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados. Porque para José Andrés el 28-O traerá la emoción de aquella noche en que España se vistió de cambio, pero también le devolverá la memoria de sus muertos: el domingo estará en Roma para asistir a la beatificación de su tío abuelo, Juan Duarte Martín.

Juan Duarte tenía 24 años y era seminarista. Tras el golpe de Estado del 18 de julio, estando de vacaciones en casa de sus padres, se esconde en el sótano: tenía miedo. Pasan las semanas, lo delata una vecina de Yunquera, los milicianos lo detienen el 7 de noviembre, es encarcelado y torturado –cruelmente torturado– durante una semana. Luego, lo trasladan al barranco de Álora y allí lo asesinan: le abrieron el vientre y se lo llenaron de gasolina. Le prendieron fuego. Murió perdonando a los que lo asesinaban, diciendo que veía a Cristo. Era la mañana del 15 de noviembre de 1936: tirotearon el cadáver durante días, le partieron las piernas.

Ahora, más de setenta años después de aquel horror, Juan Duarte será elevado a los altares. Y José Andrés estará presente en la plaza de San Pedro, recordando en esos momentos a sus mayores, que vivieron aquella tragedia y que la cosieron en el fondo del corazón. Sabemos que José Andrés estará feliz: algunas veces me habló del asesinato de su “tío Juan”, del deseo de su familia de verlo convertido en santo, de la perplejidad que sintió cuando Zapatero habló de “socialismo libertario”, pues lo de “libertario” le recordaba a los asesinos de 1936. El recuerdo de su tío Juan era un acicate personal para reparar a los otros muertos –los de las fosas comunes– y una enseñanza: la de que no hay ninguna idea capaz de justificar el asesinato, tanto más cruel cuando el asesinado sólo se ha servido de la palabra para expresar su compromiso.

Asesinaron a Juan Duarte Martín por ser católico. Asesinaron a muchos otros por esa misma condición. Asesinaron a decenas de miles por haber militado en el PSOE, en Izquierda Republicana o por haber sido maestros al estilo de don Gregorio, el de La lengua de las mariposas. El domingo, José Andrés sentirá las felicidades que le vienen de sus muchas herencias. También yo me siento feliz: porque un diputado socialista puede defender la innegable justicia de recuperar los cuerpos y la memoria de los que murieron dando vivas a la República y la libertad, mientras celebra en Roma -el mismo día en que la nostalgia aviva recuerdos de 1982- que su tío abuelo sea beatificado por morir dando vivas a Cristo Rey. El domingo, en José Andrés, estará la imagen de la España en que creo.

(Publicado en Diario IDEAL el 25 de octubre de 2007)

JODIDOS S.A.



No lo dicen los datos oficiales, pero con escuchar un rato las conversaciones de los españoles de a pie uno descubre que, hoy por hoy, no hay colectivo tan amplio en España como el de los jodidos. Que suelen estar, a partes iguales, desencantados y cabreados. Y todo ello con razón. Porque las cosas que pasan en este país siempre les pasan a los mismos: las cosas buenas las disfrutan los de arriba, las cosas malas las padecen los de abajo.

¿Qué España es el país con más muertos por terrorismo laboral? Pues esto lo padecen los currantes, claro. ¿Qué ganamos en precariedad laboral? Pues esto también los sufren los trabajadores. ¿Qué la leche y el pan y el butano y los huevos van camino de convertirse en bienes de lujo? Pues pasa que cuanto menos gana el españolito más se jode con las subidas. ¿Qué en los últimos cinco años han bajado los salarios? Pues bajan los de las cajeras y los barrenderos, los de los oficinistas y los maestros, los de los que se levantan a las siete y echan diez u once horas en la empresa para acabar cobrando entre setecientos y mil euros al mes. ¿Qué el euro –ese trágico invento– ha dejado las economías familiares en niveles de subsistencia? Pues son las familias de las clases medias y trabajadoras las perjudicadas, faltaría más. ¿Qué hay que equipararse con Europa? Pues se equiparan los precios, pero jamás los sueldos: precios de Alemania con sueldos de Grecia, eso es España.

Ahora bien, ¿qué los sueldos tienen que subir para llegar a fin de mes? Pues se lo suben los diputados, que para eso mandan. ¿Qué hay que indemnizar a quien pierda su trabajo? Pues se indemnizan sus señorías, en el colmo de la desvergüenza: a partir de ahora tenemos que compensar a los que pierdan su escaño. (Vamos, que o siguen los que hay o la broma nos cuesta un ojo de la cara.) Ahora que nos castigan por no votarlos, no estaría mal recordarles a algunos diputados –y a toda su casta– las veces que han proclamado que para que la cosa del empleo fuese mejor habría que reducir las indemnizaciones por despido. Pues eso: que una cosa es predicar y otra dar trigo, que cuesta ya como el petróleo.

El patio está jodido. Pero para darse cuenta de eso hay que tener los pies en el suelo. Los políticos no se enteran de qué va la cosa y por eso miran atónitos el río de la abstención, que baja crecido. Y más que bajará de aquí a marzo si, las lúcidas mentes que nos gobiernan, siguen empeñadas en asuntos tan importantes como las realidades nacionales y las guerras de banderas. En la estratosfera de los parlamentos andan en eso, que no le importa a nadie, mientras a ras del suelo la gente echa cuentas para poder pagar las hipotecas crecientes con sueldos menguantes. No estaría mal que los que nos metieron en lo del euro se apliquen al cuento de lograr un acuerdo sobre los salarios: o lo que cobra la gente se ajusta a la realidad de lo que cuesta ir tirando o JODIDOS S.A. no parará de crecer.

(Publicado en Diario IDEAL el 18 de octubre de 2007)

TRES REFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA Y LA MEMORIA



PRIMERA.- La democracia de 1978 tiene pendiente la construcción de un universo simbólico y un espacio histórico propios: no puede seguir concibiéndose como un sistema sin conexiones históricas. Al imponer el olvido como algo necesario para el diálogo, la Transición alumbró un sistema político carente de pasados en que reconocerse y sustentarse: para llegar a un entendimiento con los franquistas, fue necesario obviar la historia constitucional española, el movimiento regeneracionista y, sobre todo, la democracia republicana de 1931.

Pero la democracia española no puede existir simbólicamente ni sobre el vacío ni sobre la herencia de la dictadura: es necesario rastrear experiencias que le den solidez histórica. Sin duda, el referente más cercano y valioso es la II República. Más allá de la concreción real de la República y de sus innegables errores, los españoles de hoy deben tener en consideración los valores políticos que sostuvieron su ideal: la concepción de un espacio público de ciudadanos, el alto sentido patriótico de los republicanos, la expresión de la pluralidad territorial desde el legado común y el profundo sentido social. En mayor o menor medida, estos cuatro elementos han encontrado eco en el sistema político actual. Pero han fallado en su expresión concreta, sobre todo en lo referente a la materialización de un ideal patriótico asumible por la mayoría y desligado del universo franquista. Por ello, es necesario que la democracia española (y de manera muy especial la izquierda con vocación nacional: o sea, el PSOE) revitalice el ideal cívico y patriótico de la II República, concretando la empresa colectiva de recuperar nuestra historia democratizadora y el patriotismo de raíz liberal inaugurado en 1812.

SEGUNDA.- El legado histórico y el espacio simbólico de la democracia sólo pueden construirse desde el juicio histórico sobre el franquismo. En la Transición, que fue un pacto entre las fuerzas decrecientes –pero aún poderosas– de la dictadura y su oposición, cualquier juicio moral sobre la dictadura hubiera hecho imposible el acuerdo con los franquistas; pero lo que en entonces no pudo ser, hoy es absolutamente necesario desde el punto de vista de la ética pública. No se trata ya de juzgar a los que asesinaron o colaboraron con la Brigada Político Social o con los comités de depuración. Eso, realmente, es agua pasada; muy dolorosa, pero pasada. Sin embargo, es una aberración negarle a la democracia española el derecho de juzgar histórica y éticamente la dictadura de Franco, condición indispensable para poder asumir efectivamente la herencia democrática.

El juicio moral sobre el franquismo conlleva, inevitablemente, consecuencias jurídicas. Un ejemplo: es un escándalo histórico, ético y jurídico que no se hayan anulado los procesos judiciales contra los militares que, en 1936, cumplieron con su juramento de lealtad al gobierno legítimo de España y fueron luego juzgados por ¡rebelión militar!. La repulsa democrática del franquismo conlleva, igualmente, actuaciones sobre sus símbolos. Es impensable que las calles alemanas lleven los nombres de Eichmann o Goebbels o que se levanten estatuas de Hitler en las plazas, pues estatuas y calles implican homenaje. Mientras los países de nuestro entorno han saldado cuentas con sus dictaduras, en España aún se ve normal que una plaza lleve el nombre del Generalísimo, lo que –en el ámbito simbólico– nos acerca más a la Rusia que aún venera la momia de Lenin que a nuestros socios europeos. Y sin embargo, la consolidación del pathos ético del sistema de 1978 necesita la eliminación de esta simbología, que mueve a confusión en cuento puede hacer creer que la democracia es un franquismo razonablemente continuado y la Constitución una consecuencia lógica de la Leyes Fundamentales, y todo ello gracias a que hasta ahora se han mantenido sin problemas los espacios simbólicos de la dictadura. Nadie puede presumir de demócrata mientras se niega a que se retiren los símbolos franquistas: el Partido Popular y la Iglesia Católica deben ayudar decisivamente en este proceso de eliminación simbólica del franquismo, impulsando la desaparición de sus emblemas y nombres en los ayuntamientos en que gobiernen o en los templos en que aún perduren, homologándose así a sus colegas europeos: es inconcebible que la Democracia Cristiana alemana justifique la presencia pública de símbolos del nazismo.

TERCERA.- Juzgar el franquismo nos lleva al tema de sus víctimas. Terminada la guerra, el estado franquista inició un proceso de rehabilitación de los muertos del bando nacional, resarciendo a las familias y las memorias de los "caídos por Dios y por España". Las víctimas de los vencedores quedaron, lógicamente, excluidas de este proceso. Y así, miles de personas asesinadas durante la represión azul o por sentencias de tribunales franquistas desde 1939, yacen aún en fosas comunes repartidas por todo el país. La última batalla ganada por los franquistas fue obligar, durante la Transición, a renunciar al resarcimiento de las víctimas del franquismo.

Sería inmoral que los ministros de España estuvieran presentes en las beatificaciones del 28 de octubre próximo, mientras ciertos sectores católicos se dicen perseguidos porque las familias de los represaliados por el franquismo solicitan ayuda pública para encontrar y enterrar dignamente a sus muertos. El franquismo asumió la recuperación de muertos del bando nacional: el Estado democrático debería, como cuestión de justicia, financiar los gastos de exhumación e identificación de muertos del bando republicano. Humanamente, no se le puede negar a las familias el derecho a recuperar los restos de sus seres queridos. Políticamente, la recuperación de los asesinados en la retaguardia nacional y por la dictadura es el gesto postrero para una cicatrización definitiva de las heridas de la guerra: el último capítulo de la guerra de 1936 se cerrará cuando todas las víctimas estén decentemente enterradas: mientras haya huesos hacinados en fosas sin nombre, el recordatorio de aquel drama colectivo seguirá latente en la vida de los españoles.

El tema de las víctimas plantea un problema mayor cuando se enlaza con la reconstrucción de la herencia histórica de la democracia: la reivindicación ética de las víctimas. ¿Hay víctimas que otorgan a la democracia una ética de lucha por la libertad? ¿Quiénes son estas víctimas? ¿Ninguna del bando nacional? ¿Todas las del bando republicano? Sea cuál sea la respuesta a la primera pregunta, la de la segunda está clara: la democracia no puede reivindicar como propias –porque no puede asumir su herencia ética o política ni su ejemplo– a todas las víctimas del franquismo. La democracia española debe asumir como propio el legado de Besteiro, Zugazagoitia, Azaña o Indalencio Prieto, pero no puede hacer suyo el legado de los muertos del Partido Comunista, la CNT o la FAI. Una cosa es el imprescindible gesto humanitario de dar dignidad a estos muertos y otra asumir su herencia ética: la democracia está obligada a lo primero, no a lo segundo.

El espacio histórico y ético de nuestra democracia debe construirse sobre la memoria de los que murieron en las zonas templadas del espíritu. La República dejó de existir, en la práctica, en julio de 1936: luego, existió en el corazón de un puñado de hombres horrorizados ante los crímenes que se cometían en la retaguardia republicana. El ejemplo de esos hombres es el que debe reivindicar y asumir nuestra democracia: nunca el de los que asesinaron en nombre de la revolución o de esa República que violaron con cada uno de sus crímenes.

(Publicado en Diario IDEAL el 13 de octubre de 2007)

QUE TRATA DE ESPAÑA



Cansa, agota ser español. Desespera ser español, porque parece una condición maldita, heredada de generación en generación con toda su carga de sangre antigua y agriada, que sirve para despreciar al otro pero no para entregarse en un proyecto común. Condición para revolver muertos y alzarlos como bandera y quijada, cuando debieran ser recuerdo y homenaje, si acaso. Pero aquí no cabe la generosidad: los que elevan mártires a los altares niegan el derecho a desenterrar los huesos que duermen sin nombre; los que tararean la melodía de Riego cuando salen a la luz los cuerpos olvidados, maldicen a los que cayeron en otro paredón. Y así es imposible encontrar la memoria, que debiera ser una plaza para vivir España como quería Espriu: eternamente en el orden y en la paz, en el trabajo, en la difícil y merecida libertad.

Sigue habiendo dos Españas: una, la que eternizó sus muertos en las fachadas de las iglesias –visibles, aireados– y viajará a Roma el 28 de octubre para beatificar a los que dieron su vida por la fe de Cristo, que era una fe sin armas pero que ha dado uniformes a muchos generales y ha justificado demasiados horrores; otra, la que duerme dentro de fosas comunes, en barrancos hondos donde las tardes de otoño filtran las lluvias para que la tierra pudra huesos y germinen flores: ahora –¡setenta años después de los fusilamientos!– podrán sus familiares minar la tierra hasta encontrarlos y besarles la noble calavera y desamordazarlos y regresarlos, que dijo Miguel Hernández.

¿Tan difícil es entender las razones del sufrimiento? Que lloren los hermanos o los sobrinos al joven que asesinaron “los rojos” por ser seminarista o catequista, pero que no se niegue el derecho de los hijos a desenterrar al padre que asesinaron “los fachas” por ser maestro o por haber tejido sueños un 14 de abril. Que se entienda de una vez que no todos los de un bando fueron malos, ni buenos los del otro: que hubo criminales en el bando republicano y en el nacional, que en los dos bandos se asesinó a personas buenas, generosas, que hubieran sido necesarias para hacer un país mejor, para coser heridas e hilar futuros. Que se entierren definitivamente los muertos que murieron en los extremos de ambos bandos, pero que se reconstruya un espacio ético con los caídos en las zonas templadas de las dos Españas: con los socialistas moderados y los republicanos de Azaña, pero también con los católicos de centro y los republicanos de Maura. Que se condene definitivamente una dictadura vil que parece habernos envilecido para siempre. Y que se salve el inmenso legado histórico de una República que naufragó porque en los tiempos de Hitler y Stalin fue imposible la democracia.

Y podamos –entonces– ser españoles. Sin cansancios. Sin fiebres patrioteras ni banderazos rojigualdas. Sin ajustes de cuentas, sin rencores. Españoles con destellos de luz, tranquila y remota como la de una estrella, como nos pide el Presidente Azaña desde la patria eterna. Vale.

(Publicado en Diario IDEAL el 11 de octubre de 2007)

LA NIÑA Y EL VELO


Shaima Saidani es una niña marroquí que ayer comenzó a ir a una escuela pública de Gerona cubierta con un velo. La Generalidad de Cataluña ha autorizado esta situación después de que los responsables del centro educativo hubieran vetado, razonablemente, la presencia de la prenda.

Vayamos por un momento al plan puesto en marcha por Ratzinger para modernizar la Iglesia Católica. Supongamos que junto a la propuesta estrella de poder oficiar misa en latín –lengua actualísima–, el Papa decretara que, para evitar actos y miradas impuras, en los centros católicos las chicas tuvieran que llevar velo. ¿Se imaginan las voces histéricas de determinadas personas y colectivos? ¿Y las acusaciones –justificadas– de machismo contra el Vaticano? Bueno, pues todos estos y todas estas que chillarían en ese momento, son los mismos y las mismas que ahora callan y salen con la canción del respeto a todas las creencias para defender la presencia de velos en las escuelas públicas. Ya hemos visto los dobles raseros de los y las que defienden, por ejemplo, la obligación de la Universidad de Granada de realizar, en sus comedores, menús sin carne de cerdo para estudiantes islámicos, pero pondrán el grito en el cielo cuando los estudiantes católicos pidan menús sin carne para los viernes de Cuaresma. Y si en el tema del condumio en lugares sostenidos con dinero público, la respuesta debiera estar tan clara como con lo de las lentejas, que quien quiere las come y quien no las deja, igualmente clara debería estar en el tema del velo.

La madre de Shaima la ha cambiado de colegio porque en el anterior estaba discriminada. Hemos visto fotos de la niña en este periódico –velada y con una falda monjil que sólo deja visibles sus pies– y habrá que preguntarse si la discriminan los niños o la martirizan los padres. Lo que es seguro es que el calvario será peor cuando Shaima sea adolescente y no pueda hacer cosas propias de la edad, perdiendo tantas cosas que quedarán ahogadas bajo el velo.

Desde luego cada uno es muy libre de vestir cómo le venga en gana. Y de llevar una cadenita de plata con una cruz, una media luna o una estrella de David. De lo que uno no puede ser libre –por lo menos, y por suerte, en Occidente– es de obligar a su mujer o a su hija a enclaustrarse de por vida dentro de un vestido para evitar que las miren otros hombres. Poco hemos conseguido si después de tanto luchar para que un hombre no pueda pegarle a su mujer impunemente, nos parece normal que una niña sea encerrada bajo un velo (¿les parecerá bien, mañana, a los multiculturalistos y a las multiculturalistas que una niña acuda con burka a la escuela?) porque su padre quiere conservarla intacta de miradas hasta que la venda a algún macho que continúe esta espiral de sometimientos. La escuela laica debe respetar todas las creencias, pero rechazando el sometimiento femenino que propugnan algunas creencias: por respetar cierta religión no se nos puede colar el respeto al machismo. A no ser que ahora nos estén inventando otro laicismo.

(Publicado en Diario IDEAL el 4 de octubre de 2007)

MUERTE EN EL COSO DE SAN NICASIO



Levantada la Plaza de Toros de Úbeda sobre el solar y con las piedras del convento de San Nicasio, los salmos de las monjas dieron paso a la sangre y la carne abierta. Porque también tiene su historia trágica esta plaza de San Nicasio. Tragedias menores, si se quiere, en la historia del toreo, pero cargadas de fracasos, tristezas… olvidos. Tragedias por eso con halos románticos.

Así, el 4 de octubre de 1915 un toro de Anastasio Martín da al traste con la vida del banderillero Hipólito Sánchez Rodríguez. Pocos datos tenemos de esta primera víctima de los toros en Úbeda: no sabemos la cuadrilla de la que formaba parte ni cómo se desarrolló aquella trágica corrida. Sabemos, sí, que murió en el Hospital de Santiago esa misma tarde y que fue enterrado de caridad en el nicho 210 del patio viejo del cementerio de San Ginés. Podemos imaginar aquellas horas amargas del otoño, la soledad del cuerpo vestido de luces y desangrado en las ruinas de la ermita de San Ginés y a la mañana siguiente el entierro con prisas –sus compañeros tendrían que partir hacia otras plazas, hacia sus lugares de origen– y pobre –¿cuánto vale un banderillero muerto en una plaza de pueblo?–.

Luego –aquí la historia es confusa–, el 18 de julio de 1939, en el primer espectáculo taurino tras el fin de la guerra, encontró la muerte en los pitones de ¿un novillo? el torero Juan Tirado, miembro de una larga saga taurina. Cuenta la leyenda que murió en la misma plaza, pero que para facilitar el traslado a su Jaén natal el médico certificó que se le trasladaba herido. Eran tiempos durísimos de represión política, difíciles para trasladar un cadáver sin multitud de permisos. La complicidad médica permitió que el cuerpo muerto de Tirado llegase a Jaén esa misma noche, lo que haría que luego se dijese que murió en la capital, a la que realmente llegó sin vida.

Pero el más famoso muerto en la Plaza de Toros de Úbeda es Félix Merino Obanos. Alguien lo ha calificado como una medianía en el torero. En cualquier caso es un torero que levanta melancolías y tristezas, pues la suya es la vida de un fracaso. Nació en Valladolid el 25 de febrero de 1895. Debutó como torero en Madrid en una novillada nocturna celebrada el 31 de agosto de 1916, a la que siguió una brillante cosecha de éxitos que lo catapultó como una promesa del toreo. Tanta fue su fama como novillero, que el 16 de septiembre de 1917 tomó la alternativa en Madrid, con toros de Pérez Tabernero, siendo su padrino Joselito “El Gallo” y su testigo Juan Belmonte: los dos más grandes toreros de la historia quisieron refrendar con su presencia la promesa que era Félix Merino. Pero aquella tarde cosechó su primer fracaso, estrepitóso. La desilusión fue seguida por campañas cortas y deslucidas y, amargado, volvió a ser novillero: perdida la gloria quedaba tan solo la necesidad de conseguir el pan.

Como novillero llegó a Úbeda para lidiar unos novillos de Palha. La corrida era el día de San Francisco de 1927. Félix Merino abría un cartel en que también figuraban Pepe Iglesias y Sanluqueño, que sustituía a Cantimplas. Los novillos –grandes, bien armados– habían llegado a los corrales la madrugada del 2 de octubre. Luego, en la plaza, fueron peligrosos. Dicen las crónicas de la época que la tarde fue “de susto, cogidas, carreras, pánico al por mayor.”

Comenzó la tragedia cuando rompió la tarde de San Francisco sus acordes de pasodoble. En el tercio de varas –aún no llevaban peto los caballos– el primer novillo derriba al rocín y le da una cornada en la ingle al picador Rafael Trajero. Acto seguido, coge a Félix Merino por la parte media del muslo derecho. La cogida es gravísima: el pitón atraviesa el muslo de parte a parte. Lo retiran a la enfermería urgentemente: es operado y desde el Hospital de Santiago, al anochecer, lo trasladan al Hospital de Toreros de Madrid. ¡Qué trágico traslado por aquellas carreteras de entonces! ¡Qué lenta la agonía, qué largo camino! (En el cuarto toro, José Iglesias tuvo que entrar a la enfermería con rasguños y arañazos en la cara por un revolcón del toro). Y allí, en Madrid, moriría Félix Merino el día 8 de octubre, al amanecer. Fue enterrado en Valladolid, donde vivía. En la plaza de San Nicasio había dejado su vida, víctima de una pasión por torear que le dio alguna gloria y muchas amarguras.

(Publicado en Diario IDEAL el 4 de octubre de 2007)

LAS PRIMERAS 274 BOMBILLAS DE LA FERIA

En 1892, los padres de nuestros abuelos serían jóvenes que paseaban Real arriba Real abajo, buscándose con las miradas para iniciar noviazgos vigilados. En aquellas tardes de verano, el Ayuntamiento preparaba la puesta en marcha de una de las más grandes revoluciones que Úbeda ha conocido en toda su historia: la instalación de la electricidad. Porque desde enero, la Compañía Eléctrica de Facundo Álvarez Jimeno instalaba postes y tiraba cables, preparándolo todo para que la tarde del 28 de septiembre –cumplido el rito de los gigantes y cabezudos– se inaugurasen las primeras bombillas que lucieron en Úbeda. Aquellas bombillas legendarias –de luz temerosa y vacilante– no acabaron definitivamente con los viejos faroles de petróleo que se estrenaron allá por 1831, pues veinticuatro de ellos siguieron funcionando.

El experimento eléctrico tendría un breve paréntesis entre mayo de 1899 y febrero de 1900, meses en los que se volvió a las farolas de petróleo. Sin embargo, a partir de la Feria de ese mismo año la luz eléctrica se instala definitivamente en la ciudad: precisamente en 1900 se sumaron a las consabidas bombillas –de “diáfana luz”– doce focos en los lugares más concurridos por el público durante la Feria.

Pero volvamos a la primera iluminación eléctrica, aquella de 1982. ¡274 bombillas! Ese fue el número del primer alumbrado extraordinario de la Feria de San Miguel, lo que supone 149.726 bombillas menos –bombilla arriba, bombilla abajo– que las que se han instalado para esta feria de 2007. Y aunque ahora apenas prestamos atención a la iluminación artística –una bombilla es para nosotros la cosa más normal del mundo– tenemos que imaginarnos a aquellos ubetenses del 28 de septiembre de 1892 amontonados delante de cada bombilla, esperando que el reloj de la Plaza diese las seis de la tarde para ver el milagro de la luz inmaterial. Y tenemos que imaginárnoslos luego –a las seis y un minuto– extasiados delante de las bombillas encendidas, en corrillos sorprendidos, comentando el artilugio y descifrando sus misterios. Mientras, los más viejos –algunos habrían nacido en tiempos de la invasión de los franceses– considerarían, despreciativos, que esos inventos del diablo acabarían trastocando la paz del mundo.

Nunca ha habido una iluminación tan extraordinaria para la Feria como aquella de 1892. Han pasado desde entonces ciento diecisiete ferias: los que vieron encenderse aquellas bombillas sabiendo que jamás olvidarían ese momento, son ya polvo sobre los mapas de la nostalgia colectiva. Y sin embargo, hay una parte de la Feria de hoy –cuajada de relucientes bombillitas ultramodernas– que nos recuerda aquellos días de 1892. Porque Úbeda conserva la vieja costumbre de llevar la luz de feria desde la puerta del Ayuntamiento hasta el recinto ferial, recorriendo las viejas calles en que por vez primera los ubetenses oyeron hablar de Edison.

(Publicado en Diario IDEAL el 3 de octubre de 2007)

CENA DE FERIA EN LOS AÑOS DEL HAMBRE

Los años cuarenta fueron terribles. Y buen reflejo de ello son los Programas de Feria, que constantemente anuncian durante estos años repartos de pan y otros actos de caridad con que los vencedores de la guerra limpiaban sus conciencias. Es difícil encontrar otra justificación a estos actos festivos, pues cuesta trabajo creer que las señoritas de alta sociedad que repartían el pan encontrasen en ello alguna diversión. Aunque… ¡cualquiera sabe!

El caso es que mientras miles de ubetenses –los que habían perdido la guerra– malvivían de la caridad y en los comedores del Auxilio Social, otros –los vencedores– no se privaron de anunciar en los programas de Feria actividades que muestran el inmenso contraste social de aquellos años terribles. El caso más sangrante de estas ferias hechas para unos pocos lo tenemos en la “Gran Cena Americana” que se celebró el 2 de octubre de 1947 (no es vano recordar que 1945 había pasado ya a la historia como el año del hambre) en el patio del Antiguo Casino de Labradores, en la Corredera. No aparece en el Programa de Feria el precio de aquella cena, pero desde luego sería asequible para muy pocos.

Sí sabemos que la cena fue servida por el Restaurant Ideal Bar, de Jaén. Y que fue amenizada por la orquesta “Los Trovadores”, procedentes de Casa Pasapoga, de Madrid, y por la “gentil vocalista” Mari Carmen Franquelly. Pero de toda la información que ofrece el programa, sin duda la más “cruel”, en aquellos años de Carpanta, es la relación del menú de la cena: panaché de jamón de York, jamón serrano, mortadela y pastelitos de crema de queso, consomé de ave con picadillo, filetes de merluza y espárragos de Aranjuez con salsa mayonesa, pollo asado al Jerez con guarnición; de postre, brazo de gitano con souflé y nata, y helado. Los asistentes lo acompañaron todo con media botella de Rioja tinto o Diamante y con Champagne.

El único consuelo que le quedaría a los jornaleros y braceros de aquellos años, a los parados, a los niños de panzas hinchadas y raquitismo –los usuarios del comedor social que, tan sólo un año antes, en Feria, se había abierto en Santa Clara– es que difícilmente sabrían que era eso del “panaché de jamón york” o los “pastelitos de crema de queso”. Y así, mientras aquel 2 de octubre de hace sesenta años las gentes de bien brindaban con Diamante, los pobres se pasearían por el ferial de la Explanada mirando puestos, oliendo las avellanas tostadas, escuchando las sirenas de los carruseles -mirar, oler, escuchar, siempre han sido gratis–, olvidado ya el estómago de los garbanzos del racionamiento. Aún quedaban años duros –muy duros– y ferias clasistas: todavía en el programa de 1951 se anuncian “repartos de pan a los pobres y comidas extraordinarias a los acogidos en los Centros benéficos”. Seguro que aquellas comidas no fueron tan extraordinarias como la Gran Cena Americana del 2 de octubre de 1947.

(Publicado en Diario IDEAL el 2 de octubre de 2007)

LAS CASETAS DE FERIA

Primero fueron las verbenas de la Feria –destinadas a la alta sociedad ubetense– en los salones del Ayuntamiento y en los del antiguo Casino de Labradores, en la Corredera. Luego –tras la más dura postguerra– fue el germen de las actuales casetas. Ya en el programa de Feria de 1951 se anuncian grandes verbenas en la “Caseta instalada por el Ayuntamiento en el Real de la Feria”, en el local de Agrupación Artística y Cultural Ubetense (actual Casa de Cofradías) y en el patio del antiguo convento de La Victoria, caseta ésta última montada por Cruz Roja. En aquellos años duros, las clases vencedoras celebraban sus "Fiestas de sociedad” en unas casetas a las que la mayoría no podía permitirse el lujo de entrar. Casetas de minorías que, no obstante, marcan una antigüedad para las casetas de hoy.

En 1962 abriría sus puertas la emblemática Caseta del Club 61, que amenizaba las noches de Feria con orquestas y, sobre todo, con actuaciones de artistas de prestigio. Se sumaría a este impulso privado de la Feria la Caseta del Club Diana, toda una institución en la Feria de San Miguel que aún hoy día se mantiene, ya venida a menos. El Club Diana instalará su caseta a partir de 1963, aunque su aparición estelar en el Programa de Feria tiene lugar en 1972, cuando actuó en ella Basilio. No se quedó rezagada ese año la más veterana del Club 61, que contrató para actuar a Juan Pardo y a Camilo Sesto. Ya para 1972, la Feria se había “popularizado”, se había abierto a un sector social más amplio. Por entonces, el Club Diana montaba caseta junto a la Municipal en el Real de la Feria, ocupando el Club 61 el espacio de la antigua caseta de Cruz Roja, en el patio del actual edificio de Hacienda.

Sin embargo sería a partir de 1973 –con la Feria instalada en el antiguo 18 de Julio– cuando las casetas se hiciesen definitivamente de todos. Y aunque durante unos pocos años sólo abrieron las tres casetas ya consolidadas, no habría que esperar al final de la década para que el mundo cofrade se implicase en la Feria, dándole el definitivo impulso popular. Los grandes locales existentes en la calle Nueva y en el 18 de Julio hicieron el resto: todos los que fuimos niños en los 80 recordamos las casetas del Santo Entierro, la Expiración, la Columna o Acción Católica jalonando el paseo hacia un Ferial abarrotado. Siguió, sí, la Caseta del Club Diana manteniendo sus actuaciones hasta mediados los ochenta, pero con la llegada de la democracia fue ya la Caseta Municipal la que monopolizó orquestas y artistas de primer orden. Y luego, con el Ferial inolvidable del Parque Norte, la Feria adquirió su sevillanizada fisonomía actual. ¡Qué lejos las casetas de ahora de aquellas primeras casetas de los años 50! ¡Y qué lejana, por suerte, la Feria de 2007, abierta a todos, de aquellas Ferias en que los vencedores bailaban en los salones de su Ayuntamiento!

(Publicado en Diario IDEAL el 1 de octubre de 2007)

LOS PREGONES DE PASQUAU Y VICO

Antonio Vico fue muchas cosas en la vida. Sobre todas, Secretario de la Cofradía de Jesús. Y secretario de los alcaldes de Úbeda durante más de cuarenta años. Y de la Adoración Nocturna. Pero Antonio Vico fue también un vozarrón. Vozarrón que, de niños, hemos oído en la Plaza del Mercado recitando versos cuando, en la tarde del Viernes Santo, la Virgen de la Soledad iba camino de Santa María. Vozarrón que durante los años setenta pregonó a voz en grito la Feria de San Miguel desde los balcones del Ayuntamiento.

Por aquel entonces los pregones de feria los escribía Juan Pasquau, Cronista Oficial de la Ciudad. Pregones breves, intensos, vibrantes de lírica y nostalgias. Los lee uno y no sabe si Juan Pasquau pregona la felicidad de la Feria o convoca los recuerdos que los días de San Miguel provocan en nosotros. El caso es que escritos los pregones por el Cronista –y siendo éste demasiado tímido y careciendo de la voz requerida para los menesteres de pregonar de viva voz– su amigo del alma Antonio Vico se asomaba al balcón principal del Ayuntamiento, escoltado por los maceros con sus trajes del Reino de Castilla y, ¡ala!, allí se ponía a declamar el pregón para que resonase en todo lo ancho de la Plaza. Aquello era la tarde del 28 de septiembre, justo antes de la salida de los gigantes y cabezudos por la puerta del Palacio de las Cadenas.

Habrá quien recuerde la voz de Antonio Vico el 28 de septiembre de 1974 diciendo: “Porque la feria es un júbilo para todos. Viene a traer recuerdos felices al viejo, ilusiones nuevas a la joven que se hizo mujer en un trasnoche, al chiquillo que estrena vía en la vida. La feria es para todos: para don Pedro, para Pedro y para Periquillo.” Otros, nos lo imaginamos en la tarde jubilosa de septiembre de 1976, cuando aún nos amamantaban, haciendo retumbar su voz en las espadañas de Santa María mientras preguntaba: “¿Por qué no se resuelven en estampido y en juegos de color, como los fuegos artificiales, todas vuestras rencillas o vuestros odios que suelen empezar por poco, pero si empiezan es para no terminar?”. Y nos imaginamos también a Juan Pasquau rescondido en la Secretaría del Ayuntamiento, sonriendo –socarrón– mientras su amigo –ampuloso, vicudamente exagerado– lee, declama, grita “¡MÚSICA!” y atrona las acacias de la Plaza.

En 1979, ay, se quedó la Feria de Úbeda huérfana de pregón. La voz de Antonio Vico se quedó sin el suministro de palabras que le suministraba su amigo Juan, que había muerto unos meses antes. Hubo que esperar al 27 de septiembre de 1984 para que se volviera a pregonar la Feria de San Miguel. Lo hizo entonces Santiago Amón, en el patio del Hospital de Santiago. Luego, en 1996 y en 1997 el pregón volvería, fugazmente, al 28 de septiembre y al balcón del Ayuntamiento. En 1996 pregonó Manuela Espigares, al año siguiente Aurelio Valladares. Ya no estaban ni Juan Pasquau ni la voz de Antonio Vico.

(Publicado en Diario IDEAL el 30 de septiembre de 2007)

martes, 30 de octubre de 2007

APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FERIA



AYUNTAMIENTO. Ayuntamiento viene de “ayuntar”, que es “juntar”. Era el Ayuntamiento, inicialmente, la junta de los hombres libres, de los vecinos que tenían caballo y lanza: sólo quien podía participar en la defensa de la ciudad tenía el derecho de participar en su gobierno –sabio dictado éste que liga los derechos y los deberes–. Y así, cada año por San Miguel se juntaban los vecinos para elegir al Concejo.

¿Por qué por San Miguel? Durante muchos años la leyenda ha dicho que San Miguel es patrono de la ciudad por haberse conquistado la misma el 29 de septiembre de 1234. Ahora, gracias a Juan Ramón Martínez Elvira, sabemos que la conquista tuvo lugar “por San Juan” de 1233. Entonces, ¿por qué San Miguel? El patronazgo es menos heroico, menos legendario, más prosaico: San Miguel es patrón porque en ese día la ciudad elegía su Concejo, que quedaba bajo la protección del Arcángel. Y el día de la elección era San Miguel por ser esta celebración bisagra entre estaciones y fecha de apertura del año agrícola. Para el 29 de septiembre ya estaban las cosechas recogidas, hechas las cuentas del hambre o el hartazgo y se esperaban las lluvias que harían germinar los trigos en la siguiente primavera. Así, ayuntados los vecinos, elegían al Concejo para que rigiese la vida de la ciudad durante el nuevo ciclo vital: la política era –siempre lo ha sido– la administración de la necesidad, tan ligada en aquellos tiempos de Maricastaña a los caprichos del cielo y de la tierra.

FERIA Y FIESTA. Fue Fernando III el que concedió a Úbeda el privilegio de los días feriados entorno a la importante cita política de San Miguel. La feria era el comercio y el privilegio de la feria era el privilegio de establecer un mercado en que se aprovisionasen las gentes de Úbeda para el largo invierno. (Nada era gratuito ni vano en aquellos tiempos sabios y duros.)

La feria –el mercado, el trato, el comercio– llevaron aparejados desde siempre la fiesta –el canto, el vino, el sexo–. Con las carretas que transportaban bacalaos secos y vinos de La Mancha, especias del Oriente y telas de Castilla, con los marchantes de ganado y sus rebaños merinos o sus reatas de mulas, viajaban también –¡ah, llamada de las monedas!– las carretas de juglares y títeres, de putas y adivinas, los osos anillados y los lobos domesticados…

Y allí, entre la iglesia de San Pablo y las viejas Casas del Concejo, se alzaría la algarabía de puestos, tablados, olores, sabores, gritos, risas, tratos, gozos. Y allí, entre los callejones oscuros, a la noche, se cometerían “actos non sanctos”, remangadas las faldas y bajados los calzones. Y a buen seguro protestarían el párroco de San Juan Bautista y el de Santo Tomás y los priores de la Merced y la Trinidad y San Francisco. Y a buen seguro –segurísimo, vamos– continuarían la feria y sus tratos y las fiestas y sus excesos, ajenos a las quejas del clero y a los escrúpulos de las gentes de orden: era dura la vida de entonces y no merecía la pena privarse de un par de pecados que luego, vacía ya de feriantes la Plaza del Mercado, en una tarde lluviosa de otoño, se limpiaban con un par de padrenuestros en la capillita de cualquier convento. Al fin y al cabo –pensarían los ubetenses de aquellos siglos derrotados– la vida es breve y la carne merece algunas satisfacciones, que resarcen los callos que en las manos deja el campo y las heridas que deja la guerra o la muerte pronta en la flor de la vida.

LA PESTE Y LA FERIA. Para el Concejo ubetense, siempre fue la feria una cuestión principal. Y se buscaba dinero debajo de las piedras para la procesión de la Virgen del Rosario, para los fuegos artificiales, para las hogueras primero y los toros después, para las fuentes de vino y las mascaradas, para las colgaduras y los faroles, y más tarde para conciertos y orquestas y teatros. Sin embargo, hubo años en que las circunstancias pudieron más que el Ayuntamiento y la feria juntos y ésta se quedó sin celebrarse.

Así, 1681, año terrible en la historia de Úbeda, en que la ciudad fue sacudida por la peste durante todo el verano y el mes de septiembre. No consta en las actas municipales referencia alguna a la feria de aquel año, pues no estaría la ciudad para celebraciones con cientos de muertos a sus espaldas. Sabemos que hasta el 15 de octubre no se dio por oficialmente terminada la epidemia, llevando al Hospital de Santiago a la Virgen de Guadalupe y a Jesús Nazareno en acción de gracias. Los días de la feria habían pasado entre miedos de rebrotes y recuento de ausentes, sin celebraciones, sin mercados, en el temor de los bubones.

O el año 1885, en que el cólera causó decenas de muertos y no se trasladó la Virgen de Guadalupe a su santuario en septiembre, dejándola en Santa María a la espera del milagro que acabara con la plaga. Y acabó la plaga, sí, y tras su estela de muerte y sufrimiento, en octubre acuerda el Ayuntamiento celebrar fiestas y procesión general en honor de la Patrona y… ¡qué la feria se celebre del 1 al 15 de noviembre! ¡Quince días de feria para compensar el horror causado por el cólera! ¡Ahí es nada!

Pero la peste, que tanta muerte ha acumulado en los días de la historia de Úbeda, también ha brindado la oportunidad de alguna que otra feria clamorosa por coincidir con el fin de la epidemia. Sin duda, la más sonada fue la de 1855. El verano fue terrible, alcanzando la epidemia de cólera cotas terribles alrededor del 31 de agosto. Desde junio había recurrido la ciudad a las medidas de siempre: San Millán, San Lorenzo y los Honrados Viejos de El Salvador se convirtieron en lazaretos, las imágenes de estos templos se trasladaron a otras iglesias en solemnes procesiones de rogativas, se cerró la ciudad y la Virgen de Guadalupe concitó todas las miradas reteniéndola el pueblo en Santa María… y la epidemia que se da por finalizada el 25 de septiembre. Y entonces se celebra la feria entre el júbilo popular –¿quién se acordó, pasada la epidemia, de las familias de los muertos?–, culminando el 7 de octubre con Te Deum en Santa María, procesión de la Patrona y de todas las imágenes, que son devueltas a sus templos. Sabemos que lucieron colgaduras en los balcones de la ciudad, que hubo repique general de campanas, que se iluminaron las noches de la feria… El susto había pasado… una vez más.

LA FERIA MAÑANA. Seguirá la feria mañana, cuando ya no estemos, cuando sean nuestros hijos y nuestros nietos los que estrenen emociones e ilusiones. Y vendrán nuevos carruseles y habrá nuevas atracciones. Y serán otras gargantas las que se emocionen en los toros y otros músicos los que eleven la música de la tarde de octubre. Y otros ojos mirarán la feria nueva, sin que nadie se acuerde que un día fuimos nosotros los que hicimos la feria, los que vivimos la feria: ¿quién se acuerda de los hombres que bebieron vino de feria en 1300, en 1500 o en 1800?, ¿quién sabe los nombres de las jóvenes que se detuvieron ante los puestos de bisutería en 1700 o en 1900?, ¿quién se acuerda de los niños que rieron en los carruseles cuando la feria estaba en la calle de la Cárcel o en la Corredera?

Se hará un día la historia grande de la feria de Úbeda: pero será un recuento de anécdotas, de grandes actos. Una historia de miserias y grandezas, de luces y de padecimientos, de esfuerzos municipales. De traslados del ferial y de proyectos innovadores. Pero quedará por hacer –por imposible– la historia pequeña de la feria, la “intrahistoria” de la feria de Úbeda. Porque nadie podrá narrar las emociones que la feria ha concitado en más de siete siglos, los recuerdos y nostalgias, los nombres de los que un día estuvieron en la feria y ya no están… Porque nadie podrá levantar testimonio de lo que cada uno de los ubetenses ha sentido en las ferias que les tocó vivir: ni de los amigos que se fraguaron en las tardes de San Miguel, ni de los amores que nacieron bajo las luces del ferial, ni de la primera risa de nuestros hijos cuando los montamos en los caballitos, ni de… Pasaremos nosotros, sí, pero quedará la feria para los que vengan luego, cuando no seamos nosotros ni recuerdos ni historia.

(Publicado en el Diario IDEAL el 29 de septiembre de 2007)

CÁNTICO DEL PESIMISMO



Ahora entendemos que la guerra fría no fue sino la historia congelada y entendemos que Fukuyama dictó la hipótesis más absurda, porque no sólo no ha terminado la historia sino que vuelve –se revuelve– con todos sus fantasmas agitando antorchas y hachas ensangrentadas. Ha sido borrada del mapa aquella alegría que agitó el mundo cuando el Muro de Berlín se derrumbó. ¿Es posible encontrar motivos para la esperanza?

Juan Pablo II dijo que, derrotadas las ideologías, en el siglo XXI las religiones serían el motor de la historia. De la peor historia, decimos nosotros: porque no ha vuelto la religión para que el hombre ilumine lo que tiene de profundidad y abismo. Han vuelto los clérigos que predican venganzas y claman contra las libertades. Hoy, las religiones más activas vuelven a negar la posibilidad de una esperanza cívica y de una sociedad abierta. Han vuelto las religiones al plano de la política y han abierto las puertas de todos los extremismos. Y con las bombas del islamismo se ha reactivado la historia, si es que alguna vez estuvo dormida, si es que no fueron historia el genocidio de Ruanda o el horror de Bosnia.

Cuando cayó el Muro no se hundió la historia: sencillamente siguió poblando los caminos del mundo de muertos, pero todo sin guión, en un caos de sangre, sin una articulación que ofreciera razones sobre los crímenes y los silencios, sin discursos ni argumentos. Los nazis y los comunistas justificaron sus crímenes en la consecución de un mundo mejor: ahora la sangre se justifica por sí misma, en su mismo borbotón. Entre el Berlín de 1989 y el Nueva York de 2001 la historia navegó sin brújula y los cuadernos de bitácora estuvieron terriblemente blancos, como los ciegos de Saramago. Los 90 no fueron los años del fin de la historia sino los de la historia ciega. Y ciegos, pensamos que el triunfo de la democracia –desaparecido el horror del comunismo– era definitivo. Ciegos, fuimos incapaces de ver la tinta que se preparaba para volver a llenar de letras –gritos, sangres, voces de torturados, aviones y colegios secuestrados– los cuadernos de la historia.

En esos años desaparecieron las ideas: todo lo ocupó el culto al dinero. El dinero es hoy nuestra razón última de ser. Vivimos en el triunfo pleno de las razones neoliberales y del consumismo: la vida es una guerra y el más fuerte, el que más compra, es el que vence y perdura. Y mientras disfrutamos esta orgía de grandes almacenes seguimos sin ser capaces de ver las señales que nos manda un mundo en ruinas. Nos encerramos en los supermercados mientras todo se hunde a nuestro alrededor, y la posibilidad que en 1989 se nos brindó, se ahogó en el ansia consumista. Todos los valores desaparecieron y con ellos se ha ido la posibilidad de entender lo que pasa en este mundo en que la historia se resiste a morir. Los años 90 sembraron la tormenta que hoy vivimos. Nos creímos el centro del mundo: pensamos que era suficiente acabar con el riesgo de una guerra nuclear en Europa para que todos los seres humanos caminaran por las alamedas del bienestar. Pero no fue así: el fin de la Guerra Fría quitó el tapón que contenía los odios en muchos lugares del mundo. Y nuestra torpeza creó, avivó, atizó, los odios que la división entre comunistas y capitalistas había orillado desde 1945. La imposible gran confrontación dio paso a cientos de pequeñas confrontaciones absolutamente reales que confluyen en estos días convulsos, preludio de un futuro sin futuro, de unos días oscuros en que nos abrazaremos sabiendo que fuimos responsables de haber negado la última oportunidad de la esperanza.

Los pensadores de la derecha decretaron en 1989 el fin de la historia y la validez última de los parámetros neoliberales para entender las relaciones entre los hombres. Pero esas relaciones siguieron regidas por los mismos principios de siempre: Ruanda, el Cáucaso, los Balcanes... Cada muerto a machetazos, cada hombre bomba, cada mujer violada, cada niño soldado, fueron una señal que nos negamos a ver. Hasta que de pronto la historia –levantada en voz de almuédano– irrumpió en nuestros televisores y vimos que los occidentales estamos condenados a ser las víctimas de ese terremoto histórico que se larvó en los años 90: los hechores de la historia oculta se montaron en un avión y un 11 de septiembre sembraron nuestras vidas de muertos inocentes. Ese día, mientras veíamos espantados derribarse todas nuestras seguridades, la historia restauró su imperio. Y lo hizo al paso de las banderas grises del pesimismo.

(Publicado en Diario IDEAL el 28 de septiembre de 2007)

lunes, 29 de octubre de 2007

PREGÓN DE FERIA



Esta noche, en el antiguo Hospital de Santiago, tendrá lugar el Pregón de la Feria de Úbeda. Será un acto solemne y recogido, heredero de aquellos pregones que a voz en grito anunciaban por las plazas la llegada de la feria, cuando las cosechas dormían ya en los graneros y las noches elevaban una oración de tierra húmeda sobre la pólvora de los fuegos de artificio. Pregonará la feria un músico excepcional: Manuel Antonio Herrera Moya, maestro que ha marcado una época en la vida musical del conjunto de la provincia. Y él, que tantas veces y tan magistralmente ha compuesto marchas de piedad y recogimiento cofrade, será hoy el que llame a los ubetenses a la diversión en una soflama de pasodobles y zarzuelas. Que un pregón de feria es eso: un llamamiento al júbilo. Nada más y nada menos.

Hoy se dará la orden de la diversión. Y a partir de mañana la cumpliremos todos: cohetes y farolillos, luces y norias, serios y graciosos, solitarios y acompañados, los ricos con su mucho y los pobres con su poco, los jóvenes con sus esperanzas y los viejos con sus recuerdos Porque la feria –la de cualquier pueblo– es de todos y, sobre todo, es para todos. Así la pensaron ya en tiempos de Fernando III, cuando por San Miguel el común elegía a sus gobernantes y acompañaba la elección de mercados y juglares y canciones.

La Semana Santa y la Feria de San Miguel son las dos grandes expresiones colectivas del ser ubetense. En primavera, será protagonista el pueblo hecho cofradías; ahora es el Ayuntamiento el que organiza y convoca, el que ordena divertirse y despliega las excusas para la diversión. Y hace bien el Ayuntamiento en organizar la feria con todas sus potencias: que la gente –en estos tiempos que corren oscuros– necesita divertirse conjuntamente, en comunidad densa, en apretada comunión de ciudadanos. Porque la feria y sus derroches tienen la misión trascendente de recordarnos que no vivimos solos, que estamos con otros y que la diversión común es algo tan viejo como los genes que heredamos de los primeros seres que reconocemos como humanos.

Pero la feria, ¡ay!, tiene sus enemigos. Abundan ahora los snobs que reniegan de la feria y prefieren las diversiones particulares –de grupos, de barrios, de asociaciones– frente a la diversión comunal y grande de la feria. Mas aunque a algunos les pese, la feria y sus generosidades son una obligación para el Ayuntamiento. Y no porque sea la feria la más vieja de las costumbres ubetenses, ni por la riqueza que genera o por las familias que encuentran en ella una aportación importante a su sustento anual. La feria es una obligación porque permite la diversión, porque cumple con un derecho que nunca se ha escrito pero que es el más importante de todos: «los hombres y las mujeres, sin distinción de edad ni condición, tienen derecho a ser felices y a que los poderes públicos garanticen el cumplimiento de su alegría». La feria es –y no es poco– la forma en que colectivamente disfrutamos de ese derecho. Lo dirá mañana la sonrisa amplia de los niños al paso de los gigantes y de los cabezudos.

(Publicado en Diario IDEAL el 27 de septiembre de 2007)

CIEN DÍAS



La superstición democrática ha fijado en cien días el plazo de confianza que se da a los nuevos gobernantes para comenzar a juzgar sus actuaciones. Y es ahora cuando se cumplen los cien días de gobierno de las corporaciones municipales elegidas el pasado 27 de mayo. Por lo tanto, no debe extrañarnos que a partir de ahora las oposiciones locales funcionen a todo pistón: el periodo de gracia ha terminado, comienza la cacería.

Quien fijara los cien días sabrá el porqué de ese plazo que permite intuir cómo será el gobierno que gobierne –o simplemente sobreviva– lo que resta hasta cumplir los cuatro años. Decía mi abuelo que viendo la choza se conoce el melonero. Pues si los cien días son la choza, hay municipios que ya saben de sobra cómo será el melonero. Y es que estos días habrán permitido intuir por cuál de las cuatro opciones que caben a todo gobierno se decantan el alcalde y concejales que a cada pueblo le han tocado en suerte: seguir haciendo lo de antes, mejorar lo hecho anteriormente, empeorar lo que hicieron otros o, simplemente, no hacer nada.

Claro, que al final cada uno contará el cuento de estos cien días según le haya ido. Por ejemplo, si yo fuese ciudadano de Lepe –amén de tener un gracejo innato del que carezco– estaría la mar de contento con mi alcaldesa por haber prohibido los ruidos durante las horas de la siesta. Por el contrario, si viviese en Barcelona, podría jurarles sobre lo más sagrado que jamás volvería a pisar un colegio electoral después del vergonzoso apagón de luz y de luces que, con regocijo impune de eléctricos y políticos, se sufrió en el verano: se corta la luz sin castigo, se castiga cortando el voto. Mientras, el resto de españolitos estarán en lo intermedio, que es lo normal: unos, deseando que vuelvan los que se fueron; otros, anhelando que vengan los que nunca han venido; los demás, rezando para que se vayan los de ahora. Mientras, se abrirán nuevas pistas de padel para los modernos, serán destripadas algunas plazas para llenarlas de aparcamientos subterráneos, se arrasarán un par de bosques para hacer campos de golf ¡y puede que hasta se construyan viviendas de protección oficial para las parejas de jóvenes currantes o guarderías para sus hijos!. Y así, entre aciertos –de los menos– y meteduras de pata –de los más–, transcurrirán, lánguidos, los meses hasta mayo de 2011.

Por suerte no todo depende de los políticos ni de las urnas: nadie vota para que vuelvan los vencejos que se marchan, no se decreta la flor de los cerezos, nevara en enero aunque los alcaldes no quieran y vendrá la primavera sin que nadie –ni hombres ni leyes– sepa cómo ha sido. Y ahí seguirán el tiempo y las distintas varas de medirlo: para un lepero transcurrirá raudo y feliz, para un barcelonés será como una losa que ni siquiera podrá quitarse en las próximas elecciones. A los que les vaya mal con los meloneros puestos a prueba durante estos cien días, les queda el consuelo de que si veinte años no son nada –sabio es el tango– cuatro años son menos. Algo es algo.

(Publicado en Diario IDEAL el 20 de septiembre de 2007)

SABINA & SERRAT



El sábado estarán en Úbeda Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat: "Dos pájaros de un tiro". ¡Y qué dos pájaros! ¡Y qué gira! Sólo es comparable a la que, inmensa, está sembrando José Tomás por las plazas de España. A Sabina, claro, le coge por medio la ola triunfadora de las dos giras, porque en una –la medio suya– llena gradas mientras intercambia con Serrat canciones como cromos líricos; y en la otra, su amigo José Tomás –de purísima y oro– sigue hilando nervios y burlando muertes.

Pero vayamos a lo de Úbeda, donde miles de personas sabrán que Serrat no está ni tan arrepentido ni encantado de habernos conocido, y de sobra sabrán que somos los primeros y que no miente si jura que daría por ti, por mí, la vida entera y, sin embargo, un rato cada día, ya ves, nos engañaría con cualquiera, nos cambiaría por cualquiera. Y oirán a Sabina pedir que si un día para nuestro mal viene a buscarlo la parca empujemos al mar su barca con un levante otoñal, dejando que el temporal desguace sus alas blancas, mientras lo enterramos sin duelo en la ladera de un monte, más alta que el horizonte –quiere tener buena vista–, para que su cuerpo sea camino allá donde se cruzan los caminos, allí vivió, allí quiere quedarse, pongamos que habla de Madrid.

Un descanso para ser malicioso junto a estos dos golfos: para los ubetenses, un atractivo más del concierto es el berrinche que los archiubetenses pillan cada vez que Sabina canta en Úbeda. Porque a algunos les gustaría que Sabina empezase sus conciertos silbando el "Miserere" de Jesús y los terminara dando vivas a los doce leones. Son los catetos que sólo entienden una manera de ser ubetenses –estrecha y cerril– y que no comprenden que cada uno siente su patria cómo quiere o puede o le dejan. Y mientras a algunos se les agría la sangre porque Sabina no quiere ni con nosotros ni sin nosotros, otros veremos a Penélope, con su bolso de piel marrón y sus zapaticos de tacón, sentada en un banco del Paseo del León esperando que llegue el primer tren o a que abran las puertas para entrar al concierto. Y en ese momento comprenderemos que la poca sabiduría que tenemos en amores la aprendimos de los labios cantores de Sabina y Serrat, y que nos hubiera gustado ser capaces de escribir una canción que dijera que lo que tenemos de bueno y de bello es porque lo aprendimos en el cuello y los senos de la mujer que amamos.

España es un país estúpido. E ingrato. Sólo así se explica que los sillones que en la Academia Española les corresponden a Sabina y Serrat –juglares, poetas, tejedores de emociones en música y verso– los ocupen Cebrián y (tápense la nariz) Ansón. Desconocemos los méritos de tan ilustres académicos, pero al menos sabemos –nos lo dijo Sabina– que ahora una pensión es un palacio donde nunca falta espacio para más de un corazón y sabemos –nos los susurró Serrat– que fue sin querer, que es caprichoso el azar, que ni buscamos ni nos vienen a buscar, que siempre estamos donde no tenemos que estar y que María Luisa pasó –un agosto lejano– como sin querer pasar, tanto tiempo esperándola.

(Publicado en Diario IDEAL el 13 de septiembre de 2007)

LA FINANCIACIÓN DE LOS AYUNTAMIENTOS. Al hilo de una conferencia de Manuel Zafra.


En los años 90 Manuel Zafra era idolatrado por los estudiantes de Ciencias Políticas de Granada por su merecida fama de buen e independiente profesor. Ahora, ha vuelto a mostrar en los cursos de la UIA en Baeza esas virtudes que lo hicieron adorable a los ojos de los estudiantes: no ha dudado en arremeter con toda su autoridad contra una financiación municipal basada en las subvenciones y que asfixia las exhaustas arcas municipales. Las comunidades autónomas son administraciones lejanas: buena prueba de ello es el sistema que han establecido para financiar a los ayuntamientos. En su cómodo y lejano despacho, a algún consejero autonómico se le puede ocurrir sacar unas subvenciones para un interesante programa de formación en la separación de la pulpa y el hollejo de la uva. Y allá que van los ayuntamientos –fritos por conseguir una peseta– a inventar proyectos mientras esperan la lluvia del maná autonómico (o provincial, o estatal) que les permita respirar económicamente, si quiera por un tiempo. La situación es absurda: una comunidad autónoma reforma su estatuto para asumir más competencias que refuercen su realidad nacional y una vez que las asume, en lugar de prestarlas, se las endosa –vía norma legal– a los ayuntamientos pero sin dotación económica. Seguidamente convocan la subvención de turno, con lo que el procedimiento queda así: una norma autonómica dice que tal competencia tiene que ser prestada por los ayuntamientos; luego, se subvenciona sólo una parte mínima del coste que la competencia genera al ayuntamiento, que debe financiar el resto con sus propios recursos. Este procedimiento agota las finanzas municipales. Pero parece que sólo la autoridad moral de Zafra podía decir esta verdad del barquero en un país acostumbrado a un funcionamiento absurdo de sus administraciones, que en nada beneficia a los ciudadanos y que ahoga a los ayuntamientos.

Urge definir un nuevo marco de competencias en España. Pero, por favor, que esto no suponga transferir más competencias a las comunidades autónomas: ese proceso está agotado y en algunas materias habría que pensar la manera de desandar parte de lo andado. Ahora, hay que pensar en una mejor prestación de los servicios públicos. Y eso sólo se conseguirá potenciando las administraciones cercanas a los problemas de los ciudadanos: las diputaciones provinciales y, sobre todo, los ayuntamientos. Sigue pendiente la descentralización realmente importante: las comunidades autónomas deben transferir a los ayuntamientos competencias que nadie puede prestar mejor que los ayuntamientos, pero tienen que hacerlo con la correspondiente dotación económica, sin más subvenciones.

A un sistema viciado por la centralidad de los partidos políticos le convienen municipios prisioneros de las subvenciones: esto potencia el clientelismo partidista y asegura la docilidad de alcaldes y concejales. Tal vez así se explique el continuo retraso que sufre la imperiosa reforma del sistema de elección de alcaldes y concejales. Las cúpulas de los partidos pueden controlar a sus cargos municipales, obligados por el sistema de conformación de las listas electorales a soportar todo lo que venga desde la administración autonómica. No está tan claro que el día en que se oxigene el mecanismo electoral, un alcalde aguante que una subvención le subvencione sólo una parte de una competencia que le ha encasquetado el gobierno autonómico. Muchos ayuntamientos viven una situación dramática: los alcaldes tiran para adelante como pueden –y asumiendo competencias que no les corresponden– porque temen quedarse fuera de las listas. Y porque saben que un plante competencial de los ayuntamientos paralizaría muchas prestaciones que no corresponden a los municipios. Pero no es ético que sean los ciudadanos los que paguen las consecuencias de un sistema conscientemente viciado.

Manuel Zafra ha lanzado la pelota. Está sobre el tejado de los partidos políticos. Sólo falta que alguien esté dispuesto a escuchar sus demoledoras y certeras palabras. Aunque en esto también es cierto el refrán de que no hay peor ciego que el que no quiere ver ni sordo más sordo que el que se niega a escuchar. Por más que lo que se oiga sea ya un clamor.

(Publicado en Diario IDEAL el 8 de septiembre de 2007)

viernes, 26 de octubre de 2007

AGRADECIMIENTO

La verdad es que cuando uno no sabe para qué sirve un cuaderno de estos, al menos se tiene la certeza de que sirve para dar las gracias. Ya en su momento sirvió para dar explicaciones de mi salida de la junta de Jesús –¡qué lejano, ya, todo aquello!– y ahora quiero utilizarlo para dar las gracias, públicamente, a la Cofradía de La Sentencia. El domingo por la noche, anginoso y adormilado, recibí la llamada del Hermano Mayor para comunicarme la noticia de que me habían elegido como Exaltador de la Semana Santa. Ahí es nada. Le dije que sí porque, precisamente a ellos, no podía decirles que no: hay demasiada gente a la que aprecio en esa cofradía como para negarme a esto. Ahora, bien sabe Dios lo mal que lo pasaré ese día: soy tímido, me avergüenzan todas estas cosas, no me gustan los elogios ni los aplausos, le tengo pavor a salir en los medios, me da pánico una lectura de este tipo en la que habrá que poner algún énfasis del que carezco, alguna gracia que no tengo… en fin, que soy un bicho raro al que le gustan sus soledades y sus tranquilidades, sus amigos y sus cosas y al que le gusta poco que se entrometan en su vida. Por eso, y por esta vez, pase, sin que sirva de precedente. Pese al mal rato que pasaré, en el fondo tengo que confesar que me halaga el llamamiento de La Sentencia, porque dice mucho de ellos. Siempre he estado en contra de su “forma de procesionar”, pero siempre he defendido su buen hacer y extraordinario sentido de hermandad. Precisamente por haber sido uno de sus grandes críticos muchos no se hubieran imaginado nunca que yo hubiera recibido este encargo: y es eso lo que dice mucho de esta cofradía joven y ejemplar, que crece con las críticas, que mejora con los críticos. ¡De momento una cofradía que yo me sé hubiera hecho algo así! ¡De momento no habría saltado el espíritu inquisitorial en alguna de las cofradías que presumen de ser ejemplos a seguir y que denigran, corporativamente, a La Sentencia! En fin, no nos enredemos más en esto, que voy a acabar perdiendo la compostura…

No sé quienes habrán sido los ideólogos de este nombramiento, porque conozco y aprecio –y sé que me aprecian– a mucha gente de la directiva de esta cofradía. Pero me imagino que detrás habrán estado Luis Carlos Arriaga, Alfonso Donoso, Antonio Montesinos, José Madrid… A todos ellos gracias de manera muy especial: me debéis una cerveza para pasar el mal rato.

Bueno, pues eso, que ya estamos metidos en este embolado. Y que pese a que el bicho tiene dos pitones que ni los de los toros de Dolores Aguierre, pues que muchas gracias amigos de La Sentencia. Espero no defraudaros aunque puedo aseguraros que los morbosos se van a quedar a dos velas. Abrazos.

EVOCACIÓN DE UMBRAL

También hubo un tiempo en que fui joven. Eran días de otoño e instituto y de sol y pereza, cuando mi amigo Antonio Gaitán y yo nos escapábamos de las clases de literatura de Aurelio Valladares para irnos al parque: comprábamos El Mundo y leíamos el artículo de Umbral. Seguramente soñábamos entonces con ser escritores. O poetas. O profesores en ciudades lejanas donde nadie te conoce y vives dando clase y leyendo o escribiendo, habitando un apartamento alto y lleno de luz y libros, abierto a calles amplias que al anochecer se llenan de ruidos de sirenas y gentes que regresan a sus hogares mientras tú esperas la compañía de alguien que llene de sosiego las horas de la madrugada. O tempora! O mores!

Antonio seguirá siendo joven, porque uno lo es mientras piensa que la vida es posibilidad y sueño: él ha podido cumplir parte de los nuestros haciendo en la vida –en parte de su vida– lo que realmente le gusta. Otros, mientras, hemos aprendido de Umbral que la vida es derrota y caída, entrega y renuncia y que si el Génesis no miente, Dios debió amasar con cenizas y lágrimas de amargura el barro con que nos hizo. Quien no miente es Ortega: somos nosotros y nuestras circunstancias, que suelen ser más poderosas que nuestra voluntad y que nuestras posibilidades. Y los sueños adelgazan para poder pasar por el embudo de las circunstancias hasta quedar reducidos a polvo que se lleva el huracán de los años. ¡Suerte que al menos conservamos el recuerdo de aquellos días jóvenes en que la tiza del corazón escribía sus impulsos mejores sobre la pizarra de la vida!

Guardo en Umbral los recuerdos de un tiempo en el que todo era posible porque todo estaba intacto, en el que la universidad era la promesa de algo mejor, no de más dinero o más comodidad, sino de una vida más intensa, el andamio de un sueño: la prosa de Umbral –todo el español cabía en ella– evocaba una vida rica en aventuras y literaturas. Pero se ha ido Umbral: ya no podré remansarme en sus artículos los días en que la añoranza duela más de lo normal. Por eso, cuando anunciaron su muerte sentí como un vacío: entendí, ya para siempre, que nunca seré corresponsal de guerra ni escritor en Nueva York ni profesor en Granada ni... Una parte de mi vida se ha ido esa madrugada de agosto; por delante queda la autopista monótona de lo convencional. Al final, siempre vence nuestra circunstancia, por más que el recuerdo y la esperanza nos susurren que es posible que florezcan magnolias en el desierto Hubo un día en que fui joven…

Lástima que Umbral no leyese a los clásicos, porque debería haberme enseñado, en esos días de maula, que las rosas hay que cogerlas cuando aún existen fresca la flor y la nueva juventud. Y, sobre todo, que nuestros tiempos y nuestros afanes y nuestras esperanzas corren como los de la flor, fatales y breves. Y que el rocío se seca y un día mortal y rosa no está Umbral en la puerta de atrás del periódico para hacernos evocar las mañanas en que soñamos con un horizonte grande y azul.

(Publicado en Diario IDEAL el 6 de septiembre de 2007)

JOSÉ TOMÁS



ENTRE el martes en que escribo este artículo y el jueves en que saldrá publicado media un día: el miércoles en que José Tomás torea en Linares. Buen momento, pues, para hilvanar unas reflexiones sobre los toros.

Ha vuelto José Tomás y lo veremos torear en Linares. Sin opción al pico de la muleta. Sin opción a dejar espacio entre toro y torero para que pase un tren. Sin más opción que la verdad de mirar de frente a los ojos de la muerte: que ocupe el espacio en que reina la posibilidad de morir es lo que nos hace temblar cada vez que José Tomás cita al toro y lo empapa de muleta. Recordamos otras faenas de José Tomás –Granada, Linares, Úbeda–, faenas de un toreo apretado, densísimo, casi asfixiante, que es cántico elevado hacia lo más hondo del toreo y que recuerda su única verdad: el torero debe salir a la plaza dispuesto a morir.

El regreso de José Tomás ha revolucionado el mundo taurino, devolviendo a los intelectuales y poetas a las plazas: la mitificación del diestro es un imán para la cultura (tan falta de emociones). Y eso que regresa cuando el riesgo y la emoción –esencias de lo taurino– han vuelto a los ruedos gracias a un puñado de diestros –El Cid, Castella, Talavante– que juegan cara a cara con la muerte. José Tomás sella definitivamente esa apuesta por la verdad del toreo: atrás quedan los años anodinos regidos por los toreros del tomate, la cosecha de bragas y las muletas como mantas. Y es que no es lo mismo ver a la máxima figura torear con el pico y hacia afuera que ver a José Tomás en la cima de la quietud, zarandeado en cada embestida, empapado en sangre. La elegancia de las figuritas toreras envuelve una mentira: en José Tomás la poesía se ha reconciliado con la sangre y eso devuelve el misterio que en los toros vieron Picasso o Hemingway. Para consumar su mito sólo resta que abandone las ganaderías comerciales y apueste por los toros de verdad. He ahí el reto definitivo de José Tomás.

Para que sea posible la poesía del toreo, a más de la muerte, es necesario el tiempo. Más concretamente: es necesario detener el tiempo, parar el reloj de la tarde. Cuando uno queda fuera del tiempo, el temblor que se siente y la emoción que enerva la piel son un temblor y una emoción de todos los tiempos y todas las gentes, de todos los olés consumados en un instante fugaz y a la vez eterno. El toreo de José Tomás cortocircuita el tiempo y lo que es breve se siente como infinito, y lo que es muerte se sublima en vida, y lo que es tragedia se hace plenitud en la gloria, y lo que es sangre se redime en luz, y lo que es humano se vuelve casi divino. Y eso es la poesía. Que se puede hacer con palabras, pero también con naturales desmayados sobre la arena que empapó la sangre de Manolete.

Escribo con la emoción de la víspera: ¿qué traerá la tarde de Linares? ¡Ah, el rito viejo del hombre y el toro en la rueda infinita del tiempo! ¿Con qué canción antigua elevarán los vencejos del atardecer el nombre de José Tomás sobre la plaza de Santa Margarita?

(Publicado en Diario IDEAL el 30 de agosto de 2007)

UN ARTÍCULO PEREZOSO

En agosto el año marca como una plenitud: parece que los meses precedentes ensayaron los días de agosto para entregárnoslos en un derroche de mañanas luminosas y tardes y recuerdos transidos de pereza. Agosto es un mes amable, hecho de añoranzas: la casa grande de la infancia, con la alberca donde aprendimos a nadar y los patios de piedras que se regaban al atardecer; los libros que hemos devorado en las infinitas horas de vagancia que agosto nos regala; las calles que llenamos con nuestros juegos en un verano feliz en que los coches aún no habían conquistado la ciudad y en el que los vecinos todavía tomaban el fresco en las calles; el portal encalado y con botijo donde –henchida de estrellas la medianoche– nos sentábamos a escuchar las historias que contaba Magdalena... En agosto, sí, recordamos y nos sentimos amplios, como si se estiraran las alamedas de nuestro interior. Por eso agosto fortalece el alma y oxigena la sangre dándole fuerzas para apurar las semanas que restan hasta el fin de año.

Seguramente ha sido siempre así. Porque en agosto han dormitado los pueblos del Mediterráneo sus mejores impulsos a lo largo de la historia: atravesando los montes de Almería pensaba en las tardes de agosto que en ese paisaje de palmeras y huertas recatadas habrán pasado tantos pueblos durante tantos siglos. Tardes repetidas en las villas romanas de mármol blanco y cipreses enhiestos o en los pórticos románicos, tardes de pensamientos desmayados como el sol –que todo lo pudo al mediodía– tras los montes azules. Entonces, claro, no había televisiones y los atardeceres se vivirían en las puertas, entre cánticos de romances viejos –algún día nos daremos cuenta del valor de la tradición oral que hemos dilapidado– y sabor de melón y vino.

Nosotros somos herederos de esas tardes lánguidas, tal vez incluso de esos pensamientos hilvanados en el filo de la pereza. Porque agosto, qué duda cabe, es un mes perezoso. Sobre todo, a la tarde. Por la mañana es posible, aún, ensayar un afán, trazar una ocupación. Pero la tarde de agosto invita sólo al descanso, a esas siestas que nuestro amigo Antonio del Castillo denomina como de «pijama, escupidera y padrenuestro». Y luego –aún la calor en toda su plenitud– continúa ajustando la tarde su abandono en la oportunidad de leer o escribir o, simplemente, soñar sobre un fondo de cigarras que cantan mientras las estúpidas hormigas intentan aguarnos la fiesta de la pereza, recordándonos la crueldad divina que nos condenó a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente... aunque luego algunos hagan trampa y se coman un pan que han sudado las frentes de otros.

En fin, agosto no es culpable de las injusticias que hayan cometido Dios y los hombres. Ni siquiera es culpable de que hayamos nacido lejos del mar o de que nadie invente una sociedad en la que se trabaje un mes y haya once de vacaciones... Ni de... Pero dejémoslo aquí, que el pensamiento perezoso hila vaguedades y teje un tapiz de modorras. Y no es muy de agosto un artículo con tantas letras, que el mejor artículo de agosto, por perezoso, sería uno completamente en blanco que cada cual rellenase con sus pensamientos y sus ensoñaciones.

(Publicado en Diario IDEAL el 23 de agosto de 2007)

viernes, 19 de octubre de 2007

SOBRE EL ESPECIAL DE FOTOS

¡Menuda remontada en dos días! Esto es ponerse al corriente. Ya no por lo de los textos, sino por lo que llevo penando para meter las fotos de la boda. Un evento como ese no podía quedarse sin un recuerdo aquí, aunque sea por unas semanas. Seguiremos actualizando el asunto.

EL MAR, ESE EVANGELIO



CADA vez con más frecuencia siento añoranza del mar, como si la sangre y los músculos y los más ínfimos átomos que me componen no hubiesen olvidado su genésico pasado marino, esa inmensidad salada de la que todos los seres brotamos hace millones de años. El rumor del mar rompiendo en las playas es como un recordatorio de lo que somos: no polvo, sino agua de mar hecha carne y corazón que late bombeando espumas profundas. Por eso fascina el rumor del mar –sordamente sonoro– y por eso podemos pasar las tardes enteras de agosto escuchando esa voz antigua de viento y de sal: porque tenemos nostalgia del mar.

Tienen un mar de fondo casi todos los lugares en los que me gustaría vivir: en un faro solitario sobre un acantilado en el que rompan las olas, en un puerto cantábrico lleno de gaviotas y sirenas de vapores que anuncian la mañana, en una casa pintada de blanco y azul asomada al viejo mar de Grecia, rodeada de vides y cerezos. O en una casa luminosa y lejana en las playas de Oregón. O de Chile. O de Normandía, encarada al océano gris de invierno. Porque uno imagina vivir junto al mar y siente que el alma se acurruca junto al fuego, viendo la lluvia perderse en las mareas embravecidas, mientras Bach desmaya la tarde de ceniza y el libro suspende sus páginas en las manos, idos ya los ojos al clamor de una naturaleza que podremos destruir pero que nunca llegaremos a dominar. Incluso si sueño con vivir en un lugar sin playa ni acantilados, ese no puede ser otro que Venecia, la ciudad que enclaustró la mar en canales y puentes, que se fusionó con ella para levantar y reflejar columnas, cúpulas doradas, ojivas orientales. Venecia es un mar pequeño encerrado en un decorado fascinante: sentados en la escalinata de Santa María de la Salud la añoranza del océano vuelve a dar tirones en el corazón. Porque allí soñamos con ser un marinero fenicio o un joven griego que aprendió el amor y la filosofía en Lemnos –esa isla de las mujeres–, un lobo de mar salido de un libro de Conrad o el capitán de un velero en la calma del atardecer sobre el mar y los delfines.

Ahora, el verano nos devuelve al mar por unos días, con ficción e impostura, sabiendo que es mentira este regreso, porque sólo regresa al mar quien con certeza puede sentarse en la orilla a esperar que las espumas devuelvan los restos de todos los naufragios: los mascarones de proa de los galeones de Indias, el mástil en el que ataron a Ulises para escuchar el canto de las sirenas, una botella cargada de adioses, las profecías cantadas por las tablas –comidas de musgo y algas– de Argo... Volver al mar es creer en el mar, ese evangelio, que dijo Benedetti. Y vamos al mar con prisa cuando el mar sólo entiende de eternidades y permanencias: no se puede ir al mar para volver, para hacer el equipaje y marcharse, porque en las orillas del mar construye el alma un castillo de arena en el que quedará encerrada para siempre, lamida por las olas que a cada instante llegan.

(Publicado en Diario IDEAL el 16 de agosto de 2007)

EL ABURRIMIENTO Y LA LISTA MARAVILLOSA



Vivimos una época aburrida y sin pulso, en un tiempo que transcurre entre la prisa y el vacío, irremediablemente huero. Nada puede esperarse de esta época nuestra que todo lo enlata para poder comprarlo mejor. Todo. Hasta las maravillas del mundo.

Maravilla viene del latín mirabilĭa, que significa admirable. Los griegos eligieron las siete maravillas del mundo pensando en las cosas más admirables que se habían construido gracias al trabajo y el ingenio del hombre. No sabemos si cuando Herodoto o Antípatro de Sidón hicieron sus listas había en el mundo cosas realmente más maravillosas que la estatua de Zeus en Olimpia o el templo de Artemisa en Efeso. Pero, visto el resultado de la bobería patrocinada y alentada por el millonario y aburridísimo Bernard Weber, estamos convencidos de que hoy sí hay cosas más dignas de admiración que el Cristo de Río de Janeiro, que es un pastiche kitsch sin aliento artístico y del que hay ejemplares muy similares en Colombia, México o en la propia Palencia.

Weber ha democratizado la elección de los monumentos más hermosos del mundo –¿se puede democratizar la belleza?–. Y los maravillosos votantes que han alumbrado la maravillosa lista han decidido que el Cristo de Río es más maravilloso que El Escorial, la Alhambra, Santa Sofía o cualquier catedral gótica. Podemos hacernos una idea del mundo en que vivimos viendo a esta estatua incluida en la lista en que no están la Acrópolis o el Kremlin. Poco hay que decir de las otras nuevas maravillas, realmente admirables. Pero cuando se piensa en el Cristo del Corcovado –como "obra de arte", ojo, no como símbolo religioso– nos viene a la memoria Paco Martínez Soria en bermudas persiguiendo mulatonas por las playas de Río, a donde puso rumbo Marisol, y así es que no hay manera de ver la maravilla por ningún lado.

El invento de las nuevas maravillas del mundo es un producto más de la fiebre por las listas que sufre el mundo postmoderno. Lista de flores que tienen que olerse, lista de discos que se tienen que escuchar, lista de vinos que tienen que probarse, listas de todo para que todos los gustos encuentren la lista que los satisfagan: en el supermercado de la bobería, la lista es la oferta de cada día.

Pero la lista es una delegación: renunciamos a ser nosotros mismos, a elegir, a decidir. Queremos que otros nos digan qué tenemos que leer, comer o visitar o qué tiene que maravillarnos. Nos han dicho que nos maravillemos más en Río que perdidos en una tarde umbrosa de octubre en el patio de la Lindaraja. Mi corazón y yo sabemos cuánto de maravilla tiene La Alhambra y no necesitamos multitudes que la voten. Es más: me sobran las multitudes en el palacio rojo de Granada. La masa que vota por el móvil que se dedique a realizar la lista de los tontos más tontos de España: empezando por el Lequio y terminando por Jesulín hay tajo sobrado. A ver si Bernard Weber tiene bemoles a reducir a una lista de siete la multitud boba que recuecen las televisiones españolas, esos vertederos.


(Publicado en Diario IDEAL el 9 de agosto de 2007)

jueves, 18 de octubre de 2007

ENSEÑAR EL MAL


Se veía venir: en un país en el que todo se banaliza, algún día los obispos banalizarían el mal. Lo han hecho en plena cruzada contra el gobierno socialista: el Primado de España no se ha ruborizado al decir que quienes enseñen Educación para la Ciudadanía estarán colaborando con el mal. Es la guinda de un despliegue sin precedentes contra una asignatura a la que imputan contenidos diabólicos.

Pero se equivocan los obispos pensado que el mal es una abstracción con la que se pueden hacer juegos de palabras para sacar rédito político. El mal es algo definible: los instrumentos de tortura que la Inquisición ha dejado en los sótanos de la historia, el horror de los niños entregados a los hornos crematorios en Auschwitz, los jóvenes que Pinochet, tan cristiano, torturó. O los miles de asesinados por el comunismo. O los masacrados por los islamistas en Atocha. El mal es algo que penetra la carne y humilla los cuerpos, que destroza la existencia, que envilece el espíritu.

Las palabras no están huecas o vacías: detrás tienen una realidad a la que nombran. Y el mal es la más asfixiante de las realidades, sobre todo tras el siglo XX, en el que el mal ha desplegado todas sus potencias bajo todos los símbolos, en todos los regímenes: Lenin, Franco, Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Ceaucescu... Faltarían líneas para enumerar los rostros del mal, del verdadero mal, del que ha destrozado la vida de millones de personas, negando felicidades y futuros, sembrando lágrimas y olvidos. Por eso monseñor Cañizares ha cometido un terrible pecado: frivolizar con el mal.

Comparar el mal con la Educación para la Ciudadanía es rebajar el sufrimiento que el verdadero mal ha sembrado en las cunetas de la historia. Decir que se colabora con el mal enseñando los valores de la Constitución o las reglas de comportamiento ciudadano (supongo que ese será el temible contenido de la asignatura) es reírse de aquellos que sufrieron gracias a los que sí colaboraron con el mal: así, el sacerdote argentino Von Wermich, detenido como cómplice de decenas de asesinatos, casos de tortura y desapariciones durante la dictadura argentina; o los dirigentes de la Archidiócesis de Los Ángeles, que han comprado los silencios de cientos de víctimas de casos de pederastia cometidos por sacerdotes. (Claro, que el Nuncio Monteiro cree que abusar de los niños es un mero accidente, un defecto que se corrige cambiando de parroquia, sin necesidad de pasar por el purgatorio ni de rezar un Padrenuestro, en latín, por supuesto. La pederastia, para el nuncio, no es uno de los rostros del mal sino una perversión de la prensa, que se ensaña con los sacerdotes que la practican.)

No debieran, no, los obispos jugar con el mal. No se merecen las palabras del arzobispo de Toledo esos hombres y mujeres ejemplares que, como Maximiliano Kolbe, se opusieron al mal dando ejemplo de cristianos mientras otros callaban o saludan brazo en alto, debajo de las sotanas, al paso de caudillos victoriosos en Salamanca o Berlín.

(Publicado en IDEAL el 2 de agosto de 2007)

EL JUEVES SECUESTRADO



Pues sí, la Audiencia Nacional envió el sábado a la policía a que esperase la apertura de los quioscos para recoger todos los ejemplares de una revista. Gran labor policial en un país donde es casi tan fácil acertar la Primitiva como encontrarse una patrulla por las calles, donde los atracadores tiene risa de filo de navaja, donde los niñatos y sus perros de presa son dueños de los parques en los que debieran jugar los niños o donde se puede dar una paliza en una verbena sin que pase nada.

Previamente, la fiscalía se había preocupado hasta lo indecible por un exceso en la libertad de expresión. Y eso pasaba también en España, el país en el que nuestros niños pueden ver cosas maravillosas en la televisión, pública y privada, a cualquier hora del día y al amparo de la libertad de expresión: una bruja que le endiña a su madre y a su gato un bote de pastillas y que intenta suicidarse para salir en la tele; una buena tanda de grandeshermanos, jesulines, belenesesteban, condeslequio o marujitasdíaz que se ventilan a anasobregones, campanarias, mulatos de inimaginables miembros viriles o gonzalosmiró; una patulea de carminasordoñez y similares que se chutan todo lo chutable; inteligencias desbordantes como las de Dimio, Javier Mariñas, Victoria Beckham o Pipi Estrada; o candidatos al Nobel de Literatura como Ana Rosa Quintana, Jaime Peñafiel o Boris Izaguirre. Y por si esta lista incompleta dejase algo sin banalizar, adóbenla con programas que juegan con cosas tan serias como los malos tratos, los asesinatos o las violaciones: "El Descodificador", "Está pasando", "El Tomate"...

Y ahora que tienen la radiografía comunicativa de nuestro país, piensen si lo más importante, si lo más urgente, era secuestrar una publicación humorística. El Fiscal General del Estado ha arremetido contra un dibujo ciertamente soez. (La medida intelectual de nuestro país la da el que nada se haya dicho sobre el texto, demoledor, que acompañaba las caricaturas de los príncipes de Asturias: este país no da para más y aquí no lee ni el jefe de los fiscales.) Conde Pumpido y algunos jueces dicen cosas tan de perogrullo como que ningún derecho se puede ejercer sin limitaciones: es cierto, también la libertad de expresión debe tener límites. Lo que queda por ver es si el límite es una portada grosera o tanta barbaridad como se ve en la televisión. Sí tenemos claro que en España es más fácil secuestrar una revista minoritaria que un programa de televisión respaldado por cientos de millones de publicidad: poderoso caballero es don dinero. No podremos comprar en los quioscos una viñeta de dudoso gusto, pero la televisión le seguirá ofreciendo a nuestros hijos la posibilidad de empaparse de todo lo peor del ser humano gracias a una plural plantilla televisiva. Aunque todos hubiéramos preferido que secuestrasen los lunes, el juez Del Olmo ha decidido secuestrar "El Jueves". Definitivamente, Spain is different.

(Publicado en Diario IDEAL el 26 de julio de 07)

VUELTA A CASA

Tres meses de vagancia. Ahí es nada. Y mira que han pasado cosas en estos tres meses: Montesinos, un viejo y querido amigo, que me dijo que seguía este cuaderno, las vacaciones en Garrucha con Pepe y Maria, y Magüi (por supuesto), José Tomás en Linares y Sabina, y Sabina y Serra en Úbeda, la boda de Pepe y Rocío, la feria... De todo tendría que haber ido quedando constancia por aquí, pero al final todo se ha quedado fuera de órbita. De todos modos algunas fotos iré dejando para que no se pierdan tantas emociones como el verano ha traido.

Y los artículos de Ideal, que se han ido acumulando sin que este vago los fuese colgando aquí. Así que a partir de ahora iniciaremos un plan de recuperación, a todo pistón, para que vaya apareciendo todo y esto se quede al día en el menor número de días que sea posible. Para empezar, vayan dos artículos y la noticia de que hoy también hay toros: Talavante y El Cid en Jaén. Allí estaremos.